FRASES PARA SACERDOTES

"Cuando rezamos el Santo Rosario y nos unimos a María, estamos viviendo lo que es la familia porque cuando los hijos se reúnen con La Madre y juntos le oran a Dios, es la familia orando unida". DE: Marino Restrepo.
Papa Francisco a los sacerdotes que llevan "doble vida"

LA ESCALA ESPIRITUAL SAN CLÍMACO - PARTE 12 -

"LA ESCALERA DEL DIVINO ASCENSO"
DE SAN JUAN CLÍMACO




"Escala al Paraíso"
(Scala Paradisi, o Escala Espiritual)
Juan Clímaco.


Basada en la edición del Obispo Alejandro (Mileant)
Corrección e introducción: Rolando Castillo



Decimoquinto Escalón: de la Castidad.

1. Ya hemos visto que la concupiscencia era uno de los hijos de la gula. Un ejemplo lo tenemos en nuestro padre, el viejo Adán, que al no conocer la gula no conocía de modo lujurioso a su mujer Eva. Éste es el motivo por el cual los que observan el primer mandamiento de la abstinencia, no suelen quebrantar el segundo y permanecen como hijos de Adán (antes de su caída); son un poco menos que ángeles, ya que no son inmortales como ellos.

2. La castidad nos aproxima a la naturaleza incorpórea de los ángeles. La castidad es el aposento de Cristo. La castidad es escudo celestial del corazón. La castidad es abnegación de la naturaleza humana y vuelo maravilloso del cuerpo mental y corruptible hacia lo inmortal e incorruptible. Casto es el que con un amor venció otro amor; el que, con el fuego del espíritu, venció al de la carne.

3. Abstinencia es un término general que se aplica a todas las virtudes, porque toda virtud se puede llamar abstinencia y freno del vicio opuesto. Casto es el que ni en sueños altera de algún modo su estado, y el que permanece insensible a la presencia de cualquier cuerpo o figura.

4. Esto rige la perfecta castidad: debemos mirar, con la misma simplicidad, tanto los cuerpos animados como los inanimados, tanto los racionales como los irracionales.

5. El que trabaja por alcanzar la castidad no debe pensar que lo logrará con su propio esfuerzo (nadie vence su propia naturaleza). Sólo con la ayuda de Él lo logrará, pues es sabido que lo débil es vencido por lo más fuerte.

6. El comienzo de la castidad reside en no permitirse ciertos pensamientos; de este modo, al sufrir de tiempo en tiempo poluciones, éstas no estarán acompañadas de imágenes. El fin es mantener controlados los movimientos sensuales.

7. No es casto solamente el que se conservó limpio del lodo de la carne, sino, mucho más, el que dominó sus miembros con la voluntad de su espíritu.

8. Feliz es aquel cuyo corazón no se altera ante la contemplación de ningún cuerpo ni belleza.

9. Feliz el que, por el amor y la contemplación de las bellezas celestiales, vence los peligros de las imágenes captadas por sus ojos.

10. El que rechaza este vicio con la oración, se asemeja al que combate contra un león; aquel que lo domina con el arrepentimiento, se parece al que aún persigue a su enemigo; pero aquel que definitivamente desarmó y aniquiló el ímpetu de esta pasión, aunque esté con vida, es como si ya hubiera resucitado de su tumba.

11. Así como es una característica de verdadera castidad no padecer ni en sueños movimientos sensuales, es ciertamente característico de la sensualidad de nuestro espíritu, sufrir poluciones estando despierto.

12. El que combate este adversario con sudores y trabajos se asemeja al que derriba a su enemigo con una honda; el que lucha con abstinencias y vigilias lo hiere con una maza; pero el que pelea con humildad, mortificando su ira y deseando los bienes celestiales, se asemeja al que mata a su enemigo y lo entierra bajo la arena. Por arena entiendo la humildad, que vence de tal forma que no da lugar a vanagloriarse después de la victoria, pues demuestra al hombre que es polvo y ceniza.

