___________________________________________
Señor Jesús,
Eucaristía viva y verdadera,
amor encarnado del Corazón traspasado,
haz de nuestro corazón un sagrario de tu presencia.
Enséñanos a vivir de ti, a amarte y servirte en nuestros hermanos.
La Eucaristía es, para la Iglesia y para cada creyente, el tesoro más grande que Cristo ha dejado. No es simplemente un símbolo, ni una ceremonia más entre tantas, sino el acto supremo de amor de Jesús por la humanidad. En ella, se encierra todo el misterio de la redención, toda la entrega, toda la ternura y toda la misericordia del Corazón de Cristo. Por eso decimos, con profunda fe, que la Eucaristía es fuente del amor del Corazón de Cristo.
El Corazón traspasado que se entrega
Cuando el soldado atravesó con la lanza el costado de Cristo en la cruz, del Corazón traspasado brotaron sangre y agua (cf. Jn 19,34). Los Padres de la Iglesia vieron en este signo no sólo la muerte física de Jesús, sino el nacimiento de los sacramentos. Particularmente, la Eucaristía y el Bautismo como manantiales de vida para el mundo.
La Eucaristía es la expresión más profunda del amor del Corazón de Cristo: es Jesús mismo, entero y verdadero, que se nos da en cuerpo, sangre, alma y divinidad, como alimento para el alma, como consuelo del peregrino, como medicina del enfermo, como fuerza del débil.
Dice el Papa Benedicto XVI:
“En el misterio eucarístico se revela de manera suprema el amor que mueve a Jesús hasta dar su vida por nosotros. En la Eucaristía, el mismo Jesús se nos entrega por amor.”
(Sacramentum Caritatis, n. 1)
Pan partido por amor
Cada vez que asistimos a la celebración de la Misa, somos testigos del amor que se parte y se reparte. Jesús nos invita a sentarnos a la mesa, no como extraños, sino como amigos y hermanos. Allí, Él se convierte en nuestro alimento espiritual. Como dice San Juan Pablo II:
Cada vez que asistimos a la celebración de la Misa, somos testigos del amor que se parte y se reparte. Jesús nos invita a sentarnos a la mesa, no como extraños, sino como amigos y hermanos. Allí, Él se convierte en nuestro alimento espiritual. Como dice San Juan Pablo II:
“La Eucaristía es un banquete de amor, en el que Cristo se hace nuestro alimento; es la Pascua del Señor, memorial de su sacrificio redentor.”(Ecclesia de Eucharistia, n. 11)
Pero este alimento no es para conservarlo, sino para irradiarlo. La Eucaristía nos transforma en lo que comemos: nos hace cristificados, nos impulsa a amar como Él amó, a servir como Él sirvió, a vivir como Él vivió. Por eso, quien comulga con fe y corazón abierto, sale fortalecido, animado, renovado, dispuesto a vivir el mandamiento nuevo del amor (cf. Jn 13,34).
La adoración al Corazón Eucarístico
Además de la participación en la Santa Misa, la Iglesia ha promovido con profunda devoción la adoración eucarística: la oración silenciosa, contemplativa, ante Jesús sacramentado. En ese silencio, el alma se encuentra con el Corazón de Cristo, y aprende a amar, a confiar, a esperar.
Decía Santa Teresa de Calcuta:
Además de la participación en la Santa Misa, la Iglesia ha promovido con profunda devoción la adoración eucarística: la oración silenciosa, contemplativa, ante Jesús sacramentado. En ese silencio, el alma se encuentra con el Corazón de Cristo, y aprende a amar, a confiar, a esperar.
Decía Santa Teresa de Calcuta:
“Cuando miras a Jesús en la Eucaristía, Él también te mira. Y en ese encuentro de miradas, tu corazón se llena de su paz.”
Muchos santos han bebido del amor del Corazón de Cristo a través de horas de adoración. San Juan María Vianney decía: “Él está allí, en el sagrario, esperándonos. ¡Qué feliz es un corazón que ama a Jesús en el Santísimo Sacramento!”
Vivir eucarísticamente: amar como Él
Pero no basta con asistir a Misa o hacer adoración. Jesús nos invita a vivir eucarísticamente: es decir, a vivir como don, a entregar la vida en amor y servicio a los demás. El Corazón de Cristo se expresa también cuando tú perdonas, cuando sirves a tu familia con alegría, cuando ayudas al prójimo, cuando vives en caridad.
Así, la Eucaristía no queda encerrada en el templo, sino que se hace carne en la vida diaria. Dijo el Papa Francisco:
Pero no basta con asistir a Misa o hacer adoración. Jesús nos invita a vivir eucarísticamente: es decir, a vivir como don, a entregar la vida en amor y servicio a los demás. El Corazón de Cristo se expresa también cuando tú perdonas, cuando sirves a tu familia con alegría, cuando ayudas al prójimo, cuando vives en caridad.
Así, la Eucaristía no queda encerrada en el templo, sino que se hace carne en la vida diaria. Dijo el Papa Francisco:
“No se puede vivir la Eucaristía sin compasión. El Pan del Cielo nos hace servidores del mundo.”(Homilía, Corpus Christi 2021)
La Eucaristía es el Corazón palpitante de la Iglesia. En ella, el amor del Corazón de Cristo nos abraza, nos transforma y nos envía. Que cada comunión sea un acto consciente de amor, un sí renovado a Jesús que se entrega por ti.
Abramos nuestro corazón a ese Corazón que arde de amor por la humanidad. Alimentémonos con fe y devoción. Vivamos en caridad. Y nunca olvidemos que en cada Misa, Jesús repite: “Este es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes” (Lc 22,19).
sacerdote eterno
No hay comentarios:
Publicar un comentario