ÚLTIMA ENTREGA
Visitas al Santísimo, a la Virgen y a San José correspondientes a cada día del mes por San Alfonso María Ligorio.
Señor mío Jesucristo, que por amor a los hombres estás de día y de noche en este Sacramento, lleno de amor y de piedad, esperando, llamando y recibiendo a todos los que te vienen a visitar, creo que estás presente en este Sacramento; te adoro desde el abismo de mi nada, y te doy gracias por tantos beneficios que me has hecho, especialmente por haberme dado en ese Sacramento vuestro cuerpo, sangre, alma y divinidad, y por haberme concedido por mi abogada a Vuestra Santísima Madre, la Virgen María, y haberme ahora llamado a visitarte en este lugar santo. Adoro tu amantísimo corazón y deseo adorarlo por tres fines: el primero, en agradecimiento de esta preciosa dádiva; el segundo para desagraviarte de todos los ultrajes de vuestro enemigo en este Sacramento, y el tercero, porque deseo en esta visita adorarte en todos los lugares de la tierra, donde estás sacramentado con menos culto y más olvido.
¡Jesús mío! Te amo con todo mi corazón; pésame de haber ofendido tantas veces tu infinita bondad; propongo ayudado de tu gracia, enmendarme en lo venidero, y ahora, miserable como soy, me consagro todo a Ti, y pongo en tus divinas manos mi voluntad, afectos y todo cuanto soy y puedo.
En adelante, hace de mí y de todas mis cosas lo que te agrade. No te pido y no quiero más que tu santo amor, la perseverancia final y el cumplimiento perfecto de tu Santísima Voluntad.
Te recomiendo las almas del Purgatorio, y en particular las más devotas del Santísimo Sacramento y de la Santísima Virgen María. También te ruego por los pobres pecadores. En fin, yo uno Salvador mío y mi bien, todos mis afectos a los de tu Corazón Amantísimo, y así reunidos los ofrezco a tu Eterno Padre, pidiéndole por tu amor y en tu nombre, se digne aceptarlos y oírlos.
Oración
¡ Oh glorioso San Alfonso! que con tanto celo y caridad has trabajado en la santificación del mundo, en la conversión de los pecadores incrédulos, ahora recoges en el cielo el fruto de tus trabajos apostólicos y que tu caridad es perfecta y consumada, escucha favorablemente las oraciones y peticiones que te hago en este día.
Alcánzame, gran Santo, por amor del divino Corazón de Jesús y del Inmaculado de María, el arrepentimiento y perdón de todos los pecados que he cometido hasta este día, un firme propósito de no cometer jamás alguno, la reforma de mis costumbres, el desprendimiento de los bienes de este mundo y un ardiente deseo de los bienes eternos.
Dígnate alcanzarme un amor filial para con Dios, y una caridad fraterna para con el prójimo. Alcánzame una devoción particular al Santísimo Sacramento del Altar y la gracia de recibirlo en viático antes de morir. Alcánzame un ardiente amor a Jesús y María, una devoción tierna y llena de confianza en sus Sagrados Corazones.
Alcánzame finalmente el don precioso de la perseverancia, para que viviendo como tu en el amor de Jesús y María, tenga como tu, la dicha de morir asistido de ellos y pueda llegar después de mi muerte, a la posesión de esa felicidad de que gozas y gozarás en el cielo por toda la eternidad. Entonces me será dado el alabar contigo, bendecir, agradecer, amar a Dios y a María por todos los siglos de los siglos. Así sea.
El Papa Gregorio XVI lo declara Santo en 1839. El Papa Pío IX lo declara Doctor de la Iglesia en 1875.
VISITA 26ª
Visita al Santísimo
Oración preparatoria, p. 53.
