FRASES PARA SACERDOTES

"Cuando rezamos el Santo Rosario y nos unimos a María, estamos viviendo lo que es la familia porque cuando los hijos se reúnen con La Madre y juntos le oran a Dios, es la familia orando unida". DE: Marino Restrepo.
Papa Francisco a los sacerdotes que llevan "doble vida"

LA ESCALA ESPIRITUAL SAN CLÍMACO - PARTE 29 (última entrega)



Carta al Pastor (Final).

1. En este libro de la tierra, venerable Padre, te ubiqué en el último lugar de todos; pero confío en que, en aquel de lo alto, nos precedas a todos, porque es verdadera la palabra que nos dice que aquellos que son los últimos en su propio pensamiento, serán los primeros en dignidad (cf. Mt 20:16).

2. El verdadero pastor es aquel que, por su bondad, su celo y su oración, es capaz de buscar y de volver al buen camino las ovejas racionales que están perdidas.

3. El piloto es aquel que obtuvo, por la gracia de Dios y por sus propios trabajos, una fuerza espiritual que lo vuelve capaz de arrancar el barco de las olas desencadenadas y del propio abismo.

4. El médico es aquel que alcanzó la salud del cuerpo y del alma, y no necesita ningún remedio para ellos.

5. El maestro verdadero es el que lleva en sí mismo el libro espiritual del conocimiento escrito por la mano de Dios, es decir, por la obra de la iluminación que viene de Él y que no necesita ningún otro libro.

6. Es una vergüenza para los maestros enseñar copiándose de otros, como para los pintores reproducir solamente antiguas pinturas.

7. Cuando instruyes a aquellos que están más abajo que tú, enseña lo que está en lo alto, ya que tú mismo eres instruido por lo alto; y que tu posición visible te enseñe lo que es invisible.

8. No olvides estas palabras: "Yo no lo recibí ni aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo" (Ga 1:12). Pues es imposible que los que yacen en tierra curen a los otros.

9. Un buen piloto salva su barco y un buen pastor vivifica y cura a sus ovejas enfermas. Cuanto más fielmente sigan las ovejas al pastor y hagan progresos, tanto más responderá por ellas ante el Señor de la casa.

10. El pastor debe arrojar las piedras de sus palabras a las ovejas que permanecen atrás por negligencia o por gula; esto también es indicio de un buen pastor.

11. Cuando las ovejas, como consecuencia del ardor del sol o más bien del cuerpo, comienzan a tener su alma llena de torpeza, el pastor mira hacia el cielo y las vigila más. A menudo, en esos momentos de gran calor, muchas de ellas llegan a ser presa de los lobos. Por lo demás si inclinan la cabeza de su alma hacia la tierra, como se ve que hacen habitualmente las ovejas en el tiempo del calor, veremos que cumplen estas palabras: "Un corazón contrito y humillado, oh Dios, no lo desprecias" (Sal 50:19).

12. Si las tinieblas y la noche de las pasiones sorprenden al rebaño, el perro debe permanecer inmóvil, vuelto hacia Dios, montando guardia en la noche. No sin razón, debes ver en este perro a tu intelecto, a quien le gusta hacer huir a las bestias salvajes.

13. Una particularidad con que dotó nuestro buen Señor a nuestra naturaleza es que el enfermo, a la sola vista del médico, siente alegría, incluso si no recibe de él ningún alivio.

14. Venerado Padre, procúrate tú también emplastos, pociones, polvos, colirios, esponjas, lancetas, elementos para cauterizar, ungüentos, somníferos, un bisturí, vendajes y lo que se llama antináusea. Si nos falta todo esto, ¿cómo mostraremos nuestra ciencia? Será imposible, pues no son las palabras sino las obras lo que se recompensa.

El emplasto es el tratamiento de las pasiones externas, es decir corporales. La poción es el tratamiento de las pasiones internas y el medio de evacuar las manchas visibles. El polvo es la humillación, que es una acción cáustica, y limpia la purulencia del orgullo. El colirio es la purificación del ojo del alma, turbado y oscurecido por la cólera; es una reprimenda acerba que sana en poco tiempo. La lanceta es la evacuación rápida de una hediondez invisible, es una intervención enérgica y cortante por la salvación de los enfermos. La esponja corresponde a los cuidados y al alivio que después del sangrado o de la operación quirúrgica prodiga el médico al enfermo por medio de palabras reconfortantes, benevolentes y amables. Los elementos para cauterizar son una pena y un castigo infligidos por un tiempo, con intención misericordiosa. El ungüento es la confortación procurada al enfermo, después de ser cauterizado, gracias a las palabras o a un leve consuelo. El somnífero consiste en tomar sobre sí el peso del discípulo y procurarle, a través de la obediencia, el reposo, el sueño vigilante y la ceguera bienaventurada que le impide ver el bien que hay en él. Los vendajes consisten en asegurar y aferrar estrechamente por medio de la paciencia, hasta la muerte, a aquellos que habían sido debilitados por la vanagloria. Y en último lugar, el bisturí es la decisión y la resolución de cercenar un cuerpo cuya alma está muerta y tiene un miembro en-gangrenado, para que no le comunique a los otros su propia infección.

