FRASES PARA SACERDOTES

"Cuando rezamos el Santo Rosario y nos unimos a María, estamos viviendo lo que es la familia porque cuando los hijos se reúnen con La Madre y juntos le oran a Dios, es la familia orando unida". DE: Marino Restrepo.
Papa Francisco a los sacerdotes que llevan "doble vida"

ADVERTENCIAS DEL MAS ALLA A LA IGLESIA CONTEMPORÁNEA.

Parte 9
Por el Padre Arnold Renz

La Madre de Dios, Madre de la Iglesia



B: Judas no ha visto la majestad de Dios, es decir, que ha visto la humanidad de Dios y ha podido apercibir muchos fragmentos de su majestad, pero no lo ha visto a El mismo en su completa majestad (suspira). ¿Sabéis lo  que es eso?  Yo lo he visto, es decir, no le he visto como vosotros lo veréis.  Pero podía comprenderlo, y sentí y vi una gran parte. No estábamos todavía en la beatitud completa, perfecta, pero nos encontrábamos ya en una beatitud potente y general, pero no queríamos dejar el placer a una mujer como ella (señala hacia arriba).  No queríamos dejarle el placer de dominarnos o gobernarnos, y de ahí proviene todo lo que tiene que venir.

E: ¡Continúa diciendo la verdad, Belcebú, por orden de la Santa }Virgen que te ordena hablar, y solamente la verdad!

B: ¡Precisamente, está por encima de nosotros. Está terriblemente por encima de nosotros!

E: ¡Habla Belcebú, en nombre del Padre... por orden de la Inmaculada Concepción!


B: Soy precisamente yo, el que Ella ha escogido (señala hacia arriba), para decir esto; podría haber escogido a Allida, pero soy precisamente yo, el que Ella quiere.


E: ¡Ahora tienes que hablar, Belcebú, en nombre de...!

B: Ahora tenéis que escuchar muy bien. Tengo que decirlo, Ella me obliga.

E: ¡Si, está bien, habla en nombre de...!

B: Ella está ahí con corona y cetro. Está ahí, casi me aplasta. La cosa fué así: al principio, en su tiempo, con los Apóstoles, cuando Ella, la Madre (señala hacia arriba) vivía todavía, tenía, por decirlo así, que ordenar los principios de la Iglesia. Tenía que orar para que se desarrollase como debía ser, para que se desarrollase como (suspira)...

E: ¡En nombre del Padre, del Hijo... di la verdad!

B ...Como debía desarrollarse según el Espíritu Santo.  Ella ha estado día y noche de rodillas, orando porque la Iglesia llegase a esa forma, y  que se desembarazase de lo antiguo, es decir, la ley mosaica y que se suprimiese la circuncisión. Veía que la circuncisión había sido conveniente en una cierta época, y que según la ley de aquella época había sido necesaria. Pero después de Jesucristo y de su obra, ya no era necesaria.  Jesucristo aún se había sometido a la circuncisión, pero no quería que continuase así. A partir de ese momento, estaba el Santo Sacrificio de la Misa (suspira).

E: ¡Belcebú, continua por orden de la Santísima Trinidad, del Padre... de la Inmaculada Concepción por cuyas órdenes tienes que hablar hoy!

B: La Santa Virgen estaba presente cuando los Apóstoles celebraron la Santa Misa por primera vez. Después de la Ascención de Jesucristo, la Santa Virgen tomaba siempre parte en la misa de los Apóstoles y recibía la Santa Comunión. Se preparaba durante horas para sus misas. ¿Existe hoy en día alguien que haga lo mismo?... No muchos. Los Apóstoles se han preparado frecuentemente durante días enteros para celebrar una sola misa.  La Santa Virgen se ha retirado una vez durante diez días y ha rezado día y noche. Dios, la Santa Trinidad, nos ordenó, a nosotros los de ahí abajo, que subiésemos del infierno (señala primero hacia abajo, y después hacia arriba). No era todavía la perfecta escena celeste, pero era ya una esfera superior. Tuvimos que subir y tuvimos que ver a esta criatura, lo quisiésemos o no. La Santa Trinidad nos obligó a verla en su majestad casi perfecta. Tenía una mayor majestad y esplendor, como no lo habíamos visto antes. La Santa Virgen ha vencido. Nos ha vencido. La vimos revestida de sol, en todo caso la  vimos en una gran majestad, la luna a sus pies, es decir, el mundo. La luna que tiene bajo sus pies significa el mundo entero, y como adversario la serpiente, que es nuestro símbolo. Cómo hemos suplicado a Dios, cómo hemos suplicado a su majestad que nos evitase esa vista. Hasta le hemos suplicado que nos precipitase inmediatamente en el infierno, para que pudiésemos volver a las esferas infernales, por lo pesado que se nos hacía soportar su mirada.  Pero no nos ha dejado marcharnos. Hemos tenido que soportarla aún un rato, esa terrible mirada (gruñe desesperadamente).