Alegraos con gran regocijo y alabad al Señor, moradores de Sión, porque en medio de vosotros está el Grande, el Santo de Israel.” ¡Oh, Dios! ¡Y qué gozo deberíamos tener los hombres, qué esperanzas y qué afectos abrigar, sabiendo que en nuestra patria, dentro de nuestras iglesias, cerca de nuestras casas, habita y vive el Santo de los Santos, el verdadero Dios; Aquel que con su presencia hace bienaventurados a los Santos en el Cielo; y que, como dice San Bernardo, es el amor mismo.
Porque este Sacramento no sólo es Sacramento de amor, sino el mismo amor, el mismo Dios que, por el inmenso amor que a sus criaturas tiene, se llama y es el Amor: Dios es caridad. Mas oigo que os lamentáis, ¡oh, Jesús mío Sacramentado!, de que habiendo venido a la tierra para ser nuestro huésped, y por nuestro bien, no os hemos recibido: Huésped era, decís, y no me recibisteis.
Razón tenéis, Señor, razón tenéis: yo soy uno de esos ingratos que os dejan solo, sin venir siquiera a visitaros. Castigadme como quisiereis; mas no con el castigo que merecería de verme privado de vuestra presencia; no, Dios mío, que yo quiero enmendarme de la descortesía y desatención con que os he tratado; y deseo de hoy en adelante, no sólo visitaros a menudo, sino detenerme con Vos cuanto pudiere.
¡Oh, piadosísimo Salvador! Haced que os sea fiel, y que con mi ejemplo estimule a los demás a que os hagan compañía en el Santísimo Sacramento. Oigo también al Eterno Padre, que dice: Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo todas mis complacencias. Pues si el mismo Dios en Vos halla todas sus complacencias, ¿no las he de hallar yo, vil gusanillo de la tierra, en permanecer con Vos en este valle de lágrimas?
¡Oh, fuego consumidor!, destruid en mí todo apego a las cosas creadas, porque sólo ellas pueden hacerme infiel y alejarme de Vos.
Si Vos queréis, podéis destruirlo: y ya que tanto habéis hecho por mí, haced esto también; desterrad de mi corazón todo afecto que a Vos no vaya encaminado. Mirad que a Vos enteramente me entrego, dedicando hoy toda la vida que me queda al amor del Santísimo Sacramento.
Vos, Jesús mío Sacramentado, seréis mi consuelo y mi amor, en la vida y en la hora de mi muerte, cuando vengáis a servirme de Viático y conducirme a vuestro bienaventurado reino. Amén, amén. Así lo espero, así sea.
Jaculatoria.— ¿Cuándo, Jesús mío, veré tu hermosísimo rostro?
Comunión espiritual, p. 41.
Visita a María Santísima
En Vos, Madre nuestra santísima, hallamos remedio a todos nuestros males. En Vos, dice San Germán, tenemos el apoyo de nuestra flaqueza. En Vos, exclama San Buenaventura, la puerta para salir de la esclavitud del pecado. En Vos, exclama San Buenaventura, la puerta para salir de la esclavitud del pecado. En Vos, nuestra segura paz. En Vos, como dice San Lorenzo Justiniano, hallamos el alivio de nuestra mísera vida. En Vos, finalmente, hallamos la gracia divina y a Dios mismo; y por eso San Buenaventura os llama: Tronco de la gracia de Dios; y Proco: Puente felicísimopor donde Dios, a quien nuestras culpas alejaron, pasa a habitar con su gracia en nuestras almas.
Jaculatoria.— ¡Oh, María!, Vos sois mi fortaleza, mi libertad, mi paz y mi salvación.
Oración a María Santísima, p. 58.
Visita al Patriarca San José
Es indudable –escribe San Bernardino de Siena- que Jesucristo no ha olvidado en el Cielo la familiaridad y el respeto que profesó en la tierra a San José; al contrario, es de, creer que estos sentimientos de un verdadero hijo para con su padre son al presente más vivos y profundos.”
Ayudadme, glorioso Patriarca, a alcanzar por vuestras súplicas el perdón de mis pecados, y la gracia de borrarlos con digna penitencia. Ayudadme a amar mucho a Jesús y a María y alcanzadme especialmente la perseverancia final.
