FRASES PARA SACERDOTES

"Cuando rezamos el Santo Rosario y nos unimos a María, estamos viviendo lo que es la familia porque cuando los hijos se reúnen con La Madre y juntos le oran a Dios, es la familia orando unida". DE: Marino Restrepo.
Papa Francisco a los sacerdotes que llevan "doble vida"

EL DISCERNIMIENTO DE ESPÍRITUS SEGÚN SAN IGNACIO DE LOYOLA




El Discernimiento Ignaciano

Para San Ignacio, el discernimiento de espíritus es un proceso cuyo fin es elegir, en oración, entre caminos buenos, solamente lo que más conduce al servicio y alabanza de nuestro Señor, y a nuestra salvación. El discernimiento supone el Principio y Fundamento ignaciano, la indiferencia frente a la vida larga o vida corta, honor o deshonor. Se discierne los espíritus sin cargar la balanza.

El principio y fundamento según San Ignacio es alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor, y mediante esto salvar su ánima; y las otras cosas sobre la haz de la tierra son creadas para el hombre y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es criado. De donde se sigue que el hombre tanto ha de usar de ellas, cuanto le ayuden para su fin, y tanto debe quitarse de ellas, cuanto para ello le impiden. Por lo cual es menester hacernos indiferentes a todas las cosas criadas, en todo lo que es concedido a la libertad de nuestro libre albedrío y no le está prohibido; en tal manera que no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás; solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos criados.

Si bien esta es la “razón de ser” de todas las criaturas, cada uno posee un principio y fundamento personal, una misión a la cual cada uno a sido llamado y que sólo uno puede llevar a buen término. El discernimiento que se da en una primera aproximación a los ejercicios espirituales de San Ignacio nos ayuda a ponerle “cuerpo” a esta misión personal, a definir que es para nosotros alabar, hacer reverencia y servir.

El sujeto escoge un camino en libertad. Dios llama, con amor, y el sujeto responde, por amor. El Señor respeta la autonomía del sujeto, pues, el amor no se hace a la fuerza. Al mismo tiempo, el sujeto opta libremente cuando sus deseos no son condicionados por sus apegos a cosas mundanas, cuando puede entregarse generosamente a la voluntad del Señor. Por eso, el discernimiento requiere un gran desprendimiento de las cosas creadas.

La salvación es nuestra felicidad, nuestra plenitud, la conciencia de que la vida tiene sentido. Algunos preguntarán, ¿salvación de qué? De la infelicidad, del vacío, de la pérdida del sentido, del pecado y de la muerte. De alguna manera, todo hombre necesita ser rescatado del mal, de sí mismo, o por último, de la condición humana. Es importante reconocerse perdido para poder desear ser salvado. El ignaciano es un hombre que se percibe como pecador, sin embargo, amado, salvado y llamado por el Señor. El Reino de Dios es de los pobres de espíritu, los que nada tienen; no de que nada necesitan.

En rigor, se discierne espíritus, y no cosas. Por ejemplo, no se discierne entre las carreras de arquitectura y medicina, como si fuera una prueba con alternativas. Se discierne sobre si mi deseo de ser arquitecto o doctor procede del buen espíritu, o del mal espíritu. 

Las mociones son los deseos profundos del alma. El Señor nos habla mediante estos deseos, abriéndonos el camino al cual él nos invita. Las mociones que son del buen espíritu, las que son movimientos del Espíritu Santo, son acompañadas de la consolación espiritual. Ignacio dice: “llamo consolación cuando el alma es llevado a inflamarse en amor de su Creador y Señor. Así, cuando lanza lágrimas motivadas por el amor de su Señor. (…) Finalmente, llamo consolación todo aumento de esperanza, fe y caridad y todo gozo interno que llama y atrae a las cosas celestiales y a la propia salvación, quietando y pacificando el alma en su Señor (EE 316)”.

Existen, además, mociones del mal espíritu. Éstas también se llaman tentaciones, o engaños. A veces, son acompañadas de lo que Ignacio llama la falsa consolación, una especie de ardor fraudulento que lleva lejos de las cosas celestiales, que pone la salvación en peligro. Otras veces, el movimiento del mal espíritu produce desolación: oscuridad del alma, ansiedad, moción a las cosas bajas y terrenas; inquietud, agitaciones y tentaciones. Hace perder la fe, sentirse sin esperanza, sin amor; hallándose todo perezoso, tibio, triste y como separado de su Creador y Señor (EE 317).

