Por Padre Juan Manuel Rodríguez de la Rosa
Vosotros sois linaje escogido, sacerdocio real, nación santa. 1 Pe. 2, 9.
El sacerdote ayer, hoy y siempre
Queridos hermanos, es común oír a sacerdotes decir que ellos son tambiénhijos de su tiempo, y con ello justificar ciertas formas de vida común a cualquier otra persona, pero que no santifican al sacerdote y escandalizan a los fieles.
Hay para quien ser hijos de nuestro tiempo parece querer decir que los sacerdotes tenemos que utilizar Internet continuamente, permanecer al tanto de cada noticia que acontece, estar en todos los grupos de WhastApp, opinar en los debates de las redes sociales, participar en juegos, vivir pendientes de nuestro teléfono móvil, etc.; en fin, todo lo que la sociedad presenta como bueno para el hombre de hoy en día. ¿Es recomendable que el sacerdote haga uso de ello? ¿Son santos estos medios? “Ser hijos de nuestro tiempo“, nunca puede entenderse esta frase como disculpa para una vidaatada al mundo, verdaderamente disoluta.
Este es el sacerdote que habitualmente está dentro de las redes sociales, que no se separa del teléfono móvil, pendiente de hacerse fotografías para publicarlas en la red.
Este es el sacerdote que con excesiva frecuencia alterna en casas de fieles para comer, cenar, charlar; sin guardar la debida prudencia en el número de visitas.
Este es el sacerdote que adapta la forma del mundo en su forma de vestir, de hablar, de relacionarse.
Este es el sacerdote que considera que ser hombre de su tiempo es ser uno más, como los demás, de los cuales no debe distinguirse en nada y por nada.”
El sacerdote no tiene tiempo, es el mismo siempre como Cristo. El sacerdote ayer, hoy y siempre. No hay tiempos. El sacerdote ES, no pertenece. Nada puede desviar la atención y preferencia del sacerdote, su máxima prioridad, esto es, la santidad sacerdotal. Atender a la santidad es la preocupación principal del sacerdote, y esta tarea no es ni de este tiempo, ni de otros, es la misma siempre, porque los medios para alcanzarla son los mismos.
Tanto en la época actual como en siglos anteriores los medios para vivir la santidad no han cambiado: la oración diaria, la meditación, el examen de conciencia, la confesión frecuente, la unción y recta intención en la celebración del Santo Sacrificio de la Misa, el hábito eclesiástico que hace referencia a la modestia de costumbres. Nada ha cambiado por mucho que nuestro tiempo nos ofrezca muchas comodidades.
La santidad conviene a tu casa (Sal. 93, 5)
La Constitución apostólica Hærent Animo, sobre la santidad del clero, de S.S. San Pío X, es tan actual como cuando se escribió en 1908. Como actuales son las palabras de San Jerónimo, a las que la Constitución apostólica hace referencia: Grandis est dignitas sacerdotum, sede grandis est eius ruina si peccant. Grande es la dignidad de los sacerdotes, pero grande también su caída si pecan.
La enseñanza de la tradición nos sigue hablando a los sacerdotes, y a la Santa Iglesia, diciéndonos que lo esencial al sacerdocio no cambia, que la santidad no ha dejado de ser prioridad en él, y que los medios para vivirla siguen siendo los mismos a los tiempos de San Jerónimo, a los de San Pío X y a los actuales. Esta enseñanza de la tradición nos dice a los sacerdotes, y a la Santa Iglesia, que todo aquello que se oponga a esta verdad recibida hay que rechazarlo de plano, sin contemplaciones. Por ejemplo, si se nos pretende presentar al sacerdote como uno más, un hombre como los demás, entonces no podemos hacer otra cosa que rechazar totalmente esta falsa concepción del sacerdocio, por ser contraria a la verdad recibida y vivida por la Santa Iglesia.