Jaculatoria.— Haced, San José bendito, que viva y muera en gracia de Dios.
Oración a san José, p. 61.
VISITA 27ª
Visita al Santísimo
Oración preparatoria, p. 53.
Canta la Santa Iglesia en el oficio del Santísimo Sacramento: No hay nación alguna, por grande que sea, que tenga a sus dioses tan cerca de sí como lo está de nosotros nuestro buen Dios. Los gentiles, oyendo hablar de las obras de amor de nuestro Dios exclamaban: ¡Oh, qué Dios tan bueno es el Dios de los cristianos! En verdad, aunque los gentiles fingían los dioses conforme a sus caprichos, con todo, si leemos sus historias, veremos que, entre tantas fábulas y tantos dioses inventados, nadie logró imaginar un Dios tan enamorado de los hombres como lo es nuestro verdadero Dios; el cual, para demostrar su amor a sus adoradores, y para enriquecerlos de gracias, obró este prodigio de amor, de hacerse nuestro perpetuo compañero, oculto de día y de noche en nuestro altares, como si no supiese apartarse ni un instante de nosotros.
De esta suerte, Jesús mío dulcísimo, quisisteis hacer el mayor milagro de todos para satisfacer el deseo extremado que tenéis de estar continuamente a nuestro lado. Mas ¿por qué huyen los hombres de vuestra presencia? ¿Y cómo pueden vivir tanto tiempo lejos de Vos, o venir tan raras veces a visitaros? Si pasan con Vos un cuarto de hora, paréceles un siglo por el tedio que tienen. ¡Oh, paciencia de mi Jesús, cuán grande eres!... Sí, lo entiendo, Señor mío; es tan grande, porque es grande a maravilla el amor que tenéis a los hombres, y esto es lo que os obliga a permanecer siempre entre tantos ingratos.
¡Ah, Dios mío!, que siendo infinito en vuestras perfecciones, sois también infinito en el amor, no permitáis que en lo por venir sea yo también uno de esos ingratos, como en lo pasado lo he sido. Concededme el amor que a vuestros merecimientos y a mi obligación corresponde.
Tiempo hubo en que yo también me cansaba de estar en vuestra presencia, porque no os amaba, o porque os amaba muy poco; mas si logro con vuestra gracia amaros mucho, entonces no me cansaré de perseverar a vuestras plantas en este Sacramento.
¡Oh, Eterno Padre!, os ofrezco a vuestro mismo Hijo; aceptadle, y por sus méritos dadme un amor tan tierno y ferviente al Santísimo Sacramento, que cuando pase por alguna iglesia donde esté Jesús Sacramentado, en Él piense y desee con ansia eficaz el momento de ir a permanecer en su presencia.
Jaculatoria.— Dios mío, por el amor de Jesús, dadme grande amor al Santísimo Sacramento.
Comunión espiritual, p. 41.
Visita a María santísima
Es María aquella Torre de David, de la cual dice el Espíritu Santo en el Cantar de los Cantares que está edificada con baluartes , y tiene mil defensas y armas para socorro de los que a ella acuden. Vos sois, pues, ¡oh, Santísima María!, la defensa fortísima, como os llama San Ignacio Mártir, de cuantos se hallan en el combate.
¡Oh, qué asaltos me dan continuamente mis enemigos, para privarme de la gracia de Dios y de vuestra protección, Señora mía carísima! Pero Vos sois mi fortaleza; y no os desdeñáis, según decía San Efrén, de combatir por los que en Vos confían. Defendedme, que en Vos confía y espero.
Jaculatoria.— ¡Oh, María, María, tu hermoso nombre es la defensa mía!.
Oración a María Santísima, p. 58.
Visita al Patriarca San José
Escribía Santa Teresa: “Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios, por medio de San José, de los peligros que me ha librado, así de cuerpo como de alma... No he conocido persona que de veras le sea devota y haga particulares servicios, que no la vea más aprovechada en la virtud... Sólo pido, por amor de Dios, que lo pruebe quien no me creyere.”