El discernimiento ignaciano es un método que ayuda a distinguir entre el buen espíritu, origen de los movimientos interiores que provienen de Dios, y el maligno, que milita en contra. San Ignacio parte de un presupuesto; en toda persona, existen tres “voces” internas; la del buen espíritu que viene de Dios, la del mal espíritu que viene del malo y una tercera que es las propias inclinaciones de uno. En este sentido, nuestra libertad también tiene algo que decir en los discernimientos.

Ignacio nos dejó Reglas de discernimiento para ayudarnos a navegar entre los vientos de la consolación y la desolación. Están las Primeras reglas, propias de los movimientos espirituales de una persona que va en camino de la conversión, y luego las Segundas reglas, propias de las mociones de una persona convertida que busca cómo servir al Señor. El proceso no es fácil. Uno puede autoengañarse, o ser engañado. Por eso, es bueno compartir los pasos de tu discernimiento con tu director o guía espiritual. Otras veces, un buen amigo es el mejor compañero del discernimiento.

Es obvio que no se discierne entre lo bueno y lo malo. Es impensable que sea la voluntad de Dios que una persona elija un camino malo. Es absurdo pensar que Dios quiere que uno cometa un pecado. Por eso, no se puede “discernir” sobre cometer un aborto. Uno puede pedir ayuda al Señor: la fuerza necesaria para no caer. Pero no se llama discernimiento.

Ignacio habla de tres tiempos de discernimiento. Estos son tres estados espirituales distintos, cada uno con su método propio. El discernimiento de primer tiempo es aquél que no deja lugar a duda. Es un estado de apasionamiento espiritual que hace inimaginable cualquier otra alternativa. Es cuando la ola del amor de Dios pasa a llevar a la criatura, cuando el ardor del corazón quema como amor a primera vista. En las palabras de Ignacio, “el primer tiempo es cuando Dios nuestro Señor así mueve y atrae la voluntad, que sin dudar ni poder dudar, el alma devota sigue a lo que es mostrado; así como San Pablo y San Mateo lo hicieron en seguir a Cristo nuestro Señor.” (EE 175)

El discernimiento de segundo tiempo es “cuando se toma claridad y conocimiento por experiencia de consolaciones y desolaciones, y por experiencia de discreción de varios espíritus.” (EE 176) En este tiempo, uno considera seriamente las diferentes alternativas que se presentan, y tomando en cuenta las ventajas relativas de hacer o no hacer, orar, poniendo mucha atención en cuales alternativas y cuales ventajas causan en uno consolaciones y desolaciones. Es un tiempo de agitación espiritual, pero que permite comparar. Por lo mismo, es importante llevar un registro, anotando cuáles ideas, imágenes y sueños provocan gozo espiritual y lágrimas, y cuales nos hacen sentir lejos de Dios.

El discernimiento de tercer tiempo es de tranquilidad. El espíritu del devoto no se siente ni apasionado ni agitado, sino que usa libremente de sus facultades naturales para conocer y entender las opciones posibles para servir al Señor. Es un tiempo en el cual pesan más las razones, pero siempre desde la indiferencia ignaciana (tomo las cosas en cuanto me sirven para alcanzar la voluntad de Dios y las dejo cuando me alejan).

Es importante tomar en cuenta en qué tiempo espiritual se está haciendo un discernimiento, para así proceder según el método que corresponde. Si uno se pone a razonar mucho en un discernimiento de primer tiempo, es como dudar de Dios—una falta de fe y un insulto para uno que te invita con tanto ardor. Por el otro lado, quien usa de sus pasiones en un discernimiento de tercer tiempo corre el peligro de dejarse llevar por sus propios afectos desordenados, queriendo ser llevado por el espíritu del Señor.

Entonces, ¿Cómo discierno la voluntad de Dios en mi vida?… vamos por partes. Presentaremos una pequeña “metodología” (insuficiente y precaria por cierto) para adentrarnos al mundo del discernimiento.