En realidad esta falsa concepción del sacerdocio como uno más ha arraigado mucho en esta época postconciliar, se ha enseñado en los seminarios y es en realidad lo que subyace en la frase que motiva este artículo. Decir ser hijo de nuestro tiempo, es estar diciendo en realidad, soy uno de vosotros, visto como vosotros, hablo como vosotros, me comporto como vosotros, soy tan simpático y alegre como vosotros, y aunque tenga mis peculiaridades considerarme como uno de los vuestros. ¡Uno de los vuestros!
La Constitución Apostólica Hærent Animo sabiamente nos dice con sencillas palabras lo que hemos de hacer los sacerdotes, y a su vez evitar, para vivir en santidad y esforzarnos en ella. Porque el sacerdote para quien fue escrita la Constitución es el mismo hoy día que el del entonces.
Entre el sacerdote y cualquier hombre, debe haber tanta diferencia como existe entre el cielo y la tierra
Qué gran actualidad las palabras que nos sigue diciendo san Pío X:
Entre el sacerdote y cualquier hombre, debe haber tanta diferencia como existe entre en cielo y la tierra; por ello es preciso tener cuidado no sólo que la virtud del sacerdote esté exenta de reproche, sino de las faltas que se consideran mínimas.
Qué gran verdad la del santo Papa, porque hace referencia a la nobleza del estado sacerdotal, a la perfección del mismo; a la irrenunciable castidad del sacerdote, a su buen ejemplo, al gran beneficio que es para la la Santa Iglesia el sacerdote justo, al celo que ha de tener el sacerdote por la salvación de las almas, a la importancia de la pobreza de espíritu del sacerdote, la importantísima necesidad de celebrar el Santo Sacrificio con limpia conciencia.
Si san Pedro, en su primera carta, dice de los fieles que son linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, cuantísimo más lo será el sacerdote. San Jerónimo, en su frase anterior, bien retrata una realidad nuestra, la contraposición entre la grandeza del sacerdote y la caída de éste. Las caídas son más temibles cuanto mayores fueron las elevaciones. Son las manchas tanto más feas cuanto más preciosas fueron las ropas. Son los deshonores tanto más sensibles cuanto más acrisolados fueron los honores. Así ocurre cuando el sacerdote cae en la tentación de secularizar su sacerdocio.
El sacerdote que, olvidando la grandeza de su estado, obra como vulgarsecular es una afrenta para sí mismo, vergüenza para la Santa Iglesia y deshonra del sacerdocio que indignamente goza.
Cuando el sacerdote se olvida de las palabras de Malaquías: han de guardar la sabiduría y de su boca ha de salir la doctrina, porque es un enviado del Señor de los ejércitos, no puede ser menos que objeto de desprecios, fracasando en su sacerdocio.
Bien sirven en la actualidad estas palabras escritas hace cuatro siglos:
Labradas piedras fuimos del cantero Omnipotente para ser pulidas piedras de los altares y Santuarios de Dios. Pero cuando algunos sacerdotes empezaron a celebrar como debían, sin embargo fueron entibiándose y empezaron a degenerar en costumbres indignas. Piedras secularizadas se hicieron, cantos vulgarizados, pisados y ensuciados.
De piedras bruñidas de altar a piedras comunes de calles y plazas
Ser hijo de nuestro tiempo no altera la esencia del sacerdocio, no debe ser más que una anécdota en la vida del sacerdote. Pero, si en lugar de ser una anécdota es una realidad que implica toda la vida del sacerdote, en el sentido que se desvanece la grandeza del sacerdocio, la nobleza del estado sacerdotal, el anhelo de la santidad de vida, el celo por la salvación de las almas, entonces vive en el error con el daño que supone para el propio sacerdote y para las almas asignadas a su cuidado.
Ya no será la piedra bruñida de altar sino la piedra de la calle que todos pisan y ensucian.
Ave María Purísima.
FUENTE: adelantelafe.com/
No hay comentarios:
Publicar un comentario