Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno.
Y si tu mano derecha te es ocasión de caer, córtala, y échala de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno. (San Mateo 5:29-30)
LAS LEYES DE LA NATURALEZA COMO EXPRESIÓN DE LA VOLUNTAD DIVINA.
La voluntad de Dios está reflejada en la naturaleza, por lo tanto, lo que contraviene a la naturaleza, ofende a la Voluntad Divina. Las Escrituras mencionan repetidas veces a Dios como el artífice de todo lo creado. Desde el Génesis, Dios, como Creador del hombre y la mujer, expone Sus leyes de forma explícita en la propia naturaleza: “Porque desde la creación del mundo las cualidades invisibles de Dios, es decir, Su eterno poder y Su naturaleza divina, se perciben claramente a través de lo que Él creó, de modo que nadie tiene excusa” (Romanos 1:20). En este artículo trataremos la cuestión de las aberraciones sexuales. Un tema que ha emergido en los últimos tiempos como una moda que muchos consideran inofensiva, pero que, como quedará demostrado, lleva implícitas unas consecuencias catastróficas.
Los órganos genitales humanos están perfectamente diseñados para su función reproductiva y sexual. Y a su vez, esta función está en el origen de la estructura básica de la sociedad: la familia. Una célula necesaria para la continuidad de la obra de Dios en la Tierra, para la educación de los hijos, la realización personal dentro de la pareja, etc. La fidelidad como forma de expresión del amor y entrega de los esposos es una necesidad evidente, y no menos necesario es el respeto entre ambos, respeto fundamentado en el seguimiento de las leyes más elementales de la naturaleza humana.
Sin embargo, actualmente existe una corriente -que parece afectar incluso a los sectores más conservadores de la sociedad- que preconiza la ruptura de la moral natural y la aceptación de la propia voluntad como única forma de establecer los patrones de conducta sexual. Un relativismo moral en el que uno se convierte en juez y parte para juzgar sobre lo que está bien y lo que está mal. Y es evidente que cuando uno juzga sobre si mismo, no tiene en cuenta el mal de los demás como lo tendría un juez imparcial. Este concepto, desarrollado en principio por los ideólogos marxistas ateos, y fomentada posteriormente por la difusión generalizada de la pornografía, dio como resultado la difusión de algunas monstruosidades muy en boga actualmente, como el genocidio de millones de niños inocentes por medio del aborto, la banalización del matrimonio a través del divorcio generalizado, y las prácticas sexuales aberrantes.
Estas prácticas sexuales que la pornografía ha puesto de moda actualmente son depravaciones execrables que contradicen las más elementales leyes de la naturaleza. La naturaleza nos indica claramente la función que desempeña cada uno de los órganos del cuerpo, y no hace falta exprimir demasiado el cerebro para llegar a la conclusión de que estas prácticas contravienen este principio al mezclar las funciones genitales con las del aparato digestivo. Tanto la boca como el ano cumplen una función específica dentro del proceso alimenticio, y el hombre siente una repugnancia natural hacia cualquier práctica que contravenga las disposiciones naturales.
El cuerpo también se resiente de estas prácticas que fuerzan hasta el extremo unos esfínteres desprovistos de lubricación natural para la nueva función a la que los sodomitas intentan someterlos.
El sexo oral adolece de las mismas connotaciones degradantes del anal. Algunos defensores de esta práctica argumentan que, al contrario que la anterior, carece de riesgos para la salud, y de alguna forma resulta más “inocente”. Argumentaciones fácilmente rebatibles: numerosas enfermedades venéreas encuentran en esta práctica su vía de contagio más habital. Aparte de las razones médicas y fisiológicas, ¿qué decir de las connotaciones sobre la dignidad humana? ¿Resulta éticamente admisible cambiar el uso natural de la boca para convertirla en el receptáculo de un esfínter diseñado para evacuar orina? Sin duda, los defensores de estas prácticas no dudarán en apresurarse a lanzar una respuesta afirmativa. Quizás sentir las deyecciones de orina y secreciones seminales en sus bocas les resulte una experiencia no excesivamente traumática. Después de todo, la pornografía galopante se ha encargado de eliminar la noción de repugnancia natural que implica esta práctica.
Sin embargo los datos son tozudos. Para el hombre natural, el sexo oral es objetivamente tan degradante como pudiese serlo comer una ración de excrementos.
