Mensajes de Nuestro Señor Jesucristo
a sus Hijos los Predilectos.
(De Concepción Cabrera de Armida)
XLIII
ENVIDIAS
“Otro de los puntos capitales por su extensión en los que me veo ofendido por muchos de mis sacerdotes es el de la envidia de sus compañeros de Altar, o sea a otros sacerdotes sus hermanos.
Hay envidias en los púlpitos, en los confesonarios, en las amistades con la gente alta, en las preferencias de los Obispos y sus superiores, en los puestos, en las jerarquías que creen merecer, en los estudios, en los talentos, en las Congregaciones, en los cariños o afectos, etc.,etc.
Este punto es muy común porque los sacerdotes son hombres, tienen pasiones de hombres, andan en la tierra y el polvo se les pega; pero por su ser de sacerdotes y por ser almas escogidas y vasos de elección, deben vivir en la tierra con vida de cielo, deben alejar de si esas pasiones rastreras y no dejar que se enseñoreen de sus corazones, porque perderán la paz y los envolverán en mil pasiones más, que se irán encadenando hasta arrastrarlos a terribles males.
¡Esas envidias entre si de los que se llaman míos son de consecuencias incalculables y de daños cuantas veces irreparables, que llegan a ofenderme gravísimamente! Muy delicado es este vicio en los que me sirven, y mi Iglesia resiente sus estragos, y los Obispos sufren con estas disensiones, y los fieles se escandalizan, y Yo soy ofendido!
¡Cómo quisiera Yo, manso y humilde, que los míos tuvieran mucho cuidado de cortar las envidias entre sí con el contrapeso de la verdadera humildad y con el suave y dulce trabajo de su transformación en Mí! ¿Qué importa que unos sacerdotes tengan más talento, más simpatías y que brillen más que otros? La verdadera grandeza, para Mí, no está en lo que brilla, en lo que pasa, en lo que se ve, en lo humano, sino en el secreto escondido de un corazón puro, humilde y amoroso. No me pago Yo de ruidosas victorias y mi mayor gloria no consiste en la conmoción de las multitudes, sino en la santidad y perfección del interior de las almas.
Dueño Yo de repartir mis talentos a quien me plazca, pero será mi consuelo el sacerdote humilde, el sacerdote apóstol que no busca su gloria ni los aplausos, sino mi gloria en sus sacrificios ocultos, en sus abnegaciones silenciosas, en su caridad para con los demás sacerdotes, teniéndose siempre en menos que ellos y respetándolos y alabándolos y amándolos en la sinceridad de su corazón.
En este punto hay muchos descalabros que lastimas a mi Iglesia y a mi Corazón; en un punto muy doloroso que me contrista y que ardientemente deseo que se remedie.
¡Cuántas murmuraciones, cuántas malas voluntades, cuántos odios, escándalos, quejas e injusticias se registran en este punto de las envidias entre los míos! ¡Cuántos celos, rencillas y acusaciones exteriores y cuántas amarguras y soberbias y odios interiores despierta este vicio que llega a pasión y ofusca!
¡Satanás siembra esta cizaña en muchos corazones y para él no hay dignidades ni jerarquías que respete su infernal astucia! Siembra la ponzoña de la envidia en los altos y bajos y en todas las escalas eclesiásticas, y se goza en cosechar abundantes y variados frutos, y va siempre a su punto capital, la caridad, y mancha honras, abulta faltas, envenena las rectas intenciones, exagera los juicios; y todo esto tiene por causa las envidias y los celos, que se goza en meter hasta en el Santuario.
¡Cuánto ganaría mi Iglesia si esto se corrigiera en los míos, sacerdotes y comunidades! ¡Cuánta gloria le quita a la Trinidad esa basura que parece de poca monta y que llega a cosas graves que sólo Yo veo y lamento en el silencio de los sagrarios!
Si mis sacerdotes se ocuparan en su transformación en Mí, se acabaría esto y brillaría en ellos mi caridad como radiante sol, disipando las tinieblas en las que Satanás oculta sus perversas mañas e intenciones.
¡Qué más da que algunos me den más gloria –o así lo parezca- en algunas Asociaciones u obras que en otras?
Si todos mis sacerdotes forman un mismo Cuerpo cuya cabeza soy Yo, con una sola alma que es el Espíritu Santo, ¿qué más debe darles ser pies o manos de ese cuerpo místico , si todo es UNO en mi unidad, si todo sirve a un mismo fin de distintos grados? Si todos forman una sola cruz, si son astillas de esa cruz, ¿qué más les da estar arriba o abajo, si todos son mi Cruz?
Por eso insisto en la unidad de ellos entre sí, fundidos en la Trinidad; por eso señalo estos puntos dolorosos que me contristan, para que se quiten, se quemen y consuman en el amor, en el divino fuego del Espíritu Santo que es caridad.
Quiero a mis Obispos y a mis sacerdotes muy puros, muy luminosos, sin mácula que los afee ante mis ojos. Viven en la tierra y tienen su parte de tierra, y tiene que llegarles el polvo de las miserias de la tierra; pero me tienen a Mí y a María, más unidos a ellos que a las demás criaturas; se transforman diariamente en Mí, en el sacrificio de la Misa; andan en contacto casi continuo con la Trinidad, en el ejercicio de su Ministerio; me tocan en muchas almas; me tienen presente en sus oraciones, breviario y deberes sacerdotales; y todo esto los cubre, los ayuda y los eleva sobre las mil pasiones terrenas.
Y si, como deben, tienen vida interior de unión Conmigo y trato íntimo en su oración, parece un contrasentido que con estas armas poderosas, que con estos escudos que los blindan, den cabida a esas miserias que pueden llegar y llegan a pecados y que detienen las gracias para sus almas”.
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