15. Bienaventurados los médicos que no están sujetos a las náuseas y los superiores que poseen la impasibilidad; pues los primeros, al no estar esqueados por nada, pueden dispensar cuidados diligentes a pesar de la gran hediondez, y los segundos tienen fuerza para resucitar cualquier alma muerta.

16. Una de las cosas que el superior debe pedir en sus oraciones es mostrar afecto por todos y tener en cuenta los méritos de cada uno y sus disposiciones. Si no, como Jacob, correrá el riesgo de perjudicar a la vez a aquel que ama con predilección y a sus compañeros (cf. Gn 37:3-4); corre el riesgo de que le ocurra si no tiene todavía perfectamente ejercitados los sentidos del alma para discernir el bien del mal y lo que está entre los dos.

17. Es una gran vergüenza para un superior obtener, a través de sus oraciones, algo para su discípulo que él mismo no posee todavía.

18. Los que vieron el rostro del rey, y ganaron su amistad, pueden reconciliar de ahora en más a los oficiales con el rey e incluso a extranjeros o enemigos, si lo desean, y obtener que gocen de su gloria; esto es así, pienso, para los santos.

19. Los amigos testimonian respeto y obediencia a sus amigos íntimos y verdaderos y se dejan, incluso, apremiar por ellos. También es bueno tener amigos espirituales; pues nada puede ayudarnos tanto a avanzar en la virtud.

20. Uno de los amigos de Dios me comentó que, si Dios colma siempre con sus dones a sus servidores, lo hace todavía más en las grandes fiestas anuales y en las fiestas del Señor.

21. El médico debe estar completamente despojado de las pasiones, para poder simularlas en ciertas ocasiones, sobre todo la cólera; si no estuviera completamente desembarazado de ellas, no podría fingir pasiones sin sentirlas.

22. Vi un caballo, que todavía no estaba suficientemente domado, caminar tranquilamente mientras se lo tenía de la brida; pero cuando se le aflojaba un poco, intentaba arrojar a tierra a su jinete. Quienes todavía están sometidos a los demonios, encuentran frecuentemente la misma dificultad.

23. El médico sabrá que Dios le dio la sabiduría, cuando pueda sanar enfermedades incurables para muchos otros.

24. No se debe admirar a un maestro que vuelve sabios a los niños bien dotados, sino a aquel que conduce a la sabiduría y a la perfección a sujetos rudos y groseros. La habilidad de los conductores de carros se destaca y es alabada cuando vencen con caballos indómitos y los conducen sanos y salvos.

25. Si has recibido ojos capaces de ver de lejos la tempestad, debes prevenir sabiamente a aquellos que están en el navío; si no tú solo serás causa del naufragio, pues ellos te confiaron la conducción del barco, abandonando toda preocupación.

26. Vi a médicos que no advertían del peligro a los enfermos y de esta manera ocasionaban a los pacientes y a sí mismos muchas penas y tormentos.

27. Cuanto más vea el superior que no sólo sus discípulos sino también los extraños tienen una gran confianza en él, tanto más deberá vigilar todo lo que hace y dice, sabiendo que todos lo observan como una imagen ejemplar, y consideran sus palabras y sus actos como una regla y una norma.

28. La caridad permite conocer al verdadero pastor, porque por caridad el gran Pastor quiso ser crucificado.

29. Confiesa que cometiste las mismas faltas que los otros; así, no estarás desprovisto jamás de una gran modestia.

30. Entristece al enfermo por un tiempo para que su enfermedad no llegue a ser crónica o para que no muera a causa de tu silencio maldito. El silencio del piloto hizo que muchos creyeran que navegaban bien, hasta que chocaron contra un escollo.

31. Escuchemos lo que el gran Pablo escribía a Timoteo: "Insiste a tiempo y a destiempo" (2 Tm 4, 2). A tiempo, cuando aquellos que reciben una reprimenda la soportan de buen grado; a destiempo, cuando se molestan. El agua sigue corriendo en las fuentes, aunque nadie tenga sed para bebería.

32. En algunos superiores, existe una tendencia natural a la falsa vergüenza, que les impide a menudo decir a sus discípulos lo que les sería útil. No deben negarse a obrar como maestros con los alumnos e intentarán comunicar por escrito sus opiniones saludables.

33. Escuchemos lo que las divinas Escrituras dicen acerca de algunos: "Córtala, ¿para qué va a cansar la tierra?" (Lc 13:7); "Arrojad de entre vosotros al malvado" (1 Co 5:13) y "No pidas por este pueblo" (Jr 7:16). Es necesario que el pastor sepa a quién, cómo y cuándo aplicarlo; pues nadie es más verdadero que Dios.

34. Si alguno no se ruboriza cuando es reprendido en particular, hará también de las reprimendas públicas una ocasión de mostrar su desvergüenza, tomando voluntariamente con desgano su propia salvación.