Me temo que muchos no podrán llegar a comprender lo que significan estas palabras. Están tan profundamente inmersos en la degradación moral que lleva implícita esta clase de sexo depravado que son incapaces de imaginar siquiera cuál es el estado natural del sentido de la repugnancia humana. Éste es el producto de la pornografía generalizada: la conversión de la inmoralidad humana en un negocio. Cuanto más se fomente la degeneración, la perversión y la abyección de los instintos naturales, más adicción se creará en los pobres consumidores de pornografía, que necesitarán comprar revistas que les muestren prácticas cada vez más degeneradas con las que seguir alimentando sus instintos cada vez más distorsionados.
Y, naturalmente, la abyección no tarda en trasladarse del mundo pornográfico al real. La pornografía masiva de las últimas décadas ha conseguido calar tan hondo en las conciencias humanas que resulta ya inconcebible para la mayoría de la gente que alguien pueda siquiera plantear las cuestiones que se exponen en este artículo. El sexo oral y anal han sido incorporados a la civilización occidental a través de las publicaciones más abyectas imaginables, y actualmente resulta chocante que alguien pueda siquiera plantear su erradicación alegando que son prácticas degradantes, repugnantes, inmorales y antibíblicas. Cualquiera que exponga algo así no tardaría en ser tachado de retrógrado, nazi y fascista… tan asimiladas están ya todas estas prácticas en el imaginario colectivo actual.
Sin embargo, tanto la naturaleza como la Biblia son explícitas al respecto: “como Sodoma y Gomorra y las ciudades vecinas, las cuales de la misma manera que aquéllos, habiendo fornicado e ido en pos de vicios contra naturaleza, fueron puestas por ejemplo, sufriendo el castigo del fuego eterno” (San Judas Apóstol 7). La palabra del Creador es eterna e inmutable, y no puede quedar desfasada en función de modas, caprichos ni negocios multimillonarios.
No seguir esta premisa elemental sería caer en una especie el relativismo moral en el que prescindimos de Dios y cada cual se convierte en una especie de dios capaz de juzgar el bien y el mal. Esta es la tendencia dominante actual. Sin embargo la misma realidad nos demuestra que la naturaleza no se guía por el caos, sino que guarda escrupulosamente unas leyes básicas que, cuando se quiebran, nunca dejan de pasar factura: “A pesar de haber conocido a Dios, no lo glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, sino que se extraviaron en sus inútiles razonamientos, y se les oscureció su insensato corazón. Aunque afirmaban ser sabios, se volvieron necios y cambiaron la gloria del Dios inmortal por imágenes que eran réplicas del hombre mortal, de las aves, de los cuadrúpedos y de los reptiles. Por eso Dios los entregó a los malos deseos de sus corazones, que conducen a la impureza sexual, de modo que degradaron sus cuerpos los unos con los otros. Cambiaron la verdad de Dios por la mentira, adorando y sirviendo a los seres creados antes que al Creador, quien es bendito por siempre. Amén. Por tanto, Dios los entregó a pasiones vergonzosas. En efecto, las mujeres cambiaron las relaciones naturales por las que van contra la naturaleza. Así mismo los hombres dejaron las relaciones naturales con la mujer y se encendieron en pasiones lujuriosas los unos con los otros. Hombres con hombres cometieron actos indecentes, y en sí mismos recibieron el castigo que merecía su perversión. Además, como estimaron que no valía la pena tomar en cuenta el conocimiento de Dios, él a su vez los entregó a la depravación mental, para que hicieran lo que no debían hacer. Se han llenado de toda clase de maldad, perversidad, avaricia y depravación. Están repletos de envidia, homicidios, disensiones, engaño y malicia. Son chismosos, calumniadores, enemigos de Dios, insolentes, soberbios y arrogantes; se ingenian maldades; se rebelan contra sus padres; son insensatos, desleales, insensibles, despiadados. Saben bien que, según el justo decreto de Dios, quienes practican tales cosas merecen la muerte; sin embargo, no sólo siguen practicándolas sino que incluso aprueban a quienes las practican”. – Romanos 1:21-32.
