FRASES PARA SACERDOTES

"TODO LO QUE EL SACERDOTE VISTE, TIENE UNA BATALLA ESPIRITUAL". De: Marino Restrepo.

Una misa de campaña en medio de las bombas


Al césar lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Así como este Santo sacerdote quiero decir que primero sirvamos a Dios y después, a los hombres.

SAN AGUSTÍN DE HIPONA: BUSCADOR DE LA VERDAD Y DOCTOR DE LA IGLESIA


San Agustín nació en Tagaste (actual Argelia) el 13 de noviembre del año 354. Hijo de Patricio, un hombre pagano, y de Santa Mónica, mujer cristiana de profunda fe y oración incansable, Agustín creció en un ambiente donde convivían la fe cristiana y la mentalidad pagana.

En su juventud, vivió una etapa de rebeldía y búsqueda desenfrenada de placeres mundanos, influenciado por corrientes filosóficas como el maniqueísmo. Sin embargo, siempre mantuvo una inquietud interior por la verdad. Estudió retórica y se destacó como un brillante orador y maestro, pero su corazón seguía insatisfecho.

La oración perseverante de su madre, Santa Mónica, y el testimonio de fe de grandes personajes de su época, lo fueron acercando a Cristo. Finalmente, en Milán, bajo la influencia de San Ambrosio, obispo de la ciudad, Agustín tuvo un encuentro profundo con la Palabra de Dios. En el año 387, recibió el bautismo de manos de San Ambrosio, marcando el inicio de una vida transformada.

Después de la muerte de su madre, Agustín regresó a África, donde fundó una comunidad religiosa dedicada a la vida común, la oración y el estudio de las Escrituras. Más adelante fue ordenado sacerdote y posteriormente obispo de Hipona (actual Annaba, Argelia), cargo en el que sirvió hasta su muerte en el año 430, en medio del asedio de los vándalos.

Pensamiento y legado espiritual

San Agustín es considerado uno de los más grandes Padres y Doctores de la Iglesia. Su pensamiento, profundamente marcado por la búsqueda de la verdad, ha dejado huella en la teología, la filosofía y la espiritualidad cristiana.

La inquietud del corazón: En sus Confesiones, uno de los libros más célebres de la literatura cristiana, Agustín expresa su experiencia interior y su encuentro con Dios. Su frase más conocida resume su camino: “Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”.

La gracia y la libertad: Fue un defensor incansable de la primacía de la gracia de Dios en la vida del hombre. Enseñó que la conversión y la santidad no son solo obra del esfuerzo humano, sino principalmente don de Dios, acogido con libertad.

La vida comunitaria y pastoral: Como obispo, San Agustín se entregó al servicio de su pueblo, predicando con ardor, escribiendo cartas y defendiendo la fe contra herejías de su tiempo. Fue un verdadero pastor, cercano a los fieles y preocupado por la justicia social.

El amor como centro de la vida cristiana: Para Agustín, el camino hacia Dios es el amor. Su célebre enseñanza “Ama y haz lo que quieras” no significa libertinaje, sino la certeza de que cuando se ama verdaderamente a Dios y al prójimo, todas las acciones estarán orientadas al bien.

El mensaje de San Agustín sigue siendo actual porque refleja la experiencia de todo ser humano que busca sentido en medio de las distracciones del mundo. Muchos jóvenes y adultos de hoy pueden verse reflejados en su inquietud, sus dudas y sus errores, pero también en su capacidad de dejarse transformar por el amor de Dios.

Su vida nos enseña que nunca es tarde para comenzar de nuevo, que la misericordia de Dios siempre está abierta, y que la verdadera sabiduría se encuentra en Cristo, camino, verdad y vida.


Oración a San Agustín

Oh glorioso San Agustín,
maestro de la verdad y pastor de almas,
tú que buscaste con pasión la sabiduría
y la encontraste en el amor de Dios,
intercede por nosotros en nuestras luchas y dudas.

Enséñanos a no cansarnos de buscar la verdad,
a confiar en la gracia divina más que en nuestras fuerzas,
y a vivir con un corazón ardiente de amor a Cristo y a la Iglesia.

Ruega por los sacerdotes y pastores,
para que sigan tu ejemplo de entrega y fidelidad.
Acompaña a quienes buscan sentido en sus vidas,
para que descubran que solo en Dios está la verdadera paz.

San Agustín, Doctor de la Iglesia,
ora por nosotros.
Amén.

SANTA MARÍA REINA -


La Iglesia celebra cada 22 de agosto la memoria de Santa María Reina, apenas una semana después de la solemnidad de la Asunción de la Virgen María al cielo. Esta cercanía litúrgica no es casual: quien ha sido llevada gloriosa al cielo en cuerpo y alma es también reconocida por Dios como Reina del cielo y de la tierra.

¿Por qué María es coronada Reina?

El reinado de María no surge de un poder terrenal ni de una conquista humana, sino de su íntima unión con Cristo. Ella es Reina porque:

Es Madre del Rey: Jesús es “Rey de reyes y Señor de señores” (Ap 19,16). Como madre de Cristo, María participa de su gloria y de su señorío.

Es humilde sierva: en la Anunciación, María se declara la esclava del Señor (Lc 1,38). La verdadera grandeza de su reinado proviene de su pequeñez y de su obediencia fiel.

Participa de la victoria de Cristo: en el Calvario, María se unió al sacrificio redentor de su Hijo. Por eso, glorificada junto a Él, es asociada a su victoria sobre el pecado y la muerte.

Es modelo y Madre de la Iglesia: como Reina, no se aparta de los hijos de Dios, sino que intercede por ellos y los conduce hacia Cristo.

San Pablo VI explicaba que María es “Reina no por dominar, sino por servir; no por imponerse, sino por amar”. Su corona es la del amor perfecto, la entrega total y la fidelidad absoluta a Dios.

El reinado de María en nuestros días

Hoy, en medio de un mundo que parece perder sus referencias espirituales, el reinado de María nos recuerda varias verdades esenciales:

María reina intercediendo: No es una reina distante, sino madre cercana. Como en Caná, sigue atenta a las necesidades de sus hijos (Jn 2,1-12).

María reina sirviendo: Nos enseña que el verdadero poder está en la humildad y el servicio. Su realeza es la del corazón que ama sin límites.

María reina conduciendo a Cristo: Toda devoción a María tiene como fin llevarnos a Jesús. Ella es la Estrella que guía nuestra navegación en la fe.

María reina en la Iglesia: Su maternidad espiritual sostiene a los cristianos, especialmente en la misión, en la prueba y en la persecución.


La memoria de Santa María Reina es una invitación a confiar en la ternura de una Madre que participa plenamente de la gloria de su Hijo. No se trata de un reinado triunfalista, sino del reinado del amor, de la entrega y de la misericordia.

Hoy, más que nunca, necesitamos dejarnos guiar por la Reina del cielo, para aprender de ella a vivir con fidelidad en medio de las pruebas, a perseverar en el amor y a reconocer que la verdadera grandeza no está en dominar, sino en servir.

María, Reina y Madre, ruega por nosotros, para que tu reinado de amor se haga visible en nuestras familias, en la Iglesia y en el mundo.


Oración a Santa María Reina

Oh Santa María, Reina del Cielo y Madre nuestra,
tú que fuiste coronada por tu Hijo Jesús como Reina de todo lo creado,
recibe hoy nuestra oración llena de confianza y amor.

Reina humilde y fiel,
enséñanos a vivir con corazón sencillo,
a imitar tu obediencia a la voluntad del Padre,
y a seguir a Cristo en todo momento.

Reina de la paz,
intercede por nuestras familias,
por la Iglesia y por el mundo entero,
para que reinen la justicia, la fraternidad y el amor verdadero.

Reina del amor,
acoge nuestras alegrías y nuestras penas,
y preséntalas ante tu Hijo,
para que Él transforme nuestra vida en ofrenda agradable.

Santa María Reina,
guíanos en el camino de la fe,
sé nuestra protectora en la lucha diaria
y alcánzanos la gracia de perseverar hasta el cielo,
donde reinaremos junto a ti en la gloria eterna.

