FRASES PARA SACERDOTES

"Cuando rezamos el Santo Rosario y nos unimos a María, estamos viviendo lo que es la familia porque cuando los hijos se reúnen con La Madre y juntos le oran a Dios, es la familia orando unida". DE: Marino Restrepo.
Papa Francisco a los sacerdotes que llevan "doble vida"

LA ESCALA ESPIRITUAL SAN CLÍMACO - PARTE 28

"LA ESCALERA DEL DIVINO ASCENSO"
DE SAN JUAN CLÍMACO




"Escala al Paraíso"
(Scala Paradisi, o Escala Espiritual)
Juan Clímaco.


Basada en la edición del Obispo Alejandro (Mileant)
Corrección e introducción: Rolando Castillo




Trigésimo Escalón: de la Caridad, la Esperanza y la Fe.

1. Después de todo lo que hemos dicho, sólo nos resta ahora hablar de estas tres virtudes que unen a todas las otras y aseguran su unión: la fe, la esperanza y la caridad; de todas, la más grande es la caridad (cf. 1 Co 13:13); ella es el nombre mismo de Dios (cf. 1 Jn 4:8-16).

2. A medida que puedo comprender, comparo la primera con el rayo, la segunda con la luz y la tercera con la esfera (todo de un mismo sol), que juntos forman una sola claridad y un solo esplendor.

3. La primera puede hacer y crear todas las cosas; la divina misericordia envuelve a la segunda, que no puede ser confundida; la tercera no acaba nunca (cf. 1 Co 13:8), no se detiene y no abandona a aquel del que se ha apoderado.

4. Quien desee hablar del amor de Dios, hable de Dios mismo. Pues hablar de Dios con palabras es difícil y peligroso para los que no están en guardia.

5. Los ángeles saben hablar de la caridad, pero ellos mismos no pueden hacerlo sino en la medida en que reciben la luz.

6. Dios es caridad (cf. 1 Jn 4:8) y quien intente definirlo es un ciego que quiere contar los granos de arena del mar.

7. La caridad, en cuanto a su naturaleza, es similar a Dios, tanto como es posible a los mortales parecerse a Él; en cuanto a su actividad, es la embriaguez del alma; en cuanto a su propia virtud, es la fuente de la fe, un abismo de paciencia, un océano de humildad.

8. La caridad es ante todo la expulsión de todo pensamiento de enemistad, pues la caridad no piensa en el mal (1 Co 13:5).

9. La caridad, la impasibilidad y la adopción filial sólo se distinguen por el nombre. Como la luz, el fuego y la llama concurren a un solo efecto, ocurre lo mismo con esas tres realidades.

10. El temor aparece en la medida en que desaparece la caridad; pues quien no siente temor está pleno de caridad o está muerto en su alma.

11. No hay ningún inconveniente en pedir imágenes de las cosas humanas para representar el deseo, el temor, el ardor, los celos, el servicio y el amor apasionado de Dios. Bienaventurado aquel que obtuvo de Dios un deseo semejante al que recibe de la que ama un amante apasionado. Bienaventurado quien teme al Señor tanto como los acusados a su juez. Bienaventurado aquel que está animado por un ardor tan sincero como el de un servidor fiel hacia su maestro. Bienaventurado aquel que ha llegado a ser tan celoso por las virtudes como esos maridos que vigilan a sus mujeres. Bienaventurado aquel que se mantiene en oración ante el Señor como lo hacen los servidores ante su rey.

Bienaventurado aquel que se esfuerza sin tregua en complacer al Señor como otros buscan complacer a los hombres.

12. Una madre no estrecha a su recién nacido junto a su pecho más de lo que uno que tiene caridad se une al Señor en todo momento.

13. Quien ama verdaderamente, se representa siempre el rostro del ser amado y siente placer al abrazarlo en su imaginación. Un hombre semejante, no encuentra ningún descanso para su deseo, ni siquiera durante el sueño y continúa ocupándose del ser amado. Esto es habitual tanto para las realidades corporales como para las incorporales. Un hombre herido de amor decía acerca de sí mismo (y yo admiraba sus palabras): "Yo dormía, pero mi corazón velaba" (Ct 5:2) a causa de la grandeza de mi amor.

14. Hermano venerable: el alma, como el ciervo, después de haber destruido las serpientes, se consume de deseo y languidece por el Señor (cf. Sal 41:2 y 83:2), herida por el fuego de la caridad como por una flecha.

15. El efecto del hambre es algo latente e impreciso; pero el efecto de la sed es intenso y evidente y muestra a todos el ardor que nos quema. Por eso, quien desea a Dios, grita: "Tiene mi alma sed de Dios, del Dios vivo" (Sal 41:3).

16. Si el rostro de un ser amado produce en todo nuestro ser un cambio manifiesto y nos vuelve alegres, jocosos y despreocupados, ¿qué no hará el rostro del Señor en un alma pura, cuando venga invisiblemente a morar en ella?

17. Cuando el temor se hace sentir en lo íntimo del alma, destruye y devora toda impureza, pues está dicho: "Por tu terror tiembla mi carne" (Sal 118:120). La santa caridad consume a algunos, según estas palabras: "Me robaste el corazón" (Ct 4:9). A veces, a otros, los llena de alegría y de luz, como está dicho: "En Él confió mi corazón y he recibido ayuda; mi carne de nuevo ha florecido" (Sal 27:7) y "Corazón alegre hace buena cara" (Pr 15:13). Por eso, cuando un hombre está completamente unido a la caridad divina, incluso el aspecto exterior de su cuerpo, como un espejo, refleja el esplendor de su alma. Así fue glorificado Moisés, favorecido por la visión de Dios (cf. Ex 34:29; 2 Co 3:14).