E: ¡Habla en nombre de la Santísima Trinidad, del Padre...!

B: ¿Sabéis cuánto tiempo hemos tenido que deliberar para llegar a saber como podríamos debilitar o degradar, aunque no fuese más que por una pequeña parte, esta criatura?  (Señala hacia arriba).  Pero nada tuvo éxito. quedaba victoriosa en todo los sitios y era soberana sobre todo. Durante años, durante siglos, hemos deliberado para ver lo que podíamos hacer y lo que podríamos hacer cuando estuviese allí.  Y cuando estuvo allí, ni siquiera la hemos reconocido enseguida...

E: ¿Qué no la habéis reconocido enseguida?

B: ...no enseguida Ya habíamos  notado que tenía que ser Ella.  Hemos sentido qué criatura extraordinaria, increíblemente virtuosa tendría que ser, una criatura sobre la cual no teníamos ningún poder.  Pero porqué no hemos sabido inmediatamente (gruña y suspira con vehemencia).

E: ¡Tienes que hablar ahora, Belcebú, continúa en nombre de la Santísima Trinidad, del Padre... ]De la Inmaculada Concepción, por orden de la que tienes que hablar ahora!

B: Y lo que se encontraba detrás.  Yo, Belcebú, y Lucifer, hemos convocado todo el consejo. Cuando por fin hubimos adivinado que era Ella, hemos deliberado mucho tiempo, día y noche, para ver lo que podríamos hacer para dañarla.  Por eso hemos convocado a los mejores magos. Les hemos ordenado que tenían que dañar en su cuerpo y en su alma a Ella (señala hacia arriba), para que no siga siendo tan fuerte, para que su oración no siga siendo tan funesta y que no pueda seguir ejerciendo ese poder.  Porque hemos visto que sería Ella la que más tarde tendría a la Iglesia en sus manos.  Hasta Pedro caía a sus pies cuando era necesario (gruñe).  tiene un poder inmenso, porque ha sido la criatura de Dios más amable y más perfecta,  Ha sido una criatura de una perfección increíble; después de Dios, está mil y mil veces por encima de todas las criaturas. Hasta su esposo san José, que estaba mil y mil veces por encima de todos los hombres, era aún mil y mil veces inferior a Ella.

E: ¡Sigue hablando, Belcebú, en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, en nombre de la Inmaculada Concepción, por cuya orden tienes que hablar ahora. Di la verdad!

B: Para mí es una penitencia loca, que yo, precisamente yo, tenga que hablar sobre estas cosas.

E: ¡Adelante !  ¡Continúa diciendo la vedad, y solamente la verdad! ¡No tienes derecho a mentir!

B: ¡No queremos hablar más!  ¡No!

E: ¡Sí!  ¡Vamos! ¡Habla!

B: ¡Déjame en paz! La mujer (se refiere a la poseída) casi tiene una crisis cardíaca.  ¡Déjame en paz!

E: ¡Tienes que hablar ahora en nombre de la Santísima Trinidad... en nombre de la Inmaculada Concepción, de la Santísima Virgen María, tienes que hablar ahora!

B: Bueno. Es imposible describir el furor del infierno, cuando hemos visto que nuestro golpe había fracasado. Como eso no tenía posibilidades de éxito, hemos reflexionado de nuevo como podríamos dañarla, pero a nuestros perversos esfuerzos y todo lo demás, los ha hecho huír. Estaba muy por encima, porque era una criatura escogida por Dios, escogida muy especialmente. Mientras la tierra subsista hasta el fin del mundo, no encontraréis jamás nada semejante, y jamás, desde el comienzo del mundo hasta la eternidad habrá ninguna criatura que pueda igualarla.  Y El de lo alto (señala hacia arriba), no podía imaginarse nada que fuese más atroz no podía encontrar nada más vergonzoso, que hacernos subir hasta esa esfera para presentarnos a esa criatura.  Para nosotros fue un desastre terrible (habla con voz llorosa). Hubiéramos preferido permanecer en el fondo del infierno, en medio del más cruel de los fuegos, que contemplar esta... No  podemos decir lo que queremos, pero quisiéramos emplear los calificativos mas injuriosos si pudiera.  Pero Ella no lo permite.

E:  ¡Di la verdad, tienes que hablar en nombre de la Santa Virgen, en nombre de la Santísima Trinidad!

