FRASES PARA SACERDOTES

"TODO LO QUE EL SACERDOTE VISTE, TIENE UNA BATALLA ESPIRITUAL". De: Marino Restrepo.

Una misa de campaña en medio de las bombas


Al césar lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Así como este Santo sacerdote quiero decir que primero sirvamos a Dios y después, a los hombres.

LA ESCALA ESPIRITUAL SAN CLÍMACO - PARTE 21


"LA ESCALERA DEL DIVINO ASCENSO"
DE SAN JUAN CLÍMACO





"Escala al Paraíso"
(Scala Paradisi, o Escala Espiritual)
Juan Clímaco.

Basada en la edición del Obispo Alejandro (Mileant)
Corrección e introducción: Rolando Castillo



Vigésimo tercer Escalón: de las Blasfemias.


1. De lo anterior aprendimos que de una raíz y una madre funestas, surge un retoño más funesto todavía; quiero decir que la blasfemia es engendrada por el orgullo impuro. Es necesario encaminarlo hacia la luz, pues no es un agresor corriente, sino el más cruel de nuestros adversarios y de nuestros enemigos. Y lo peor es que es difícil formular, reconocer o confesar estos pensamientos ante un médico espiritual. Por eso, esta enfermedad nefasta ha llevado a muchos al desaliento y a la desesperación, aniquilando toda esperanza.

2. Incluso a la hora indudable de los misterios, este vil enemigo se complace en blasfemar contra el Señor y los hechos santos que se llevan a cabo. Esto demuestra claramente que no es nuestra alma la que pronuncia esas palabras incalificables, impías e incomprensibles, sino ese demonio enemigo de Dios que desertó del cielo por haber proferido allí también, parece, blasfemias contra el Señor. Pues, si esas palabras irrespetuosas e inconvenientes provinieran verdaderamente de mí, ¿cómo podría adorar el don que recibo? ¿Cómo podría bendecir y maldecir al mismo tiempo?

3. Ese engañador, ese corruptor de almas condujo, a menudo, al desorden espiritual. Ningún otro pensamiento es tan difícil de confesar como éste. Algunos lo dejan envejecer con ellos. Pero nada le otorga más poder contra nosotros al demonio y a esos pensamientos que alimentarlos y ocultarlos en nuestro corazón sin confesarlos.

4. Nadie piense que es la causa de pensamientos blasfemos, pues el Señor conoce el secreto de los corazones y sabe que esas palabras y esas ideas no provienen de nosotros sino de nuestros enemigos.

5. La ebriedad hace titubear y el orgullo es la causa de pensamientos inconvenientes. El ebrio no se censurará por titubear, pero será castigado ciertamente por haberse embriagado.

6. En el momento de la oración, estos pensamientos impuros e incalificables nos asaltan; pero si perseveramos hasta el fin en la oración, se retiran inmediatamente, pues no acostumbran combatir con aquellos que se les resisten.

7. Este enemigo impío no se contenta con blasfemar contra Dios y contra todas las cosas divinas, sino que incluso profiere en nuestro espíritu las palabras más vergonzosas e indecentes, para hacernos abandonar la oración o ceder a la desesperanza. Separó a muchos de la oración y a muchos alejó de los misterios.

8. Este tirano cruel e inhumano destruyó por medio del disgusto los cuerpos de ciertas personas y a otros los consumió a través del ayuno, sin darles ninguna tregua. Actuó de tal manera no sólo con los seglares, sino también con hombres que llevaban una vida monástica, sugiriéndoles que no había para
ellos ninguna esperanza de salvación y persuadiéndolos de que se encontraban en un estado más lastimoso y más miserable que el de los infieles y los paganos.

9. Quien se encuentra atormentado por el espíritu de blasfemia y quiere librarse de él, debe comprender que su alma no es la fuente de tales pensamientos, sino que provienen del demonio impuro que un día le dijo al Señor: "Todo esto te daré, si postrándote me adoras" (Mt 4:9). Así, pues, llegado el momento, despreciémoslo y digámosle, sin prestar ninguna atención a sus sugestiones: "Apártate, Satanás, porque está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, y sólo a Él darás culto" (Mt 4:10). Tu trabajo y tus conversaciones se volverán contra ti y tus blasfemias caerán sobre tu cabeza (cf. Sal 7:17), desde ahora y en el mundo que vendrá. Amén.

10. Quien quiere combatir de otra manera al demonio de la blasfemia, se asemeja a un hombre que intenta retener un relámpago en sus manos. En efecto, ¿cómo asir, o contradecir, o combatir lo que penetra violenta y repentinamente en el corazón, como el viento y más rápido que un relámpago profiere palabras y se desvanece inmediatamente? Todos los otros enemigos hacen un alto, combaten, se demoran y le dejan tiempo a aquel que lucha contra ellos. Pero no éste: apenas aparece, ya se marchó; acaba de pronunciar una palabra y ya no está más allí.

11. A este demonio le agrada, a menudo, atormentar el espíritu de las personas simples y sin malicia; ya que se trastornan y se perturban más que con otros. Podemos asegurarle a esas personas que todo esto les ocurre, no a causa de su orgullo sino de la envidia de los demonios.

12. Dejemos de juzgar y de condenar a nuestro prójimo y no temeremos más los pensamientos blasfemos; pues el primer vicio es la causa y la raíz del segundo.

13. Quien se encuentra encerrado en su casa escucha las palabras de los que pasan sin intervenir en su conversación; de la misma manera, el alma recogida en sí misma, al escuchar las blasfemias del demonio se perturba por lo que dice el demonio al pasar a través de ella.

14. Quien desprecia a este enemigo se liberó de la pasión (de la blasfemia). Pero quien pretende combatirlo de otra manera, terminará ciertamente por dejarse dominar. Quien quiere oponerse a los espíritus con palabras se parece al que pretende poner el viento bajo llave.

15. Un monje ferviente que estaba atormentado por este demonio consumió su carne durante veinte años con ayunos y vigilias. Pero no obtuvo de ello ningún beneficio. Entonces, escribió su tentación en una esquela, fue a encontrar a un hombre santo, se la entregó y se prosternó con la cara hacia la tierra, sin osar elevar sus ojos hacia él. El anciano, habiendo leído la carta, sonrió y, levantando al hermano, le dijo: "Pon tu mano en mi cuello, hijo mío." El hermano lo hizo y el gran anciano agregó: "Que este pecado esté en mi cuello tanto tiempo como el que te atormentó o podría todavía hacerlo; pero tú, desde ahora, no tendrás ninguna preocupación." Y este hermano me aseguró que incluso antes de dejar la celda del anciano, su pasión había desaparecido. El mismo que había experimentado esta tentación me lo contó, dándole gracias a Dios.

Quien obtuvo una victoria sobre esta pasión, se desembarazó del orgullo.

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