¡Oh, bienaventurado José!, alcanzadme la gracia de imitaros en la vida espiritual; que aprenda a conversar con Dios y glorificarle eternamente.
Jaculatoria.— Ilustrad mi espíritu con el don de oración, glorioso San José.
Oración a San José, p. 61.
VISITA 28
Visita al Santísimo
Oración preparatoria, p. 53.
Habiéndonos dado Dios a su mismo Hijo, dice San Pablo, ¿cómo podremos temer que nos niegue bien alguno? Sabemos que el Eterno Padre todo cuanto tiene lo dio a Jesucristo. Agradezcamos, pues, siempre la bondad, la misericordia, la liberalidad de nuestro amantísimo Dios, que quiso enriquecernos con todos los bienes y todas las gracias, dándonos a Jesús en el Sacramento del altar.
De esta suerte, ¡oh, Salvador del mundo!, ¡oh, Verbo humanado!, puedo decir que sois mío enteramente, si quiero yo. Pero, ¿puedo igualmente afirmar que soy todo vuestro, como Vos queréis? ¡Ah, Señor mío!, haced que no se vea en el mundo el desconcierto e ingratitud de que yo no sea vuestro cuanto Vos lo queréis. ¡Ah, nunca más suceda! Si así fue en el pasado, no lo será en lo venidero. Hoy resueltamente me consagro a Vos.
Os entrego para el tiempo y para la eternidad mi vida, mi voluntad, mis pensamientos, mis acciones, mis padecimientos. Vuestro soy enteramente, y como víctima a Vos ofrecida, despídome de las criaturas, y por completo me dedico a Vos. Abrasadme en las llamas de vuestro divino amor. No quiero, no, que en mi corazón tengan ya parte las criaturas. Las señales con que me habéis descubierto el amor que me teníais, aun cuando no os amaba, me mueven a esperar que ciertamente me recibiréis ahora que os amo, y que por amor a Vos me entrego.
Os ofrezco hoy, ¡oh, Eterno Padre!, todas las virtudes, actos y afectos del Corazón de vuestro amado Jesús. Aceptadlos; y por sus merecimiento, que todos son míos, pues Él me los ha cedido, concededme la gracia que Jesús os pide para mí. Con estos, merecimientos os doy gracias por tantas misericordias como habéis usado conmigo. Con ellos satisfago lo que por mis pecados debo. Por ello espero de Vos todas las gracias: el perdón, la perseverancia, la gloria, y, sobre todo, el sumo don de vuestro perfecto amor. Bien veo que yo soy quien a todo pongo impedimento; pero aun esto, Vos lo remediaréis.
Os lo pido en nombre de Jesucristo; el cual nos prometió que nos concedería cualquier cosa que os pidiéremos en su nombre. Así, pues, no podéis negármelo. No quiero, Señor, sino amaros, entregarme enteramente a Vos, y no ser ya ingrato como hasta ahora lo fui. Miradme y oídme: haced que hoy sea el día en que del todo me convierta a Vos, para nunca más dejar de amaros. Os amo, Dios mío; os amo, bondad infinita; os amo, amor mío, gloria mía, mi bien, mi vida y mi todo.
Jaculatoria.— Jesús mío, todo mi bien; Vos me amáis y yo os amo.
Comunión espiritual, p. 41.
Visita a María Santísima
Cuanto alivio siento en mis miserias, y cuánto consuelo en mis tribulaciones, y qué esfuerzo recibo en la tentación, no bien os recuerdo y pido vuestro auxilio, ¡oh Santa y dulcísima Madre mía, María! Sí; razón tenéis, ¡oh, Santos del cielo!, en llamar a mi Señora: Puerta de atribulados; alivio de miserias; consuelo de miserables; remedio de nuestro llanto, como decían san Efrén, San Buenaventura y San Germán. Consoladme Vos, Madre mía; véome lleno de pecados, cercado de enemigos, tibio en el amor de Dios.