35. Destaco también otro hecho que vi, que se producía entre los enfermos de buena voluntad; conociendo su cobardía y su debilidad, rogaban a los médicos, incluso contra su voluntad, que los ataran y los curaran por la fuerza, con su consentimiento; esto, porque "el espíritu está pronto" a causa de la esperanza por venir, pero "la carne es débil," a causa de las predisposiciones contraídas anteriormente (cf. Mt 26:41). Viendo esto, rogué a los médicos que se sometieran a sus deseos.

36. No conviene que el guía diga a todos que el camino es estrecho ni que el yugo es dulce y la carga, ligera. Mejor, debe observar y adaptar los remedios de manera apropiada. Así, conviene que diga lo segundo a los que están agobiados por el peso de sus pecados y llevados a la desesperación; por el contrario, para los que se inclinan a los pensamientos de orgullo, lo primero es un remedio conveniente.

37. Algunos que se aprestaban a hacer un largo camino interrogaron a aquellos que lo conocían. Se les respondió que era sencillo y sin peligro. Basándose en esta respuesta, emprendieron el viaje sin poner demasiada energía; pero cuando llegaron a la mitad, se encontraron en peligro y regresaron porque no estaban preparados para las tribulaciones. Conozco también lo inverso: cuando el amor divino tocó el corazón, el temor que pueden suscitar las palabras pierde todo poder; cuando aparece el miedo por el infierno, todos los trabajos son soportados con paciencia; cuando se sabe que se puede esperar el Reino, se desprecia todo lo que está sobre la tierra.

38. Un buen estratega debe conocer exactamente el estado interior y el grado de progreso de sus subordinados; puede encontrar, con un mismo rango, hombres capaces de combatir en primera línea o de luchar en combate singular, que debe ubicar a sus flancos, por encima de sus compañeros de armas o que debe establecer en la hesiquia.

39. El piloto no puede salvar el navío él solo, sin la ayuda de los marineros; el médico no puede curar al paciente, si éste no vino primero a consultarlo y no le mostró sus heridas con absoluta confianza. Aquellos que, con una falsa vergüenza se alejan del médico, contraen a menudo gangrena y muchos mueren a causa de ella.

40. Cuando las ovejas estén pastando, el pastor no debe cesar de servirse la flauta de sus palabras, sobre todo cuando el rebaño se apresta a dormir. Pues el lobo no teme a nada tanto como al eco de la flauta pastoril.

41. El superior no debe humillarse de una manera irracional, ni elevarse de forma insensata, sino mirar a Pablo que marchaba tanto por una vía como por la otra (cf. 2 Co 11:16-30).

42. A menudo, el Señor pone un velo sobre los ojos de los subordinados para ocultarles ciertos defectos de su superior; si se los revela, engendra en ellos la desconfianza.

43. Vi a un superior que, impulsado por una extrema humildad, pedía, a veces, consejo a sus propios hijos, y vi a otro que, movido por el orgullo, quería mostrarles su loca sabiduría y los tomaba a broma.

44. Aunque muy rara vez, vi a hombres sometidos a las pasiones, que habían llegado a ser superiores de hombres impasibles, pero que, poco a poco, comenzaban a sentir vergüenza ante sus subordinados y cercenaban sus propias pasiones. Pienso que esto era la recompensa de los que lograban, gracias a ellos, su salvación. Y así, lo que habían emprendido sometidos aún a las pasiones, llegó a ser la ocasión de arribar a la impasibilidad.

45. Es necesario velar para no perder en pleno mar lo que uno logró en el puerto. Comprenden esto quienes todavía no están dominados por los problemas del exterior.

46. Verdaderamente es muy bueno soportar con coraje y generosidad el calor ardiente, la calma trivial y el desánimo que a veces acompañan la hesiquia, y no buscar compensaciones o consuelos, como los marineros desanimados que quieren navegar cuando no sopla el viento. Pero es incomparablemente mejor no temer los problemas exteriores y sostenerse ante el choque con un corazón intrépido e inmóvil, conversando exteriormente con los hombres e interiormente con Dios.

47. Lo que pasa en los tribunales profanos, venerable Padre, debe ser un recuerdo de lo que son los nuestros. Algunos son culpables para nuestro temible y auténtico tribunal, en tanto que otros se ocupan activamente en la obra de Dios y en su servicio. El ingreso de unos y otros en la vida monástica es completamente diferente y cada uno necesita de un género de vida apropiado. El culpable, ante todo, debe ser interrogado, pero personalmente, sobre la naturaleza de sus acciones, y esto tiene dos motivos: por una parte, para que evite la libertad de acción al estar siempre aguijoneado por el recuerdo de esta confesión; por otra parte, para que esté incitado a amarnos, sabiendo qué heridas tenía cuando lo recibimos.

48. Venerado Padre, estoy seguro de que no ignoras que debemos tener en cuenta los motivos, el tipo de conversión y las costumbres de los culpables; pues son extremadamente diversos y variados. A menudo, el más débil resulta ser también el más humilde de corazón, y debe soportar un tratamiento más dulce de los médicos espirituales. Lo opuesto es evidente.