Como puede comprobarse en este pasaje, las depravaciones existían ya hace varios milenios, y ya entonces los apóstoles del Evangelio advertían contra la distorsión de las leyes naturales. Sin embargo, la pornografía omnipresente en la sociedad actual está modificando la percepción de las leyes naturales a una escala sin precedentes. La pornografía se ha convertido en una industria que mueve ingentes recursos económicos y laborales. En muchos países desarrollados una de cada tres publicaciones editadas es de contenido erótico. La proliferación de cuerpos desnudos está alterando la percepción de la función sexual, desviándola de su encuadre familiar natural hacia otro más trivial, donde la búsqueda del placer es una finalidad en si misma.
Cualquiera puede comprender que la desnudez no es lo natural en la humanidad. La desnudez va contra la moral natural. Es cierto que nacemos desnudos, pero los niños carecen de instintos sexuales, y por consiguiente pueden mostrarse unos a otros sin mayor problema. No ocurre así con los adultos. El instinto sexual se activa entre otros factores por la visión de la desnudez del prójimo. Si fuésemos desnudos, iríamos provocando la estimulación de los instintos sexuales naturales, y esto no es lo natural en la especie humana. Lo natural es que se formen familias compuestos de un hombre y una mujer, y es entre estos cónyuges entre quienes debe encenderse el estímulo sexual mediante la desnudez, no con terceras personas.
Esta evidencia tan elemental se pasa por alto muchas veces en estos tiempos, y la consecuencia es más que evidente: más de la mitad de los matrimonios acaban en divorcio. En gran medida, estos divorcios se deben a estímulos sexuales producidos por la desnudez de personas ajenas al matrimonio. Y es que el mal siempre pasa su inevitable factura.
LA HISTORIA DE LAS DEPRAVACIONES.
A lo largo de los siglos, las sociedades variaron en gran medida sus patrones de conducta al respecto de las conductas sexuales degeneradas. La época clásica contempla una proliferación masiva de todo tipo de prácticas aberrantes, todo ello muy facilitado por el hecho de que las tres cuartas partes de la población estaban compuestas por esclavos. En medio de esta esclavitud generalizada no es difícil suponer una facilidad extrema para dar rienda suelta a toda clase de vejaciones y degradaciones infrahumanas con los esclavos, hombres y mujeres estos que en los tiempos de la “avanzada” civilización romana eran considerados al mismo nivel de los animales.
En este caso, es evidente que el libertinaje sexual generalizado era la expresión externa de una situación de dominio efectivo del propietario esclavista sobre sus “infrahombres”.
Sólo con la llegada del cristianismo comenzó a tenerse en cuenta la dignidad de la persona humana como un valor esencial. En los diez primeros siglos de nuestra era, tanto la Iglesia Católica como las Iglesias orientales, aún formalmente unificadas, coincidían en condenar cualquier práctica sexual atentatoria contra la dignidad de la persona. Este punto condujo al patíbulo a gran cantidad de sodomitas, ya durante la época del imperio romano tardío.
Hoy, esta actitud es considerada excesivamente rigurosa, pero hace dos milenios la pena de muerte era de aplicación generalizada, incluso por delitos de robo menor.
Esta situación se mantuvo con ciertos altibajos hasta el siglo XIX, en el que se produjo una relajación general en la aplicación de las condenas a muerte. Por poner un ejemplo, en un país considerado como el más avanzado del mundo en su época: la Inglaterra victoriana, el robo de una oveja era motivo suficiente para enviar a la horca a un hombre.
La práctica de sexo oral o anal entre hombre y mujer era castigada con la deportación de por vida a una remota colonia penitenciaria en el otro lado del planeta. Ya en el siglo XX, a partir de la década de los sesenta, con el advenimiento de la llamada contracultura, de los movimientos antisociales y de las influencias del ateísmo extendido por medio mundo por los regímenes comunistas, surgió una nueva forma de entender el sexo. Las raíces de todo este proceso hay que buscarlas en las teorías revolucionarias marxistas que negaban la existencia de Dios y dejaban al libre albedrío de cada cual todo lo concerniente a la sexualidad y la familia.
Este concepto, la entonces llamada “revolución sexual”, condujo a la progresiva destrucción de la célula familiar tradicional, y a la generalización del divorcio y el matrimonio civil como forma de fornicación institucionalizada.
Al mismo tiempo, proliferaron nuevas formas de pareja totalmente contrarias a lo que es natural en la especie humana.
