San Juan María Vianney (el Santo Cura de Ars) fue un sacerdote de pueblo en la Francia del siglo XIX que, sin brillo humano ni éxitos “pastorales” a primera vista, llegó a ser un modelo universal de santidad sacerdotal. Su vida —pobre, humilde, penitente y totalmente entregada a Dios y a su gente— ilumina hoy el corazón de todo pastor y anima a los fieles a sostener y amar a sus sacerdotes.
1) Un ministerio escondido que transformó un pueblo
Ars era una aldea pequeña y espiritualmente adormecida. Vianney llegó con pocas habilidades académicas, pero con una sola convicción: “Dios primero”. No diseñó grandes planes; comenzó por orar, hacer penitencia y poner a Cristo en el centro. Poco a poco, la vida sacramental revivió, las familias retornaron a la misa, la confesión se volvió habitual y hasta peregrinos de lejos acudían buscando consejo y perdón.
Su “método” fue sencillo:
Oración constante: largas horas ante el Sagrario.Penitencia por amor: ofrecía sacrificios por la conversión de sus feligreses.Cercanía pastoral: visitaba enfermos, consolaba, enseñaba con palabras claras.Confesionario abierto: allí ejerció su paternidad espiritual con paciencia inagotable.
2) Sencillez evangélica: pobreza, mansedumbre y verdad
El Cura de Ars encarnó la palabra de Jesús: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11,29).
Sencillez de vida: vivienda austera, hábitos sobrios, desprendimiento real de bienes. Su pobreza no fue ideológica, sino libertad del corazón para amar mejor.Lenguaje claro: predicaba “lo esencial”: Dios ama, el pecado hiere, la gracia sana, la Eucaristía nutre, la Confesión libera, la caridad da sentido.Coherencia: lo que decía lo vivía; por eso su palabra tenía fuerza.
Esta sencillez no disminuye el ministerio; lo purifica. La Iglesia necesita pastores que vivan con lo necesario, con espíritu de servicio, sin doblez.
3) Penitencia ofrecida: caridad que repara
Para el Cura de Ars, la penitencia no fue un ejercicio voluntarista, sino caridad en forma de reparación: “si mi pueblo se enfría, yo arderé por él”. Ayunos moderados, vigilias, renuncias discretas… todo ofrecido por pecadores concretos, por familias reales, por enfermos. Su ascesis tenía rostro.
Clave ignaciana y paulina a la vez: “Completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1,24). No porque a la cruz de Cristo le falte algo, sino porque Dios quiere asociarnos a su obra salvadora.
4) La Eucaristía en el centro: fuente y culmen
Su jornada nacía y terminaba en el Sagrario. La Misa era su tesoro: celebrada con devoción, silencio, belleza sobria. De allí brotaba su caridad pastoral y su paciencia de padre. La adoración eucarística fue su “escuela”: delante de Jesús aprendía nombres, sufrimientos y caminos para acompañar.
La Eucaristía modeló su corazón de pastor:
Contemplación que se hace compasión.Presencia que se hace cercanía.Acción de gracias que se hace alegría misionera.
5) El confesionario: misericordia que cura
Se hizo famoso no por el número de penitentes, sino por cómo los recibía: con ternura, claridad, firmeza y esperanza. Llamaba pecado al pecado, pero miraba a la persona con la mirada de Cristo. Acompañaba procesos, enseñaba a examinar la conciencia, daba penitencias posibles y alentaba a volver.
Allí se ve su santidad sacerdotal:
Paternidad espiritual: conocer a las almas y llevarlas a Dios.Discernimiento: separar culpa de heridas, sugerir pasos concretos.Constancia: esperar tiempos de Dios sin ansiedad ni dureza.
6) Combate espiritual: vigilancia y confianza
Vianney no ocultó la lucha interior del sacerdote: tentaciones de huir, de desánimo, de creer que “nada cambia”. Vivió ataques espirituales y los enfrentó con armas sencillas: oración, ayuno, obediencia, amor a María, trabajo cotidiano. Su fortaleza brotaba de la palabra del Señor: “Te basta mi gracia” (2 Co 12,9).
7) Lecciones para hoy: un camino para sacerdotes y laicos
Para los sacerdotes
- Prioridad de Dios: horario protegido para oración mental y adoración.
- Sencillez de vida: libertad respecto a bienes, agenda, prestigio.
- Confesionario habitable: disponibilidad real, misericordia clara, pedagogía espiritual.
- Predicación kerigmática: lo esencial con lenguaje comprensible.
- Caridad pastoral: visitar, escuchar, acompañar; “perder tiempo” con la gente.
- Penitencia con sentido: ofrendas discretas por personas concretas.
- Acompañamiento fraterno: no caminar solo; comunidad presbiteral.
Para los laicos
- Sostener a los sacerdotes con oración y estima; evitar la crítica hiriente.
- Amar la Eucaristía y la Confesión: el mejor “reconocimiento” que un pastor puede recibir.
- Colaboración corresponsable en catequesis, caridad, misión.
- Sencillez y penitencia en casa: pequeñas renuncias ofrecidas por la parroquia y las vocaciones.
- María, Madre de los sacerdotes: rezar el Rosario por su fidelidad y alegría.
8) Una santidad “posible”
La grandeza del Cura de Ars es alcanzable: no pide talentos excepcionales, sino fidelidad cotidiana. Su santidad muestra que el sacerdote se configura a Cristo en lo pequeño y perseverante: una visita, una homilía preparada, un perdón concedido, una hora ante el Sagrario, una penitencia ofrecida en secreto. Allí el Espíritu hace el resto.
“El sacerdocio es el amor del Corazón de Jesús” (atrib.). El Cura de Ars aprendió ese amor arrodillado ante la Eucaristía y de pie junto al pecador. Su vida sencilla y penitente fue un sí sin ruido que cambió un pueblo y edificó a la Iglesia.
Pidamos esa gracia: sacerdotes con corazón eucarístico y manos misericordiosas; laicos con oración fiel y caridad concreta. Entonces, como en Ars, el Evangelio volverá a latir en lo cotidiano.
Oración
Señor Jesús, Buen Pastor,
te damos gracias por el testimonio del Santo Cura de Ars.
Haz a tus sacerdotes humildes, orantes y disponibles;
haznos a todos amantes de la Eucaristía y buscadores de tu perdón.
Que, con sencillez y penitencia,
tu Iglesia irradie la alegría de tu misericordia.
Amén.
sacerdote eterno
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