El pudor es una virtud innata en toda persona que“reconoce el valor de su propia intimidad y respeta la de los demás. Mantiene su intimidad a cubierto de extraños, rechazando lo que puede dañarla y la descubre únicamente en circunstancias que sirvan para la mejora propia o ajena”. (1)
Dicho en otras palabras, el pudor es la virtud que nos enseña a descubrir y a preservar nuestra propia intimidad. Es el respeto por la persona y su misterio. Es la tendencia y el hábito de conservar la propia intimidad a cubierto de los extraños y tiene una nota esencial: no mostrar lo que debe permanecer escondido.
El pudor es la piel del alma que, cuando es invadida o avasallada, nos produce vergüenza. Es por eso que el extraño no debe pasar a través de este espacio que resguarda y protege nuestra intimidad, y cuando se nos acerca más de lo debido (ya sea física o espiritualmente) nos genera violencia. A esto responde la necesaria distancia y espacio, aún en el trato con el prójimo, que debe ser cortés, gentil y amable pero hidalgo y no vulgar. Hidalgo, porque demostramos que somos alguien, con pertenencia a un hogar o a una familia determinada, que somos hijos de “alguien”, (por más sencilla y humilde que sea nuestra familia pero será la nuestra), y porque no estamos accesibles para el común, para cualquiera, como transmitimos con la vulgaridad de la excesiva familiaridad, del tuteo y del besuqueo indiscriminado con todo el mundo.
Existe un pudor interno que atañe al mundo de los sentimientos y otro pudor externo que se refiere al cuerpo. Ambos enseñan todo sobre el mundo de la delicadeza y parten de la virtud de la templanza. El pudor va ligado a nuestra propia intimidad, que es la zona reservada de cada uno. Constituye el núcleo más hondo y arraigado de nuestra personalidad, de lo que nos pertenece, de ese mundo interior que nos hace ser personas únicas e irrepetibles por nuestro ser. La supresión de la intimidad, a su vez, implica masificación y quedamos convertidos en cosas, destruyéndonos como personas.
El pudor es además la conciencia que tenemos de la propia intimidad, de que la sexualidad humana es la sede, la morada, de un misterio que no puede ser desvelado a cualquiera, de ahí que naturalmente rechace el mostrar lo que debe permanecer velado. “Existe un pudor instintivo, ligado a la constitución psicológica del hombre y por tanto universal, que se manifiesta como sentimiento de miedo, de vergüenza, ligado de algún modo a la emoción sexual.” (2)
La castidad y la virginidad siempre exigirán al pudorcomo aliado y guardián. Lo necesitarán como un radar que detectará y las protegerá de los peligros. Ambas virtudes necesitarán de la virtud del pudor para generar el clima propicio “para protegerse”. El pudor, a su vez, necesitará de la pequeña virtud dela modestia como aliada, que le indicará los primeros pasos que no deben darse para no caer.
“El pudor en cubrir el propio cuerpo significa que el propio cuerpo se tiene en posesión que no está disponible para nadie más que para uno mismo. Que no se está dispuesto a compartirlo con todo el mundo y que, por consiguiente, se está en condiciones de entregarlo a una persona o de no entregarlo a nadie”. (3)
Este debiera ser el sentido por el cual la desnudez de su novia o su mujer no debiera serle indiferente al novio o al esposo. Porque si ella pudorosamente se posee a sí misma será para entregarse a su propio marido, mientras que si se desnuda fácilmente o circula semi desnuda ante los extraños está tácitamente convocando “a más” a todos los demás, lo cual desde siempre fue una actitud sólo reservada a la prostitución. Si los hombres se mantienen fieles a su naturaleza, la desnudez femenina los tiene que conmover. Si no se conmueven, ni con la mujer propia, ni con la ajena, habrá que alarmarse.