49. No conviene que un león haga pastar a las ovejas; y es peligroso que un hombre que todavía está sujeto a las pasiones gobierne a hombres que también lo están.

50. Es un espectáculo lamentable ver a un zorro entre los pollos; pero es más lamentable todavía ver a un pastor que se encoleriza. Uno trae inquietud y carnicería entre las aves; el otro, entre las almas racionales.

51. Vigila para que no seas un riguroso exterminador de las más pequeñas faltas; de esa manera no serás un imitador de Dios.

52. Debes tener a Dios como ecónomo e higúmeno de todo tu interior y de todo tu exterior, como un excelente piloto; cercena tu voluntad y así, exento de preocupaciones, llegarás a ser conducido únicamente por su voluntad.

53. Como todo superior, debes preguntarte si la gracia divina no actúa, con frecuencia, en nosotros a causa de la fe de aquellos que se dirigen a nosotros, y no a causa de nuestra pureza. En efecto, hombres sujetos a las pasiones hicieron milagros de esta manera. Y como está escrito: "Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre?" (Mt 7:22), mi afirmación es digna de crédito.

54. Quien se ha vuelto propicio a Dios puede en verdad aliviar a aquellos que sufren, haciéndolo públicamente o en secreto; de ello resultan dos cosas buenas: se preserva de la gloria humana como de la herrumbre y se induce a aquellos que fueron objeto de su misericordia y dar gracias sólo a Dios.

55. Ofrece generosamente los mejores y más nobles alimentos a los que corren con el ardor de la juventud; a los que siguen desde más lejos, como consecuencia de sus posiciones y su temperamento, dales leche, como a niños pequeños, pues todavía están en el tiempo del consuelo. A menudo, el mismo alimento procura ardor a unos y desánimo a otros. Es necesario, antes de echar las semillas, prestar atención a las circunstancias: según los momentos y las personas, según la calidad y la cantidad.

56. Para algunos no es nada el peso de la responsabilidad por los otros y emprenden irracionalmente la tarea de conducir almas; y aunque poseían antes grandes riquezas, ahora tienen las manos vacías, después de haber distribuido todo entre aquellos que tenían a su cargo.

57. Existen hijos legítimos, nacidos de un primer matrimonio; otros, de un segundo; otros, que son ilegítimos y otros que se abandonan. De la misma manera, existen diversas convenciones con aquellos que tomamos a nuestro cargo. Una manera de encargarse de los otros, y es la buena, consiste en dar la propia alma por el alma del prójimo, de una manera total. Pero existe otra que sólo incita a los pecados cometidos anteriormente; otra que incita a los pecados futuros; y otra consiste en no asumir el peso de las directivas que se dieron. Todo esto proviene de la falta de fuerza espiritual y de la ausencia de impasibilidad. E incluso en el primer caso, la responsabilidad perfecta, llevamos la carga sólo en proporción al renunciamiento a nuestra voluntad.

58. Un hijo bien nacido se reconoce en su actitud durante la ausencia del padre. Pienso que ocurre lo mismo entre los cenobitas.

59. El superior debe observar y destacar bien a aquellos que lo contradicen y se le resisten, y debe infringirles pesadas penitencias, en presencia de algunos ancianos. Para que les sirva de ejemplo, debe inspirar temor a los otros, aunque se sientan vivamente molestos por estas humillaciones. Pues la mejora de muchos prevalece sobre la contrariedad sufrida por uno solo.

60. Hay hombres que, por caridad espiritual, sobrellevan las cargas de los otros, más allá de sus propias fuerzas, recordando estas palabras: "Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15:13). Hay otros que, aunque recibieron de Dios, sin duda, la fuerza para asumir la responsabilidad por los otros, no toman voluntariamente esta carga para la salvación de sus hermanos. Éstos me dan pena pues no poseen caridad. En cuanto a los primeros, les aplico aquello de: "Si sacas lo precioso de lo vil, serás como mi boca" (Jn 15:19) y: "Como tú has hecho, se te hará (Ab 1:15).

61. Piensa que una falta interior del superior es considerada más grave que un pecado cometido por la de un discípulo, de la misma manera que la falta de un soldado tiene menos peso que un error de juicio del comandante en jefe.

62. Invita a tus discípulos a no confesar en detalle las faltas de impureza y de sensualidad, pero que repasen en su espíritu, día y noche, en detalle, todos sus otros pecados.

63. Ejercita a aquellos que son sumisos para que sean simples en todo, unos con otros; pero muy circunspectos frente a los demonios.

64. Que no se te escape a dónde pueden conducir las relaciones que las ovejas tienen entre ellas; pues los lobos tienden a relajar a los fervorosos a través de los negligentes.

65. No dudes en rezar, si se te pide, incluso por aquellos que son completamente negligentes. No intercedas para que se les haga misericordia, pues esto es absolutamente imposible en tanto no cooperen para ello, sino para que Dios despierte su celo.

66. Los débiles no deben comer con los heréticos, como lo prescriben los cánones. En cuanto a los fuertes en el Señor, si los infieles los provocan acerca de la fe y quieren responderles, que lo hagan por la gloria de Dios.

