MENSAJES DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
A SUS HIJOS LOS PREDILECTOS
(De Concepción Cabrera de Armida)
XLII
DISIPACIÓN
“Más para que mis sacerdotes se penetren e impregnen de estas verdades sublimes en las que ellos tienen tanta parte, necesitan imprescindiblemente de una vida interior recogimiento. Muchos de los males que lamento en mis sacerdotes vienen de la disipación culpable, interior y aun exterior, en la que viven. El recogimiento interior, sobre todo, es el eje en donde su vida espiritual debe girar y desarrollarse. Hay que hacerse violencia y procurar a toda costa este recogimiento en el sacerdote.
¿Cómo conmoverse con mis múltiples predilecciones, con los especiales carismas con que ha sido envuelto desde la eternidad, sino los penetra para agradecerlos? Muchos de los males que lamento en mis sacerdotes vienen, repito, de la falta de recogimiento, del descuido de sus almas, del poco aprecio que tienen a su vocación sacerdotal, del desconocimiento que tienen de sus íntimos deberes con la Santísima Trinidad y de la ligereza de su vida.
Muchos sacerdotes toman su vocación y creen llenar los fines de ella ocupando su tiempo en obras exteriores, y descuidan lo principal para Mí, que es su vida interior de unión con el Espíritu Santo, la meditación continua de mi vida y doctrina y el calcarme en sus almas, imitándome por su transformación en Mí, crucificado voluntariamente por amor.
¿Cómo comunicarles, si no se prestan, si viven engolfados en las cosas exteriores? ¿Cómo dar a su apostolado en las almas el germen divino que las fecunde, sino lo tienen, ni lo piden, ni sienten necesitarlo? No; un sacerdote tiene que vivir en la tierra, no vida natural, sino divina, para cumplir su misión toda divina y sobrenatural. Y el manantial de esa vida soy Yo, es el Espíritu Santo a quien pocas veces invocan con el corazón, aunque muchas con los labios.
¿Hasta cuándo llegará para mi consuelo –que es la gloria del Padre-, esa falange de sacerdotes según el ideal que he descrito, según los deseos de mi Padre y los ardientes anhelos de mi Corazón? El mundo ha entrado de muchos modos, pianísimamente, solapadamente, en el campo divino de mi Iglesia, en el corazón de muchos de los que se llaman míos y que no lo son sino de nombre; todo es exterior en ellos, todo superficial: vida, manera, pensamientos, deseos, aspiraciones, etc.; todo bajo, todo de la tierra con miras humanas y sin ese fondo divino y sin esa elevación de sentimientos que deben formar el todo en las almas sacerdotales.
Que sepan como la falta de vida interior, de alejamiento del mundo y de recogimiento es la causa de su frialdad en mi servicio; de la pereza en lo que atañe a las almas, de la tibieza en sus intenciones y de cosas que pasan más allá – y que sólo Yo veo, - que resfrían y debilitan sus fuerzas para resistir las tentaciones.
El infierno ha hecho en estos tiempos un gran esfuerzo para perder a las almas y tentar además de mil modos y en mil formas la fidelidad de los sacerdotes. Son hombres, y si no están blindados con la certeza de la vida interior, del recogimiento y de la vida íntima de unión conmigo y con María, el mundo, el demonio y la carne los arrollarán en su corriente que va a desembocar en el infierno…
Por eso más que nunca la Iglesia también debe ponerse en guardia y los sacerdotes redoblar su vigilancia en sí mismos y asirse fuertemente del Espíritu Santo por una más intensa vida interior que los una a Mí, que los identifique en la unidad de la Trinidad.
El infierno embestirá todavía con más fuerza por la sensualidad y el deleite; esgrimirá armas conocidas y desconocidas contra mi Iglesia y sus sacerdotes; por eso pido que se preparen a la lucha con más pureza de vida, con más recogimiento y vida interior en sus almas, con más ocultamiento y estudio, con más celo de mi gloria, el cual se alcanza con la propia santificación y transformación en Mí.
Vendrán épocas peores para la Iglesia y por esto quiero y pido santos sacerdotes y Obispos que la defiendan. La corriente impetuosa del infierno viene terrible para arrastrar a las almas débiles en su fe, y por esto clamo con estas confidencias dando el ¡alerta! a mis sacerdotes para que, transformados en Mí, y formando más que nunca esa unidad en la Trinidad, resistan, rechacen y santificándose santifiquen, y salvándose salven.
Los enemigos se multiplican, las emboscadas contra la religión y mi Iglesia abunda, el Infierno con sus malignas sectas se prepara a un gran golpe. Por eso los míos deben también esforzarse y con el arma de la Cruz y con el Espíritu Santo y con María, vencer. Pero necesitan ser otros Yo, para rechazar con mi Evangelio de paz las poderosas embestidas del enemigo.”
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