Sexualidad Humana: verdad y significado
Capítulo III: “En el horizonte vocacional”
2. “La vocación a la virginidad y al celibato”
34. La Revelación cristiana presenta dos vocaciones al amor: el matrimonio y la virginidad. No raramente, en algunas sociedades actuales están en crisis no sólo el matrimonio y la familia, sino también las vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa. Las dos situaciones son inseparables: « cuando no se estima el matrimonio, no puede existir tampoco la virginidad consagrada; cuando la sexualidad humana no se considera un valor donado por el Creador, pierde significado la renuncia por el Reino de los cielos » .[1] A la disgregación de la familia sigue la falta de vocaciones; por el contrario, donde los padres son generosos en acoger la vida, es más fácil que lo sean también los hijos cuando se trata de ofrecerla a Dios: « Es necesario que las familias vuelvan a expresar el generoso amor por la vida y se pongan a su servicio, sobre todo acogiendo, con sentido de responsabilidad unido a una serena confianza, los hijos que el Señor quiera donar »; y lleven a feliz cumplimiento esta acogida no sólo « con una continua acción educativa, sino también con el debido compromiso de ayudar, sobre todo, a los adolescentes y a los jóvenes, a descubrir la dimensión vocacional de cada existencia, dentro del plan de Dios... La vida humana adquiere plenitud cuando se hace don de sí: un don que puede expresarse en el matrimonio, en la virginidad consagrada, en la dedicación al prójimo por un ideal, en la elección del sacerdocio ministerial. Los padres servirán verdaderamente la vida de sus hijos si los ayudan a hacer de su propia existencia un don, respetando sus opciones maduras y promoviendo con alegría cada vocación, también la religiosa y sacerdotal ».[2]
Por esta razón, el Papa Juan Pablo II, cuando trata el tema de la educación sexual en laFamiliaris consortio, afirma: « los padres cristianos reserven una atención y cuidado especial -discerniendo los signos de la llamada de Dios- a la educación para la virginidad como forma suprema del don de uno mismo que constituye el sentido mismo de la sexualidad humana ».[3]
Los padres y las vocaciones sacerdotales y religiosas
35. Los padres por ello deben alegrarse si ven en alguno de sus hijos los signos de la llamada de Dios a la más alta vocación de la virginidad o del celibato por amor del Reino de los cielos. Deberán entonces adaptar la formación al amor casto a las necesidades de estos hijos, animándolos en su propio canino hasta el momento del ingreso en el seminario o en la casa de formación, o también hasta la maduración de esta vocación específica al don de sí con un corazón indiviso. Ellos deberán respetar y valorar la libertad de cada uno de sus hijos, animando su vocación personal y sin pretender imponerles ninguna determinada vocación.
El Concilio Vaticano II recuerda con claridad esta peculiar y honrosa tarea de los padres, apoyados en su obra por los maestros y por los sacerdotes: « Los padres, por la cristiana educación de sus hijos, deben cultivar y proteger en sus corazones la vocación religiosa » .[4]
«El deber de formar las vocaciones afecta a toda la comunidad cristiana ... La mayor ayuda en este sentido la prestan, por un lado, aquellas familias que, animadas del espíritu de fe, caridad y piedad, son como un primer seminario, y, por otro, las parroquias, de cuya fecundidad de vida participan los propios adolescentes ».[5] « Los padres y maestros y todos aquellos a quienes de cualquier modo incumbe la educación de niños y jóvenes, instrúyanlos de forma que, conociendo la solicitud del Señor por su grey y considerando las necesidades de la Iglesia, estén prontos a responder generosamente al llamamiento del Señor, diciendo con el profeta: Aquí estoy yo, envíame (Is 6, 8)» .[6]
Este contexto familiar necesario para la maduración de las vocaciones religiosas y sacerdotales, recuerda la grave situación de muchas familias, especialmente en ciertos países, que son pobres en el valor de la vida, porque carecen deliberadamente de hijos, o tienen un único hijo, donde es muy difícil que surjan vocaciones y también se lleve a cabo una plena educación social.
36. Además, la familia verdaderamente cristiana será capaz de ayudar a entender el valor del celibato cristiano y de la castidad a aquellos hijos no casados, inhábiles para el matrimonio por razones ajenas a su propia voluntad. Si desde niños y en la juventud han recibido una buena formación, se encontraran en condiciones de afrontar la propia situación más fácilmente. Más aun, podrán rectamente descubrir la voluntad de Dios en dicha situación y encontrar así un sentido de vocación y de paz en la propia vida. [7] A estas personas, es mente si están afectadas por alguna inhabilidad física, es necesario desvelarles grandes posibilidades de realización de sí y de fecundidad espiritual abiertas a quien, sostenido por la fe y por el Amor de Dios, se empeña en ayudar los hermanos más pobres y más necesitados.
PONTIFICIO CONSEJO PARA LA FAMILIA. Sexualidad Humana: verdad y significado. Orientaciones educativas en familia. Lima; ed. Salesiana 1996, 1era edición. Capítulo III, n. 2 (“La vocación a la virginidad y al celibato”, p. 21).
Notas
[1] Familiaris Consortio, n.16.
[2] Juan Pablo II, Discurso a los participantes al Convenio sobre «Familias al discurso de la vida», promovido por la Comisión Episcopal de la C.E.I., abril 28 de 1990, Insegnamenti Giovanni Paolo II, vol.13,1,pp.1055-1056.
[3] Familiaris Consortio, n.37.
[4] Concilio Vaticano II, Decreto sobre la adecuada renovación de la vida religiosaPerfectae Caritatis, n.24.
[5] Concilio Vaticano II, Decreto sobre la formación sacerdotal, Optatam Totius n.2.
[6] Concilio Vaticano II, decreto sobre el ministerio y la vida de los presbíteros,Presbyterorum Ordinis, n.11.
[7] cf. Familiaris Consortio, n, 16.
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