Mensajes de Nuestro Señor Jesucristo a Sus hijos predilectos.
XCIV
NO TEMAN
"¿Por qué temer mis sacerdotes amados, si Yo soy el primero en cubrir sus pecados y sus caídas, y sus infidelidades y sus miserias e ingratitudes? Primero, en lo posible, lo hago disculpando su debilidad ante mi Padre; y después, ante el mundo, cuidando la honra de mi Iglesia, que llora en sus sacerdotes tantas injurias que recibe.
Yo soy el primero que cubro sus crímenes, que los oculto, que los velo y que hago que se olviden. Yo soy el que apenas veo en mis sacerdotes el humilde arrepentimiento y propósito, un solo nuevo esfuerzo de su parte, cuando los rehabilito, les vuelvo a dar sus poderes y ablando el corazón de sus Pastores en su favor.
¿Por qué temer al Dios de las misericordias, al Jesús de los perdones que tanto los ama, y que puede convertir las piedras en hijos de Abraham? Confianza les pide mi Corazón todo indulgencia y bondad, y que vengan a Mí, que sé blanquear los corazones, que sé olvidar perjurios, que sé perdonar los más grandes pecados.
"Yo soy Jesús a quien tú persigues", dije a San Pablo, y Jesús ya saben que quiere decir Salvador; y los sacerdotes son más que fibras de mi alma: son mi imagen en la tierra, y trato de que sean otros Yo mismo, de transformarlos en Mí. ¿Puede darse mayor caridad?
A Mí se me ofende en lo más íntimo con la desconfianza y se me honra casi infinitamente esperando y confiando en Mí. Cuántas veces he dado pruebas de mi amoroso Poder, trocando enemigos en amigos, pecadores en santos? ¿No soy acaso omnipotente? ¿No soy el amor? Pues con esto queda dicho todo; y hay más gozo en el cielo por una conversión que por muchos justos. ¡Oh , mis sacerdotes amados! ¡Si conocieran el don de Dios!... ¡Si comprendieran lo inmenso de mi cariño!... ¡Si pudieran medir lo que no tiene medida, es decir, mi amor infinito de predilección hacia ellos!...
¿Estas mismas confidencias, repito, no son gritos entrañables de un amor sin límites? ¿Será posible que haya almas sacerdotales a quienes no estremezcan las finezas inconcebibles de un Dios?...
"Dadme de beber", les dice mi pecho sediento de su conversión, se su transformación, de sus ternuras, de sus corazones limpios, para que me puedan contemplar, ver y sentir con las divinas influencias de mi Espíritu Santo. Tengo hambre y sed de mis sacerdotes puros, de mis sacerdotes limpios, para que puedan reflejar a Dios, para que puedan transformarse en Mi, que rechazo lo manchado, que me lastimo con lo menos puro.
¿Comprenden los anhelos de mi Corazón, esa necesidad que apremia mi alma, que anhela la santificación de mis sacerdotes? Por tres medios quiero apresurar su santificación. Por la cruz, por la pureza y por el amor, es decir, por el Espíritu Santo-Amor.
La Cruz, purifica y enamora; y si les envío penas y sufrimientos a mis sacerdotes, mi especial fin es purificarlos, angelizarlos, elevarlos de la tierra y sacudir el polvo de sus corazones.
Las pruebas engendran en el alma lo divino y hacen germinar en ella la vida sobrenatural y santa. Y Yo si pruebo a mis sacerdotes, es por amor, es sólo para darles una lección de amor; más aún, una prueba delicada de mis predilecciones de amor.
¡Si, Yo soy amor!... ¡Si con mis sacerdotes, muy principalmente, no puedo ser sino amor!... ¡Si para ellos sólo tengo entrañas de infinito amor!...
Por eso me duelen en lo más íntimo sus desconfianzas, sus alejamientos, que siempre tienen por origen una refinad soberbia, un orgullo muy profundo y oculto, un engaño muy sutil del demonio, para alejarlos de mis brazos, para arrancarlos de mi regazo.
¿Por qué temer a un Dios crucificado?...¡Si mi perdón es más extenso que todos los mares!... ¡Si mi infinito y eterno amor sobrepuja a todos los crímenes!... ¡Si mi Sangre todo lo borra, si mi sacrificio todo lo expía, si los amo con la ternura de todas las madres!... ¡Si quiero, como la gallina, cobijarlos y darles nuevo calor y vida debajo de mis alas!...
¡No quiero que ninguno de mis sacerdotes se pierda, ni siquiera se aleje, ni consiento verlo en peligro! ¡Si quiero protegerlos, si trato de salvarlos, si mi mayor consuelo son mis sacerdotes santos! ¡Si quiero transformarlos, si gimo porque se escapan de mis brazos, si clamo y les doy voces, y los llamo de mil modos para santificarlos! ¡Si los necesito para esa evolución que se producirá en el mundo paganizado y sensual para infundir espíritu! Si son míos, ¿por qué resisten y desoyen mis ruegos?
¡Que no haya un solo sacerdote que desoiga mi voz, que ninguno se detenga, ni vacile, ni menos --¡ay!-- me rechace! Ha llegado la hora del triunfo del Espíritu Santo en mis sacerdotes; pero como dije, tienen que ir simultáneamente el reinado del Espíritu Santo en el mundo con la transformación de los sacerdotes en Mí.
De mis sacerdotes depende, muy especialmente, el éxito de este reinado del Espíritu Santo en el mundo, porque ellos son el conducto en mi Iglesia para espiritualizar lo materializado, usando de todos los medios que proporciona el Espíritu Santo, pero especialmente, el de su transformación en Mí.
Muy culpables serán los sacerdotes que impidan este reinado del Espíritu Santo en las almas, si no abiertamente, sí por su pasividad en su santificación y en su transformación en Mí. Porque este impulso santo para santificar el mundo está vinculado con la transformación de los sacerdotes en Mí.
Y no es que el Espíritu Santo no pueda santificar, que Él sopla donde quiere; pero respeta el campo de la Iglesia y ordinariamente se vale de sus ministros para las grandes conmociones de las almas y de los pueblos. Su reinado es interior, porque es el mío, y los destinados a gobernar ese reino interior son los sacerdotes; pero más fruto sacarán y más dominio tendrán sobre los enemigos de ese reino --que son el infierno junto--, cuanto más transformados estén en Mi.
Por esto urge que los sacerdotes tomen a pecho mis peticiones y no se hagan sordos a mis clamores.
El mayor servicio que puedan prestarme los que me aman es interesarse vivamente por secundar mis deseos con oraciones y sacrificios, que cualquier martirio es poco en comparación de esa gracia de suma importancia, que hay que arrancarle al cielo en favor de esas almas de elección, de esas vocaciones predilectas: la gracia de la unión transformante de los sacerdotes en Mí".
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