ASISTENCIA A UN NIÑO MORIBUNDO
SUEÑO 42.—AÑO DE 1862.
(M. B. Tomo Vil, págs. 345-346)
He aquí el relato que nos legó en su crónica el joven Jerónimo Sutil. «El sábado, 20 de diciembre, [San] Juan Don Bosco, después de las oraciones de costumbre, dijo a los jóvenes estas precisas palabras: —Para la fiesta de Navidad, uno de nosotros irá al Paraíso.
La enfermería estaba completamente vacía y cada uno de los presentes pensaba con cierta inquietud en sus asuntos particulares. El domingo 21 transcurrió sin novedad alguna; la enfermería continuaba vacía; muchos fueron a visitarla para asegurarse de ello. Por la noche, en el teatro se representaba el drama "Cosme II visitando las cárceles".
El día 22, después de la función de iglesia, celebrábase la Novena de Navidad; José Blangino, ejemplar alumno de diez años, natural de San Albano, comenzó a sentirse mal y marchó a la enfermería. En pocas horas el mal se agravó y el médico perdió toda esperanza de curación».
Don Francisco Provera continúa en su crónica: «La noche del 23 de diciembre se le administró el Santo Viático al jovencito Blangino. Hacia las diez [San] Juan Don Bosco estaba en la enfermería y hablaba del peligro de muerte en que se encuentra el enfermito. [Beato] Miguel Don Rúa dijo:
—Si [San] Juan Don Bosco quiere que yo pase aquí la noche, por si el enfermo necesita los últimos auxilios de la Religión, estoy dispuesto a hacerlo. -—No es necesario —replicó [San] Juan Don Bosco—; hasta las dos de la noche no habrá peligro; vete a dormir tranquilo, deja ordenado que a esa hora te vayan a llamar, pues entonces deberás estar aquí.
En efecto, a la hora indicada, el jovencito recibió la Extremaunción y media hora después había entregado su alma a Dios».
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Por la mañana [San] Juan Don Bosco contó que la noche precedente había soñado con Blangino, al cual había visto moribundo. He aquí sus palabras:
«Soñé que el Prefecto Don Alasonatti estaba arrodillado rezando; mi madre, muerta hacía seis años y yo, asistíamos al enfermo. Ella estaba arreglando algunas cosas alrededor de la cama y yo estaba sentado a cierta distancia del paciente. Mi madre se acercó al lecho y dijo:
—Está muerto. —¿Está muerto?, —pregunté yo—. —Sí, está muerto. —Mirad a ver qué hora es. —Pronto serán las tres.
Don Alasonatti entretanto exclamó: —¡Oh! Quisiera el Señor que todos nuestros jóvenes tuviesen una muerte tranquila.
Después de esto me desperté. Seguidamente sentí un golpe fortísimo, como si alguien golpease en la pared.
Inmediatamente exclamé: —Blangino parte ahora para la eternidad. Abro los ojos para comprobar si había luz; pero no vi nada. Recé entonces el De profundis, persuadido de que el joven había muerto, y mientras lo rezaba oí que sonaban en el reloj las dos y media».
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En la noche de Navidad un número muy consolador de comuniones sufragaba el alma del querido difunto y los jóvenes, como sucedía en casos semejantes, se estrechaban cada vez más alrededor de [San] Juan Don Bosco.
He aquí lo que dicen las crónicas sobre el joven Jerónimo Sutil, que nos legó la primera parte de este relato:
«Vino también a buscar refugio en el Oratorio el joven y buen músico Jerónimo Sutil, que era buscado en Venecia por la policía por haber pronunciado algunas palabras imprudentes. Este tal se aficionó a [San] Juan Don Bosco y durante muchos años alegró la vida del Oratorio con sus canciones venecianas, y habiendo marchado a Francia, regresó después a Valdocco. Vivió siempre como fervoroso cristiano».
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