Amén.

sacerdote eterno

LA VIDA SENCILLA Y PENITENTE DEL CURA DE ARS: Ejemplo de santidad sacerdotal



San Juan María Vianney (el Santo Cura de Ars) fue un sacerdote de pueblo en la Francia del siglo XIX que, sin brillo humano ni éxitos “pastorales” a primera vista, llegó a ser un modelo universal de santidad sacerdotal. Su vida —pobre, humilde, penitente y totalmente entregada a Dios y a su gente— ilumina hoy el corazón de todo pastor y anima a los fieles a sostener y amar a sus sacerdotes.

1) Un ministerio escondido que transformó un pueblo

Ars era una aldea pequeña y espiritualmente adormecida. Vianney llegó con pocas habilidades académicas, pero con una sola convicción: “Dios primero”. No diseñó grandes planes; comenzó por orar, hacer penitencia y poner a Cristo en el centro. Poco a poco, la vida sacramental revivió, las familias retornaron a la misa, la confesión se volvió habitual y hasta peregrinos de lejos acudían buscando consejo y perdón.

Su “método” fue sencillo:

Oración constante: largas horas ante el Sagrario.

Penitencia por amor: ofrecía sacrificios por la conversión de sus feligreses.

Cercanía pastoral: visitaba enfermos, consolaba, enseñaba con palabras claras.

Confesionario abierto: allí ejerció su paternidad espiritual con paciencia inagotable.

2) Sencillez evangélica: pobreza, mansedumbre y verdad

El Cura de Ars encarnó la palabra de Jesús: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11,29).

Sencillez de vida: vivienda austera, hábitos sobrios, desprendimiento real de bienes. Su pobreza no fue ideológica, sino libertad del corazón para amar mejor.

Lenguaje claro: predicaba “lo esencial”: Dios ama, el pecado hiere, la gracia sana, la Eucaristía nutre, la Confesión libera, la caridad da sentido.

Coherencia: lo que decía lo vivía; por eso su palabra tenía fuerza.

Esta sencillez no disminuye el ministerio; lo purifica. La Iglesia necesita pastores que vivan con lo necesario, con espíritu de servicio, sin doblez.

3) Penitencia ofrecida: caridad que repara

Para el Cura de Ars, la penitencia no fue un ejercicio voluntarista, sino caridad en forma de reparación: “si mi pueblo se enfría, yo arderé por él”. Ayunos moderados, vigilias, renuncias discretas… todo ofrecido por pecadores concretos, por familias reales, por enfermos. Su ascesis tenía rostro.

Clave ignaciana y paulina a la vez: “Completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1,24). No porque a la cruz de Cristo le falte algo, sino porque Dios quiere asociarnos a su obra salvadora.

4) La Eucaristía en el centro: fuente y culmen

Su jornada nacía y terminaba en el Sagrario. La Misa era su tesoro: celebrada con devoción, silencio, belleza sobria. De allí brotaba su caridad pastoral y su paciencia de padre. La adoración eucarística fue su “escuela”: delante de Jesús aprendía nombres, sufrimientos y caminos para acompañar.

La Eucaristía modeló su corazón de pastor:

Contemplación que se hace compasión.

Presencia que se hace cercanía.

Acción de gracias que se hace alegría misionera.

5) El confesionario: misericordia que cura

Se hizo famoso no por el número de penitentes, sino por cómo los recibía: con ternura, claridad, firmeza y esperanza. Llamaba pecado al pecado, pero miraba a la persona con la mirada de Cristo. Acompañaba procesos, enseñaba a examinar la conciencia, daba penitencias posibles y alentaba a volver.

Allí se ve su santidad sacerdotal:

Paternidad espiritual: conocer a las almas y llevarlas a Dios.

Discernimiento: separar culpa de heridas, sugerir pasos concretos.

Constancia: esperar tiempos de Dios sin ansiedad ni dureza.

6) Combate espiritual: vigilancia y confianza

Vianney no ocultó la lucha interior del sacerdote: tentaciones de huir, de desánimo, de creer que “nada cambia”. Vivió ataques espirituales y los enfrentó con armas sencillas: oración, ayuno, obediencia, amor a María, trabajo cotidiano. Su fortaleza brotaba de la palabra del Señor: “Te basta mi gracia” (2 Co 12,9).

7) Lecciones para hoy: un camino para sacerdotes y laicos

Para los sacerdotes
  • Prioridad de Dios: horario protegido para oración mental y adoración.
  • Sencillez de vida: libertad respecto a bienes, agenda, prestigio.
  • Confesionario habitable: disponibilidad real, misericordia clara, pedagogía espiritual.
  • Predicación kerigmática: lo esencial con lenguaje comprensible.
  • Caridad pastoral: visitar, escuchar, acompañar; “perder tiempo” con la gente.
  • Penitencia con sentido: ofrendas discretas por personas concretas.
  • Acompañamiento fraterno: no caminar solo; comunidad presbiteral.
Para los laicos
  • Sostener a los sacerdotes con oración y estima; evitar la crítica hiriente.
  • Amar la Eucaristía y la Confesión: el mejor “reconocimiento” que un pastor puede recibir.
  • Colaboración corresponsable en catequesis, caridad, misión.
  • Sencillez y penitencia en casa: pequeñas renuncias ofrecidas por la parroquia y las vocaciones.
  • María, Madre de los sacerdotes: rezar el Rosario por su fidelidad y alegría.
8) Una santidad “posible”

La grandeza del Cura de Ars es alcanzable: no pide talentos excepcionales, sino fidelidad cotidiana. Su santidad muestra que el sacerdote se configura a Cristo en lo pequeño y perseverante: una visita, una homilía preparada, un perdón concedido, una hora ante el Sagrario, una penitencia ofrecida en secreto. Allí el Espíritu hace el resto.

El sacerdocio es el amor del Corazón de Jesús” (atrib.). El Cura de Ars aprendió ese amor arrodillado ante la Eucaristía y de pie junto al pecador. Su vida sencilla y penitente fue un sí sin ruido que cambió un pueblo y edificó a la Iglesia.

Pidamos esa gracia: sacerdotes con corazón eucarístico y manos misericordiosas; laicos con oración fiel y caridad concreta. Entonces, como en Ars, el Evangelio volverá a latir en lo cotidiano.

Oración

Señor Jesús, Buen Pastor,
te damos gracias por el testimonio del Santo Cura de Ars.
Haz a tus sacerdotes humildes, orantes y disponibles;
haznos a todos amantes de la Eucaristía y buscadores de tu perdón.
Que, con sencillez y penitencia,
tu Iglesia irradie la alegría de tu misericordia.
Amén.

sacerdote eterno

LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA, ESPERANZA DE VIDA ETERNA



La Iglesia celebra cada 15 de agosto una de las solemnidades más bellas del calendario litúrgico: la Asunción de la Virgen María en cuerpo y alma a los cielos. Esta verdad de fe, proclamada como dogma por el Papa Pío XII en 1950, nos recuerda que María, Madre de Dios y Madre nuestra, no conoció la corrupción del sepulcro, sino que fue llevada al Reino celestial como anticipo de la glorificación que espera a todos los que, unidos a Cristo, perseveran en la fe.

Un misterio de fe y esperanza

El misterio de la Asunción no se encuentra narrado explícitamente en la Sagrada Escritura, pero está profundamente enraizado en la fe de la Iglesia desde los primeros siglos. La tradición cristiana, tanto en Oriente como en Occidente, celebraba ya la Dormición de María, es decir, su tránsito glorioso hacia la vida eterna. La Iglesia ha reconocido en la Asunción la culminación de los privilegios concedidos a la Madre del Salvador, la mujer llena de gracia, preservada del pecado original y asociada de manera única a la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte.

La Asunción nos muestra que la salvación prometida por Jesús no se reduce al alma, sino que abarca también al cuerpo, llamado a participar de la gloria de la resurrección. María es la primera criatura redimida en alcanzar esa plenitud, convirtiéndose en signo de esperanza para la Iglesia peregrina.