67. No te excuses por tu ignorancia; pues quien sin saberlo haya hecho algo que merece castigo, será castigado por no estar instruido.

68. Es vergonzoso para un pastor temer la muerte, porque la obediencia se define como una liberación del temor de la muerte.

69. Bienaventurado Padre, busca cuál es la virtud sin la cual nadie verá al Señor; procúrala para tus hijos más que cualquier otra y libéralos de toda apariencia imberbe o femenina. Que todos aquellos que son sumisos al Señor tengan maneras de vivir diferentes según su edad física: no convendría alejar a alguno del puerto.

70. Por la prudencia que requieren las leyes del siglo, no debemos imponer las manos demasiado rápido, para que no deserte ninguna de las ovejas hacia lo mundano, al no poder soportar el peso y el calor. No quedarían exentos del peligro aquellos que les hayan impuesto las manos prematuramente.

71. ¿Cuál será el dispensador establecido por Dios que, como no necesita para él las lágrimas, los gemidos y las fatigas, no podrá servirse de ellos para la purificación de otras almas?

72. No cesas de lavar y de purificar las almas y sobre todo los cuerpos mancillados, para poder reclamar a Aquel que preside nuestro combate, coronas no sólo para ti, sino también para otras almas.

73. Vi a un enfermo curar por medio de su fe la enfermedad de otro, empleando hacia Dios una importunidad digna de alabanza (cf. Lc 11:8) y dando su alma por el alma de su hermano, con toda humildad; y al curarlo, él mismo se curó. Y vi a otro que actuaba de la misma manera, pero con orgullo, y recibió esta reprimenda: "Médico, cúrate a ti mismo" (Lc 4:23).

74. Está permitido abstenerse de un bien en vista de un bien mejor; como aquel que huyó del martirio no por cobardía, sino por aquellos a los que debía procurar la salvación.

75. Existen personas que se exponen al deshonor por el honor de los otros, y a los que muchos consideran como amigos de los placeres e impostores, aunque son sinceros (cf. 2 Co 6:8).

76. Si aquel que puede ser útil por medio de su palabra no la difunde libremente, no estará exento del castigo. ¿A qué peligro se exponen, querido Padre, aquellos que podrían obrar con celo para ayudar a los que se encuentran en dificultades y que no quieren apenarse por ellos?

77. Tú, que has sido liberado por Dios, libra a los otros, salva a aquellos que van a la muerte; tú, que has sido salvado, haz lo que sea para rescatar a aquellos que los demonios quieren masacrar. Por esto obtendrás la recompensa suprema junto a Dios, por encima de toda acción y contemplación de los hombres y de los ángeles.

78. Coopera con los poderes espirituales aquel que, gracias a la pureza que Dios le ha dado, lava y purifica las faltas de otro y presenta a Dios como ofrendas inmaculadas lo que antes estaba mancillado. Ésta es la única y constante ocupación de las diurnas liturgias: "Los que lo rodean, traigan presentes," a saber, almas (Sal 75:12).

79. Nada muestra mejor el amor de los hombres y la bondad de nuestro Creador como el hecho de haber dejado las noventa y nueve ovejas para buscar aquella que se había perdido (cf. Lc 15:4). Debes estar atento y ejercitar tu celo, tu caridad, tu fervor, todos tus cuidados, tus súplicas ante Dios, en favor de aquel que está completamente perdido. Pues allí donde las enfermedades y las heridas son graves, sin ninguna duda se otorgarán grandes recompensas.

80. Reflexionemos y luego obremos. No siempre conviene al superior obrar según el derecho, a causa de la debilidad de algunos. Vi a dos hermanos juzgados por un juez muy sabio: públicamente le dio la razón a aquel que estaba equivocado, porque era más débil, y dijo que estaba equivocado el que tenía razón, porque era valiente. Pero en privado, dijo separadamente a cada uno lo que le convenía y sobre todo a aquel cuya alma estaba enferma.

81. Lo que le conviene a las ovejas es una planicie verde; mucho más provechosos para las ovejas racionales son la enseñanza y el recuerdo de la muerte, que pueden sanar cualquier lepra.

82. Destaca a los generosos y humillados sin motivo en presencia de los débiles, para sanar las heridas de unos a través del remedio administrado a los otros y para enseñar a los cobardes a volverse valientes.

83. No se ha visto jamás que Dios, después de haber escuchado una confesión la haya publicado; esto es así para que los que confiesan sus faltas no se detengan por esta divulgación y que su enfermedad no se vuelva incurable.

84. Aun cuando poseamos el don de presciencia, no digamos sus faltas a los culpables antes de que las confiesen, pero incitémoslos a confesarlas, con palabras encubiertas. Pues la confesión, que nos hagan de ellas contribuye en gran medida a que obtengan el perdón. Después de la confesión, debemos sentirnos satisfechos y testimoniarles todavía más solicitud que antes: esto aumentará enormemente su confianza y su afecto hacia nosotros.