I.- Definición del tiempo

Como mencionamos anteriormente, es importante ver en qué tiempo me encuentro. Si tengo certeza absoluta de algo, pues las entrañas y el corazón así me lo indican, sólo debo confirmar mi elección (ya sea con mi acompañante espiritual, con un buen amigo o con el curso de los acontecimientos). En el caso que esté en segundo tiempo, estoy en tensión, en una agitación espiritual. De esta manera, como estoy “agitado” debo ver primero de dónde viene mi predilección por alguna de las alternativas de mi elección, o porqué estoy tan confundido. Para este tiempo se recomiendan las primeras reglas de discernimiento, para ver cuales mociones vienen del bien espíritu y cuales de malo, para así obrar según el bueno. Para el tercer tiempo, yo estoy tranquilo, en un período en que se me presentan las elecciones y yo sólo quiero seguir al Señor, por lo que puedo “razonar” de mejor manera que en el segundo tiempo. En este tiempo se recomienda, tomando en cuenta los talentos y las limitaciones de uno mismo, las necesidades de nuestros tiempos, y las posibilidades que se presentan, optar por lo que nos parece más razonable, eligiendo mediante tres ejercicios realizados en oración.


II.- Primeras reglas de discernimiento

Estas reglas son para sentir y reconocer en algún modo los variados movimientos en nuestro ánimo, con el fin de aceptar los buenos y rechazar los malos y así elegir bien.


¿Cómo opera el buen espíritu?

Existen DOS REGLAS BÁSICAS:

1.ª regla: A las personas que van de pecado grave en pecado grave, acostumbra comúnmente el mal espíritu proponerles placeres aparentes, haciendo imaginar deleites y placeres sensuales, para conservarlas y hacerlas prosperar en sus vicios y pecados; en estas personas el buen espíritu actúa del modo contrario, picaneándolas y haciéndoles sentir remordimiento en su conciencia por medio de la razón.

Un ejemplo algo burdo; una persona es muy sociable y por esta buena cualidad, se despreocupa de su trabajo y sale a carretear todas las noches, con el fin de “cultivar” las amistades. Esto hace que empiece a rendir poco en su buen trabajo. Probablemente el mal espíritu, al tener que decidir si salir o no, le hará recordar lo bien que lo pasa con sus amigos y cómo ha podido “pasar piola” en el trabajo, mientras que el bueno le recordará que es necesario dormir para trabajar de buena forma en la mañana siguiente.

2.ª regla. A las personas que van purificándose de sus pecados, y en el servicio de Dios nuestro Señor ven de bien en mejor, pasa lo contrario de la primera regla; porque entonces propio es del mal espíritu morder, entristecer y poner impedimentos, inquietando con falsas razones, para que la persona no siga adelante; y propio del buen espíritu dar ánimo y fuerzas, consolaciones, lágrimas, inspiraciones y quietud, facilitando las cosas y quitando todo impedimento, para que en el bien obrar proceda adelante.

Otro ejemplo burdo: Una persona quiere seguir la voluntad de Dios y ha discernido que su misión pasa por sus cualidades de líder por la cual se hace cargo como Jefe de algún proyecto apostólico. A medida que el proyecto avanza, el mal espíritu empezará a preguntarle sus verdaderas razones por la cual está siendo jefe.. ¿no será que hay unas ansias de poder y de reconocimiento mayores a las ganas de servir??.. El buen espíritu por su parte, lo animará y la dará paz.

¿Cómo opera el mal espíritu?


Existen TRES REGLAS BÁSICAS:


1.ª regla (que en realidad para San Ignacio es la regla Nº12): el enemigo se hace como aquella persona que cede al que la enrostra pero es violenta por inclinación. Esta persona al pelear con uno, huye cuando uno la enfrenta, pero si uno huye de aquella persona y comienza a desanimarse, la ira, venganza y ferocidad de la persona crecen sin medida. De la misma manera, el enemigo se caracteriza por mostrarse débil cuando uno se ejercita espiritualmente y enfrenta con firmeza las tentaciones haciendo lo diametralmente opuesto. Por el contrario, si uno tiene temor y se inseguriza, no hay bestia tan fiera sobre la tierra como este enemigo, el que prosigue entonces su perversa intención de alejarnos de la voluntad de Dios con su inmensa maldad.