El sexo se vio profundamente marcado por esta ola de ateísmo generalizado. La nueva ideología libertina encontró en la pornografía, promovida a escala masiva en la década de los años sesenta, una fuente inagotable de propaganda con la que pervertir a la generalidad de la masa social. De esta forma, se convirtió en “normal” lo que hasta entonces se consideraba pura “aberración” e incluso en manifiesta “degeneración”, penada con la cárcel e incluso el patíbulo.
La sexualidad humana se encontró con unas llamadas nuevas formas de “amor” que en realidad sólo son maneras de enmascarar una nueva y más profunda forma de esclavitud sexual con la que satisfacer ciertas tendencias de placer morboso en el dominio, la degradación y la sumisión del otro.
Tendencias que, merced a la omnipresente pornografía, han conseguido implantarse en amplias capas de la sociedad de todo el mundo.
Actualmente, la relajación generalizada de costumbres que ha acarreado la extensión del ateísmo en la sociedad ha eliminado la mayor parte de las penas de cárcel por los pecados de perversión sexual en el mundo occidental, aunque no así en los países de la esfera islámica y oriental, donde la sodomía y cualquier otro tipo de sexo aberrante está severamente castigado, incluso con la muerte.
Pero el hecho de que la ley no las castigue no implica que estas prácticas abominables sean aceptables. En absoluto. Nada más contrario a la verdad. Para comprobarlo no tenemos más que acudir a los Textos Sagrados.
EL SEXO Y LA LEY DE DIOS.
En numerosos pasajes, la Biblia nos instruye sobre la necesidad de guardar las leyes naturales en materia sexual. No son menos elocuentes las advertencias sobre las terribles consecuencias que supone quebrar las leyes de Dios. En el Levítico, se encuentran las siguientes amonestaciones:
(Levítico 18:22): “Y no debes acostarte con un varón igual a como te acuestas con una mujer. Es cosa detestable”.
(Levitico 20:13): “Y cuando un hombre se acuesta con un varón igual a como uno se acuesta con una mujer, ambos han hecho una cosa detestable. Deben ser muertos sin falta. Su propia sangre está sobre ellos”.
(Deuteronomio 22:5): “Nada del ropaje de un hombre físicamente capacitado debe ser puesto sobre una mujer, ni debe un hombre físicamente capacitado llevar puesto un vestido de mujer, porque cualquiera que haga estas cosas es algo detestable a Yavéh”.
1º Corintios 6:9-11 “¿No saben que los malvados no heredarán el reino de Dios? ¡No se dejen engañar! Ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los sodomitas, ni los pervertidos sexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los calumniadores, ni los estafadores heredarán el reino de Dios. Y eso eran algunos de ustedes. Pero ya han sido lavados, ya han sido santificados, ya han sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios”.
Cristo abolió la inmediata ejecución del transgresor de la Ley de Dios. A veces lo sentenciaban inmediatamente a la pena de muerte a pedradas. Él cambio ese modo de castigo, dejándoselo sólo a su Padre, el Creador, quien a su debido tiempo castigará a los violadores de Su Ley. De esta forma, el transgresor de la Ley tiene la oportunidad de arrepentirse y salvarse del inevitable castigo eterno de los pecadores empedernidos.
Las Leyes de Dios no están sujetas a cambios, sólo las que Jesús se dignó en acomodar mejor. Creen muchos que defienden las aberraciones sexuales que las Leyes del Divino pueden ser alteradas por cualquier hombre para añadirles cualquier otro detalle o para “ajustarlas a los nuevos tiempos”.
No podemos ajustarnos como más nos convenga a las reglas de Dios, hay que seguirlas en el mismo espíritu que Jesús nos enseñó.
Algunos podrían argumentar: Si Dios crea a los humanos con su inteligencia, sexo y, consecuentemente, con su sexualidad o tendencias: una de dos, o estas tendencias están previstas en la creación de Dios, o son un fallo técnico del Infalible Gran Creador.
Aclarémoslo: El sexo está diseñado por la naturaleza para la procreación y la unión matrimonial. Nosotros somos animales “racionales”… ¡Y nos podemos saltar las leyes de la naturaleza…! Lo mismo que los humanos, existen también animales que tienen estas disposiciones pervertidas en sus genes. Los animales viven guiados por sus instintos -pervertidos o no- a los que deben seguir siempre. Los humanos debemos superar nuestros instintos y guiarnos por la voluntad y el sentido común que nos indica qué es lo que está bien y lo que no. No es válida, por lo tanto, la excusa de que la las aberraciones sexuales también se dan entre los animales para justificar su práctica entre los humanos.