B: Estar obligados a contemplar a esta criatura revestida de la más alta santidad, con corona y cetro, elegida por el Altísimo (grita terriblemente), fue terrible para nosotros. Tengo todavía el espectáculo ante los ojos, esa mirada: me vuelvo nuevamente loco (grita). Me parece que eso ha pasado hoy en día, y a los otros también. Todavía saltamos de rabia. Cuando hemos tenido-era más bien un permiso que una orden- que volver al infierno, nos hemos peleado mutuamente de mera rabia. Quiero decir, que nos hemos maltratado mutuamente, porque no podíamos soportar vernos los unos a los otros. Estar dominados por esa criatura, por una mujer, es ya el colmo, es la locura. En relación con esta maldita cuestión, tengo que decir aún... (grita y se lamenta terriblemente).

E: ¡Continúa diciendo la verdad, en nombre de la Santísima Trinidad...!

B: Cuando, en su tiempo, ayudó a formar la Iglesia, fundada por su Hijo, se hundía de tal forma en la oración, que el Todopoderoso la hubiese  llevado continuamente en sus manos, tan grande era su satisfacción. Entonces vino el apóstol Bernabé, acompañado de otro apóstol, y se prosternaron ante Ella y se dieron cuenta de que había llegado el momento en que era necesario escribir los Evangelios para la Iglesia. Por mucho tiempo han invocado al Santo Espíritu y han perseverado durante días enteros en la oración. Semejantes oraciones ya no se hacen hoy en día, o solamente en circunstancias y lugares extremadamente raros. Si, durante días enteros han orado y han implorado al  cielo con sus rezos, para saber quienes serían los seleccionados para escribir los Evangelios. Y entonces, la Santa Virgen, ha escogido a ese Lucas, a ese Juan, a ese Marcos y a no sé quién más, para escribir esos puercos textos. Hay que ver lo que nos contraría el que todavía existan.  ¿Sabéis lo que eso ha sido para nosotros, cuando salieron esos textos de Mateo, Marcos, Lucas y Juan? (Gruñe furiosamente). Pensad que esos cuatro fueron los elegidos por la Trinidad y por la Santa Virgen, con su loca majestad. No fue Pedro el que recibió el encargo, no fue él. El era la piedra, tenía la supervisión sobre  todo, y la Iglesia fue fundada sobre él. Sin embargo,  la redacción de los Evangelios fue confiada a los cuatro apóstoles.

E: ¡Di la verdad en nombre de...!

B: Entonces el Espíritu Santo descendió en forma de paloma sobre ellos, y vieron que eran esos cuatro los que habían sido designados.  Todos los demás lo vieron. Pero ya no quiero habla más.

E: ¡Sí!  ¡En nombre del Padre... en nombre de la Inmaculada Concepción tienes que hablar ahora, Belcebú.  Adelante!

B: Cuando Bernabé y otro fueron a visitar a la Santa Virgen, Ella les dijo: "Tenéis que contar principalmente la vida de Cristo.  ¿Me comprendéis?  Es El el que debe se glorificado, El en primer lugar, dejadme a mí atrás.  De mí, solamente tenéis que relatar el nacimiento y la encarnación de Cristo, es decir, lo que es indispensable. El resto lo dejáis de lado. Aunque estuviesen al corriente, y hubiesen visto cosas convincentes y muy grandes, y muy elevadas, no pudieron escribirlas.  Ella quería retrotraerse por humildad, para dejar en primer plano al Hijo de Dios, su Jesucristo, sobre El había sido fundada la Iglesia.  Pero Ella, la Madre de Dios, es el gran signo de Dios; en cierta forma simboliza la Iglesia. El (Jesús) ama a la Iglesia como una esposa. Ella ha dicho también a esos dos apóstoles para que no se entristeciésen, que más tarde Cristo hablaría de Ella a través de la humanidad, o a través de quien fuese (grita horriblemente).

E: ¡Continúa diciendo la verdad, y solamente la verdad!  ¡Por orden de la Santa Virgen, es necesario que hables ahora, y en nombre de...!








"A MIS SACERDOTES" DE CONCEPCIÓN CABRERA DE ARMIDA. CAP. CXV: EL ESPÍRITU SANTO Y LOS SACERDOTES.

Mensajes de Nuestro Señor Jesucristo a Sus hijos predilectos.


CXV


El Espíritu Santo y Los Sacerdotes



En el fin de los siglos, cuando acabe la Iglesia en la tierra la sublime y divina misión que le he confiado, pasará triunfante al cielo a glorificarme con sus miembros glorificados, eternamente.