13. Así algunos tienen preso a este vicio con las cadenas de trabajos, otros con profunda humildad, otros con la luz celestial. A los primeros podemos compararlos con el lucero de la mañana, a los segundos con la luna llena y a los terceros con el sol de mediodía y cada uno tiene su lugar en el cielo. A la aurora sucede la luz y con ésta se eleva el sol. Reflexionando veremos cómo podemos aplicar esto a lo que hemos dicho.

14. La raposa se hace la dormida para cazar el pájaro, y el demonio nos permite fingir caridad para que luego, confiados, caigamos.

15. No te fíes de ti mismo antes de haber comparecido ante Cristo.

16. No confíes en que la virtud de tu ayuno pueda impedir tu caída, porque tampoco comía el que fue precipitado del cielo a los abismos.

17. Ciertos doctos varones definen así a la renunciación; es lucha perpetua contra el cuerpo y contra la gula.

18. La caída de los principiantes sucede por su entrega a los deleites y por el buen trato que prodigan a sus cuerpos. Los que algo han progresado caen por la soberbia de su espíritu. Más los que se aproximan a la perfección, si caen, lo hacen por juzgar a los otros.

19. Algunos proclaman bienaventurados a los eunucos, porque estos están libres de la tiranía de la carne; pero yo proclamo bienaventurados a los que se hicieron ellos mismos eunucos con el trabajo de cada día, pues ellos se castraron con el cuchillo de la razón.

20. Vi algunos que cayeron vencidos más por la pasión que por voluntad (aunque no pudo faltar voluntad si hubo culpa). Vi otros que voluntariamente querían caer — para mí más miserables que los que caen cada día —, y que habían llegado a tal estado que no querían desprenderse del vicio.

21. Miserable es el que cae, pero lo es más el que causa la caída de otro, porque éste lleva su carga y la ajena.

22. No esperes vencer al demonio de la fornicación discutiendo con él, ya que nuestra misma naturaleza lo ayuda en la disputa.

23. Presume en vano el que dice que por sí mismo vence su carne, pues si el Señor no destruye la morada de la carne y edifica la del espíritu, en vano se ayuna y en vano se vela.

24. Presenta ante el Señor tu flaqueza; reconoce tu miseria y así recibirás el don de la castidad.

25. Los lujuriosos sienten perpetuo apetito de gozos corporales. Así me lo confió un hombre, el cual había experimentado tanto la sensación de amor por los cuerpos como ese espíritu impúdico que se instala de manera manifiesta en el corazón haciéndole padecer dolor y tormento. También logra que el hombre no tema a Dios, que desprecie la evocación de los tormentos eternos y que aborrezca la oración, privándole así del uso de la razón por la fuerza de la concupiscencia. Y si Dios no disminuyera la fuerza y abreviara los días de este demonio, no lograrán escapar de él los humanos.

Esto no nos debe asombrar, ya que todas las cosas creadas desean unirse a su semejante: la sangre desea la sangre, el gusano al gusano, el barro al barro y la carne a la carne. Así los monjes, luchando contra la naturaleza, pretendemos alcanzar el reino de los cielos con mañas, diligencia y gracias, y engañar y vencer a nuestro embaucador. ¡Bienaventurados los que no han experimentado ese tipo de batalla!

Debemos suplicar a nuestro señor que nos libre de caer por este despeñadero, ya que aquellos que por él cayeron están muy lejos del borde, y los que desean ascender pasan por muchos dolores, aflicciones y trabajos, hambre y sed.

26. Así como en las batallas no todos pelean con las mismas armas, así también los enemigos de nuestro espíritu tienen su manera de luchar, su oficio y su puerta de entrada.

27. Hay tentaciones más fuertes que otras, pero, si no se reparan y se hace penitencia por las menores, pronto se caerá en las mayores.