Consoladme, consoladme; y sea la consolación que me deis el hacerme empezar una vida nueva, que verdaderamente agrade a vuestro Hijo y a Vos.
Jaculatoria.— Renovadme, Madre mía, renovadme, puesto que podéis hacerlo.
Oración a María Santísima, p. 58.
Visita al Patriarca San José
Por la gracia del Señor, no hay al presente cristiano alguno que no sea devoto de San José; pero entre todos ciertamente reciben mayores gracias aquellos que más a menudo y con mayor confianza se encomiendan a él. Pidámosle, pues, gracias, que todas nos las alcanzará, siempre que sean útiles para nuestra alma.
Amado San José, yo os elijo, después de María, como principal abogado y protector mío; por el amor que tenéis a Jesús y a María, admitidme por vuestro siervo perpetuo.
Jaculatoria.— Protector mío san José, atended siempre mis súplicas.
Oración a San José, p. 61.
VISITA 29ª
Visita al Santísimo
Oración preparatoria, p. 53.
Yo estoy a la puerta y llamo.” ¡Oh, Pastor amantísimo, que por amor de vuestras ovejas, no contento con morir una vez sacrificado en el ara de la Cruz, quisisteis, además, quedaros oculto en este divino Sacramento, en los altares de nuestras iglesias, para estar siempre junto a nosotros y llamar a las puertas de nuestros corazones y procurarnos en ellos la entrada!.
Si yo supiese gozar de vuestra íntima compañía, como vuestra Santa Esposa, que decía (Cant. 2,3): ¡Sentéme a la sombra de Aquel a quien mucho había deseado! ¡Ah, si yo os amase, si os amase de veras, amabilísimo Jesús mío Sacramentado, cuánto desearía no apartarme jamás del Sagrario, ni de día ni de noche; y descansando allí, junto a vuestra Majestad, aunque encubierta bajo la aparente sombra de las Sagradas Especies, probaría aquellas celestiales delicias y aquel gozo que hallan las almas que os aman mucho.
Atraedme, Señor, con el aroma de vuestra hermosura y del amor inmenso que en este Sacramento me manifestáis. Y así, Salvador mío, dejaré las criaturas y los placeres todos del mundo, y correré hacia Vos.
¡Oh, qué frutos de santas virtudes dan a Dios, como plantas nuevas, las almas venturosas que os visitan con amor en el Santo Sagrario! Mas yo me avergüenzo de presentarme tan desnudo y vacío de virtudes ante Vos, ¡oh, Jesús mío! Ordenado tenéis que quien va al altar para honraros, no vaya sin algún don que ofreceros... Pues ¿qué he de hacer? ¿Nunca presentarme a Vos para visitaros?... No, que no es esto lo que os agrada. Vendré, pobre cual soy, y Vos me proveeréis de los mismos dones que de mi deseáis.
Veo que os quedasteis en este Sacramento, no sólo con el fin de premiar a los que os aman, sino también para enriquecer a los pobres con vuestros bienes.
Ea, pues, comenzad hoy. Os adoro, Rey de mi corazón, verdadero amante de los hombres, Pastor enamoradísimo de sus ovejas, acudo a este trono de vuestro amor; y no teniendo otro don que ofreceros, os presento mi corazón miserable para que todo él quede consagrado a vuestro amor y beneplácito. Con este corazón puedo amaros; y con él quiero amaros cuanto pudiere.
Atraedle, pues, y unidle enteramente a vuestra voluntad; de suerte que de hoy en adelante también yo pueda decir, lleno de gozo, como vuestro amado discípulo decía, que estoy preso con las cadenas de vuestro amor.
Unidme, Señor mío, del todo con Vos; haced que aun de mí mismo me olvide, a fin de que llegue un día en que venturosamente me desprenda de todas las cosas y hasta de mí mismo, para hallaros a Vos solo, amándoos siempre. Os amo, Señor mío Sacramentado; a Vos me entrego, A vos me uno, haced que os encuentre, haced que os ame, y nunca os apartéis de mí.