85. Todos juntos debemos mostrarles el ejemplo de una extrema humildad y enseñarles a sentir temor de nosotros. Debes mostrarte paciente en todo, excepto cuando se desobedecen tus órdenes. Ten cuidado de no humillarte más de lo necesario para no acumular brasas sobre la cabeza de tus hijos (cf. Pr 25:22).

86. Vela para que no haya árboles ocupando inútilmente tu campo, cuando podrían fructificar en otra parte; toma el consejo y no dudes en arrancarlos caritativamente para trasplantarlos.

87. En algunos casos, el superior puede practicar sin peligro la virtud en lugares poco apropiados, es decir, en ciudades de diversión.

88. Si el médico goza de hesiquia interior, necesita menos cuidados exteriores para procurársela a sus enfermos; pero si está desprovisto de aquélla, debe poner en práctica éstos.

89. El superior debe reflexionar antes de aceptar discípulos, pues Dios no desaprueba todas las negativas o todas las dimisiones.

90. Lo que más agrada a Dios de todos los dones que podemos presentarle es ofrecerle almas racionales por medio de la penitencia. El mundo entero no vale un alma, pues pasa, mientras que ella es incorruptible y permanece. No proclames como bienaventurados a los que ofrecen riquezas, sino a los que presentan a Cristo ovejas racionales.

91. Vuelve inmaculado tu holocausto; si no, no obtendrás nada de él para ti mismo.

92. Se deben tener estas palabras en el espíritu: "Ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado" (cf. Mc 14:21); de la misma manera, pienso a la inversa: "Es necesario que muchos sean salvados, es decir, los elegidos, y la recompensa será otorgada a aquellos a los que les advino la salvación, después del Señor."

93. Venerable Padre, necesitamos ante todo fuerza espiritual para que podamos tomar de la mano y liberar de la multitud de pensamientos a los que intentamos introducir en lo santo de los santos y a los que intentamos mostrar a Cristo sobre la mesa mística y secreta, cuando los veamos atormentados y afligidos por la multitud de pensamientos que quieren detenerlos, sobre todo cuando están en el umbral, delante de la entrada. Y si algunos son todavía niños muy pequeños o muy débiles, es necesario que los pongamos sobre nuestra espalda y que los llevemos, hasta que hayan traspasado la puerta verdaderamente estrecha de la entrada. Pues es allí donde se experimenta generalmente una gran angustia y una gran ansiedad. Por eso alguien dijo sobre esto: "Ardua tarea ante mis ojos hasta el día que entré en los diurnos santuarios" (Sal 72:16-17).

94. Ya te hablé de este padre de los padres, de este doctor de los doctores y te dije cómo estaba revestido enteramente de la sabiduría de lo alto, sin disimulos, exigente, riguroso, prudente, condescendiente, con un alma plena de alegría luminosa. Lo que más sorprendía en él era que cuando veía hermanos deseosos de lograr su salvación, los formaba con extremado rigor, cuando veía hermanos que mantenían su propia voluntad o cualquier apego, los privaba del objeto de ese apego de tal manera que de ahí en adelante todos cuidaban no mostrar ninguna voluntad propia con respecto a lo que tenían.

Este hombre, por siempre ilustre, decía: "Vale más expulsar a alguien del monasterio que dejarlo hacer su propia voluntad. A menudo, expulsando a alguien, se lo vuelve más humilde y se lo incita a cercenar su voluntad de ahí en adelante. Por el contrario, si mostramos complacencia con respecto a los hermanos de este tipo, bajo una apariencia de condescendencia, nos maldecirán lamentablemente a la hora de la muerte, por haberlos extraviado en lugar de ayudarlos."

Cuando concluían las oraciones de la noche, solía verse a este gran anciano sentado como un rey sobre un trono visible, hecho de cañas entrelazadas, a la vez que invisible, formado por un conjunto de gracias espirituales. Como abejas sabias, la hermosa asamblea de la comunidad lo rodeaba y escuchaba sus enseñanzas y sus órdenes como si fueran las de Dios. A uno le ordenaba recitar cincuenta salmos antes de dormir, a otro, treinta; a otro, cien; a éste le prescribía un determinado número de genuflexiones; a aquél, dormir sentado; a este otro, leer durante un tiempo; a otro, consagrar el mismo tiempo a la oración.

Además había nombrado supervisores a dos hermanos; durante el día, debían controlar e impedir las conversaciones y la ociosidad; durante la noche, las vigilias intempestivas y lo que no está permitido decir por escrito. Más aún, este gran anciano había asignado a cada uno su propio reglamento en lo que concernía a la alimentación; en efecto, no imponía a todos un sólo y único régimen, sino que trataba a cada uno según su manera de ser. A unos, asignaba alimentos secos; a otros, una alimentación más abundante. Y lo más sorprendente era que lo que prescribía era ejecutado sin murmurar, como si proviniera de la boca de Dios. Este ilustre padre, perfecto en todo, tenía también bajo su dependencia un monasterio, donde enviaba a los hermanos capaces de vivir en la hesiquia.

95. Te ruego que, a los más rectos, no los vuelvas artificiosos y retorcidos en sus pensamientos; por el contrario, si es posible, trata de hacer simples a los que son demasiado hábiles, aunque esto sería sorprendente.