28. Es costumbre del demonio atacar con todo ímpetu y malicia a quienes, viviendo la vida monástica, están en medio de la batalla. Les tienta, entonces, con vicios contrarios a la naturaleza, ignorando, el muy miserable, que no estarán libres aun cuando viesen mujeres, pues donde hay mayor caída no es necesaria la menor.

29. Así acomete este demonio; en primer lugar, porque la tentación está más a mano, y en segundo lugar porque la caída, al ser más grave, es merecedora de mayor castigo.

Ejemplo tenemos en aquel joven que, como leemos en la vida de los Padres, llegó a tan alto grado de virtud que mandaba a los asnos y les hacía servir, y a quien San Antonio comparó a un navío cargado de ricas mercancías en medio de un mar infinito. Este mozo, sin embargo, cayó miserablemente, y llorando sus pecados dijo a unos monjes que pasaban: "Decidle a San Antonio que ruegue a Dios me conceda diez días de penitencia." Cuando oyó esto, el santo varón lloró y dijo: "Una gran columna de la iglesia ha caído hoy."

Así, el que mandaba las bestias, fue burlado y derribado. San Antonio no quiso aclarar el motivo a su caída; él sabía que uno puede pecar corporalmente sin tocar otro cuerpo. Y ya no diré más, ya que detiene mi pluma aquel que dijo: "Lo que los hombres hacen en secreto, no debe ser dicho ni oído."

30. Es a esta carne, que es nuestra y que no lo es, que es nuestra amiga y nuestra enemiga, a la que San Pablo llamó muerte: " ¡Desventurado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?." Otro teólogo la llamó "viciosa," "esclava" y "oscura como la noche." ¿Cuál es la razón de estos apelativos?

31. Ya que si la carne es una muerte ¿por qué se dice "el que venciera la carne no morirá?."

32. Yo ruego sobre todo reflexionar: ¿quién es más grande?, ¿el que muere y resucita o el que nunca ha muerto del todo? Los que proclaman al segundo olvidan que Cristo murió y resucitó. Más los que tienen por bienaventurados al primero no consideran la desesperación de los que han caído.

33. El espíritu de la fornicación nos pinta a Dios como nuestro amigo, el cual perdona fácilmente esta pasión por ser natural a los hombres. Pero, si prestamos atención, veremos que estos mismos demonios, una vez cometido el pecado, nos presentan a Dios como juez justo e inexorable. Así, antes del pecado, nos muestran su clemencia para incitarnos a pecar, y después del pecado, su inviolable justicia para desesperarnos; luego nos encontramos por largo tiempo tan sumergidos en la desesperación y la tristeza, que no podemos reprocharnos nuestra falta ni hacer penitencia. Y apenas mueren esa desesperación y esa tristeza, ya vuelven esos tiranos a proclamar la clemencia divina a fin de volver a derribarnos.

34. El Señor es incorruptible e incorporal, por eso se regocija con la castidad y con la pureza de nuestros cuerpos. Por el contrario los demonios se regocijan con el cieno de nuestra lujuria.

35. La castidad hace al hombre unirse íntimamente con Dios y asemejarse a El en el mayor grado posible.

36. La tierra, rociada con agua5es la madre de los frutos; la vida solitaria y obediente es madre de la castidad. La pureza de nuestro cuerpo, alcanzada en la soledad, peligra cuando nos acercamos al mundo; pero cuando esa pureza es fruto de la obediencia, se mantiene firme.

37. He visto al orgullo conducir a la humildad, y recordé al que dijo: "¿Quién conoce los pensamientos del Señor?" La soberbia es fruto del orgullo y nos conduce al abismo. Pero esa misma caída ha servido, a quienes quisieron aprovecharla, como oración y motivo de humildad.

38. El que pretenda vencer al espíritu de la fornicación comiendo y bebiendo es como aquel que pretende apagar un incendio con aceite.

