LAS DISTRACCIONES DE LA IGLESIA
SUEÑO 34.—AÑO DE 1861.
(M. B. Tomo VI, págs. 1060-1061)
En la noche del 24 de noviembre de 1861, según refiere Don Ruffino. [San] Juan Don Bosco contó un sueño o apólogo, comenzando así:
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Los sueños se tienen durmiendo; por tanto, yo estaba durmiendo. Mi imaginación me llevó a la iglesia donde estaban reunidos todos los jóvenes. Comenzó la Misa y he aquí que vi a muchos criados vestidos de rojo y con cuernos, esto es, a numerosos diablillos que daban vueltas entre los jóvenes como ofreciéndoles sus servicios.
A unos le presentaban el trompo; delante de otros la hacían bailar; a éste le ofrecían un libro, a aquél castañas asadas. A quién, un plato de ensalada o un baúl abierto en el que había guardado un trozo de mortadela; a algunos le sugerían el recuerdo del pueblo natal, a otros les susurraban al oído las incidencias del último partido de juego, etcétera, etcétera.
Algunos eran invitados con los hechos a tocar el piano, los cuales accedían a la invitación; a otros le llevaban el compás de la música; en suma, cada joven tenía su propio sirviente que le invitaba a realizar actos ajenos a la iglesia.
Algunos diablillos estaban también encaramados sobre las espaldas de ciertos jóvenes y se entretenían en acariciarles y lisarles los cabellos con las manos.
Llegó el momento de la Consagración. Al toque de la campanilla todos los jóvenes se arrodillaron desapareciendo los diablillos, a excepción de los que estaban sóbre los hombros de sus víctimas.
Unos y otros volvieron la cara hacia la puerta de la iglesia sin hacer acto alguno externo de adoración.
Terminada la Elevación, he aquí que se vuelve a repetir la escena anterior, reanudándose los pasatiempos y volviendo a desempeñar cada criado su papel.
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Si quieren que les dé una explicación de este sueño, hela aquí: creo que en él están representadas las diversas distracciones a las que, por sugestión del demonio está expuesto cada joven en la iglesia. Los que no desaparecieron en el momento de ¡a Elevación, simboliza a los jóvenes víctimas del pecado. Estos no necesitan que el demonio les presente motivos de distracción, porque ya le pertenecen; por eso, el enemigo les acaricia, lo que quiere decir que sus víctimas son incapaces de hacer oración.
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