María, imagen de la Iglesia glorificada

En la liturgia, la Asunción de María es celebrada con gran gozo porque en ella vemos realizado lo que todos anhelamos: la vida eterna en comunión con Dios. María es imagen de la Iglesia glorificada, la primera en llegar a la meta, la Madre que va delante de sus hijos para animarlos en la marcha.

La solemnidad nos invita a mirar hacia el cielo sin desentendernos de la tierra. María no se aleja de nosotros al ser llevada al cielo; por el contrario, desde la gloria intercede por sus hijos, acompaña nuestras luchas y fortalece nuestra fe. Ella es puente de unión entre la tierra y el cielo.

Un llamado a la fidelidad y a la esperanza

Celebrar la Asunción es renovar nuestra esperanza en la resurrección final, pero también asumir el compromiso de vivir aquí y ahora de manera coherente con la fe que profesamos. María fue glorificada porque primero vivió en humildad, obediencia y entrega total a Dios. Su grandeza está en haber dicho siempre: “Hágase en mí según tu palabra”.

La Asunción de la Virgen nos recuerda que la vida cristiana no termina en el sufrimiento, la enfermedad o la muerte, sino que apunta hacia la gloria eterna. En María vemos ya realizada la promesa de Cristo: “El que cree en mí, aunque muera, vivirá” (Jn 11,25). Su ejemplo nos anima a perseverar en el camino de la fe, confiando que, si caminamos de la mano de Jesús como ella lo hizo, un día también seremos partícipes de la vida gloriosa.

Oración breve:
Santa María, elevada al cielo, enséñanos a vivir con esperanza, a no apartar nuestra mirada de tu Hijo Jesús, y a preparar con fidelidad nuestro corazón para la vida eterna. Amén.

S. JUAN M. VIANNEY, CURA DE ARS, PATRÓN DEL CLERO QUE CURA LAS ALMAS



"Si comprendiéramos bien lo que es un sacerdote en la tierra, moriríamos: no de miedo, sino de amor." La vida de San Juan María Vianney está resumida en este pensamiento suyo. Conocido como "el Cura de Ars", Juan Maria Vianney nació el 8 de mayo de 1786 en Dardilly, cerca de Lyon. Sus padres eran agricultores y lo orientaron desde muy joven a trabajar en el campo, tanto fue así que Juan llegó a los 17 años, todavía analfabeto. Sin embargo, gracias a las enseñanzas religiosas de su madre, aprendió muchas oraciones de memoria y vivió un fuerte sentido religioso.

"Me gustaría conquistar muchas almas"

Mientras los vientos del terror, de la violencia y de la furia de la Revolución soplaban en Francia, Juan tuvo la fortuna de recibir el Sacramento de la Reconciliación en su casa, no en la iglesia, gracias a un sacerdote "refractario" que no había jurado lealtad a los revolucionarios. Lo mismo sucedió con la Primera Comunión, la recibió en un granero, durante una misa "clandestina". A los 17 años, Juan sintió la llamada al sacerdocio: "Si fuera sacerdote, querría ganar muchas almas", dijo. Pero el camino no era fácil, dada su escasísima formación intelectual y cultural. Sólo gracias a la ayuda de sabios sacerdotes, entre ellos el abad Balley, párroco de Écully, logró ser ordenado sacerdote el 13 de agosto de 1815, a la edad de 29 años.

Largas horas en el Sacramento de la Reconciliación

Tres años más tarde, en 1818, fue enviado a Ars, un pequeño pueblo del sudeste de Francia, habitado por unas 230 personas. Allí dedicó todas sus energías al cuidado de los fieles: fundó el Instituto "Providencia" para acoger a los huérfanos y visitar a los enfermos y a las familias más pobres, restauró la iglesia y organizó las fiestas patronales. Pero fue en el Sacramento de la Reconciliación donde se expresó mejor la misión del Cura de Ars: siempre disponible para la escucha y el perdón, pasaba hasta 16 horas al día en el confesionario. Cada día, una multitud de penitentes de todas partes de Francia se confesaban con él, tanto que Ars fue rebautizado como "el gran hospital de las almas". El mismo Vianney hacía largas vigilias y ayunos para ayudar a expiar los pecados de los fieles: "Te diré cuál es mi receta", explicó a un cofrade, "doy a los fieles que se confiesan solo una pequeña penitencia y el resto de la penitencia la suplo yo en su lugar".

Patrón de los párrocos

Consagrado enteramente a Dios y a sus feligreses, murió el 4 de agosto de 1859, a la edad de 73 años. Sus restos descansan en Ars, en el Santuario a él dedicado, que acoge 450.000 peregrinos cada año. Beatificado en 1905 por Pío X, Juan María Vianney fue canonizado en 1925 por Pío XI, quien en 1929 lo proclamó "Patrón de todos los párrocos del mundo". En 1959, en el centenario de su muerte, San Juan XXIII le dedicó la Encíclica Sacerdotii Nostri Primordia, proponiéndolo como modelo para los sacerdotes, mientras que en 2009, con motivo del 150º aniversario de su muerte, Benedicto XVI convocó un "Año Sacerdotal" en la Iglesia universal para ayudar a promover el compromiso de renovación interior de todos los sacerdotes y para que su testimonio de fidelidad al Evangelio en el mundo de hoy fuera más incisivo y creíble.

vaticannews.va

DISCERNIMIENTO Y COMBATE INTERIOR EN LA ESPIRITUALIDAD DE SAN IGNACIO DE LOYOLA


San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, dejó a la Iglesia un legado espiritual de enorme riqueza que sigue iluminando la vida de muchos creyentes. Entre sus enseñanzas más profundas, destacan dos pilares fundamentales: el discernimiento espiritual y el combate interior, los cuales ayudan al cristiano a caminar en fidelidad al Evangelio en medio de las luchas de la vida diaria.

El discernimiento espiritual: aprender a escuchar la voz de Dios

Para San Ignacio, el discernimiento no es un ejercicio puramente intelectual, sino un camino de escucha del corazón, donde el Espíritu Santo actúa. A través de la oración, del examen personal y de la contemplación de la Palabra, el creyente aprende a distinguir entre lo que viene de Dios y lo que conduce al alejamiento de su amor.

Ignacio insiste en que los movimientos interiores —consolaciones y desolaciones— son señales que nos indican si avanzamos en el camino de la fe o si estamos siendo desviados por engaños del enemigo. Por ello, el discernimiento ignaciano no busca simplemente tomar decisiones correctas, sino vivir en una disposición constante de apertura a la voluntad de Dios.

El combate interior: la lucha del cristiano

El discernimiento está íntimamente ligado al combate espiritual. San Ignacio experimentó en su propia vida cómo el alma humana es campo de batalla entre la luz y la oscuridad, entre el bien y el mal. La lucha no se libra con armas materiales, sino con la fuerza de la fe, la oración perseverante y la confianza en la gracia divina.

Este combate no debe asustar al creyente, sino animarlo a crecer en vigilancia espiritual y a no dar lugar al desánimo. Ignacio enseña que incluso la desolación tiene un sentido: permite ejercitar la paciencia, la fidelidad y la humildad, reconociendo que la victoria no viene de nuestras fuerzas, sino de Cristo que nos sostiene.

Una espiritualidad para el mundo de hoy

El mensaje de San Ignacio sigue siendo actual. En un mundo lleno de ruidos, prisas y ofertas engañosas de felicidad, el discernimiento ignaciano ayuda al cristiano a centrarse en lo esencial, a no perder de vista el amor de Dios en medio de las dificultades. Al mismo tiempo, el combate interior recuerda que la vida cristiana no es un camino de comodidad, sino de entrega y lucha constante contra el egoísmo, la indiferencia y el pecado.

Vivir como discípulos atentos y valientes

Seguir a Cristo con el corazón abierto implica aprender cada día a escuchar la voz del Señor y a resistir las seducciones que apartan de su camino. La espiritualidad ignaciana nos invita a vivir como discípulos atentos y valientes, confiando siempre en que el Señor acompaña nuestros pasos y nos fortalece en la batalla espiritual.