Los mandamientos sexto y noveno fueron dados por Dios para contribuir a que las personas sean más dueñas de sí mismas en el recto uso del sexo, ayudándolas a ordenarse, a elevarse y preservar las sanas costumbres de los pueblos. De ahí que educar en el sentido del pudor signifique educar en el resguardo de la propia intimidad, del modo de vestir, del modo de hablar, de la modestia de los gestos y los movimientos corporales. Una conciencia bien formada, serena, vigilante, equilibrada y consciente de las consecuencias de sus actos, defenderá la dignidad e intimidad del hombre en una actitud de respeto, no sólo hacia el propio cuerpo, sino hacia el de los demás. De lo contrario, despreciando estos dos mandamientos, los hechos nos demuestran que las personas se embrutecen y se degradan peor que las bestias, ya que el ser humano es el único ser creado que puede vivir debajo de su condición. Los animales, por ejemplo, no pueden. La vaca nace como vaca, crece como vaca, se desarrolla como vaca y muere como vaca. No puede ni elevarse ni degradarse debajo de su condición de vaca como fue creada. “Se dice que una persona no tiene pudor cuando manifiesta en público situaciones afectivas o sucesos autobiográficos íntimos y en general cuando se comporta en público de la manera en que las demás personas suelen hacerlo solamente en privado. Así, hay determinadas formas de comportamiento que se consideran anormales en la vía pública y se consideran adecuadas dentro del recinto doméstico, y otras que ni siquiera se consideran correctas dentro del recinto doméstico en presencia de “los íntimos” y requieren la soledad más estricta. Por ejemplo, para llorar, una persona preferirá su casa a la calle y, aún más, antes que la sala de estar elegirá la soledad de su habitación. Del mismo modo un sujeto normal no puede pasearse en pijama por la vía pública sin que resulte chocante para él mismo y sí puede hacerlo por los pasillos de su casa. Sin embargo, en el momento de desnudarse, tampoco estos resultarán adecuados y elegirá la soledad más estricta. Se podrían seguir amontonando ejemplos, pero con los aducidos hasta ahora es suficiente para percatarnos de que“pudor” es la “tendencia a mantener la propia intimidad a cubierto de los extraños”.
La “intimidad puede quedar protegida o desamparada en función del lenguaje, del vestido y de la vivienda”. (4)
Intimidad y vivienda. El hombre construye una casa no sólo para protegerse del clima sino que necesita proteger su propia intimidad, necesita sentirse seguro y protegido en un ámbito que le sea propio. Uno no invita a pasar a su casa a cualquiera porque naturalmente resguarda su propia intimidad, su lugar íntimo. De ahí que nuestra casa sea nuestro lugar más reservado. La tendencia, a su vez, que tenemos de cuidar nuestro hogar y mantenerlo limpio y acogedor también atañe a la virtud del pudor, porque intentamos darle a los demás lo mejor de nosotros mismos. La ausencia de pudor en nuestro hogar se refleja con descuido de nuestra propia intimidad, porque demostramos que nuestra intimidad ya no nos pertenece, sino que la hemos “abandonado”.
Cuando abrimos las puertas de nuestra casa a cualquiera no estamos preservando nuestro hogar, sino que lo estamos abriendo y exponiéndolo a todos, sin discernir quién debe compartir nuestra intimidad y quién no. Esta moda hoy en día comienza desde los jardines de infantes y los colegios, en donde se ha impuesto como obligación, (porque la moda así lo impone), el invitar a todo el curso a los cumpleaños, sin elegir, sin seleccionar quienes pueden ser buenas o malas compañías para nuestros hijos. A lo sumo, siempre podremos mandar una torta al colegio para compartir y festejar ese día con todos los compañeros de curso.
Por otro lado, cuando nos enteramos, a su vez, que alguien que ha sido nuestro huésped murmura o critica nuestra casa o algo de nuestra intimidad lo vivimos mal, como una traición, (que lo es), porque le hemos brindado lo máximo de nosotros mismos. De ahí que nos sea más fácil criticar a una persona en público que criticarle su propio hogar íntimo y hospitalidad que nos ha brindado, porque naturalmente percibimos nuestra bajeza en hacerlo. Igualmente un robo en nuestro hogar tiene la sensación de la violación de nuestra intimidad, al ser violentado por la fuerza lo que creíamos nos pertenecía en exclusividad.
Intimidad y vestido. El pudor cuida el misterio de las personas, de su amor y de su intimidad. Nace con el despertar de la conciencia frente al pecado, como le pasó a Adán en el Paraíso. Antes de pecar, Adán estaba tranquilo en su desnudez, pero después de la caída, sintió vergüenza. La naturaleza ya había sido violentada. A partir de ahí, el pudor consistirá en rehusar a mostrar lo que tiene que estar escondido. Las formas varían de una cultura a otra. El pudor de cubrir nuestro cuerpo significa que lo poseemos y que no está a disposición de nadie más que de nosotros mismos, que no estamos dispuestos a compartirlo con todo el mundo y lo podemos compartir con alguien, o con nadie, según nuestra decisión. Este es el argumento más atacado, porque se dice que nuestro cuerpo es la señal de la libertad, lo que no es así. La pérdida del pudor no nos hace más libres sino más manipulables, más fáciles de caer porque nos arranca los principios y valores que nos protegían como las capas de la cebolla.