Jaculatoria.— Jesús mío, Vos solo me bastáis.
Comunión espiritual, p. 41.
Visita a María Santísima
San Bernardo llama a María: Camino real para hallar al salvador y la salvación. Si es cierto, pues, ¡oh, Reina!, que sois, como el mismo Santo dice, quien conduce nuestras almas a Dios, no esperéis que yo a Dios me dirija si no me lleváis en vuestros brazos. Llavadme, llevadme; si resistiere, llevadme a la fuerza. Con los dulces atractivos de vuestra caridad, obligad cuanto podáis a mi alma, a mi rebelde voluntad, para que deje las criaturas, y busque sólo a Dios y su voluntad santísima.
Mostrad al Paraíso cuán poderosa sois. Mostrad, entre tantos prodigios, esta otra maravilla de vuestra misericordia, uniendo enteramente con Dios a quien tan lejos de Dios estaba.
Jaculatoria.— ¡Oh, María, podéis hacerme santo; de Vos lo espero!.
Oración a María Santísima, p. 58.
Visita al Patriarca San José
Cuando Jesús vivía en la humilde casa de Nazaret, si un pobre pecador hubiese deseado obtener del Señor el perdón de sus pecados, ¿hubiera por ventura, podido hallar intercesor más poderoso que José? Si queremos, pues, reconciliarnos con Dios, recurramos a este Santo Patriarca.
¡Oh, glorioso San José!, ayudadme a alcanzar de la divina bondad no sólo el perdón de mis pecados, sino también la gracia de no ofender jamás, ni aun ligeramente, a mi amado Señor.
Jaculatoria.— Por Vos, protector mío, espero alcanzar el perdón y la perseverancia.
Oración a San José, p. 61.
VISITA 30ª
Visita al Santísimo
Oración preparatoria, p. 53.
Por qué escondéis vuestro rostro?” Temor grande sentía el santo Job al ver que Dios le escondía su divina cara; mas el saber que Jesucristo oculta su Majestad en el Santísimo Sacramento no debe causarnos temor, sino antes bien amor y confianza que precisamente con el fin de acrecentar nuestra confianza y patentizarnos más su amor, se quede oculto en los altares bajo las especies de pan: Ocultando Dios su rostro en la Eucaristía, dice Novarino, nos descubre su amor.
Porque, ¿quién se atrevería jamás a llegarse a ÉL confiadamente, y manifestarle sus deseos y afectos, si el Rey del Cielo descubriera en el altar los esplendores de su gloria?
¡Ah, Jesús mío! ¿Qué invención pudo haber más amorosa que esta del Santísimo Sacramento, en el cual os ocultáis bajo las especies de pan, a fin de que os amen y puedan hallaros en la tierra cuantos lo deseen? Razón tenía el Profeta al decir que clamasen los hombres y pregonaran y publicaran por todo el mundo hasta qué punto llegan las invenciones del amor que nos tiene nuestro buen Dios.
¡Oh, Corazón amantísimo de mi Jesús, digno de poseer todos los corazones de las criaturas! ¡Corazón lleno, siempre lleno de llamas de purísimo amor; fuego consumidor, abrasadme del todo y dadme nueva vida de amor y de gracia! Unidme a Vos de tal modo que nunca me sea dado apartarme de vuestra amistad.
¡Oh, Corazón abierto para ser refugio de las almas, recibidme! ¡Corazón tan atormentado en la Cruz por los pecados del mundo, dadme verdadero dolor de todas mis culpas! Sé que en este divino Sacramento conserváis los mismos sentimientos de amor que por mí tuvisteis al morir en el Calvario; y que por esto tenéis grande deseo de unirme enteramente a Vos.