39. Quien se esfuerza por vencer con la abstinencia solamente, es como si quisiera huir nadando. Puesto que siendo la humildad compañera inseparable de la abstinencia, ésta no es nada sin aquélla.

40. Quien fuera tentado principalmente por una pasión, deberá armarse principalmente contra ésta, ya que si no la venciera, de poco le servirá luchar contra las otras. Cuando hubiera vencido a este "egipcio," seguramente verá a Dios en la zarza de la humildad.

41. Una vez fui tentado a sentir en mi alma cierta alegría que el astuto había despertado para engañarme; pensé, como un niño, que había cogido un fruto. Después reconocí el engaño. Allí aprendí cuan abiertos debemos tener los ojos para reconocer los peligros.

42. "Todos los pecados que comete el hombre son exteriores a su cuerpo, pero aquel que se deja llevar por la lujuria peca contra su propio cuerpo," dice el Apóstol.
Cuando los hombres cometen otros pecados decimos que fueron engañados, mas cuando pecan en éste decimos que cayeron. Ello se debe a que este vicio ahoga la dignidad esencial del hombre y lo transforma en una bestia por la fuerza del placer, que lo emborracha y empapa sus sentidos derribándolo del trono de la dignidad racional, haciéndolo caer en la bajeza de la naturaleza bestial.

43. Así como los peces rápidamente huyen del anzuelo, así huyen de la soledad los espíritus sensuales.

44. Cuando el demonio quiere ligar a dos personas con este vicio, escudriña las condiciones e inclinaciones de cada uno para saber dónde prenderá el incendio.

45. Los amigos de la sensualidad son de corazón tierno, inclinados a la compasión y a la misericordia, — y por eso caen más fácilmente- mientras que los castos son rigurosos, severos; sin embargo, no por esto la castidad pierde su valor ni aquel vicio su fealdad.

46. Un hombre sabio me propuso este difícil problema. Dime cuál es el pecado más grande de todos, dejando aparte el homicidio y la negación de Dios. "Como yo respondiera que la herejía, me replicó: "¿Cómo entonces la Iglesia recibe a los herejes una vez que han abjurado, y les permite participar en los sagrados misterios como lo ordenaran los Apóstoles?" Espantado no me atreví a responder, y la cuestión quedó sin respuesta.

47. Al tiempo que cantamos salmos y asistimos a los oficios, examinemos si la dulzura que sentimos viene del Espíritu Divino o del mal espíritu que se mezcla con él.

48. Joven, no te fíes, pues yo he visto hombres orar con toda su alma por los que querían, y que creyendo cumplir con la caridad, eran tentados por el espíritu de la lujuria.

49. A veces un roce logra que el cuerpo reaccione, ya que no hay, al parecer, cosa más delicada ni peligrosa que el sentido del tacto. Acuérdate de aquel religioso que envolvió su mano para tocar la de su madre, ejemplo que debes seguir para guardar tus manos del tacto propio o ajeno.

50. Pienso que persona alguna podrá llamarse verdaderamente santo si no ha logrado sujetar su cuerpo al espíritu, tanto como en esta vida pueda hacerse.

51. Cuando yacemos acostados es el momento de estar más atentos a Dios, pues siendo entonces cuando el espíritu lucha contra los demonios, si se hallase enlazado en deleites caerá fácilmente.

52. Que el pensamiento de la muerte se acueste siempre contigo y te despierte la oración que nos enseñó Jesús. No hallarás ayuda más eficaz que ésta para el tiempo del sueño.

53. Algunos piensan que las poluciones y los sueños sensuales proceden solamente de la ingestión de manjares, pero yo conozco a quienes gravemente enfermos o sujetos a abstinencia los padecían lo mismo. Interrogué sobre esto a un monje muy discreto y espiritual y él me dijo: "La polución durante el sueño puede proceder, tanto de la abundancia de manjares y del regalo del cuerpo, como por habernos ensoberbecido del tiempo transcurrido sin padecerlas. También sucede cuando juzgamos o condenamos a nuestro prójimo. Estas dos últimas y aún las tres pueden acaecerle a los enfermos."