96. Quien ha llegado a una extrema pureza, gracias a una gran impasibilidad, podrá usar el rigor, como el juez divino. En efecto, la ausencia de impasibilidad hiere el corazón del juez y no le permite castigar y purificar como sería necesario.

97. Ante todo, deja a tus hijos la herencia de una fe intacta y doctrinas sanas, así conducirás hacia el Señor por el camino de la ortodoxia, no sólo a tus hijos, sino a los hijos de tus hijos.

98. La piedad no debe impedirte extenuar a los que son jóvenes y están plenos de vigor, te alabarán en el momento de tu partida.

99. Que en esto también, sabio Padre, te sirva de modelo el gran Moisés. En efecto, no pudo liberar del Faraón a aquellos que dependían de él y que lo habían seguido voluntariamente, antes de que hubieran comido el pan ácimo con hierbas amargas. El pan ácimo es un alma que no prefiere su propia voluntad; ésta haría que se infle y se sienta engreída, mientras que el pan ácimo siempre es humilde. Por hierbas amargas entendemos tanto la acritud de las órdenes recibidas como la austera amargura del ayuno.

100. En cuanto a mí, Padre de los padres, al escribir todo esto creo entender las palabras: "Tú, que instruyes a los otros, a ti mismo no te instruyes" (Rm 2:21). Ahora, antes de concluir mi discurso no diré más que esto: un alma unida a Dios por su pureza no necesita de la palabra de otro para instruirse. Esta alma bienaventurada lleva en sí al Verbo eterno, que es su iniciador, su guía y su luz.

101. Yo sé que ésta es tu santa y luminosa Reverencia. Conozco la pureza de tu alma no sólo por rumores, sino por haberla visto en acción y a través de la experiencia. Resplandece sobre todo a través de tu dulzura, que destruye las serpientes, y tu humildad, al modo del gran legislador, Moisés. Lo sigues verdaderamente de muy cerca, Padre pleno de paciencia; has progresado sin cesar hacia las alturas y falta poco para que los iguales, a través del mérito de la pureza y de la templanza; pues, por medio de estas virtudes, más que por medio de cualquier otra, podemos acercarnos con toda pureza, a Dios que es quien nos ayuda a adquirir y nos otorga una completa impasibilidad, y quien nos hace pasar, gracias a ella, de la tierra al cielo.

Sobre estas virtudes estás subido como sobre un carro de fuego, a ejemplo del casto Elías. No sólo mataste al egipcio y ocultaste tu mérito en la arena de la humildad, sino que también escalaste la montaña y viste a Dios a través de la zarza como una manera de vivir espinosa y difícil. Escuchaste la voz de Dios y gozaste de su esplendor; te quitaste las sandalias, es decir, toda la envoltura de tu condición de mortal; tomaste por la cola, es decir, por donde termina, al ángel que se había metamorfoseado en serpiente; hiciste que regresara a las tinieblas de su guarida, en el sombrío y profundo abismo. Venciste al Faraón orgulloso e insolente, golpeaste a los egipcios e hiciste peligrar a sus primogénitos, gesto más meritorio que cualquier otro. Por eso, como a un hombre muy seguro, el Señor te confió la conducción de tus hermanos. Y tú, el más excelente de los guías, hiciste que, sin nada que temer, dejaran al Faraón y el humillante trabajo de la fabricación de ladrillos y los liberaste. Con tu gran experiencia, les mostraste el fuego divino y la nube de la castidad, que extinguen completamente la llama de la concupiscencia. No contento con esto, divisaste este Mar Rojo y ardiente sobre el cual la mayoría de nosotros estamos en peligro tan a menudo. Y con tu bastón y tu ciencia de pastor, los has conducido a la victoria y al triunfo, ahogando completamente en las aguas a aquellos que los perseguían.

Después de esta victoria sobre el mar, todavía hiciste huir al Amaice del orgullo que acostumbra a ir en contra de los vencedores. Triunfaste teniendo las manos levantadas entre la acción y la contemplación. Por tu pueblo, al que Dios iluminó, venciste a las naciones, y a todos los que te seguían, los ha conducido a la montaña de la impasibilidad y nombrado sacerdotes; les impusiste la circuncisión, pues los que no están purificados a través de ella no pueden ver a Dios.

Después subiste a las alturas, disipando todas las tinieblas, las nubes y las tormentas; quiero decir, rechazando la triple oscuridad de la ignorancia. Estuviste cerca de una luz más augusta, más brillante y más sublime que la de la zarza. Te volviste digno de oír la voz de Dios, de contemplarlo y de profetizar. Viste, en cierta manera, aun cuando vivías todavía aquí abajo, los bienes por venir, es decir, la iluminación última del conocimiento que entonces nos será otorgado. Y, en seguida, oíste a la voz divina que te decía: "El hombre no podrá verme"; por eso, después de haber visto a Dios, descendiste nuevamente al profundo valle de la humildad, llevando contigo las dos tablas de la subida a la contemplación, con el rostro radiante de luz, en tu alma y en tu cuerpo.¡Pero qué triste espectáculo el de la fabricación de un becerro de oro en nuestra comunidad! Y el romper en pedazos las Tablas de la Ley. ¿Qué pasó luego? Tomaste al pueblo de la mano y lo condujiste al desierto. Quizás, cuando se estaba quemando por su propio fuego, hiciste brotar una fuente de lágrimas, golpeando la piedra con la vara, quiero decir, crucificando la carne con sus pasiones y sus concupiscencias.