El discernimiento y el combate interior no son tareas ocasionales, sino actitudes permanentes del creyente que desea vivir en comunión con Dios. A ejemplo de San Ignacio de Loyola, estamos llamados a ser hombres y mujeres que escuchan con atención, que luchan con perseverancia y que caminan con la certeza de que el amor de Cristo es más fuerte que cualquier tentación o dificultad.

MENSAJES DE MEJUGORJE - junio, julio


 Mensajes de Nuestra Señora Reina de la Paz en Medjugorje

Al inicio Nuestra Señora regularmente da sus mensajes sólo a los videntes, y a través de ellos a todos los fieles. A partir del 1 de marzo de 1984, Nuestra Señora comienza a entregar regularmente sus mensajes todos los jueves a la comunidad de parroquial de Medjugorje, y a través de ella, al resto del mundo. Puesto que algunas cosas que el Señor había deseado se cumplieron, como lo afirmó Nuestra Señora , a partir del 25 de enero de 1987, Nuestra Señora da sus mensajes a todo el mundo los 25 de cada mes. Esto aún continúa.

Mirjana Dragicevic-Soldo, Ivanka Ivankovic-Elez y Jakov Colo tuvieron apariciones diarias hasta 1982, 1985, y 1998 respectivamente. Desde entonces, la Virgen se les aparece una vez al año y les da un mensaje. Debido a que el trabajo sobre los archivos está aún en curso, no estamos en condiciones de publicar los mensajes otorgados antes de 1995.

(http://www.medjugorje.ws)


Mensaje 25 de julio de 2025

“¡Queridos hijos! En este tiempo de gracia, en que el Altísimo me permite amarlos y guiarlos por el camino de la santidad, Satanás quiere enmarañarlos con la cuerda del desasosiego y del odio. No permitan que prevalezca, sino luchen, hijitos, por la santidad de cada vida humana. Gracias por haber respondido a mi llamado. ”

Mensaje 25 de junio de 2025


“¡Queridos hijos! También hoy doy gracias al Todopoderoso por estar con ustedes y poder guiarlos hacia el Dios del amor y de la paz. Las ideologías que los destruyen a ustedes y su vida espiritual son pasajeras. Yo los llamo: hijitos, regresen a Dios, porque con Dios tienen futuro y vida eterna. Gracias por haber respondido a mi llamado. ”

EL LLAMADO MISIONERO Y EVANGELIZADOR, SIGUIENDO LA HUELLA DE SANTIAGO APÓSTOL



La Iglesia, por mandato del mismo Señor Jesucristo, ha sido enviada a todas las naciones para anunciar el Evangelio y hacer discípulos. Esta vocación misionera que atraviesa toda la historia de la Iglesia tiene sus raíces en la experiencia de los Apóstoles, aquellos primeros testigos del Resucitado. Entre ellos destaca Santiago el Mayor, hijo de Zebedeo y hermano de Juan, uno de los tres más cercanos al Señor. Su vida y testimonio nos inspiran hoy a redescubrir y vivir con ardor la vocación misionera a la que todo cristiano está llamado.

Santiago, testigo cercano del Maestro

Santiago fue uno de los primeros discípulos llamados por Jesús a dejar su barca y redes para convertirse en pescador de hombres. Junto con Pedro y Juan, estuvo presente en momentos clave de la vida del Señor: la transfiguración en el Tabor, la resurrección de la hija de Jairo y la agonía en Getsemaní. Fue testigo de la gloria y del sufrimiento, y aprendió que seguir a Cristo implica entrega total, incluso hasta la muerte.

Según la tradición, tras la ascensión del Señor, Santiago predicó el Evangelio en la región de Hispania (actual España), enfrentando incomprensiones, dificultades y persecuciones. Aunque su misión allí no fue extensa en el tiempo, dejó una huella profunda, que siglos después se convertiría en semilla de la fe en Europa occidental. De regreso a Jerusalén, Santiago fue martirizado por orden de Herodes (Hechos 12,1-2), siendo el primer apóstol en derramar su sangre por Cristo.

La fuerza del testimonio misionero

La vida de Santiago nos recuerda que la misión no es simplemente una actividad o tarea eclesial más, sino la esencia misma del ser cristiano. La fe no se recibe para guardarla, sino para compartirla. La misión nace del encuentro personal con Cristo vivo, que transforma nuestra vida y nos lanza a comunicar esa alegría a otros.

Santiago no fue un predicador refinado ni un teólogo sistemático. Fue un testigo, y eso fue suficiente. Su pasión, su celo, su ardor por anunciar a Cristo, incluso en tierras lejanas y hostiles, son signos de una fe viva, de un amor que no puede callarse. Su martirio no fue el fracaso de su misión, sino su cumplimiento: el Evangelio fue sembrado con sangre, como tantas veces lo ha sido en la historia de la Iglesia.

Un llamado vigente en nuestros días

Hoy, como en tiempos de Santiago, el mundo necesita testigos valientes del Evangelio. Vivimos en una sociedad marcada por el secularismo, la indiferencia religiosa, las ideologías que alejan a las personas de Dios y las heridas existenciales que claman por sentido y salvación. Es en este contexto que el ejemplo de Santiago resuena con fuerza: no podemos quedarnos en la comodidad de una fe privada, encerrada entre las paredes del templo o del corazón. Estamos llamados a salir, a ir al encuentro, a ser misioneros del amor de Dios allí donde estemos.

El Papa Francisco ha insistido en que todos los bautizados somos discípulos misioneros. No hace falta ir al otro lado del mundo para ser misionero: basta con mirar alrededor y descubrir cuántos necesitan una palabra de fe, una señal de esperanza, un gesto de amor. La misión comienza en casa, en el trabajo, en la calle. Y si Dios llama a algunos a dejar todo para ir a otras tierras, es también para recordarnos que la fe es universal y urgente.

La oración como fuerza del misionero

Santiago no predicó solo con palabras, sino también con su vida y con la oración. La comunión con Dios es la fuente de toda auténtica evangelización. Sin oración, la misión se convierte en activismo estéril. Con oración, incluso el más pequeño gesto puede tocar el corazón más endurecido.

Por eso, es necesario redescubrir la importancia de orar por los misioneros y por las misiones. Cada uno puede unirse espiritualmente a la labor evangelizadora de la Iglesia. Y desde la oración, escuchar también la voz del Espíritu que llama, a veces suavemente, a comprometerse más profundamente.

Caminar con Santiago

Siguiendo la huella de Santiago Apóstol, abramos el corazón al Espíritu Santo para que encienda en nosotros el fuego de la misión. Dejemos que el Evangelio sea la brújula que oriente nuestros pasos, con valentía, alegría y esperanza. Que cada uno, desde su estado de vida, pueda decir con el Apóstol: “No puedo callar lo que he visto y oído”.

Pidamos a Santiago que interceda por nosotros, para que tengamos su fortaleza, su fe ardiente y su amor incondicional al Señor. Que el testimonio de su vida nos ayude a responder con generosidad al llamado que Cristo sigue haciendo hoy: “Vayan por todo el mundo y anuncien el Evangelio”.

sacerdote eterno

NUESTRA SEÑORA DEL CARMEN: Madre y Guía en el camino de hoy


En medio del ajetreo diario, las incertidumbres sociales, los desafíos de la fe y el ruido del mundo que nos empuja a correr sin pausa, la figura de Nuestra Señora del Carmen se presenta con una ternura inalterable y una fuerza serena que sigue hablando al corazón de los creyentes. Ella no es solo un recuerdo de devoción antigua, ni una advocación lejana encerrada en imágenes o estampas: es Madre viva, intercesora constante y compañera silenciosa en el camino espiritual del pueblo de Dios.

María del Carmen: Un rostro maternal para tiempos difíciles

Nuestra Señora del Carmen, patrona del mar, de los conductores, de los militares y de tantos pueblos y parroquias, tiene su raíz en el Monte Carmelo, un lugar bíblico de oración y contemplación. Allí, los profetas —como Elías— buscaron a Dios en el silencio y la soledad. De ese espíritu nació la Orden del Carmen, consagrada a vivir como María: disponibles, humildes, contemplativos y valientes.