Si hay quien se halle libre de estas causas, lo es por la gracia divina. Y si lo padece sin culpa suya, es sólo por envidia del demonio. Dios permite que así ocurra para afirmar la virtud de la humildad.

54. Que nadie recuerde durante el día los sueños que tuvo por la noche, porque es así como pretenden vencernos los demonios mientras estamos despiertos.

55. Oigamos otra astucia de nuestros enemigos. Así como algunos alimentos nos hacen daño inmediatamente y otro tiempo después, así ocurre con las causas con que el demonio pretende derribar nuestro espíritu. He visto hombres que comiendo regaladamente no eran tentados, y otros que tratando con mujeres no eran acometidos por malos pensamientos. Pero que luego, en la soledad de su celda, confiados en esa paz y seguridad, caían solos en el despeñadero. Sólo el que lo ha experimentado lo puede saber.

56. En estas circunstancias puede ayudar mucho el cilicio, la ceniza, la vigilia en constante oración, el hambre y la sed, el habitar en tumbas, sobre todo la humildad de corazón y, si fuera posible, la ayuda del padre espiritual o del hermano solícito.
Pues yo me maravillaría si alguno, por sí mismo, pudiera guardar su nave en golfo tan peligroso; aunque para Dios no hay cosa imposible.

57. También es de notar que no se pena de la misma manera la misma culpa, porque aunque la culpa sea una, como las circunstancias y las personas son diferentes, así lo serán las penas. La gravedad se basa en la profesión y el estado de cada uno; el orden sacro que tiene, su vida espiritual, los lugares, las costumbres, los beneficios recibidos y otras cosas semejantes, porque está escrito: "A quién más dieren, más estrecha cuenta le pedirán."

58. Un religioso me expuso un admirable grado de castidad. Me dijo que mirando la hermosura y gracia de los cuerpos, surgía en su espíritu una gran admiración por el artífice que los había formado, y con este espectáculo crecía su amor y lloraba. Así, lo que para otro era caída, para él era recompensa. Si los hombres perseverasen de esta manera, habrían alcanzado la gloria de la incorruptibilidad antes de la común resurrección.

59. Por la misma regla nos habremos de regir al oír música y cantos profanos. Porque los que aman ardientemente a Dios, incrementan su amor tanto con la música seglar como con la espiritual. En cambio los hombres sensuales incentivan con ellas su perdición.

60. Algunos, como ya dijimos, son tentados en lugares apartados. Cosa que no nos debe maravillar, porque allí moran mejor los demonios que fueron desterrados, para nuestro bienestar, a los desiertos y abismos por mandato del Señor.

61. El demonio de la lujuria le hace la guerra al solitario para impulsarlo a retornar al mundo con el pretexto de no encontrar seguridad en su retiro. Y, por el contrario, se aparta de nosotros cuando vivimos en el mundo para que, confiados, continuemos viviendo con los seglares.

62. Debemos siempre luchar contra nuestro enemigo, pues si no lo combatimos se comportará como amigo nuestro.

63. Cuando nos encontremos por necesidad en el mundo, la mano de Dios nos protegerá -y la oración de nuestro padre espiritual también — para que el nombre del Señor no sea blasfemado por nuestra culpa. Ocurre que a veces no sentimos las tentaciones por estar tan habituados a los males o (como dijo un santo varón) porque nuestros pensamientos ya se han hecho demonios. Otras veces los demonios se van y nos dejan para dar cabida a la soberbia que toma el lugar de todos los otros.

64. Vosotros, que habéis resuelto alcanzar y conservar la castidad, escuchad esta otra astucia y poneos en guardia. Me contó un padre (que lo había experimentado) que el espíritu de la fornicación se escondía hasta el fin, incitándole, en principio, a hablar con mujeres predicándoles sobre la muerte, el juicio y la castidad, para que ellas acudiesen a él como al lobo disfrazado de pastor. Y cuando el atrevimiento haya crecido con la costumbre, el monje será tentado y caerá en el vicio.

