FRASES PARA SACERDOTES

"TODO LO QUE EL SACERDOTE VISTE, TIENE UNA BATALLA ESPIRITUAL". De: Marino Restrepo.

Una misa de campaña en medio de las bombas


Al césar lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Así como este Santo sacerdote quiero decir que primero sirvamos a Dios y después, a los hombres.

LA REPARACIÓN DE LOS PECADOS MEDIANTE LA ORACIÓN Y LA ENTREGA PERSONAL


En el corazón del camino cristiano, hay una verdad que brilla con fuerza: somos amados profundamente por Dios, pero también somos frágiles, capaces de errar y de herir ese amor. Ante esta realidad, la Iglesia nos recuerda una dimensión esencial de nuestra vida espiritual: la reparación de los pecados. Reparar no significa pagar, sino responder al amor herido de Dios con un amor renovado, humilde y sincero. Este es el camino de conversión que pasa por la oración profunda y la entrega personal.

1. El pecado y la herida en el corazón de Dios

Cuando pecamos, no sólo desobedecemos un mandato; herimos una relación. El pecado rompe la comunión con Dios, con nuestros hermanos y con nosotros mismos. El Señor no nos rechaza por nuestro pecado, pero sí sufre por nuestro alejamiento.

Como dice el profeta Isaías:

"Pero él fue herido por nuestras rebeliones, molido por nuestras iniquidades; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por sus llagas fuimos nosotros curados." (Is 53,5)

Jesucristo cargó con nuestros pecados en la Cruz, no como un castigo que Dios le impuso, sino como una ofrenda de amor para restaurar lo perdido. Y esa entrega continúa, pues su Corazón sigue latiendo por nosotros en la Eucaristía, en la Iglesia, en cada gesto de perdón y reconciliación.

2. La oración como camino de reparación

La oración es mucho más que pedir. Es entrar en el misterio del amor divino, hacer silencio interior para que Dios nos hable y transforme. Cuando oramos por nuestros pecados y por los del mundo, estamos uniendo nuestro corazón al de Cristo, quien intercede constantemente ante el Padre.

En el mensaje de Fátima, la Virgen pidió:

"Rezad, rezad mucho y haced sacrificios por los pecadores, pues muchas almas van al infierno porque no hay quien se sacrifique y pida por ellas."

Aquí se nos revela el poder reparador de la oración. El Rosario, la adoración eucarística, el ofrecimiento del trabajo diario, los ayunos, las pequeñas mortificaciones hechas por amor: todo esto, vivido con fe, toca el Corazón de Dios y sana las heridas del pecado.

3. La entrega personal: vivir con propósito redentor

No es suficiente lamentarnos por el mal del mundo o de nuestra vida. Estamos llamados a ser instrumentos de reparación. ¿Cómo? Con una entrega generosa y diaria:

Amando donde hay odio

Perdonando donde hay resentimiento

Siendo luz donde hay oscuridad

San Pablo nos dice:

"Completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo, por su Cuerpo, que es la Iglesia" (Col 1,24).

Esto no quiere decir que la redención de Cristo fue insuficiente, sino que Dios ha querido contar con nosotros, para que colaboremos con nuestra vida en la obra de salvación.

4. Jesús y María, modelos de reparación

El Sagrado Corazón de Jesús nos muestra un amor que no se cansa de amar, incluso cuando es rechazado. En cada imagen del Corazón traspasado, vemos un llamado al amor reparador, a consolar a quien nos amó primero.

Y la Virgen María, la "Corredentora silenciosa", nos enseña a decir “sí” cada día. Ella, que ofreció a su Hijo por nosotros, intercede por nuestras almas y nos invita a ser almas reparadoras con el testimonio de una vida pura, humilde y entregada.

5. Una espiritualidad para nuestro tiempo

Hoy vivimos en un mundo herido por el egoísmo, la indiferencia, la violencia, la impureza y el rechazo de Dios. Frente a esto, la espiritualidad reparadora no es un lujo devocional, sino una necesidad urgente.

Ser cristianos hoy implica asumir una misión:

Amar más donde el amor ha sido negado. Reparar lo que el pecado ha dañado. Entregar nuestra vida para que otros vivan.


Oración

Señor Jesús, tu Corazón herido nos muestra la medida de tu amor.
Haznos almas reparadoras, capaces de consolarte con nuestra oración,
con nuestras obras y con nuestra entrega diaria.
Que sepamos unir nuestras penas y alegrías a tu Cruz,
para que el mundo crea en el poder sanador de tu misericordia.
María Santísima, Madre Dolorosa, ayúdanos a vivir con un corazón como el tuyo: fuerte en el amor, fiel en la prueba y lleno de esperanza.
Amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

EL HOMBRE DEBERÍA TEMBLAR

EL HOMBRE DEBERÍA TEMBLAR
San Francisco de Asís