La moda (desde la infancia) debiera responder a la exigencia de custodiar la intimidad personal sin estar reñida con el buen gusto y la elegancia. La persona debiera vestirse resguardando ante los demás la “propiedad” de su cuerpo, protegiéndolo y conservándolo para ser entregado, (en caso de matrimonio), a la persona elegida a compartir con nosotros la vida. Una persona pudorosa elegirá las telas, los distintos modelos de vestidos, los escotes, las transparencias, las posturas, los modales y el lenguaje que más resguarden su intimidad. Utilizará el vestuario del club o el camarín de negocio para desvestirse detrás de la cortina, no exponiéndose gratuitamente delante de la vendedora o la cuidadora del vestuario. Si tiene cita con el médico elegirá la ropa interior más adecuada y más discreta posible. Si tiene que internarse para una operación o si tiene que compartir con alguien, (una amiga, o un familiar), el cuarto no se paseará desvestida violentando tal vez a la otra persona con su desnudez. El pudor en el hombre y en la mujer es natural, y es la sociedad moderna quien le impone lo contrario a través de las modas desde la infancia. La ropa interior impuesta con talle bajo desde la más tierna edad, los pantalones de tiro bajo para que se les vean los calzoncillo a los varones, los breteles de los corpiños que se usan expuestos a propósito y los trajes de baño y bikinis minúsculos. Todo tiende a bajar la guardia, a erosionar el pudor, a eliminar la diferencia entre la intimidad, (ropa íntima para uno), y lo que es público, (ropa de vestir para todos).
La complicidad y el instrumento de la moda en la revolución cultural no son para menospreciar sino para destacar. Satán, que conoce muy bien a quien ha de perder, ha puesto sus cañones en primer lugar en desvestir a la mujer para degradarla. La moda provocativa siempre será además una responsabilidad ante Dios ya que incita a otros a pecar. Es la sociedad moderna quien, a fuerza de desvestir hasta el máximo a la mujer, ha atentado contra la natural virilidad y respuesta del varón que, (con la naturaleza ya atrofiada), lee tranquilo e indiferente el diario en la playa rodeado de mujeres prácticamente desnudas… Es la revolución sexual que, como un instrumento más de la revolución anticristiana, al odiar al hombre intenta destruirlo.
Intimidad en el lenguaje. Dijimos que el pudor es la virtud que nos socorre para preservar la intimidad de toda la persona, no sólo la física. Nuestra intimidad engloba un conjunto de emociones, sentimientos y estados de ánimo que constituyen la vida afectiva de la persona. Las personas comunicamos intimidad por medio del lenguaje. Nuestra interioridad es tan delicada, que debemos seleccionar a quien consideramos que serán merecedoras de nuestras confidencias y que no harán mal uso de ellas publicándolas. Aún en los sentimientos nobles y buenos, sentimos muchas veces pudor de revelarlos, como nos sucede a veces al decirle o al no poder decirles a personas que queremos (como padres, hijos, hermanos o amigos) que los amamos. Decimos que una persona no tiene pudor de su intimidad cuando cuenta indiscriminadamente su vida íntima haciéndola de dominio público. Hoy en día, copiando los medios de comunicación, uno escucha las intimidades más grandes en las conversaciones ajenas (que ya no son privadas sino públicas) ya sea en la oficina, el colectivo, las confiterías, las peluquerías, los vestuarios de los clubs o hasta en las reuniones sociales. A medida que perdemos el sentido de la existencia del alma perdemos también el sentido del cuerpo que es lo que sucede en las discotecas. Con el ruido ensordecedor no se puede hablar. La discoteca es el lugar de los cuerpos sin alma, donde todo está calculado para hacernos bajar las defensas, (porque el ser humano posee naturalmente defensas que lo alertan), y perder la noción y el sentido de lo que está bien y de lo que está mal. El volumen de la música cierra algunos canales de comunicación como el verbal, y abre otros: el de los sentidos. Se estimula el baile, se evidencia el cuerpo, se encienden los sentidos. Y se nos expropia de nuestra propia identidad, de nuestra intimidad, de nuestro misterio, de nuestros valores inculcados, de nuestra historia familiar y personal. En la discoteca, ante la imposibilidad de comunicarnos, de conocer nuestra intimidad espiritual, de conversar y transmitir nuestras inquietudes y anhelos más profundos, prevalece lo puramente físico.