65. Evitemos con toda diligencia no mirar el fruto que no queremos gustar. No pretendemos ser más fuertes que el profeta David, quien tan feamente cayó.

66. Es tan alta y singular la gloria que se alcanza con la castidad, que algunos padres se atrevieron a llamarla impasibilidad, haciendo al hombre casto casi celestial y divino.

67. Otros dijeron que después de haber gustado de este vicio, era imposible llamarse casto. Mas yo digo que no solamente es posible, sino también fácil, para el que se convierte y une a Dios por verdadera penitencia. Recordemos, si no, a aquel Santo que tuvo suegra, fue casado y mereció recibir las llaves del Reino.

68. La serpiente de la lujuria es de muchos colores. A los vírgenes los incita a experimentar, a los que ya no lo son, los acomete con los recuerdos de los deleites pasados. Entre los primeros hay muchos a los que la ignorancia los hace menos pasibles de la tentación, pero los segundos son los que batallas más crueles padecen (aunque a veces puede suceder lo contrario).

69. Cuando nos despertamos bien dispuestos y en paz es porque los santos ángeles nos han consolado secretamente, y esto lo hacen cuando el sueño nos llega en pleno recogimiento y oración. Mas si nos despertamos mal dispuestos es como resultado de sueños e imágenes malas.

70. Vi al impío, furioso contra mí, como los cedros del monte Líbano, y pasé frente a él por medio de la abstinencia y su furia se aplacó; y le busqué humillando mis pensamientos y no le hallé; porque la abstinencia aplaca su furia, pero la humildad lo derriba.

71. El que venció su cuerpo ha vencido la naturaleza,· y el que lo logró es superior a la naturaleza y poco menos que los ángeles.

72. Es maravilloso que una cosa material y corpórea pueda combatir y vencer a sustancias espirituales e inmateriales como son los demonios.

73. El Señor, en su bondad, donó a las mujeres el pudor para poner freno a su atrevimiento; de no ser así, grave peligro correría la salvación de los hombres.

74. Los padres dotados de discreción diferencian varios movimientos: la tentación, la tardanza del pensamiento, el consentimiento y la lucha, el cautiverio y la pasión del espíritu.

La tentación es — para ellos — una imagen que se presenta en nuestro corazón y pasa pronto.
La tardanza es el detenerse a mirar esa imagen, con o sin pasión.
El consentimiento es inclinar nuestro espíritu hacia esa imagen con cierto deleite.

Luchar es el combate que provoca el hombre por su virtud y en el cual, por propia voluntad, vence o es vencido.

Cautiverio es cuando nuestro corazón se deja llevar por la pasión, destruyendo el buen estado del alma.

Dicen que la pasión propiamente dicha es el mal que después de un tiempo se asienta en nuestro 
espíritu y que por fuerza de la costumbre se transforma en hábito.

De todos estos movimientos, el primero es sin pecado; el segundo tiene algo de pecado, pero aún se puede impedir; el tercero es de mayor o menor culpa, según sea el grado de perfección del tentado; el cuarto es el causante de premios y gloria; el quinto se diferencia según se manifieste al tiempo de la oración o fuera de ella, a través de pensamientos pecaminosos o sin importancia; el sexto, sin duda, se purgará en esta vida por la penitencia o se castigará en la otra.

El que corta de raíz el primer movimiento, de golpe cortará los otros.

75. Otros padres dotados de más alto espíritu y discreción, señalan otro tipo de movimiento más sutil que los anteriores: el "impulso," que es un movimiento momentáneo que pasa por el espíritu por brevísimo tiempo y a veces sin participación del intelecto. Si alguien, conociendo la flaqueza e inestabilidad del hombre, recibiera la iluminación divina para reconocer la sutileza de este pensamiento, podría decirnos que una simple mirada, un roce o una melodía permiten que el espíritu sufra este súbito deleite.

