Dentro del plan de Dios, que conduce todas las cosas y especialmente al hombre de modo libre hacia el fin, hay distintos llamados o vocaciones. “La palabra vocación cualifica muy bien las relaciones de Dios con cada ser humano en la libertad del amor, porque «cada vida es vocación»”1.
Tres son los llamados principales, a saber:
- El llamado a ser, a la existencia. Nos es común con todo lo que existe: pájaros, plantas, astros, flores, peces, estrellas, etc. Este llamado es el paso del no-ser al ser.
- El llamado a la santidad, a la vida eterna. Nos es común con todos los hombres, porque Dios... quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad (1 Tim 2, 4). Esta llamada es el paso del pecado a la gracia. Muchos no descubren su vocación (3º llamado) porque todavía no han dicho que sí a esta segundo llamado, no se han decididos a ser santos.
- El llamado a un estado de vida, por el cual a unos llama al matrimonio y a unos otros a la vida consagrada. Esta llamada es el paso a una vida de perfección.
El llamado a la vida consagrada es un acto de misterioso amor de predilección por parte de Jesús hacia un alma a la cual É1 llama al sacerdocio o a la vida religiosa .
- Esencialmente es un acto de amor. Lo dice el Evangelio cuando habla del joven que asegura al Maestro Divino el haber observado siempre los Mandamientos, pero que con todo siente que todavía le falta algo. Entonces, dice San Lucas, el Salvador “lo miró y lo amó”, posó sobre él su mirada, mirada divina, escrutadora y creadora, y en aquella mirada puso todo su Corazón.
Fue una mirada de amor... Nos recuerda un poco a aquella otra frase del Evangelio, a propósito de otro llamamiento: Miró la humildad de su esclava.
- Es un acto de amor misterioso, porque siempre será verdad que nadie sabe por qué Jesús llama a este joven más bien que a aquel otro. No son los méritos o la bondad del individuo los que determinan su llamamiento; depende únicamente de la libre elección hecha por el Redentor. No me elegisteis vosotros a mí, sino yo… Sólo Él obra en este negocio; É1 llama a quien quiere y porque quiere.
- El que es llamado, pues, es un elegido, un predilecto, un privilegiado. Para él está preparado el trato de una intimidad divina con el Redentor. E1 se pondrá a Sí mismo en sus manos, obedecerá a su palabra, le confiará lo que le es más querido: las almas.
¡Qué tonto fue el joven del Evangelio en no aceptar aquel acto de predilección! Y todo... porque poseía muchas riquezas. No importa si quizá pecó o no rechazando la propuesta; lo que Sí es cierto es que lo perdió todo, se quedó siendo uno de tantos y por añadidura se fue con la tristeza: ¡se alejó triste!
1 JUAN PABLO II, Mensaje para la 38 Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones (2001) 1.
MÁS ACERCA DE LA VOCACIÓN
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La Acción Católica ha venido preocupándose de los problemas de especial importancia para la orientación de la vida cristiana: un mayor conocimiento de la persona adorable de Jesucristo, este año la campaña de la santa Misa, la difusión del santo Evangelio. Ahora, urgida a ello por la autoridad de los Obispos de Chile, y movidos éstos, además de su propio celo, por las insistentes recomendaciones de Su Santidad, que en varias ocasiones se ha dirigido a ellos apremiándolos a considerar el problema del sacerdocio en nuestra Patria, nos propone como tema de consideración y estudio para toda esta semana, el de la vocación al sacerdocio.
El tema no puede ser de mayor importancia para la Iglesia, dado lo que es la misión del sacerdote en el Cuerpo Místico de Cristo. Al sacerdote confió Cristo la administración de sus sacramentos, que son en su Iglesia el medio por excelencia, y el camino ordinario de la efusión de la Gracia. El bautismo que lo incorpora al Cuerpo Místico, y que sólo en caso de grave necesidad puede ser conferido por laicos; la celebración de la Santa Misa, que es la renovación en nuestros altares del sacrificio de la Cruz, el acto más excelente que se realiza bajo los cielos, el acto que mayor gloria da al Padre, más que todos los trabajos apostólicos, los sacrificios, las oraciones... y este acto, el centro de la vida cristiana, sólo puede ser realizado por los sacerdotes; la Eucaristía, participación del santo Sacrificio, sólo las manos sacerdotales pueden distribuirla; la purificación de las almas manchadas por el pecado ha sido confiada al sacerdote; y no menos sólo él puede ungir los cuerpos con el óleo del perdón; bendecir el matrimonio; predicar con autoridad la palabra de Cristo.
En aquellos países en que el sacerdote católico ha desaparecido la Iglesia ha terminado por desaparecer... Pueden permanecer un tiempo aislados algunos católicos, pero la ausencia de la predicación, la infiltración de los errores, supersticiones, el auge de los vicios que se enseñorean, al sentirse debilitada el alma por la falta de los sacramentos, hace que al cabo de algunos años la Iglesia muera. Así ha pasado en Dinamarca, Suecia, Noruega, en África, en algunas regiones de Alemania e Inglaterra, en otro tiempo ardientes de fe católica. Cristo ha prometido a la Iglesia su indefectibilidad, pero no le ha prometido la indefectibilidad en tal o cual país, si la vida cristiana en ellos no se desarrolla normalmente.
Por eso no sólo como católicos, sino como católicos chilenos, nos interesa en forma muy particular la suerte del sacerdocio en Chile, el cual, como nos lo va a hacer ver Domingo Santa María, atraviesa por grave crisis. Sin sacerdocio renacen los vicios, la embriaguez... El Cura de Ars decía: dejad durante veinte años a los fieles sin pastor y no faltará allí quien adore a las bestias y viva como ellas.
