FRASES PARA SACERDOTES

"Cuando rezamos el Santo Rosario y nos unimos a María, estamos viviendo lo que es la familia porque cuando los hijos se reúnen con La Madre y juntos le oran a Dios, es la familia orando unida". DE: Marino Restrepo.
Papa Francisco a los sacerdotes que llevan "doble vida"

CELIBATO: ANTOLOGÍA DE TEXTOS (CASTIDAD) -tercera parte-


EL CELIBATO: REFLEJO DE ENTREGA TOTAL
A JESUCRISTO Y LA CAUSA DE SU IGLESIA


Selección de textos -continuación-




El amor a la Virgen y la santa pureza

Debemos profesar una ferviente devoción a la Santísima Virgen, si queremos conservar esta hermosa virtud; de lo cual no nos ha de caber duda alguna, si consideramos que ella es la reina, el modelo y la patrona de las vírgenes. San Ambrosio llama a la Santísima Virgen señora de la castidad; San Epifanio la llama princesa de la castidad, y San Gregorio, reina de la castidad [.] (Santo Cura de Ars,Sermón sobre la pureza).

Mas para guardar inmaculada y perfeccionar la castidad, existe ciertamente un medio, cuya maravillosa eficacia se halla confirmada continuamente por la experiencia de siglos: Nos referimos a una devoción sólida y ardiente hacia la Virgen Madre de Dios. En cierto modo, todos los demás medios se resumen en esta devoción; porque todo el que vive sincera y profundamente la devoción mariana se siente ciertamente inclinado a vigilar, a orar, a acercarse al tribunal de la Penitencia y a la Eucaristía (Pío XII, Sacra virginitas, 57).

La Virgen Santa María, Madre del Amor Hermoso, aquietará tu corazón, cuando te haga sentir que es de carne, si acudes a Ella con confianza (J. Escrivá de Balaguer,Camino, n. 504).


La santa pureza y la Sagrada Eucaristía

Cuanto más pura y más casta sea un alma, tanto más hambre tiene de este Pan, del cual saca la fuerza para resistir a toda seducción impura, para unirse más íntimamente a su Divino Esposo: Quien come mi Carne y bebe mi Sangre, permanece en mí, y yo en él (León XIII, Enc. Mirae caritatis, 28-V-1902).


Es virtud para todos

¿Qué quieres que hagamos? ¿Subirnos al monte y hacernos monjes? Y eso que decís es lo que me hace llorar: que penséis que la modestia y la castidad son propias sólo de los monjes. No. Cristo puso leyes comunes para todos. Y así, cuando dijo el que mira a una mujer para desearla (Mt 5, 28), no hablaba con el monje, sino con el hombre de la calle. Yo no te prohíbo casarte, ni me opongo a que te diviertas. Sólo quiero que se haga con templanza, no con impudor, no con culpas y pecados sin cuento. No pongo por ley que os vayáis a los montes y desiertos, sino que seáis buenos, modestos y castos aun viviendo en medio de las ciudades (San Juan Crisóstomo, Hom. sobre S. Mateo, 7, 7).

[.] cada uno en su sitio, con la vocación que Dios le ha infundido en el alma —soltero, casado, viudo, sacerdote— ha de esforzarse en vivir delicadamente la castidad, que es virtud para todos y de todos exige lucha, delicadeza, primor, reciedumbre, esa finura que sólo se entiende cuando nos colocamos junto al Corazón enamorado de Cristo en la Cruz (J. Escrivá de Balaguer, Amigos de Dios, 184).


La castidad, sin la caridad, es «lámpara sin aceite»

Aunque la castidad sobresalga de modo eminente, sin la caridad no tiene valor ni mérito. La castidad sin la caridad es una lámpara sin aceite (San Bernardo, Trat. sobre costumbres y ministerios de los obispos, 3, 8).


Pecados y vicios que se originan de la lujuria

(La lujuria origina) la ceguera de espíritu, la inconsideración, la precipitación, la inconstancia, el egoísmo, el odio a Dios, el apegamiento a este mundo, el disgusto hacia el mundo futuro (San Gregorio Magno, Moralia, 31, 45).

¿No habéis visto a esos pacientes con parálisis progresiva, que no consiguen valerse, ni ponerse de pie? A veces, ni siquiera mueven la cabeza. Eso ocurre en lo sobrenatural a los que no son humildes y se han entregado cobardemente a la lujuria. No ven, ni oyen, ni entienden nada. Están paralíticos y como locos (J. Escrivá de Balaguer, Amigos de Dios, 181).