76. Dicen algunos que los pensamientos lujuriosos nacen de movimientos corporales. Otros, por el contrario, afirman que los sentidos del cuerpo engendran los malos pensamientos. Aquellos sostienen que si el espíritu y la razón no concuerdan no se lograrán movimientos. Los segundos alegan en su favor que la malicia (que nos vino con el pecado) nace de la visión de algo hermoso, del tacto, de un aroma o de una dulce melodía, lo que es suficiente para engendrar en nuestra alma pensamientos lujuriosos.

Sobre esto podrá enseñar más claramente el que haya sido iluminado por el Señor, ya que son cosas necesarias para alcanzar la virtud de la discreción; mas para aquellos que se apoyan en la simplicidad del corazón tiene poca importancia. Pues no todos poseen la ciencia, ni todos poseen la bienaventurada simplicidad, que es verdadera coraza contra las maldades de los malos espíritus.

77. Hay pasiones que del alma pasan al cuerpo y otras que hacen lo contrario. Esto es común a los que habitan en el mundo y lo otro a los que viven fuera de él. Sobre esto puedo decir solamente: Buscarás en los malos la prudencia y no la encontrarás.
78. Cuando luchamos con el demonio de la fornicación y lo expulsamos de nuestro corazón con el ayuno y lo cortamos con el cuchillo de la humildad, al verse desterrado de nuestro espíritu se apega a nuestro cuerpo provocando movimientos sensuales.

79. Esta tentación suelen padecerla los que están sujetos a la vanagloria, porque celebrando el verse librados de pensamientos impuros, se inclinan hacia otra pasión: el orgullo.

Así lo testimoniarán los que se recogieran en la soledad, ya que si allí hicieran examen de conciencia hallarían este pensamiento escondido en lo más secreto de su corazón, que, como serpiente en un albañal, les había dado a entender que habían alcanzado esa virtud.

Y no recuerdan los orgullosos las palabras del Apóstol: "¿Qué tienes tú que no hayas recibido por gracia de Dios, por Su mano, por la oración y la ayuda de otros?"

Que se examinen y trabajen diligentemente a fin de desterrar aquella serpiente de los escondrijos de su corazón, para que, librados de ella, puedan quitarse del todo las pieles de los afectos carnales y mortales y cantar a Dios el himno triunfal de la pureza que cantan los castos niños del Apocalipsis, por haber sido librados de la corrupción.

80. Este mal espíritu acostumbra aguardar la ocasión propicia para acometernos.

81. Por eso, los que no han alcanzado la perfecta oración del corazón, les conviene ejercitarse en la oración corporal, es decir, levantar las manos en alto, golpearse el pecho, elevar los ojos al cielo, gemir y permanecer de rodillas.

Claro está que cuando estamos en compañía no podemos hacer esto, y es entonces cuando principalmente nos ataca, y también cuando no estamos protegidos con la firmeza del buen propósito y con la secreta virtud de la oración.

Si es posible, recógete en lugar secreto y eleva los ojos interiores de tu alma, y si no puedes, por lo menos levanta tus ojos al cielo y extiende en cruz tus brazos, para que con tu modo de orar desbarates el poder de Amalee y lo confundas. Llama a gritos al que te puede salvar, no con palabras elocuentes y sabias, sino con una simple y humilde oración. Para comenzar di: "Apiádate de mí. Señor, porque estoy enfermo." Entonces conocerás por experiencia propia el poder del Altísimo y con el socorro invisible del Señor perseguirás invisiblemente a los invisibles enemigos. Quien de este modo pelea, podrá perseguir y poner en fuga a sus enemigos. Esta forma de rápida victoria le es otorgada, y con razón, a los fieles obreros de Dios.