¿y será posible que aún me resista a entregarme del todo a vuestro amor y deseo? Oh, amado Jesús mío! Por vuestros merecimientos, heridme, prendedme, atadme, unidme todo a vuestro Corazón. Resuelvo en este día, aydado de vuestra gracia, complaceros cuanto pudiere, pisoteando todos los respetos humanos, inclinaciones, repugnancias, todos mis gustos y comodidades que pudieran impedirme el contentaros por entero.
Haced Vos, Señor mío, que así lo ejecute, de suerte que de hoy en adelante todas mis obras, sentimientos y afectos se conformen enteramente con vuestro beneplácito.
¡Oh, amor de Dios, arrojad de mi corazón los demás amores!¡Oh, María, mi esperanza, que con Dios todo lo podéis, alcanzadme la gracia de que sea hasta la muerte siervo fiel del puro amor a Jesús! Amén, amén. Así lo espero; así sea en esta vida y en la eternidad.
Jaculatoria.— ¿Quién podrá apartarme del amor de Cristo?
Comunión espiritual, p. 41.
Visita a María Santísima
Testifica San Bernardo que la caridad de María para con nosotros no puede ser ni mayor ni más poderosa de lo que es en sí: por lo cual siempre generosamente nos compadece con sus afectos, y nos asiste con su poder. Siendo, pues, purísima Reina mía, rica en poder y rica en misericordia, podéis y deseáis salvarnos a todos.
Os diré, pues, hoy y siempre, con las palabras del devoto Blosio: ¡Oh, María Santísima!, en esta gran batalla que con el infierno tengo empeñada, ayudadme siempre, y cuando veáis que me hallo vacilante y próximo a caer, tendedme entonces, ¡oh, Señora mía!, aún más presto vuestra mano, y sostenedme con más fuerza.
¡Oh, Dios, cuántas tentaciones me quedan que vencer hasta la hora de la muerte! ¡Oh, María, mi esperanza, mi refugio, mi fortaleza!, no permitáis que pierda la gracia de Dios, pues propongo acudir siempre y en seguida a Vos en todas las tentaciones diciendo:
Jaculatoria.— ¡Ayudadme, María...; María, ayudadme!.
Oración a María Santísima, p. 58.
Visita al Patriarca San José
La gracia más preciosa que San José obtiene para los devotos que le sirven fielmente, es un tierno amor hacia el Verbo encarnado, nuestro amabilísimo Redentor. Alcanzadme, Santo Patriarca, la mayor de las gracias, esto es: un tierno y constante amor a Jesucristo.
Jaculatoria.— En el amor a Jesús, sed siempre mi guía, san José amantísimo.
Oración a San José, p. 61.
VISITA 31ª
Visita al Santísimo
Oración preparatoria, p. 53.
Oh, cuán hermoso espectáculo ofreció nuestro dulce Redentor aquel día, en que, cansado del viaje, se sentó junto a la fuente de Jacob, esperando benigno y amoroso a la Samaritana para convertirla y salvarla!
Pues de igual manera, descendiendo ahora el mismo Señor todos los días desde el cielo a nuestro altares, como a otras tantas fuentes de gracias, dulcemente se entretiene con nosotros, esperando y convidando a todas las almas a que le hagan compañía, siquiera por algún tiempo, con el fin de atraerlas de esta suerte a su perfecto amor.
Desde los altares, donde reside Jesús Sacramentado, parece que nos habla, y a todos nos dice: “Hombres, ¿por qué huís de mi presencia? ¿Por qué no venís y os acercaís a Mí, que os amo tanto, y que por vuestro bien estoy aquí tan humillado? ¿Qué teméis? No he venido ahora a la tierra para juzgaros; antes bien me oculto en este Sacramento de amor con el único fin de hacer bien y salvar a todos los que a Mí recurran.”