EL ESPANTOSO CASTIGO DE LOS DEPRAVADOS.
El infierno es una necesidad de la Justicia divina. Leyendo la Biblia se llega fácilmente a una conclusión inequívoca: Dios es justo. Es estrictamente justo. Es tan justo como pueda serlo una ecuación matemática. De alguna forma, la naturaleza de Dios tiene algo que ver con los números, la precisión, la exactitud más precisa y radical. Podría decirse que Dios se atiene a una justicia matemática.
Pues bien, de la misma forma que los justos esperan una vida ETERNA, en un lugar lleno de DELICIAS, en PROPORCIÓN a sus méritos en la vida terrenal, en justicia, los que no se atienen a unos mínimos niveles de bondad deben esperar justamente lo opuesto: una vida ETERNA, en un lugar plagado de TORTURAS, en PROPORCIÓN al mal causado durante sus vidas y a las advertencias recibidas para que cambiasen hacia la bondad.
El propio Jesús lo afirmó en cierta ocasión: OS DARÉ EL CIENTO POR UNO (Mt. 19:29). Y esto debe interpretarse literalmente, tanto para los buenos como para los pecadores. Dios dará cien veces más a aquel que respetó Sus justas leyes, y cien veces más al que no las respetó, a cada cual según sus obras.
Por hacer un símil, podríamos imaginar que es una inversión que ponemos en un banco a plazo fijo. Cuantas más bondades acumulemos en el banco, mayores serán las bondades que recibamos en el día del juicio a cuenta de esas obras buenas. Y en la misma proporción recibiremos la paga por las maldades. Cuanto más mal atesoremos en el banco, más mal recibiremos centuplicado cuando llegue el día del juicio. Esto debe ser así, porque es justo, y Dios es justo.
Pero hemos de tener en cuenta que Dios no nos manda al infierno; somos nosotros los que libremente lo elegimos. “Dios quiere que todos los hombres se salven” – SAN PABLO: Primera Carta a Timoteo, 2:4. Él ve con pena que nosotros le rechazamos a Él por el pecado; pero nos ha hecho libres y no quiere privarnos de la libertad que es consecuencia de la inteligencia que nos ha dado. Jesucristo nos enseñó clarísimamente la gran misericordia de Dios. Pero también nos dice que el infierno es eterno. Cristo afirmó la existencia de una pena eterna, entre otras veces, cuando habló del juicio final: “Dirá a los de la izquierda: apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo” – Evangelio de San Mateo, 25:41. Y después añade que los malos “irán al suplicio eterno y los justos a la vida eterna” – Evangelio de San Mateo, 25: 46.
Aunque Dios es misericordioso, también es justo. Dice la Sagrada Escritura: “Tan grande como ha sido Mi misericordia, será también Mi justicia”- (Eclesiástico, 16:12). Y Su misericordia no puede oponerse a Su justicia. Como es misericordioso, perdona siempre al que se arrepiente de su pecado; pero como es justo, no puede perdonar al que no se arrepiente. La justicia exige reparación del orden violado. Por lo tanto, el que libre y voluntariamente pecó y muere sin arrepentirse de su pecado, merece un castigo. Y este castigo ha de durar mientras no se repare la falta por el arrepentimiento; pues las faltas morales no se pueden reparar sin arrepentimiento. Sería una monstruosidad perdonar al que no quiere arrepentirse. Dios no puede perdonar al pecador sin que éste se arrepienta previamente. Ahora bien, como la muerte pone fin a la vida, el arrepentimiento se hace ya imposible, porque después de la muerte ya no habrá posibilidad de arrepentirse.
El alma es eterna e inmutable. En el estado en que se produzca la muerte, así se mantendrá por toda la eternidad. La falta del pecador que murió sin arrepentirse queda irreparada para siempre, luego para siempre ha de durar también el castigo.
Muchos se resistirán a creer en todo esto, y, en todo caso, les importará muy poco contravenir la voluntad de Dios, pero esto no es más que el producto de la ignorancia de lo que el infierno significa. Dios representa todo aquello que es bueno para el hombre. Y la ausencia de Dios implica la pérdida de toda bondad. Como a muchos les puede resultar difícil comprenderlo, pondré un pequeño ejemplo de lo que significa la pérdida de todo bien.