Combatiste a las naciones hostiles y las destruiste a través del fuego del Señor. Después viniste al Jordán — nada impide abreviar un poco la historia — y, cual nuevo Josué, hiciste pasar al pueblo gracias a tu palabra, dejando que corrieran las aguas inferiores hacia el Mar Muerto y salado y reteniendo las de río arriba — las de la caridad — ante los ojos de tus israelitas espirituales. Luego, ordenaste traer doce piedras para anunciar la misión de los Apóstoles o para representar la victoria sobre los ocho pueblos, es decir sobre las ocho pasiones, y la conquista de las cuatro virtudes cardinales. Dejando atrás el Mar Muerto y estéril, marchaste sobre la ciudad del enemigo; hiciste resonar la trompeta de la oración, significando a través de la cifra siete el ciclo de la vida humana.

Derrumbaste sus murallas y los venciste, para poder cantarle a tu aliado inmaterial e invisible: "Has borrado su nombre para siempre jamás y has suprimido sus ciudades" (Sal 9:7). Si quieres, iré ahora a lo más importante: subiste a Jerusalén, a la visión de la perfecta paz del alma. Allí contemplaste a Cristo, el Dios de la paz, después de haber sufrido con Él, como un buen soldado, y crucificado la carne con sus pasiones y concupiscencias. Y es justo, pues tú mismo has llegado a ser un dios para el Faraón y para todos sus ejércitos, nuestros adversarios. Sepultado luego con Cristo, descendiste con Él a las profundidades de la teología y de los misterios inefables y fuiste ungido con mirto y cubierto de perfumes por las mujeres, por tus parientes y amigos, quiero decir las virtudes.

Resucitaste. ¿Quién me impediría decir esto también, ya que estás sentado a la derecha del Padre en los cielos? Resucitaste, digo, después de tres días, es decir, tras haber vencido a tres tiranos o, para hablar más claramente, después de haber conseguido la victoria sobre el cuerpo, el alma y el espíritu, o sea, una vez purificadas las tres partes del alma, la concupiscible, la irascible y la intelectual.

Subiste al monte de los olivos — es necesario concluir y no aparentar ser sabio por más tiempo, sobre todo ahora que le escribimos a un sabio que nos supera a todos en conocimiento —, subiste a ese monte que exaltaba un excelente viajero, diciendo: "Los altos montes son para los ciervos" (Sal 103:18), es decir, para las almas que destruyen las serpientes. Acudiste allí y llegaste al pie de la montaña. Elevaste los ojos al cielo — de nuevo traspongo el relato en alegoría — y nos has bendecido a nosotros, tus discípulos. Viste la escala de las virtudes sólidamente erigida. Tú mismo construiste los cimientos de esta escala, según la gracia que te fue dada, como un sabio arquitecto; gracia que volvió a ti completamente, porque sacaste nuestra simplicidad del retiro de la humildad y nos obligaste a que te prestáramos nuestros labios mancillados para hablar a tu pueblo. En esto no hay nada sorprendente, por otra parte, porque el mismo Moisés, según la historia, utilizó el pretexto de su balbuceo y de su dificultad para hablar. Pero encontró en Aarón un ministro y un portavoz excelente. Por el contrario, tú, iniciador de los misterios inefables, no se por qué, te dirigiste a una fuente seca y llena de ranas de Egipto o mejor aún, de carbón negro.

Pero, como no conviene que vayamos dejando inconcluso el curso de nuestras palabras, oh tú que corres hacia el cielo, tejeremos todavía nuestro elogio de tu virtud diciendo que avanzaste hacia la montaña santa y levantaste tu mirada al cielo, que te acercaste a la base, que la escalaste, que subiste sobre los querubines de las virtudes, volaste y llegaste a las alturas entre aclamaciones, después de haber triunfado sobre los enemigos; y que caminaste al frente y fuiste un guía, que todavía hoy caminas en primer lugar y nos guías a todos, elevándote hacia la cima de la escala santa y uniéndote a la caridad, que es Dios. A Él, gloria por los siglos de los siglos. Amén.


Esta versión es la corrección de la que se encuentra en la siguiente dirección:

http://www.fatheralexander.org/booklets/spanish/escala_juan_climaco.htm

Se le ha cambiado la introducción, se han adaptado algunas frases mejor al castellano y se han corregido gran cantidad de errores de sintaxis y ortográficos de su traducción al castellano. Sin embargo, tal vez aún necesite otra revisión, pero esencialmente creo que demuestra mayor fidelidad y se puede disfrutar mejor.

Rolando Castillo, 25 de Diciembre de 2003




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