Hoy, más que nunca, necesitamos ese mismo espíritu. Vivimos tiempos en los que la fe se vuelve muchas veces superficial, la oración escasa, y el compromiso cristiano se reduce a momentos. En esta realidad, Nuestra Señora del Carmen nos recuerda que seguir a Cristo no es una moda ni un escape espiritual, sino una entrega cotidiana que transforma vidas.

El Escapulario: Un signo que habla

Uno de los signos más característicos de esta advocación es el santo escapulario, una pequeña prenda de tela que simboliza protección, pertenencia y consagración a María. Llevarlo no es un amuleto mágico, sino una expresión externa de una decisión interior: vivir bajo el manto de María, como hijos que confían, como discípulos que aprenden.

En un tiempo donde los símbolos muchas veces se desvirtúan, el escapulario del Carmen nos invita a recuperar lo esencial: la fe vivida con coherencia, la oración como alimento, y la caridad como testimonio.

Reflexión para nuestro tiempo: ¿Dónde está mi monte Carmelo?

Podemos preguntarnos, como creyentes de este siglo:
¿Dónde está mi Carmelo personal? ¿Dónde busco y encuentro a Dios? ¿Cuánto dejo que María me forme, me proteja y me conduzca a Jesús?

María no es una figura decorativa en nuestra espiritualidad. Es modelo y maestra de lo que significa vivir abiertos a la voluntad de Dios, atentos a las necesidades de los demás y firmes en la fe, incluso en medio de la prueba. Ella no impone, sino que guía. No exige, pero invita. No sustituye a Cristo, pero lo señala con amor.

En la familia, en el trabajo, en la comunidad eclesial, en la enfermedad o en el servicio, cada uno de nosotros puede vivir la espiritualidad del Carmelo:

haciendo silencio interior,

escuchando a Dios,

ofreciendo lo pequeño con amor,

y caminando con María hacia una vida más plena.

Un llamado pastoral

Como Iglesia, tenemos la responsabilidad de formar corazones marianos, no solo con catequesis o actos piadosos, sino con una pastoral que conecte la devoción con la vida real, que acompañe los procesos personales, que enseñe a mirar el mundo con ojos de fe, y que recuerde que María no es refugio de cobardes, sino escuela de fortaleza.

Hoy, al mirar a Nuestra Señora del Carmen, no la vemos solo en altares o en las procesiones del 16 de julio. La vemos en cada madre que ora por sus hijos, en cada joven que lucha por mantenerse limpio en medio de la confusión, en cada anciano que reza el rosario con esperanza, en cada servidor de la Iglesia que entrega su vida con amor silencioso.

Que Ella nos tome de la mano, como hizo con los carmelitas, y nos enseñe a subir el monte de la fe, del servicio y de la entrega, sabiendo que en la cima no nos espera el vacío, sino su Hijo Jesús, rostro del amor de Dios.

“Nuestra Señora del Carmen,
Madre del silencio y de la esperanza,
enséñanos a vivir con el corazón en Dios
y los pies firmes en la tierra,
para ser luz en medio de este mundo herido.”

Amén.

EL TESTIMONIO DEL AMOR EN LA ENFERMEDAD Y EL SUFRIMIENTO, EN SAN CAMILO DE LELIS



La vida de San Camilo de Lelis es un testimonio luminoso del amor que se hace carne en medio del dolor, del sufrimiento y de la enfermedad. En él se cumple la verdad evangélica de que "lo que hiciste con uno de estos hermanos míos más pequeños, conmigo lo hiciste" (Mt 25,40). Su ejemplo nos invita hoy a redescubrir el profundo valor del cuidado, la compasión activa y el servicio como caminos de santificación, especialmente en una sociedad que muchas veces huye del sufrimiento, lo medicaliza o lo margina.

Breve biografía, marcada por el dolor

Camilo nació en 1550 en Italia. Desde joven llevó una vida desordenada, marcada por el juego y el abandono espiritual. Sin embargo, una llaga incurable en su pierna lo condujo una y otra vez al hospital de San Giacomo en Roma, donde su experiencia personal con el sufrimiento corporal fue el inicio de una conversión radical. A los 25 años, tras múltiples rechazos y fracasos, se consagró al servicio de los enfermos, descubriendo en ellos el rostro vivo de Cristo sufriente.

Fundó la Orden de los Ministros de los Enfermos (los Camilos), con un carisma muy claro: servir a los enfermos con amor de madre, tanto en hospitales como en las casas y en el campo de batalla. Fue ordenado sacerdote y dedicó su vida hasta su muerte a esta misión.

El enfermo, sagrario viviente

Uno de los principales legados de San Camilo es su visión del enfermo como un "sagrario viviente". No se trataba solo de aliviar dolores físicos, sino de servir al cuerpo y al alma del enfermo como se sirve al mismo Cristo. Esta dimensión mística y profundamente cristiana del cuidado humaniza y santifica tanto al que sufre como al que acompaña.

En un tiempo en que los hospitales eran lugares fríos, impuros y sin atención, San Camilo propuso una revolución del amor: lavaba él mismo las llagas, consolaba al moribundo, oraba junto al lecho del enfermo y formaba a otros en este mismo espíritu. Su labor marcó el nacimiento de una pastoral de la salud como verdadero ministerio eclesial.

Actualidad del mensaje de San Camilo

Hoy, en un mundo que ha avanzado tecnológicamente en la medicina pero que a veces ha olvidado la cercanía humana, la figura de San Camilo es más vigente que nunca. Nos recuerda que el sufrimiento no es solo un problema a resolver, sino una oportunidad para amar más profundamente.

En tiempos de pandemia, soledad, enfermedades mentales, depresiones, dolencias crónicas o cuidados paliativos, necesitamos redescubrir el arte del consuelo y la compasión. El personal de salud, los voluntarios, los cuidadores, las familias con enfermos crónicos... todos pueden encontrar en San Camilo un modelo de servicio incondicional que da sentido al dolor y lo transforma en ofrenda.

Amor que se entrega en la fragilidad

San Camilo nos enseña que la grandeza del cristiano no se mide por su salud o su fortaleza, sino por su capacidad de amar en medio de la fragilidad. En el enfermo se abre un espacio para el encuentro con Dios, porque la vulnerabilidad nos hace humildes, nos hace dependientes del otro, nos hace capaces de orar con el corazón abierto. Y el que cuida, se transforma también, porque amar en el dolor es amar hasta el extremo.

Este amor no se improvisa: nace de una vida interior profunda, de la oración constante, del ofrecimiento diario de cada gesto por amor a Cristo. Camilo rezaba mucho y pedía la gracia de no dejar pasar ni un solo día sin haber hecho algún acto de caridad por un enfermo.

El sufrimiento redimido

El sufrimiento no es inútil cuando se une al sacrificio redentor de Cristo. San Camilo vivió con su llaga toda la vida, pero nunca dejó de servir. Su vida fue una cruz que no rechazó, sino que abrazó. Así nos enseña que el sufrimiento, cuando se vive con fe, se convierte en camino de santificación personal y de redención para el mundo.

Hoy, quienes viven una enfermedad, quienes cuidan de otros, quienes sienten que su dolor es incomprendido, pueden mirar a San Camilo y decir: “Dios puede hacer algo hermoso con mi dolor, si lo uno a su amor”.

Oración

Señor Jesús, tú que te hiciste hombre y sufriste por amor a nosotros, concédenos, por intercesión de San Camilo de Lelis, la gracia de descubrirte en cada enfermo, en cada herida, en cada lágrima. Que sepamos amar con ternura, servir con humildad y acompañar con esperanza. Transforma nuestro sufrimiento en don y nuestra fragilidad en lugar de encuentro contigo. Amén.

sacerdote eterno

CÓMO OFRECER PEQUEÑOS SACRIFICIOS DIARIOS POR AMOR

El valor espiritual de lo ordinario



La vida cristiana no se construye únicamente con grandes gestas o decisiones heroicas, sino que encuentra su verdadera riqueza en el día a día, en los gestos sencillos hechos por amor. Esta es una verdad profunda que atraviesa la enseñanza de Jesús, el testimonio de los santos y la espiritualidad católica a lo largo de los siglos. Ofrecer pequeños sacrificios diarios es un modo concreto de vivir nuestra fe, de unirnos a Cristo crucificado y de participar activamente en la obra de la redención.