82. Estando en una reunión, noté a un solícito y virtuoso monje, que al ser molestado por el demonio con malos pensamientos, y no teniendo allí lugar para orar del modo arriba descrito, fingió que iba a cumplir con sus funciones naturales y allí comenzó a pelear a sus enemigos con fortísima oración. Extrañado yo por lo poco digno del lugar, me dijo: "¿Por qué te parece poco conveniente el sitio? Me perseguían sucios pensamientos y yo, en este desaseado lugar oré y supliqué al Señor me limpiase de ellos y Él así lo hizo."

83. Todos los demonios se esfuerzan por oscurecer nuestra inteligencia a fin de poder sugerirnos lo que pretenden, ya que si el espíritu no cierra los ojos, nuestro tesoro no podrá ser robado. Pero el espíritu de la fornicación es el que más fuerza tiene para lograr esta ceguera. Cuando lo logra, induce al hombre a
cometer locuras, y éste, al volver en sí, se avergüenza de sus actos, palabras y gestos, atónito al notar la gran ceguera en que cayó.

84. Arroja de ti al enemigo que después de pecar te impide obrar bien, orar y velar, acordándote del que dijo: "A causa de los pesares que me causa este espíritu tiranizado por su disposición al mal, lo vengaré en sus enemigos.

85. ¿Quién venció su cuerpo? El que quebrantó su corazón. ¿Quién quebró su corazón? El que se negó a sí mismo. Porque ¿cómo no ha de quedar despedazado y deshecho el que a su propia voluntad ha matado?

86. Existe un tipo de hombre que habiendo llegado a tal extremo de maldad, comenta con gran placer y contento sus deshonestidades y maldades.

87. Los pensamientos impuros del corazón son generalmente inspirados por el seductor demonio de la lujuria. El remedio para oponérsele es la abstinencia.

88. ¿De qué manera podría prender a este amigo mío, que es mi cuerpo para examinarlo y juzgarlo? No lo sé. Porque si lo ato, se suelta. Antes de juzgarlo, me reconcilio con él. Antes de castigarlo, pienso en su salud. Así ¿cómo ataré al que naturalmente amo? ¿Cómo me libraré del que de por vida estoy atado? ¿Cómo destruiré al que me resisto a destruir? ¿Cómo haré casta e incorrupta una naturaleza corruptible? ¿Cómo razonaré con aquel que no sabe de razones, pues tanto se asemeja a las bestias?

Si lo encadeno con el ayuno, paso a juzgar a mi prójimo y de nuevo lo libero. Y si, no juzgando logro vencer, se levanta en mí la soberbia. Él es mi aliado y mi enemigo, colaborador y adversario, defensor y traidor. Si lo complazco, me combate; si lo aflijo, me debilita, si le doy descanso se envanece y no quiere sufrir después castigos; si lo entristezco demasiado, me pongo en peligro; si lo hiero me quedo sin instrumento para alcanzar la virtud.

¿Quién puede, pues, entender este secreto que está dentro de mí? ¿Quién sabrá la causa de armonía tan extraña, que hace que yo mismo me sea amigo y enemigo?

Dime pues, compañera mía, naturaleza mía, dime cómo librarme de ti. ¿Cómo huir de ti, natural peligro, si tengo prometido a Cristo tomar armas contra ti? ¿Cómo venceré tu tiranía?

Y ella quizás me respondiera: "Voy a decirte lo que ya ambos sabemos. Mi padre es el amor natural que tiene la carne, mi hermana es la sensualidad. Tengo un ama que me obsequia, la gula (porque sin ella no hay placer corporal). Yo concibo maldades y luego doy a luz caídas y miserias que son las causantes de la desesperación.

Si con todo esto llegas a lo profundo de tu miseria y de la mía, sabrás que humillándote me atarás las manos; que si abatieras a la gula me atarías los pies, que si pusieras tu cerviz bajo la obediencia, quedarías casi libre de mí, y que si poseyeras la virtud de la humildad, me cortarías la cabeza.


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