18. Los que han llegado a este grado que los vuelve semejantes a los ángeles, olvidan a menudo el alimento del cuerpo. Pienso que incluso no sienten deseo de él. En esto no hay nada sorprendente, porque, frecuentemente, el pensamiento del alimento es dominado por un deseo más fuerte que se opone a él.

19. Pienso que el cuerpo de esos hombres incorruptibles no está sujeto ni siquiera a las enfermedades habituales; ha llegado a ser incorruptible y está purificado por la llama de la castidad que extinguió la otra llama.

20. Reciben incluso, sin ningún placer, el alimento que se les presenta. Pues un fuego celestial alimenta sus almas como el agua subterránea las raíces de las plantas.

21. El aumento del temor es el comienzo de la caridad y la pureza perfecta es el fundamento de la teología.

22. Aquel cuya sensibilidad profunda ha sido unida perfectamente a Dios, es iniciado por Él en el misterio de sus palabras; pero sin esta unión es difícil hablar con Dios.

23. La palabra sembrada en ti (cf. St 1:21) perfecciona la castidad y aniquila a la muerte con su sola presencia; y cuando la muerte ha muerto, el discípulo de la teología es iluminado.

24. La palabra de Cristo, que nos fue dada por el Padre, es casta y permanece eternamente. Pero quien no conoce a Dios habla sólo por conjeturas.

25. La castidad vuelve teólogo a su discípulo, capaz de aprehender los dogmas de la Trinidad.

26. Quien ama al Señor comenzó por amar a su hermano, pues este segundo amor es la prueba del primero.

27. Quien ama a su prójimo no puede soportar a los que hablan mal de él; huye de ellos como del fuego.

28. Aquel que dice amar al Señor pero se enoja contra su hermano, es semejante a aquel que corre en sueños.

29. Lo que da fuerza al amor es la esperanza, pues por ella esperamos la recompensa del amor.

30. La esperanza es un tesoro hecho de tesoros que todavía no han aparecido.

31. La esperanza es un tesoro que se posee ya, antes del otro tesoro.

32. Es un alivio en nuestras labores, es la puerta de la caridad, el antídoto de la desesperación y la imagen de los bienes ausentes.

33. El desfallecimiento de la esperanza es la desaparición del amor. De ella dependen nuestros trabajos; sobre ella reposan nuestras labores; la misericordia la rodea.

34. Un monje lleno de esperanza es el matador de la apatía, a la que rechaza armado con esa espada.

35. La experiencia de los dones del Señor engendra la esperanza; quien no tiene esta experiencia, permanece en la incertidumbre.

36. La cólera destruye la esperanza, y la esperanza no falla (cf. Rm 5:5) y no causa vergüenza; pero el hombre irascible no es digno de honra (cf. Pr 11:25).

37. La caridad procura el don de la profecía y otorga el de los milagros; es un abismo de iluminación, una fuente de fuego; cuanto más brota, tanto más se quema quien tiene sed. La caridad es el estado de los ángeles; la caridad es un progreso eterno.

38. "Indícame, amor de mi alma, dónde apacientas el rebaño, dónde lo llevas a sestear a mediodía" (Ct 1:7). Acláranos, apaga nuestra sed, guíanos, tómanos de la mano, porque queremos de ahora en más llegar hasta ti. Pues reinas sobre todas las cosas. Y ahora "me robaste el corazón" (Ct 4:9) y no puedo contener tu llama.

Así, seguiré cantándote: "Tú dominas el poder del mar, cuando sus olas se encrespan las reprimes. Tú machacaste a Ráhab lo mismo que a un cadáver, a tus enemigos dispersaste con tu potente brazo" (Sal 88:10-11) y has vuelto invencibles a tus amantes. Pero deseo vivamente saber cómo Jacob te vio apoyado sobre la escala. Satisfecho mi deseo, dime cómo se realiza una ascensión semejante, de qué manera están reunidos, cómo se componen los grados que tu amado dispuso como subidas en su corazón (cf. Sal 83:6). Tengo sed de conocer su número y también el tiempo que demanda esa ascensión. Pues aquel a quien enseñaste la lucha y la visión, nos ha revelado cuáles son los guías que nos tomarán de la mano; pero no quiso, o no pudo, aclararnos los otros puntos.

Y me parecía ver a esta reina (pienso que sería más exacto decir este rey) aparecer en lo alto del cielo y hablar al oído de mi alma: "Oh, mi amado, me dice, si no te liberas de la materia terrestre, no podrás conocer mi belleza. Ojalá que esta escala pueda enseñarte el encadenamiento espiritual de las virtudes. En su cima, me he establecido, como dijo mi gran iniciado: Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad. Pero la mayor de todas ellas es la caridad" (1 Co 13:13).

Breve pero no menos poderosa exhortación recapitulando todo lo que se desarrolló en este libro

Suban, suban, hermanos, dispongan con ardor senderos en sus corazones (cf. Sal 83:6). Presten oídos al que dice: "Subamos al monte de Yahvé, a la casa de Dios" (Is 2:3), "que hace mis pies como de ciervas, y en las alturas me sostiene en pie" (Sal 17:34), para que con su cántico tengamos la victoria (cf. Hb 3:19).

Corran, se los ruego, con aquel que dijo: "Hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo" (Ef 4:13), quien, desde su bautismo, en el trigésimo año de su edad visible, poseía en plenitud el trigésimo grado de esta escala espiritual. Pues Dios es caridad (cf. 1 Jn 4:8). A Él pertenecen la alabanza, la dominación y el poder, a Él que es, era y será la única fuente de todos los bienes en los siglos sin fin. Amén.


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