FRASES PARA SACERDOTES

"Cuando rezamos el Santo Rosario y nos unimos a María, estamos viviendo lo que es la familia porque cuando los hijos se reúnen con La Madre y juntos le oran a Dios, es la familia orando unida". DE: Marino Restrepo.
Papa Francisco a los sacerdotes que llevan "doble vida"

"A MIS SACERDOTES" DE CONCEPCIÓN CABRERA DE ARMIDA. CAP. XCVIII: Madre


Mensajes de Nuestro Señor
 Jesucristo a sus hijos predilectos.







XCVIII




Madre








"Yo tengo en mucho el calor de una madre, y por eso a la Iglesia la hice Madre, y por eso, en Ella, les di a todos los cristianos a María también por madre, para que tuvieran un seno que los calentara, un regazo que los sostuviera. Y por eso tuve Madre en la tierra, y por eso morí a su lado y la hice Madre, en San Juan, de todo el mundo. Pero al dirigirme a Ella y decirle: "He aquí a tu hijo", dejaba en su Corazón-después de haber estado en él la vocación sacerdotal- a todos mis sacerdotes, representados por San Juan.

Esa fue mi intención, aun en los mismos espasmos de mi agonía.  ¿Cómo olvidar a lo que tanto amaba?  ¿Cómo no pensar en dejarles a mis sacerdotes -después de dejarme a Mí mismo en ellos-- a lo que mas amaba, a lo que ellos debían más amar, al Corazón más tierno y delicado y puro y santo en la tierra, a María, para que fuera su consuelo, su sostén, su calor, su Madre, el canal mismo por donde les vendrían todas las gracias?

¡Imposible dejarlos huérfanos! Y ése fue para mí un gran consuelo entre los tormentos atroces que padecí en la cruz. Dejaba amparados a mis sacerdotes; les dejaba una Mediadora entre el cielo y la tierra; les dejaba en Ella la pureza que debían beber, la blancura con que debían blanquearse, el Corazón que mas me amaba y que vería en ellos no a otros, no a hombres solos, sino a Mi en ellos, al Dios hombre en ellos, a su Hijo mismo, reproducido en ellos ,a Mí en ellos.

Y por eso mi Iglesia tiene calor; porque es Madre y porque tiene por Madre a María. Por eso tiene Mediadora y en Ella un alma pura que suplique, alegre y consuele y endulce los sacrificios y los calvarios de los sacerdotes; que los auxilie siempre, que los sostenga en sus debilidades, que cuide de su felicidad, que los cure, que los levante, acaricie y lleve al cielo.

Después de Mí, María debe ser todo para el sacerdote. Ella es la que prepara a las almas sacerdotales para recibir la gracia sin precio de la transformación, que continuamente se opera en el altar; Ella cuida la semilla santa que el Espíritu Santo pone en el corazón del sacerdote; Ella cultiva en esas almas al Lirio de los Valles eternos, y alimenta y hace crecer a Jesús y desarrollarse en las almas de los sacerdotes, y los cuida, y los vela, y los defiende, y está cuidadosa de que no lastimen su Tesoro. Y Ella le comunica pureza al sacerdote y envuelve a Jesús en la atmósfera perfumada de su cándido amor.

Y así, formado los rasgos de Jesús, uno a uno, en el corazón de los sacerdotes que se presten a ello,le ayuda al Espíritu Santo con sus cuidados maternales a la perfecta transformación en Mí.

¡Oh, y qué indispensable es María para la transformación de los sacerdotes en Mí!  Y Ella más que nadie quiere que los sacerdotes alcancen esta gracia; y como sabe que la encarnación mística es la gracia más eficaz para transformar a los sacerdotes en Mí, toma una parte activa e impetratoria para conseguir que cada sacerdote sea otro Jesús. Claro está que María no puede hacer que la Encarnación real del Divino Verbo en su seno --que Ella sólo tuvo-- se opere en los sacerdotes --¡herejía sería pensarlo!--; pero sí el reflejo de esa misma Encarnación, místicamente reproducida en el alma pura del sacerdote, un trasunto fiel aunque lejanísimo de la Encarnación real, que transforma al sacerdote en Mí.

Pero por eso también María es mártir del sacerdote, la Madre del dolor, cuando ve, palpa y siente en su pecho las dagas de los pecados de los sacerdotes. Ella se empeña en reproducir las facciones de Jesús, la fisonomía de Jesús, el interior sobre todo de Jesús, dibujándolo,  retratándolo en cada sacerdote.  ¡Y cuántas veces las manchas más cenagosas vienen a borrar esa imagen bendita que Ella con tanto cuidado, amor y reverencia pusiera ahí.

Y no lodo, como en muchas ocasiones pasa; pero si tierra y polvo de mundo y de rastreas pasiones vienen a nublar aquel perfil de Jesús aquella bendita imagen, repito, en la que no sólo Ella, sino el mismo Padre celestial se mirarían complacidos.