“Se debe educar en el pudor con prudencia. Una educación demasiado estrecha en este campo multiplicaría las dificultades y no haría sino agravar la inquietud y el malestar de los adolescentes y de los jóvenes. Es un hecho innegable que, mediante una educación demasiado rígida, los siglos pasados llevaron el pudor a terrenos en los que no entra para nada y de esta manera hicieron ver el mal en todas partes. Lamentablemente este tipo de “mala educación del pudor” no puede causar sino reacciones contrarias, es decir, conducen a la impudicia. Educar en el pudor significa, pues, al mismo tiempo que cultivarlo, también defenderlo de toda mezquindad que tan fácilmente se confunde con el pudor. Justamente la falsificación del pudor tiene un nombre y éste es pudibundez. Se denomina así al pudor desequilibrado o excesivo, causado en general por una falsa educación. La pudibundez no hace a las personas castas sino caricaturas de la castidad.” (5) La angustia, la inseguridad, la soledad física y espiritual, la soledad interior, la falta del sentido de la vida, el anhelo profundo de ser amado del hombre moderno lo ha llevado a disgregar su ser interior. El hombre ya no sabe quién es. La moral ya no rige su conducta ni lo orienta el sentido del deber.
Los jóvenes hoy encuentran normales cosas que durante siglos fueron consideradas propias de la “mala vida”. Espectáculos obscenos gratis, en vivo y en directo en cualquier espacio público de la ciudad. Las relaciones sexuales son generalmente provocadas por la parte femenina. Los anticonceptivos han fomentado el uso indiscriminado del sexo. El SIDA mentirosamente se combate con preservativos y todo esto lleva a toda una cultura de la genitalidad. La liberación sexual, especialmente para la mujer, quien se ha sacudido de “la opresión del varón” también ha “sacudido” el pudor. Al quedarse sin pudor, se ha quedado sin la virtud mediante la cual la mujer manejaba prácticamente la medida de la relación con el varón mediante el cortejo, la seducción y el romanticismo. Todo un mundo de delicadezas y emociones profundas.
Los famosos reality shows de la televisión son la expresión más alarmante y manifiesta de la degradación humana (llamada procacidad) en donde la supresión del pudor es total. Desde un principio el hombre muestra una intimidad inhumana a niveles impensables de degradación y pura pornografía. No sólo se hace todo explícito, sin ocultar nada, sino que se actúa de manera impensable en la forma de vivir y comportarse de las personas sanas. Convertidas y degradadas en la animalidad, ya no se poseen a sí mismas sino que se abandonan.
Para recuperar el pudor que no se tiene o que se ha perdido hay que empezar por entender que la persona no es igual que un animal. Que tiene un cuerpo y un alma y lo que esto significa. Que así como el cuerpo tiene sus necesidades el alma tiene las propias. Si tomáramos conciencia de la maravilla que es el alma que hoy ya nos hace inmortales.Tenemos que recuperar el respeto por nosotros mismos, la autoestima. No somos un “elemento más de la biodiversidad”…Dentro de la cual nos quieren rebajar a la condición de igualdad con las piedras, con las plantas y con el perro…No.
Cada uno de nosotros es un ser único, singular e irrepetible y superior a todas las demás cosas y elementos creadas, creados a “imagen y semejanza de Dios”. ¿En qué consiste esta semejanza? No en el cuerpo sino en el espíritu, que es un soplo del aliento divino. Santo Tomás enseñó que el alma inmortal de cada persona es superior a todo el universo creado. Si éste es el valor de una persona, debo primero tomar conciencia yo de lo que valgo.
La supresión del pudor de nuestro tiempo responde a una faceta más del plan gramsciano para lograr la masificación y la destrucción de la persona.
Notas
(1) “La educación de las virtudes humanas”. David Isaacs. Editorial Eunsa. Pág 189.
(2) “Las verdades robadas”. R.P. Miguel Angel Fuentes. IVE. Ediciones IVE. Pág.229
(3) “La supresión del pudor”. Jacinto Chozas. Eunsa Pamplona. Pág.24
(4) “La supresión del pudor”. Jacinto Chozas. Eunsa Pamplona. Pág.18
(5) “Las verdades robadas”. R.P.Miguel Angel Fuentes. Ediciones IVE.Pág.231
FUENTE: servicocatholicohispano.wordpress.com
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