Entendamos, pues, que así como en el Cielo Jesucristo vive siempre para interceder por nosotros, así también en el Sacramento del altar está continuamente, de noche y de día, haciendo el piadoso oficio de abogado nuestro, y ofreciéndose como Víctima al Eterno Padre para alcanzarnos su misericordia e innumerables gracias. Por esto decía el devoto Kempis, que debemos llegarnos a hablar con Jesús Sacramentado, sin temor a sus castigos, y sin ningún recelo, sino como habla un amigo con otro amigo amado.
Pues ya que me lo permitís, dejad, ¡oh, invisible Rey y Señor mío!, que os abra confiadamente mi corazón, y os diga: ¡Oh, Jesús mío, enamorado de las almas!, bien conozco el agravio que os hacen los hombres. Los amáis y no sois amado; les hacéis bien, y recibís desprecios; queréis que oigan vuestra voz, y no os escuchan; les ofrecéis vuestras gracias, y no las admiten.
¡Ah, Jesús mío! ¿Y será verdad que también yo hice un tiempo causa común con tales ingratos para ofenderos?... ¡Oh, Dios mío, verdad es! Pero tengo deseo de entenderme y quiero reparar, en los días que de vida me restan, los pesares que os he causado, y hacer todo cuanto pudiere para agradaros y complaceros.
Decid, Señor, lo que de mí queréis: que todo quiero hacerlo sin reserva; hacédmelo saber por medio de la santa obediencia, y espero ejecutarlo. Dios mío, resueltamente os prometo nunca omitir desde hoy cosa alguna que entienda ser de vuestro mayor agrado, aunque tuviese que perder todas las cosas: parientes, amigos, estimación, salud y la misma vida.
Piérdase todo, con tal que os agrade a Vos. ¡Dichosa pérdida, cuando todo se pierde y sacrifica por contentar vuestro Corazón! ¡Oh, Dios de mi alma! ¡Oh, sumo Bien amabilísimo sobre todos los bienes! Os amo; y para amaros, uno mi pobre corazón a todos los corazones con que os aman los Serafines; lo uno al Corazón de María, al Corazón de Jesús. Os amo con todo mi ser, y únicamente a Vos quiero amar siempre.
Jaculatoria.— ¡Dios mío, Dios mío, vuestro soy, y Vos sois mío!.
Comunión espiritual, p. 41.
Visita a María Santísima
Dice el Beato Amadeo, que nuestra Santísima Reina María está continuamente ejercitando en la presencia divina el oficio de abogada nuestra, e intercediendo con sus oraciones, que son para con Dios poderosísimas; porque como ve nuestras miserias y peligros, la clementísima Señora se compadece de nosotros y nos socorre con amor de madre.
De suerte que ahora mismo, ¡oh, Madre amorosísima y abogada mía!, veis las miserias de mi alma y mis peligros, y estáis rogando por mí. Rogad, rogad; y no dejéis nunca de rogar por mí hasta que me veáis salvo, dándoos humildes gracias en el Cielo.
Díceme el devoto Blosio que Vos, ¡oh, María dulcísima!, sois, después de Jesús, la salvación segura de vuestros siervos fieles. ¡Ah!, hoy os pido esta gracia: concededme la dicha de ser vuestro esclavo fiel hasta la muerte, para que después de esta vida vaya a bendeciros en el Cielo, seguro de que jamás habré de apartarme de Vos.
Jaculatoria.— ¡Oh, María, Madre mía, haz que sea tuyo siempre!
Oración a María santísima, p. 58.
Visita al Patriarca San José
Todos los cristianos saben que San José es el abogado de los moribundos y el protector de la buena muerte, ya que Él tuvo la envidiable suerte de morir en los brazos de Jesús y e María. Sus devotos deben, pues, esperar que en aquel supremo trance, vendrá acompañado de Jesús y de María para asistirnos.
Amabilísimo San José, yo, miserable, imploro desde hoy vuestro patrocinio para aquel último instante de mi vida. Alcanzadme la gracia de morir con la muerte de los justos, en los brazos de Jesús y de María.
Jaculatoria.— Rogad por mí, bendito San José, ahora y en la hora de mi muerte.
Oración a San José, p. 61.
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