1. ¿Qué es un sacrificio ofrecido por amor?

Un sacrificio, en el sentido espiritual, no se limita al sufrimiento físico o a renuncias dramáticas. Se trata más bien de una ofrenda del corazón. Es renunciar a algo legítimo —como el descanso, una palabra que nos gustaría decir, una comida que deseamos— para entregarlo a Dios con amor. Es elegir la paciencia cuando se nos hace difícil, el silencio cuando nos gustaría responder, la generosidad cuando nos cuesta compartir.

Como dice san Josemaría Escrivá:

El amor se prueba con obras, y no con frases o palabras. Y los sacrificios, aunque sean pequeños, si son constantes, edifican la santidad.

2. La teología de la pequeña ofrenda

Dios no mide las ofrendas por su tamaño, sino por el amor con que se hacen. Jesús lo enseñó claramente cuando alabó a la viuda que dio unas pocas monedas en el templo, porque “dio todo lo que tenía” (cf. Lc 21,1-4). Esta actitud del corazón transforma lo pequeño en algo grande a los ojos de Dios.

Santa Teresita del Niño Jesús, doctora de la Iglesia, desarrolló la llamada “pequeña vía”:

No puedo hacer grandes cosas, pero las pequeñas las haré con un gran amor.

3. ¿Qué tipo de sacrificios se pueden ofrecer?

Levantarse con prontitud y alegría, aun cuando el cuerpo reclame dormir más.

Escuchar con atención a alguien que necesita ser oído, aunque uno tenga prisa.

Guardar silencio ante una injusticia o una provocación, confiando en Dios.

Ofrecer las contrariedades del día —el tráfico, el calor, el cansancio— como un acto de amor.

Renunciar a un capricho o a una compra innecesaria y destinar ese dinero a alguien que lo necesite.

Estas acciones, tan cotidianas como discretas, se convierten en oración si las ofrecemos con fe. En palabras del Papa Francisco:

El amor de Dios es concreto, y lo concreto es lo pequeño. Dios actúa en lo pequeño, y por eso la santidad está también en los pequeños gestos de cada día.

4. Unir nuestros sacrificios a la Cruz de Cristo

Toda ofrenda cristiana encuentra su sentido más pleno cuando se une al sacrificio de Cristo. Así como Él entregó su vida por amor, nosotros, en lo cotidiano, podemos unir nuestras pequeñas renuncias a su Cruz y participar de su amor redentor.

San Pablo nos exhorta:

Les exhorto, hermanos, por la misericordia de Dios, a que presenten sus cuerpos como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios; este es el culto espiritual que deben ofrecer” (Rm 12,1).

5. ¿Por quién podemos ofrecerlos?

Por nuestros familiares, especialmente aquellos alejados de la fe.

Por la paz en el mundo.

Por las almas del purgatorio.

Por los sacerdotes, misioneros y consagrados.

Por los que sufren en silencio o están solos.

Por nuestros propios pecados y los del mundo entero.

Cada sacrificio ofrecido con amor puede ser como una gota en el océano de la misericordia de Dios.

6. La alegría del que ama

Quien ofrece su vida a diario por amor no se amarga ni se entristece. Por el contrario, descubre una alegría profunda: la de vivir unido a Cristo, la de transformar cada instante en oración, la de saber que su vida tiene un propósito eterno.

San Juan Pablo II decía:

El sufrimiento, iluminado por la fe, se convierte en una fuente de amor, redención y alegría espiritual.


El amor transforma lo ordinario en extraordinario

En un mundo que busca constantemente lo espectacular, el Evangelio nos invita a la santidad de lo escondido, a ofrecer lo pequeño con amor grande. Los pequeños sacrificios son como flores que adornan el altar de nuestra vida cristiana.

Pidamos a la Virgen María, que supo ofrecer con humildad cada momento de su vida a Dios, que nos enseñe también a hacer de cada día una ofrenda.

Oración

Señor Jesús, enséñame a ofrecerte mis pequeñas cruces diarias con amor, sin queja, sin orgullo, sin buscar recompensa. Que aprenda a amar en lo pequeño y así unirme cada día más a Ti. Que mi vida, aun en lo oculto, sea una ofrenda viva, santa y agradable al Padre. Amén.

LA VOCACIÓN A LA SANTIDAD DESDE LA JUVENTUD, COMO LO ENSEÑA SANTA MARÍA GORETTI


María Goretti, con solo once años, manifestó un profundo deseo de recibir el sacramento de la Comunión. Este deseo la llevó a renunciar a las horas de sueño para asistir a la misa dominical en un pueblo distante varios kilómetros de su casa. Su fe temprana y su dedicación a la oración la distinguieron desde joven.

Una vida corta, un testimonio eterno, antes morir que pecar

Santa María Goretti nació en 1890 en Italia, en el seno de una familia campesina muy humilde. Desde pequeña mostró una sensibilidad profunda hacia Dios, una vida de oración sencilla, y una gran responsabilidad en el hogar. Su historia, marcada por la pureza, el perdón y la firmeza en la fe, nos enseña que la santidad no es cosa de adultos ni de tiempos lejanos: es posible desde la juventud, y en medio de la vida ordinaria.

A los 11 años, fue atacada por un joven que intentó abusar de ella. María prefirió morir antes que consentir el pecado. Sus palabras fueron claras y poderosas: “¡No, es pecado, Dios no quiere esto!” Fue apuñalada catorce veces, y antes de morir, perdonó a su agresor. Esa decisión de amor y fidelidad a Dios la llevó a los altares.

Una vocación que comienza temprano

Cuando la Iglesia declara santa a una niña como María Goretti, está recordándonos que la santidad no tiene edad mínima, ni espera condiciones ideales. La juventud no es una excusa para dejar pasar la llamada de Dios. Al contrario, es una etapa donde el corazón está más abierto, más dispuesto a amar, a soñar en grande y a comprometerse con lo verdadero.

La vocación a la santidad no se limita a ser sacerdote o monja. Es un llamado universal a vivir como Cristo: amando, perdonando, sirviendo, resistiendo al mal, siendo fieles a la verdad, incluso cuando cueste.

Un mensaje para los jóvenes de hoy

Santa María Goretti interpela directamente al mundo juvenil actual, muchas veces bombardeado por antivalores, superficialidad, erotización temprana y miedo al compromiso. Su vida grita con fuerza:

¡Sí se puede ser puro!

¡Sí se puede decir “no” al pecado!

¡Sí se puede perdonar al que nos hiere!

¡Sí se puede ser santo en medio de una vida sencilla!

Ella no tuvo redes sociales ni luces de espectáculo. Tuvo una fe profunda, un corazón limpio, y un deseo de amar a Dios por sobre todo. Su canonización en 1950 atrajo a más de 250,000 personas, la mayoría jóvenes, que vieron en ella una heroína real, una santa que les hablaba su mismo lenguaje.

¿Y tú, joven? ¿A qué te llama Dios hoy?

La historia de María Goretti te invita a preguntarte:
  1. ¿Estoy tomando en serio mi fe?
  2. ¿Pido a Dios fuerzas para resistir la tentación?
  3. ¿Qué testimonio doy a mis amigos con mi forma de vivir?
  4. ¿Qué tan valiente soy al decir “no” a lo que me aleja de Dios?
No esperes a “ser grande” para responder al llamado de Cristo. Hoy puedes comenzar a caminar en la santidad, con pequeños actos de amor, pureza, oración, verdad y perdón. Eso fue lo que hizo María, y Dios la levantó como modelo para todos los tiempos.