Especialmente el fuego de la lujuria prende en seguida allí donde halla el veneno de la ira, que es como su excitante inmediato (Casiano, Instituciones, 6, 23).

Quien no sabe dominar su concupiscencia es como caballo desbocado, que en su violenta carrera atropella cuanto encuentra, y él mismo, en su desenfreno, se maltrata y hiere (San Ambrosio, Trat. sobre las vírgenes, III, 5).

[.] Se sigue un doble acto desordenado. El primero hace referencia al fin, y es el egoísmo, que busca un placer desordenado y es causa del odio a Dios, impidiendo, con la misma fuerza de la concupiscencia, el amor de Dios. El segundo hace referencia a los medios, y es la complacencia en la vida presente, en la que se encuentra el placer, junto con la desesperación de la vida futura; pues quien no reprime los placeres carnales no se preocupa de adquirir los espirituales, sino que siente fastidio de ellos (Santo Tomás, Suma Teológica, 2-2, q. 153, a. 5 c).

Son individuos infelices, y de nuestra parte —además de las oraciones por ellos— brota una fraterna compasión, porque deseamos que se curen de su triste enfermedad; pero, desde luego, no son jamás ni más hombres ni más mujeres que los que no andan obsesionados por el sexo (J. Escrivá de Balaguer, Amigos de Dios,179).


Crear un clima favorable a la castidad

Queremos en esta ocasión llamar la atención de los educadores y de todos aquellos a quienes incumbe una especial responsabilidad en orden al bien común de la convivencia humana, sobre la necesidad de crear un clima favorable a la educación de la castidad, es decir, al triunfo de la libertad sobre el libertinaje, mediante el respeto del orden moral.

Todo lo que en los medios modernos de comunicación social conduce a la excitación de los sentidos, el desenfreno de las costumbres, como cualquier forma de pornografía y de espectáculos licenciosos, debe suscitar la franca y unánime reacción de todas las personas, solícitas del progreso de la civilización y de la defensa de los supremos bienes del espíritu humano. En vano se trataría de buscar justificación a estas depravaciones con el pretexto de exigencias artísticas o científicas, o aduciendo como argumento la libertad concedida en este campo por las autoridades públicas (Pablo VI, Enc. Humanae vitae, n. 22).



El celibato «por amor al reino de los cielos»

La continencia perfecta y perpetua por el Reino de los cielos recomendada por Jesucristo Señor Nuestro, gozosamente abrazada y laudablemente observada por no pocos cristianos a través de los tiempos y también en nuestros días, siempre ha sido tenida en mucho por la Iglesia, especialmente para la vida sacerdotal (Conc. Vat. II, Decr. Presbyterorum Ordinis, 16).

[.] lo mismo que en el amor humano, la plenitud de amor que lleva consigo el celibato exige una renovación realizada cada día en una renuncia alegre de sí mismo (A. del Portillo, Escritos sobre el sacerdocio, p. 94).

Tú, cultiva la vida afectiva, porque son reprendidos los que carecen de afecto, y con un sentimiento sano di: ¿Quién se pone enfermo que yo no desfallezca? (San Agustín,Coment. sobre el Salmo 55).

Por la ley del celibato, el sacerdote, lejos de perder por completo el deber de la verdadera paternidad, lo realza hasta lo infinito, puesto que engendra hijos no para esta vida terrenal y perecedera, sino para la celestial y eterna (Pío XII, Menti nostrae).

Si se considera que el Amor encarnado entre los hombres evitó cualquier atadura humana —por justa y noble que fuese— que pudiera en algún momento dificultar o restar plenitud a su total dedicación ministerial, se comprende bien la conveniencia de que el sacerdote haga lo mismo, renunciando libremente —por el celibato— a algo en sí bueno y santo, para unirse más fácilmente a Cristo con todo el corazón (cfr. Mt 19, 12; 1 Cor 7, 32‑34), y por Él y en Él dedicarse con más libertad al entero servicio de Dios y de los hombres (A. del Portillo, Escritos sobre el sacerdocio, p. 79).

La respuesta a la vocación divina es una respuesta de amor al amor que Cristo nos ha demostrado de manera sublime (Jn 15, 13; 3, 16); ella se cubre de misterio en el particular amor por las almas, a las cuales El ha hecho sentir sus llamadas más comprometedoras (cfr. Mc 10, 21). La gracia multiplica con fuerza divina las exigencias del amor, que, cuando es auténtico, es total, exclusivo, estable y perenne, estímulo irresistible para todos los heroísmos. Por eso la elección del sagrado celibato ha sido considerada siempre en la Iglesia «como señal y estímulo de caridad» (L. G. n. 42); señal de un amor sin reservas, estímulo de una caridad abierta a todos (Pablo VI, Enc.Sacerdotalis coelibatus, n. 24).