Donde el Espíritu Santo sopla ahí está la fecundidad eterna, porque en Dios todo es eterno.

¡Y qué delicadeza de mi Padre, después de la Redención y de mi ascensión a los cielos!;  cierto es que supliqué al Padre que enviara su Espíritu a mi Iglesia para regirla y para consolarla; pero Él no sólo envió al Espíritu Santo como fruto de mi petición, sino que lo mandó en mi nombre, como un obsequio mío a la Iglesia y a la humanidad, un obsequio conquistado con mi Sangre y con mi vida.

Y lo que pasa siempre en el seno amoroso de la Trinidad, la lucha del Amor con el Amor, de la Caridad con la Caridad.  Yo enviaba al mundo al Espíritu Santo a nombre de mi Padre amado, y ese Padre santísimo lo enviaba en mi nombre, como riquísimo precio de la Redención del Verbo hecho carne,  Así pasa en todo lo relativo al Amor entre el Padre y el Hijo, entre el Hijo y el Padre, se unifican esas luchas de amor, esos quereres en el querer unitivo de la Divinidad, en el Espíritu Santo.

Y de aquí otro punto: el de que los favores de Dios son eternos, participan del Ser de Dios que no tuvo principio ni tendrá fin.

Vino el Espíritu Santo, no por un día, no por un tiempo fijo, no por sólo siglos y más siglos, sino para quedarse en la Iglesia eternamente.  Pero  ¿cómo, si el mundo tendrá fin? Es que la Iglesia no concluirá en la tierra. Terminará su misión salvadora con la última alma que salga de este mundo; pero continuará en el cielo eternamente, glorificándome en sus hijos salvados.

Así es Dios en sus obras; no las desmembra, no las destruye, sino que las eterniza. Y es que todo lo que sale de Él, lleva el sello sublime de la Trinidad, algo de su infinito y perdurable Ser; una extensión de su estabilidad eterna, imperturbable, inamovible e inmutable.

¡Oh, si el hombre comprendiera y pensara en eso, no en algo, sino en todo lo terreno que lleva en si mismo, en su cuerpo y en su alma!

El Padre dejó al Espíritu Santo toda la libertad de vaciar sus tesoros en el alma creada de su Verbo hecho carne, y se gozó además en su Hijo muy amado, UNO con El, por la misma Divinidad.

¡Con qué complacencia me contemplaba en unión del Espíritu Santo, en mi estancia sobre la tierra!

La parte íntima de mi Humanidad vivía enajenada en la contemplación de la visión beatifica que ensanchaba mi Espíritu en el Amor y lo fundía en el ardentísimo centro unitivo y atrayente de la Trinidad.  Mi Humanidad, no sólo tenía un ángel a mi lado, sino que legiones me rodeaban, adorando a la Divinidad, unida a mi naturaleza humana.  Esos ángeles adoraban en el Dios-hombre los inescrutables designios de la Trinidad y admiraban y respetaban mis planes redentores.

La parte inferior de mi humanidad, aunque también estaba divinizada, sin embargo, por su ofrecimiento de inmolación voluntaria, estaba sujeta a las tristes necesidades del hombre.

Me ofrecí puro y sacrificado al Padre por el Espíritu Santo.  Amé como hombre también a ese santo Espíritu, y con Él mismo, a  Él y a mi Padre amado.

¿Con qué amor podía amar el Verbo hecho carne, sino con el Amor mismo, con el Centro unitivo y eterno entre el Padre y el Hijo?  ¿Con cuál amor podía amar a la humanidad caída que venía a redimir, sino con el divino Amor que estaba en Mí como Dios y como hombre, con el Espíritu Santo?  Ese divino Amor me impulsó a ofrecerme al Padre como Víctima y a ofrecerme al hombre en voluntaria inmolación.  Ese infinito amor en el cual estaba amasado, compenetrado, fundido, que era como mi Ser y mi vida, me impulsó del cielo a la tierra, de la Cruz a los altares, de los altares al cielo, para poner el broche de oro a mi Iglesia enviándole al Espíritu santo.

Si soy caridad, si soy Amor,  ¿qué otra cosa podía dar al hombre sino a mi mismo Amor, al Espíritu Santo, a Mí mismo, su Redentor dolorido y amoroso, en su favor?

Sólo este amor infinito y eterno podía abrir el cielo, eterno e infinito.

¡Oh, si todos mis sacerdotes fueran amor!  ¡Oh, si cifraran toda su dicha en la tierra en una sola inmolación de amor unidos a Mí, transformados en Mí!