Oración

Señor Jesús,
Te doy gracias por el testimonio valiente de Santa María Goretti,
por su fe limpia, su amor por Ti y su capacidad de perdonar.
Ayúdame a vivir mi juventud con pureza y entrega.
Que no me dé vergüenza seguirte,
y que como María, sepa decir “sí” al bien y “no” al pecado.
Dame fuerza para ser testigo tuyo hoy.
Amén.

sacerdote eterno

PAPA LEON XIV: "EL SEÑOR NO BUSCA SACERDOTES PERFECTOS, SINO CORAZONES HUMILDES"




Por Almudena Martínez-Bordiú

Este viernes 27 de junio, la Iglesia Católica celebra la Jornada Mundial de Oración por la Santificación de los Sacerdotes, que coincide con la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús.

Con motivo de esta fecha, el Papa León XIV envió un emotivo y tierno mensaje, en tono paternal, a todos los sacerdotes del mundo.

En el marco de la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, el Santo Padre destacó que “el Corazón de Cristo, traspasado por su amor, es la carne viva y vivificante que acoge a cada uno de nosotros, transformándonos a imagen del Buen Pastor”.

En él —agregó el Pontífice—, se comprende la verdadera identidad de nuestro ministerio: ardiendo por la misericordia de Dios, somos testigos gozosos de su amor que sana, acompaña y redime”.

Para el Papa León XIV, la fiesta de hoy “renueva en nuestros corazones la llamada a la entrega total de nosotros mismos al servicio del Pueblo santo de Dios”, una misión que “comienza con la oración y continúa en la unión con el Señor, quien reaviva continuamente en nosotros su don: la santa vocación al sacerdocio”.

Sólo en el Corazón de Jesús encontramos nuestra verdadera humanidad

El Papa también afirmó que “sólo haciendo memoria vivimos y hacemos revivir lo que el Señor nos ha entregado, y nos pide, a su vez, transmitirlo en su nombre”.

La memoria unifica nuestros corazones en el Corazón de Cristo y nuestra vida en la vida de Cristo, de modo que podamos llevar al Pueblo santo de Dios la Palabra y los sacramentos de la salvación, para un mundo reconciliado en el amor”, añadió.

Además, aclaró que “sólo en el Corazón de Jesús encontramos nuestra verdadera humanidad de hijos de Dios y de hermanos entre nosotros”.

Por ello, el Papa León XIV dirigió a los presbíteros una invitación urgente: “¡Sean constructores de unidad y de paz!”, exclamó.

En este contexto, recordó que el sacerdote “está llamado a promover la reconciliación y generar comunión”, siendo pastores capaces de discernir, “hábiles en el arte de recomponer los fragmentos de vida que se nos confían, para ayudar a las personas a encontrar la luz del Evangelio dentro de las tribulaciones de la existencia”.

Para el Pontífice, esto significa también ser “sabios lectores de la realidad, yendo más allá de las emociones del momento, de los miedos y de las modas; significa ofrecer propuestas pastorales que generen y regeneren la fe, construyendo relaciones buenas, vínculos solidarios, comunidades donde brille el estilo de la fraternidad”.

No le teman a su fragilidad

Ser constructores de unidad y de paz no significa imponerse, sino servir. En particular, la fraternidad sacerdotal se convierte en signo creíble de la presencia del Resucitado entre nosotros cuando caracteriza el camino común de nuestros presbíteros”, indicó.

En esta fecha señalada, el Papa León XIV les invitó a renovar su “sí” a Dios y al Pueblo, exhortándoles a dejarse “moldear por la gracia” y custodiar “el fuego del Espíritu recibido en la ordenación para que, unidos a Él, puedan ser sacramento del amor de Jesús en el mundo”.

No le teman a su fragilidad: el Señor no busca sacerdotes perfectos, sino corazones humildes, disponibles a la conversión y dispuestos a amar como Él mismo nos ha amado”, advirtió a continuación.

Por último, el Papa León XIV recordó a los sacerdotes que su ministerio será tanto más fecundo “cuanto más esté arraigado en la oración, en el perdón, en la cercanía a los pobres, a las familias, a los jóvenes en busca de la verdad”.

“No lo olviden: un sacerdote santo hace florecer la santidad a su alrededor”, escribió por último el Santo Padre.

FUENTE: ACI PRENSA

LA ORACIÓN: ANCLA PARA LA FE Y GUÍA PARA LA VIDA DIARIA



Encuentro Vivo con Dios y Fuente de Vida Espiritual.

La oración es el alma de la vida cristiana. No se trata simplemente de un deber o de una práctica religiosa más, sino del encuentro constante, amoroso y transformador con Dios. Quien ora, se pone en presencia del Creador, se abre a su gracia y le permite actuar en lo más profundo del corazón.

Desde los comienzos de la Revelación, la oración ha sido la respuesta del ser humano al Dios que habla, que llama, que se revela. Desde Abraham, el amigo de Dios, hasta María, la mujer orante por excelencia, toda la historia de la salvación está marcada por hombres y mujeres que supieron entrar en diálogo con Dios, acoger su Palabra y dejarse guiar por su Espíritu.


La Oración como Diálogo Vivo

La oración, en esencia, es diálogo. No es un simple ejercicio mental, ni un listado de peticiones, sino una relación. Orar es hablar con Dios y, sobre todo, escucharlo con el corazón abierto. Es una comunicación que alimenta, que consuela, que orienta y que transforma.

Como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica:

La oración es la elevación del alma a Dios o la petición a Dios de bienes convenientes” (CIC 2559).
La oración es el encuentro de la sed de Dios y la sed del hombre” (CIC 2560).

En la oración, Dios se da a conocer como Padre amoroso, y nosotros descubrimos nuestra verdadera identidad de hijos. Jesús, nuestro Maestro, no sólo oró continuamente, sino que nos enseñó a orar con el Padre Nuestro, modelo perfecto de confianza, abandono, alabanza, perdón y petición.


Diversas Formas de Oración

La riqueza de la oración cristiana es amplia y profunda. La Iglesia, como madre sabia, ofrece diversos modos de orar que se complementan y enriquecen mutuamente:

Oración personal, en la intimidad del corazón.
Oración comunitaria, que une a los fieles en la fe.
Oración litúrgica, especialmente en la Eucaristía, cumbre de toda oración.
Oración devocional, como el Rosario, el Vía Crucis, novenas, letanías.

Cada forma tiene su lugar y valor, pero entre todas, hay una que es especialmente fundamental y transformadora para la vida interior del cristiano: la oración personal.


La Oración Personal: Fuente de Intimidad y Transformación

La oración personal es el corazón silencioso donde se gesta una relación viva y profunda con Dios. Es un encuentro íntimo, cotidiano, en el que el alma se desnuda ante su Creador. No hay máscaras, no hay apariencias. Solo el orante y Dios, en una relación de amor, confianza y entrega.

Jesús mismo buscaba espacios de soledad para hablar con el Padre. El Evangelio de Marcos lo narra con fuerza:

Muy de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, Jesús se levantó, salió y se fue a un lugar solitario, donde se puso a orar” (Mc 1,35).

Si Jesús, siendo el Hijo de Dios, sentía la necesidad de orar, ¿Cuánto más nosotros?


Importancia de la Oración Personal en la Vida del Cristiano
  1. Alimenta la relación con Dios: la oración personal es el lugar donde Dios se revela no solo como Creador, sino como Padre, Amigo, Maestro y Guía.
  2. Da sentido y dirección a la vida: en la oración, el creyente discierne la voluntad de Dios y recibe luz para caminar.
  3. Fortalece en la prueba: es refugio en medio del dolor, la duda y el sufrimiento.
  4. Sana el corazón: muchas heridas interiores solo se curan en el silencio orante ante el Señor.
  5. Forma a Cristo en nosotros: a través de la oración, el Espíritu Santo nos configura a imagen de Cristo.
El Papa Benedicto XVI decía:

“El hombre necesita de Dios, o mejor, sin Dios el hombre no sabe dónde ir, ni tampoco logra entender quién es” (Homilía, 4 de octubre de 2005).