Así el sacerdote, muriendo cada día totalmente a sí mismo, renunciando al amor legítimo de una familia propia por amor de Cristo y de su reino, hallará la gloria de una vida en Cristo plenísima y fecunda, porque, como Él y en Él, ama y se da a todos los hijos de Dios (Pablo VI, Enc. Sacerdotalis coelibatus, n. 30).

El Sacerdote, renunciando a esta paternidad que es propia de los esposos, busca otra paternidad y casi otra maternidad, recordando las palabras del Apóstol sobre los hijos, que él engendra en el dolor. Ellos son hijos de su espíritu, hombres encomendados por el Buen Pastor a su solicitud. Estos hombres son muchos, más numerosos de cuantos puede abrazar una simple familia humana. La vocación pastoral de los sacerdotes es grande y el Concilio enseña que es universal: está dirigida a toda la Iglesia y, en consecuencia, es también misionera. Normalmente, ella está unida al servicio de una determinada comunidad del Pueblo de Dios, en la que cada uno espera atención, cuidado y amor. El corazón del Sacerdote, para estar disponible a este servicio, a esta solicitud y amor, debe estar libre. El celibato es signo de una libertad que es para el servicio. En virtud de este signo el sacerdocio jerárquico, o sea «ministerial», está —según la tradición de nuestra Iglesia— más estrechamente ordenado al sacerdocio común de los fieles. (Juan Pablo II, Carta Novo incipiente, n. 8).



El pudor y la modestia, «hermanos pequeños de la pureza»

El pudor advierte el peligro inminente, impide el exponerse a él e impone la fuga en ocasiones a las que se hallan expuestos los menos prudentes. El pudor no gusta de palabras torpes y vulgares, y detesta toda conducta inmodesta, aun la más leve; obliga con todo cuidado a evitar la familiaridad sospechosa con personas de otro sexo, porque llena plenamente el alma de un profundo respeto hacia el cuerpo, que es miembro de Cristo (Pío XII, Enc. Sacra virginitas, 25-III-1954).

El pudor y la modestia son hermanos pequeños de la pureza (J. Escrivá de Balaguer,Camino, n. 128).

Léese en la Passio SS. Perpetuae et Felicitatis —considerada justamente como una de las joyas más preciadas de la antigua literatura cristiana— que, cuando en el anfiteatro de Cartago la mártir Vibia Perpetua, lanzada al aire por una ferocísima vaca, cayó sobre la arena, su primer cuidado y su primer ademán fue arreglarse bien su túnica, que se le había abierto al costado, para recubrirla «pudoris potius memor quam doloris», mas solícita del pudor que del dolor (Pío XII, Aloc. 6-X-1940).

Este huerto no lo asaltan los ladrones, porque lo defiende el muro infranqueable del pudor. Y como en la heredad cercada de recia valla rinden copiosos frutos la vida y el olivo, y difunde la rosa sus perfumes, así en este místico jardín abundan los frutos de la religión (San Ambrosio, Trat. sobre las vírgenes, I, 45).

La moda y la modestia deberían andar y caminar siempre juntas, como dos hermanas, pues que ambos vocablos tienen la misma etimología, del latín modas, que es tanto como recta medida, más acá o más allá de la cual no puede ya encontrarse lo justo (Pío XII, Aloc. 6-X-1940).

Todos los años sube al templo de Jerusalén a celebrar la Pascua, pero acompañada de José, su casto esposo, que es enseñar a las vírgenes a escudar su virginidad con el pudor, amparo a que debe acogerse quien quiera conservarla sin quebranto en esta vida (San Ambrosio, Trat. sobre las vírgenes, 2, 14).

Cristo está presente en todas partes. Y si nos preguntáis cómo lo llevaréis, os contestamos que principalmente con vuestra modestia cristiana. Sin gazmoñerías ni encogimientos, con buen ánimo y decisión, imponed por doquier el buen tono de vuestro recato y vuestro pudor, como exteriorización natural de vuestra piedad (Pío XII, Aloc. 1-VII-1951).

Fernández-Carbajal, Francisco. Antología de textos. Madrid; ediciones Palabra 1984, 5ta edición. Término “Castidad” (pp. 222-238).

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