¡Oh, si estas reflexiones, no por místicas menos reales, se hicieran los sacerdotes, de qué distinto modo se portarían y con qué docilidad, constancia y empeño se dejarían hacer de María, retratándome primero y llegando después a la transformación perfecta y consumada de cada sacerdote en Mí!

Cuando esto se realiza, María acaba su obra y se goza en ella por ver reproducido a su Hijo Divino, por contemplar a Jesús, que esto debe ser cada sacerdote. Y ésa ha sido, en la mente eterna de la Trinidad, el ideal que se forjó al formar su Iglesia: continuar la reproducción del Jefe de esa Iglesia, de su Cabeza, primero en el Papa, después en cada sacerdote, de manera que todos sean uno en Mí, en la unidad de la Trinidad.

Por eso María tiene en la Iglesia tan importante papel, el papel de madre, porque comunica a cada sacerdote el germen eterno del Padre que esta en el Verbo, y que por el Espíritu Santo se hace fecundo en cada alma sacerdotal, para formar en ella a Jesús Hostia, a Jesús Víctima, a Jesús Salvador, a Jesús Sacerdote.

No es María una Madre inactiva, no es sólo como una imagen a quien se debe honrar; es una Madre, Madre activa y sin descanso; que si tuvo el insigne privilegio de Corredentora, también lo tiene de salvadora, ayudando al Espíritu Santo en su acción, prestando continuamente sus servicios a las almas, pero muy especialmente a las de los sacerdotes.

Pude muy bien decir a Magdalena: "He ahí a tu Madre"; pero me dirigí a San Juan, porque representaba a mis sacerdotes, como Apóstol. Y ademas, como virgen, como puro, como mi ideal para los sacerdotes futuros; todos limpios, todos fieles, todos a mi lado en los suplicios, en las burlas, en la muerte; todos amorosos, ¡todos con María!

Y San Juan amparó a María y de Ella bebió la Iglesia mi vida: los recuerdos de mi infancia, de mi adolescencia, de los treinta años que fuí todo para María y José.

Ella amamantó con sus confidencias a mis Apóstoles y ami naciente Iglesia; María les reveló los secretos de mi Corazón, los ideales de mi alma, y los afirmó en la fe, en la esperanza y en el amor. En su Corazón bebieron la fuerza divina los primeros mártires y Ella ha sido siempre la defensora, la libertadora de mi Iglesia, y por su medio se han convertido innumerables almas. Siempre que la Iglesia necesita de auxilio recurre a María, y Ella ha sido siempre salvadora y libertadora, y ha triunfado de Satanás y amparado con su sombra a la Santa Iglesia.

Por eso los sacerdotes más que nadie están muy obligados a esa Madre bendita que tanto ha hecho por ellos y que los lleva en las niñas de sus ojos.
¡En cuántas épocas, María --hasta visiblemente- ha venido a la tierra a defender a la Iglesia y a salvar por su medio a las almas!

María en el cielo no está inactiva, no desatiende la tierra, las almas, ni menos las almas que le son de una manera más íntima sus predilectas: las almas de los sacerdotes. Diariamente está a su lado a la hora solemne del sacrificio del altar y Ella también, Conmigo y en mi unión, anhela que esa hora bendita se perpetúe --por la transformación de los sacerdotes--, que sea continua para verme a Mí siempre en ellos.

¡Qué dicha para la religión católica, apostólica, romana el tener Madre, y a mi misma Madre por Madre!  ¡Ninguna otra falsa religión que no sea mi Iglesia única y verdadera tiene madre!

Por eso son tan frías, tan vacías, porque les falta el calor amoroso que sólo puede dar una madre.

Y ¿lo diré? por eso amo tanto la gracia de la encarnación mística, porque siento en las almas el reflejo de ese calor, de esa seguridad, de esa firmeza y ternura, ese sacrificio y olvido propio y fidelidad que sólo pueden tener las madres.  Y por eso quiero desarrollar esa gracia en el corazón de los sacerdotes, para asegurar su fidelidad, su heroísmo y sentir en ellos algo de las fibras fecundas del amor de mi Padre, cuya Paternidad han recibido de Él.

Quiero con esa gracia infundirles --transformados en Mí-- mi amor a mi Padre, el amor de mi Padre a Mí, que traen consigo la fecundidad para que esa gracia germine en sus almas sacerdotales, para llevarlos con estos sentimientos, por el Espíritu Santo, a formar la unidad en la Trinidad por este doble amor: del Padre a Mí, de Mí al Padre, ligado consumado, por el Espíritu Santo, en la unidad de la Trinidad.

Y no está mal que Yo quiera completar este doble amor en el Espíritu Santo con el amor maternal de las encarnaciones místicas; porque precisamente este amor que produce la encarnación mística no es extraño, ni es un amor distinto, sino el amor mismo del Padre en su fecundación en María, cuyo reflejo está en la encarnación mística.

Mis misterios se enlazan; pero todos van a parar, a concretarse, a simplificarse, a unirse, en la unidad de la Trinidad.  Y María es la criatura más cercana y más unida a esa santísima, divina e indisoluble Trinidad, Trinidad en las Personas, que son distintas, pero unidad en la substancia y esencia".



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