Imaginemos que algunos de los depravados aficionados a este tipo de prácticas sexuales han llegado a su último segundo y ni siquiera delante de la muerte han rectificado de sus nefandos vicios para solicitar el perdón divino. Tras el preceptivo juicio, sus almas son apartadas definitivamente de las Bondades divinas y condenadas a morar en una estrecha cloaca. A partir de este momento ya nada bueno podrá sucederles. La Fuente de todo bien se ha secado para ellos, y sólo pueden contar con ese estrecho habitáculo cloacal para el resto de la eternidad.
Si alguien no ha estado nunca en uno de estos lugares pestilenciales, lo invito ha visitar alguno para que pueda hacerse una idea de lo que será la eternidad de nuestros réprobos condenados.
Todos los sentidos quedarán privados de cualquier estímulo positivo. La absoluta oscuridad, el nauseabundo olor a excrementos podridos, la continua tortura de las ratas, los tábanos, y los mosquitos que perforan cada centímetro de sus cuerpos, los continuos gritos de odio y rabia de sus compañeros de cautiverio, y, sobre todo, la desesperación más absoluta y total. Esto último es sin duda lo más espantoso: la falta de esperanza de algo mejor para nunca jamás.
Cuando nuestro depravado condenado rechazó el perdón de Dios, él mismo se privó de todo lo que Aquel podía ofrecerle. Podemos siquiera imaginar lo que esto significa?
Pensemos por un momento en uno de esos secuestros de los que a veces informan los diarios. En algunos casos los secuestrados viven durante muchos meses en habitáculos de dos metros cuadrados, sin luz, mal alimentados, sin apenas poder estirar el cuerpo para dormir… y esto durante inacabables noches sin fin.
Imaginemos ahora lo que es un sólo día de “vida” en la cloaca de nuestros libertinos condenados. Y un año… podríamos siquiera llegar a imaginar los pensamientos que rondarían por la cabeza de nuestros condenados al cabo de un año de oscuridad, hedor, ratas, insultos, blasfemias y, sobre todo, la más absoluta desesperación? Y… diez años. Imaginemos diez años en esta “vida”. En que clase de monstruos odiosos y blasfemadores se habrían convertido ya nuestros réprobos aficionados a esas vomitivas depravaciones sexuales que dan título a este escrito. Unas prácticas que aún seguirían presentes en sus memoria, porque el alma nunca cambia, pero que nunca podrán realizar en su maloliente cloaca-prisión.
Por un lado, rechinarían los dientes cada vez que recordasen que acabaron en tan miserable lugar por dejarse llevar por sus repugnantes inclinaciones contra-natura, y al mismo tiempo maldecirían continuamente su suerte, al sentir el furibundo impulso de realizar sus instintos más abyectos y no poder hacerlo.
Y esto durante años, décadas, siglos y milenios. ¿Podemos siquiera imaginar lo que siente un secuestrado durante su primer mes de cautiverio? Y si le dijésemos que nunca más podría salir de su estrecho, oscuro y hediondo habitáculo de dos metros cuadrados.
He conocido gente que sufre ataques de pánico simplemente con quedarse unos minutos encerrada en un ascensor. Podríamos siquiera llegar a hacernos una pequeña idea de la magnitud de este pánico de saber que NUNCA podríamos abandonar ese oscuro ascensor. Que JAMÁS volverían a abrirse esas puertas para dejarnos salir al mundo exterior. Alguien puede imaginar lo que significan las palabras NUNCA JAMÁS?
Toda la eternidad en una cloaca pestilente… por consagrar la vida a unas depravaciones que tienen más relación con pestilentes excrementos que con el sexo.
Intuyo que muchos aún no se han convencido. Se niegan a aceptar la realidad del infierno que acabo de describir para no tener que renunciar a sus más bajos y desenfrenados instintos. Se autoconvencen de que todo esto no son más que patrañas ridículas inventadas con el fin de discriminar a los que no piensan como la mayoría; que lo natural no existe, que todo son convencionalismos culturales, sociales, ideológicos, etc.