Otro ejemplo muuuy burdo: El mal espíritu es como aquél niño que en el colegio nos molestaba todo el día y no paraba de hacernos quedar en ridículo frente a todo el curso. Mientras más lo evitábamos, parecía que más la agarraba con nosotros. Pero el día que decidimos levantar la voz y oponernos a él, nunca más molestó.

2.ª regla (que es, en realidad, la regla Nº13): el mal espíritu se hace también como un galán mentiroso que quiere ser secreto y no descubierto. Cuando éste habla con malas intenciones a la hija de un buen padre o a la mujer de un buen marido, quiere que sus palabras e insinuaciones queden secretas y se disgusta mucho si, al contrario, la hija habla a su padre o la mujer a su marido, descubriéndolo en sus mentiras porque sabe que no podrá continuar lo que emprendió. De esta misma manera, cuando el malo se acerca a una persona buena con astucias quiere que sus intenciones sean recibidas en secreto, pero cuando la persona las descubre a su confesor o a otra persona que sepa de los engaños del malo, se molesta mucho y huye.

3.ª regla (en realidad la Nº14): El mal espíritu se parece también a un caudillo, para dominar y robar lo que desea. Un general o un caudillo una vez establecido en su puesto de mando y mirando las fuerzas y el dispositivo de defensa de una fortaleza, la ataca por su parte más débil. De la misma manera, el mal espíritu nos mira todas nuestras virtudes y donde encuentra la más débil, nos ataca.

Por ejemplo: Yo soy una persona muy servicial y que realizo mucho trabajo apostólico. El mal espíritu no me propondrá ir y matar a alguien, porque evidentemente no lo haré, pero posiblemente, porque sabe que soy servicial, me invitará a demasiados buenos proyectos, con el fin de agotarme y de comprometerme con tantas cosas que no podré cumplir ninguna.

¿Cómo se cuando estoy en consolación o desolación?

Como ya hemos dicho anteriormente hay ciertos “signos exteriores” que nos ayudan a discernir en que estado estamos.

Consolación Desolación

Amor a Dios o a los hermanos Desconfianza

Aumento de fe Falta de amor

Alegría interior Predilección por cosas “secretas”

Tranquilidad y paz Tristeza

Tibieza en mi accionar, no jugármelas por entero.

(este es uno de los mejores indicadores)

Y ahora, ¿Qué decisiones tomo?

Existen REGLAS PARA EL TIEMPO DE LA CONSOLACIÓN: Las decisiones pueden tomarse con los tres ejercicios del tercer tiempo. Sin embargo debe tomarse en cuanta que:

1.ª regla (Nº10): Cuando se está en consolación debe procurarse de tomar fuerzas para cuando el mal espíritu ataque.


2.ª regla (Nº11): Debe mantenerse humilde, pues en este estado es un regalo de Dios y no propias cualidades de uno.

Existen REGLAS PARA EL TIEMPO DE LA DESOLACIÓN:

1.ª regla (Nº5): En tiempo de desolación, NUNCA REALIZAR CAMBIOS. Uno se debe mantener firme en los propósitos anteriores al período de desolación, cuando uno estaba en paz y tranquilidad. Esto es porque en la consolación nos guía el buen espíritu, mientras que en la desolación el malo intenta hacer cambiar nuestros propósitos.

2.ªregla (Nº6): Si bien no es recomendable cambiar nuestros propósitos, si se recomienda insistir más en la oración para ir en contra de la desolación.


III.- Tres ejercicios para tercer tiempo

1er Ejercicio: mirar a un hombre que nunca se ha visto ni conocido, y deseando yo toda su perfección, considerar lo que yo le diría que hiciese y eligiese para mayor gloria de Dios nuestro Señor y mayor perfección de su alma, y hacer yo lo mismo.

2º Ejercicio: Considerar que estoy al borde de la muerte, y ver qué me hubiera gustado elegir en este momento, y realizar eso.

3er Ejercicio: Mirando y considerando cómo me hallaré el día del juicio final frente al Señor, pensar cómo entonces querría haber elegido, y la opción que entonces querría haber tenido, tomarla ahora, porque entonces me halleré con entero placer y gozo.


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