Pero ¿quién hace estas maravillas de amor, sino  únicamente el que es Amor?  El mundo necesita imperiosamente al Espíritu Santo para espiritualizarse; pero más mis sacerdotes que deben abrir sus almas a un nuevo Pentecostés, limpias y puras, transformadas en Mí para honrar al Padre y salvar al mundo.

El Espíritu Santo busca, divinamente ansioso, recipientes en donde derramar sus tesoros infinitos; quiere almas sacerdotales que se dilaten y lo llamen, lo invoquen, lo reciban, lo comuniquen, lo den; porque Él es el Don de Dios, el Don de dones, el único capaz de renovar almas y mundos, y limpiar, purificar y hacer que renazca en el Espíritu Santo.

Una nueva etapa, la que toca muy especialmente al Espíritu Santo, está llegando al mundo para renovarlo; pero quiere hacerse sentir especialmente en sus sacerdotes transformados en Mí, y elevarlos, angelizarlos y santificarlos para que con Él y en Él, impulsen en la Iglesia su reinado que conmoverá almas y corazones.

¡Cuánto desea mi Padre el ver honrado, enaltecido, sublimado, en los corazones sacerdotales muy principalmente, a esa Persona divina de la Trinidad que es Amor y que rige por el Amor!  Porque no sólo vino el Espíritu Santo en aquella época, sino para siempre, eternamente, a poseer a su Iglesia y a gobernar con suavidad infinita por medio de la gracia su campo favorito-- las inteligencias y las almas.

En muchos corazones se tiene relegado al Espíritu Santo, a pesar de ser la Persona divina sin la cual la criatura no sería capaz de moverse en el orden sobrenatural de la gracia. Y ¡ay!  aun para muchos de mis sacerdotes es como secundario su recuerdo, siendo que Él es la acción divina del sacerdote, y debe ser o más íntimo que en él exista, su latido y su vida.  Debe circular por el alma del sacerdote como la sangre por sus venas; debe impregnar sus pensamientos, palabras y obras; debe ser su mismo espíritu como lo fue mío.

¿No son acaso mis sacerdotes otros Yo? Entonces, ¿cómo no dejarse incondicionalmente poseer de ese Santo Espíritu a quien todo deben y con quien tiene filiación infinita su vocación sublime?

¿Quién los ungió para el sacerdocio?  ¡Quién da virtud a sus palabras en la Consagración?  ¿Quién los llevó al altar y los hizo dignos por la ordenación de transformase en mí, de hacerme bajar a sus manos, de operar la transubstanciación?  ¿Quién opera en ellos ese reflejo de la Encarnación y del Verbo que se renueva en cada misa con mi Pasión y muerte?  ¿A quién le deben la vocación ?  ¿Quién los escogió para perfumar con el aroma de su pureza los altares?  ¿Quién los ofrenda constantemente a mi Padre desde la tierra, en mi unión, y envuelve este presente en amor para complacer al Padre, y transformarlos en Mí?

¡Oh si mis sacerdotes meditaran en los infinitos beneficios, unos que ven y que tocan y muchos más ocultos a sus ojos, pero que tienen como principio activo al Espíritu Santo!

Se puede decir con certeza, que en la vida espiritual --en la del sacerdote muy especialmente-- no hay un solo acto en el que no lo asista, lo acompañe y lo penetre el Espíritu Santo!

Por esto mismo es más culpable el sacerdote que se olvida de sus santos deberes; porque más que nadie contrista y lastima a esa Blancura, a esa Luz increada, a ese Consolador que constantemente le hace comprar el cielo.

No me cansaré de insistir en el reinado pleno, absoluto y sin obstáculos del Espíritu Santo en el alma de sus sacerdotes. Transformarlos en Mí es su delicia para presentarlos al Padre, unos Conmigo, en la unidad de la Trinidad.

Que se den mis sacerdotes de lleno, sin estorbos, sin mengua, sin egoísmos, sin cortapisas, a esa Persona divina; que si esto hacen, muy pronto quedarán transformados, porque sólo el Espíritu Santo hace un Jesús de cada alma y la simplifica en la unidad.





PREDILECTAS DE LA AUTORA

"Algún día todos verán la interminable y ardiente cadena a la que Mis hijos Sacerdotes están atados, por haber cambiado el confesionario, lugar de misericordia, en un lugar de pecado. Estas almas sacerdotales maldicen el confesionario incesantemente con gritos dolorosos desde el infierno, recordando los pecados cometidos allí".

DE: Libro la Victoriosa Reina del Mundo.

EL HOMBRE DEBERÍA TEMBLAR

EL HOMBRE DEBERÍA TEMBLAR
San Francisco de Asís