Cada quien es muy libre de pensar lo que quiera. Puede ignorar las realidades más evidentes de la naturaleza e incluso de la fisiología humana; pero la realidad no dejará de estar ahí. Y ahí tampoco dejarán de estar las nefastas consecuencias de transgredir las leyes naturales.
Nuevamente la Escritura nos advierte de la realidad del infierno. Jesucristo habla en el Evangelio quince veces del infierno, y catorce veces dice que en el infierno hay fuego . Y en el Nuevo Testamento se dice veintitrés veces que hay fuego.
Difícilmente podría darse una advertencia más seria. El infierno es una realidad que aguarda a los pecadores, de la misma forma que la cárcel aguarda a los criminales. No es posible describir ni remotamente la magnitud de las penas en la eternidad del infierno.
La realidad supera a la imaginación humana. No se trata de asustar a nadie, simplemente avisamos de que todo lo dicho anteriormente no es ni una sombra de lo que realmente significa la pérdida del Bien divino. La pérdida absoluta y definitiva de todo bien. En el infierno real, no en esta metáfora descrita anteriormente, cada instante es un momento consagrado al mal propio y al ajeno. Los cinco sentidos sólo están habilitados para percibir el mal.
Los ojos diseñados para admirar la indescriptible belleza del Creador sólo podrán encontrar oscuridad, tinieblas eternas y visiones aterradoras.
El cuerpo diseñado para unificarse en un abrazo de amor infinito y definitivo con Dios y el prójimo, sólo será una carga constante y odiosa consumida desde dentro y por fuera por las brasas ardientes del odio y la desesperación más absolutas.
Los oídos no se deleitarán jamás con las suaves melodías celestiales inspiradas por el Espíritu Santo, bien al contrario, blasfemias, insultos, gritos, gemidos, aullidos de terror, rabia y total desesperación perforan constantemente los tímpanos de los aquellos que edificaron su propio dios sobre su degeneración personal y la degradación del prójimo.
El sentido del olfato nunca podrá recrearse en ese intenso aroma a rosas que exhalan aquellos que mueren en olor a santidad. Para los que eligieron la vía de la repugnancia y la degeneración contra-natura, repugnancia y degeneración pútrida habitarán para siempre en sus pituitarias olfativas. Toda la podredumbre generada por la humanidad más vil confluye en el abismo en la forma de gigantesco sumidero cloacal.
El paladar jamás saboreará los dulces frutos que nacen en el Edén para el infinito deleite de los benditos. Sólo el azufre calcinado del lago de fuego enjuagará las lenguas maldicientes de los que perseveraron hasta el final en la adoración de sus vicios nefandos.
Ni una brizna de amor encontrarán jamás en el abismo. “Dios es amor, y el amor es de Dios”, escribió el Apóstol San Juan (1º-4:8). El amor verdadero es libre y no puede imponerse. Aquellos que libremente rechazaron al Amor, sólo podrán contar ya con el desamor más perfecto.
Al contrario de lo que muchos piensan, no se trata de una elección entre Dios o el diablo. El demonio no representa ni un átomo en relación a la Infinitud divina. La elección está entre aceptar a Dios o rechazarlo. Dios o no-Dios. Dos caminos y una sola decisión. El anverso y el reverso de la moneda. La elección es simple: o Dios, o la ausencia de Dios. El Amor más perfecto o la ausencia total de amor. El Bien más absoluto, o la ausencia absoluta de toda bondad.
Y la elección debe verificarse durante la vida. De la misma forma que un examen tiene duración limitada, también nuestra decisión tiene un límite temporal. Cuando llega la hora y el examen termina, ya no hay posibilidad de rectificar. Entregamos el examen y esperamos la nota, y a partir de entonces ya no es posible volver a sentarse delante del papel para rectificar lo escrito. El tiempo es limitado, y cada acto en la vida representa una respuesta a las preguntas del examen. Cada acto que contradice la Voluntad expresa del Creador es un punto negativo en la nota final, por ello es necesario estar alerta para que el final del examen no nos pille por sorpresa: Mirad, velad y orad; porque no sabéis cuándo será el tiempo. (San Marcos 13:33).
Rectos son los caminos del Señor Hechos (13-10) y diáfanas Sus instrucciones para aprobar el examen. La propia naturaleza de las cosas nos indica cual es Su voluntad. El Creador del universo publica Sus leyes y mandatos en Su creación. Los que retuercen Sus leyes para acomodarlas a sus más bajos instintos son tan culpables como un criminal que viola las leyes humanas para conseguir sus propios fines.