Santidad y Oración Personal

Los santos son testigos vivos del poder transformador de la oración. Todos, sin excepción, han sido hombres y mujeres profundamente orantes.

Santa Teresa de Jesús afirmaba:

La oración es tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama”.

San Juan María Vianney decía con sencillez:

La oración es la unión con Dios. Cuando uno tiene el corazón puro y unido a Dios, siente en sí un bálsamo, una dulzura que embriaga”.


¿Cómo hacer oración personal de manera constante e intensa?

La constancia en la oración no depende solo de la emoción o el tiempo disponible, sino del amor y la decisión de buscar a Dios cada día. Algunas claves prácticas para cultivarla:

1. Establecer un tiempo fijo

Como todo encuentro importante, la oración requiere espacio y prioridad. No se trata de “ver si hay tiempo”, sino de organizar el día en torno a ese encuentro con Dios. Puede ser en la mañana, en la noche, o en algún momento del día, pero debe ser un compromiso de amor.

2. Buscar un lugar tranquilo

Un rincón especial, sencillo pero recogido, ayuda a disponerse para el encuentro. El silencio exterior favorece el recogimiento interior.

3. Invocar al Espíritu Santo

Toda oración auténtica comienza invocando al Espíritu, que es quien ora en nosotros (cf. Rm 8,26). Él nos enseña a orar y pone en nuestros labios el clamor del corazón.

4. Usar la Palabra de Dios

La lectura orante de la Biblia (Lectio Divina) es una forma maravillosa de oración personal. En ella, Dios nos habla directamente, y su Palabra se convierte en luz, fuerza y alimento.

5. Ser sinceros

No hay que tener miedo de decirle a Dios lo que sentimos: alegría, cansancio, dudas, gratitud, tristeza. Él lo conoce todo. La sinceridad en la oración personal abre el corazón a la acción de su gracia.

6. Permanecer en silencio

No solo hablar. También escuchar. A veces, en el silencio más profundo, el alma encuentra a Dios más allá de las palabras.

7. Perseverar

Habrá días en que la oración parecerá seca o sin sentido. Pero la fidelidad en medio de la aridez es donde más crece la fe. Santa Teresa del Niño Jesús decía: “No siempre siento la presencia de Dios, pero creo en Él con más fe cuando no lo siento”.

La oración, especialmente la oración personal, no es un añadido en la vida del cristiano, sino su misma savia vital. Sin oración, la fe se apaga, el alma se marchita y la vida se vacía de trascendencia. Con oración, todo se llena de sentido, incluso el sufrimiento.

El Señor no pide grandes discursos, sino un corazón que le busque con humildad. Él espera cada día en lo profundo del alma, deseando hablar, consolar, transformar. La oración es el lugar del amor verdadero, del descanso interior, del aprendizaje del Evangelio. Es allí donde el cristiano se hace discípulo, y el discípulo se hace santo.

Orar no es otra cosa que un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de gratitud y de amor tanto desde dentro de la prueba como desde dentro de la alegría” (Santa Teresita del Niño Jesús).

LA MISÓN DE LA IGLESIA A EJEMPLO DE SAN PEDRO Y SAN PABLO

Cada 29 de junio, la Iglesia celebra la solemnidad conjunta de San Pedro y San Pablo, dos columnas fundamentales del cristianismo. Ambos, tan distintos en carácter y vida, pero unidos en el amor a Cristo, nos enseñan que la Iglesia es misionera por naturaleza, y que cada uno de nosotros participa de esa gran misión.

Hoy, su testimonio es más actual que nunca. En un mundo indiferente a Dios, la Iglesia necesita beber del coraje de Pedro y del ardor apostólico de Pablo.


San Pedro: roca humilde y obediente

Simón Pedro, el pescador de Galilea, fue llamado por Jesús desde las redes para ser “pescador de hombres”. Hombre impulsivo y sencillo, fue elegido por Cristo para ser roca sobre la cual edificaría su Iglesia (cf. Mt 16,18).

Pedro representa el ministerio visible de unidad: el Papa como sucesor de Pedro es el signo de la unidad de la Iglesia universal.

Su vida nos enseña la humildad: cayó, negó al Señor, lloró amargamente, pero fue perdonado y fortalecido.

En Pedro vemos al pastor que ama y guía, a pesar de sus debilidades.

Pedro nos recuerda que la Iglesia no es una comunidad perfecta, sino una familia sostenida por la misericordia y por la fidelidad de Cristo.


San Pablo: fuego misionero incansable

Pablo de Tarso, perseguidor de los cristianos, se convirtió en el gran apóstol de los gentiles. Su encuentro con Cristo resucitado lo transformó radicalmente, convirtiéndolo en un misionero incansable.

Pablo representa la Iglesia en salida, que no se conforma con quedarse dentro de las paredes de los templos.

Fue el teólogo apasionado, el predicador incansable, el hombre que supo adaptar el mensaje de Cristo a cada cultura sin perder su esencia.

Su vida nos enseña el coraje para anunciar el Evangelio, incluso en medio de persecuciones y rechazos.

Pablo nos recuerda que la Iglesia debe anunciar a Cristo al mundo entero, sin miedo y sin descanso.
Dos hombres, una misma misión

Pedro y Pablo eran diferentes:

Pedro
  • Hombre sencillo, pescador.
  • Pastor visible de la Iglesia.
  • Testigo de la Resurrección.
  • Símbolo de unidad.
Pablo
  • Intelectual, fariseo.
  • Apóstol de las naciones.
  • Converso del camino de Damasco.
  • Símbolo del ardor misionero.
Pero en Cristo, ambos se encontraron y se complementaron. La Iglesia de hoy necesita de ambos perfiles:

La firmeza de Pedro: en la doctrina, en la unidad, en la comunión con el Papa.

El fuego de Pablo: el deseo de salir al mundo, de anunciar a todos el mensaje de salvación.

¿Cuál es la misión de la Iglesia hoy?

La misión de la Iglesia no ha cambiado:

“Vayan por todo el mundo y anuncien el Evangelio a toda criatura.” (Mc 16,15)

A ejemplo de Pedro y Pablo, la Iglesia está llamada a:
  • Anunciar a Cristo con valentía, sin temor a la cultura actual.
  • Ser testigo de unidad, sin caer en divisiones ni rupturas internas.
  • Cuidar la fe auténtica, pero sin encerrarse en sí misma.
  • Salir al encuentro del necesitado, llevando esperanza, consuelo y luz.
El Papa Francisco nos recuerdó con frecuencia que la Iglesia no debe ser “autorreferencial”, sino misionera:

Prefiero una Iglesia accidentada por salir a las periferias, que enferma por encerrarse en sí misma.

 Nuestra misión personal

Cada bautizado participa de la misión de la Iglesia. Hoy, tú y yo estamos llamados a ser Pedro y Pablo:

Como Pedro, debemos amar la Iglesia, fortalecer la fe de los hermanos, vivir en unidad.
Como Pablo, debemos ser testigos valientes, anunciadores del Evangelio en nuestras familias, trabajos y ambientes.

En tu vida cotidiana, puedes ser misionero:
  • Con una palabra de esperanza.
  • Con una oración por el necesitado.
  • Con tu testimonio de fe coherente.
  • Con tu ayuda concreta al hermano pobre.
No pienses que la misión es solo para sacerdotes o religiosos. La Iglesia eres tú. La Iglesia soy yo. En nuestro mundo, tú eres el Pedro que sostiene la fe de otros. Tú eres el Pablo que lleva la Buena Noticia a los que están lejos.

San Pedro y San Pablo te invitan a despertar:
  • No tengas miedo de anunciar a Cristo.
  • No tengas miedo de defender la fe.
  • No tengas miedo de amar a la Iglesia.
Y que podamos repetir con San Pablo:

“¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!” (1 Cor 9,16)

sacerdote eterno

EL HOMBRE DEBERÍA TEMBLAR

EL HOMBRE DEBERÍA TEMBLAR
San Francisco de Asís