Las leyes divinas son la expresión de la Justicia perfecta de Dios. Quien viole estas leyes es reo en el juicio divino. Dios es misericordioso, pero no conculca nuestra libertad. Aquel que libremente renuncie a la Misericordia divina perseverando en sus vicios contra-natura, y negándose a aceptar el perdón que Dios ofrece a todo aquel que sinceramente se arrepiente, conocerá el espanto de la ausencia total de Dios durante toda la eternidad.
CONCLUSIÓN:
Para acabar, sólo resta resumir lo dicho. Las leyes de Dios están escritas en la naturaleza de las cosas. Cuando estas leyes son infringidas, es de justicia que se produzca una compensación proporcional al daño causado. Cualquier ofensa contra un Ser infinito como Dios merece un castigo infinito. Dios, sin embargo, nos ofrece Su también infinita misericordia, pero sólo si la queremos aceptar.
A aquellos lectores que aún no hayan transgredido Sus mandatos, los encomio a que sigan por el mismo camino con perseverancia y paciencia.
A aquellos otros que un día decidieron que sus instintos pervertidos estaban por encima de las leyes divinas, los apremio a solicitar el perdón divino y cambiar definitivamente el rumbo de sus obras y de sus vidas. Dios Perdona al que se arrepiente… Por eso dice: “¡Arrepentíos y creed en el Evangelio!” (San Marcos 1:15) y ya sabemos que arrepentirse es dar media vuelta, es cambiar de dirección… ya que nada impuro entrará en el Reino de los Cielos (Apocalipsis 21:27).
El infierno existe, no porque lo quiera Dios, que no lo quiere; sino porque el hombre libre puede optar contra Dios. No es necesario que sea una acción explícita. Se puede negar a Dios implícitamente, con las obras de la vida. Si negamos la posibilidad del hombre para pecar, suprimimos la libertad del hombre. Si el hombre no es libre para decir NO a Dios, tampoco lo sería para decirle SI. La posibilidad de optar por Dios incluye la posibilidad de rechazarlo.
A aquellos pecadores empedernidos que se niegan a solicitar el perdón divino, sólo puedo hacerles esta pregunta: ¿realmente merecen unos instintos pervertidos por la inmoralidad, pasarse toda la eternidad -repito, TODA LA ETERNIDAD- en una pestilente cloaca ardiente, maldiciendo su obstinación en el pecado vergonzante que los condujo a tan siniestro lugar?
En este artículo sólo podemos mostrar el camino, pero la decisión debe tomarla el interesado, porque las terribles consecuencias del pecado, también él las soportará en toda la infinita magnitud de la eternidad. Para terminar, debemos recordar que el infierno es el mal absoluto. Todos los otros males son relativos en comparación, pues antes o después, finalizarán, ya sea porque se solucionan, o ya sea con la muerte.
Es el pecado lo que debemos temer por encima de todo, porque el pecado es lo que dio origen al infierno. El infierno es el mal absoluto, porque supone el fin de todo bien y el comienzo de todas las maldades que no habrán de cesar NUNCA JAMÁS. El infierno es un submundo de maldad, horror, oscuridad, pestilencia, dolor, odio y rabia salvaje contra todo y contra todos. Y nunca acabará. Para evitarlo debemos huir del pecado a toda costa. Estas palabras de Jesús no dejan el menor resquicio de duda al respecto:
(San Marcos 9:43-48) Si tu mano te fuere ocasión de caer, córtala; mejor te es entrar en la vida manco, que teniendo dos manos ir al infierno, al fuego que no puede ser apagado,donde el gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga.
Y si tu pie te fuere ocasión de caer, córtalo; mejor te es entrar a la vida cojo, que teniendo dos pies ser echado en el infierno, al fuego que no puede ser apagado, donde el gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga.
Y si tu ojo te fuere ocasión de caer, sácalo; mejor te es entrar en el reino de Dios con un ojo, que teniendo dos ojos ser echado al infierno, donde el gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga.
Totalmente de acuerdo. Dios perdone y ayude a superar cualquiera de esas adicciones a quienes son esclavos de ellas. Las leyes de Dios son eternas.
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