Es, pues, el problema de la vocación sacerdotal un problema cristiano en todo el sentido de la palabra, que interesa no sólo a unos cuantos escogidos, que podrían estudiar su vocación, sino que es un problema de todos los cristianos: problema de los padres que quieran dar educación cristiana a sus hijos; problema de los jóvenes que necesitan un guía en sus años difíciles, para que los dirija en sus crisis de adolescencia; problema de los pobres que han menester de un padre que se interese por sus necesidades; problema de los que aspiran a formar un hogar, que necesitarán guías de sus conciencias, directores espirituales; problema de los que no tienen fe, problema que ellos no echan de ver, pero por eso es aún más pavoroso, que necesitan de alguien que desinteresadamente les tienda la mano para que los saque del infierno al que se precipitan por sus pasiones; problema de los enfermos que buscarán en vano quien les aliente a entrar serenos en la eternidad, y quien consuele a sus parientes y amigos.
Toda la vida cristiana está llena del sacerdote, y todos debieran interesarse porque su número sea cada vez mayor, y sobre todo porque aumenten en espíritu, porque el número sólo es carne, y la carne no aprovecha de nada el espíritu, la santidad es la que vivifica (cf. Jn 6,63). Santos, pero también muchos, porque la actividad apostólica de cada hombre tiene un límite, y una vez sobrepasado ese límite, sus fuerzas no dan para más... y quedarán los demás sin ningún auxilio en sus necesidades.
1. Responsabilidad sobre la vocación
¿Cuál es el fondo de toda vocación sacerdotal? ¿Cómo se explica una vocación al sacerdocio? No hay otra causa sino la preferencia voluntariamente querida de Alguien, y ese alguien es Cristo. El querer ser como Él, el querer prolongar su vida, llenar el mundo de su amor, y hacer su nombre conocido y amado. Cristo está en el origen y en la fuerza de cada vocación. Nada fuera de esto puede dar una explicación del por qué jóvenes generosos, llenos de cualidades, se deciden a dejarlo todo por una vida que conscientemente saben es dura, durísima, y la abrazan precisamente porque es dura. La vocación de Javier, de Luis Gonzaga, de Estanislao, que renunciaban a todo lo hermoso que el mundo podía ofrecerles. Y en nuestros días, el heredero de Sajonia, el Presidente de la Confederación Helvética, y miremos alrededor nuestro, ¿por qué ése y ése... dejó el mundo que se lo ofrecía todo? Quia amo Christum (puesto que amo a Cristo) es la respuesta común. ¿Qué ha hecho Cristo por mí? ¿Qué he hecho yo por Cristo? ¿Qué puedo hacer por Cristo?, es la pregunta que ellos se hacen.
Y al ver el mundo moderno caer en la impiedad... Al ver que en Francia hay miles de parroquias vacantes, que en Bolivia hay 400 sacerdotes para 4.000.000 de hombres; 90 en Paraguay, y en Chile... que en todo el departamento de Pisagua no hay un solo sacerdote que absuelva; que en María Elena, Chuqui... que los liceos arrojan una juventud sin Dios; que los obreros que controla el comunismo en Chile son ahora 700.000... La mejor juventud se plantea el problema, ¡y continuamente nuevos soldados se incorporan al ejército de Cristo!
Pero esta resolución no es obra humana. Es la obra del Espíritu Santo, el Espíritu de Jesús, que sopla en el fondo de las almas y hace ver lo que a la pura luz de la humana inteligencia jamás aparecería claro. Esta acción del Espíritu Santo es clara en el origen de cada vocación, se continúa en la ordenación, en la vida del sacerdote, y culmina en la bella muerte del sacerdote ¡que es de veras sacerdote!
Así, en el origen de cada vocación está el amor a Cristo, amor fecundado por el Espíritu Santo: eso es lo que explica el sacerdocio católico.
2. La respuesta: Jóvenes y jóvenes
El problema es de todos los tiempos; y la vocación es una piedra de toque como pocas para discernirlos ¿A quiénes? A los generosos, esforzados, heroicos. No es que todos los que no van por el camino de la vocación no sean generosos. Porque hay muchos generosos que ven que su misión es el mundo, que creen que ése es el campo donde han de ejercer su misión apostólica.
Pero también hay muchos llamados, muchísimos, lo sabemos por la teología y casi diría por la fe. Santo Tomás nos dice que Dios nunca abandona a su Iglesia hasta el punto de abandonarla de ministros idóneos, por tanto, del número suficiente de sacerdotes. Segunda premisa: sabemos por la experiencia, y es regla de teología pastoral, que un sacerdote, por más celoso que sea, no puede alcanzar a más de mil almas. Tercera premisa aplicada a Chile: hay en Chile 1.615 sacerdotes; aptos para el cultivo espiritual, digamos 1.200, por tanto posibilidades de 1.200.000 almas. Somos 5.000.000 ¿Cuántas quedan fuera de toda posibilidad? No lo decimos nosotros, lo dicen nuestros Obispos.
Sigamos con otras dos premisas para quienes piensan: si Dios suscita vocaciones, de ley normal, las suscita entre quienes han recibido una instrucción y una educación cristiana, los ejemplos de vida cristiana, entre quienes están más capacitados para percibir la suave voz de Dios. A.C., jóvenes escolares o vosotros que me escucháis, ¿cuántos hay en Chile que tengan la luz, el conocimiento de Cristo que tú tienes? Al pensar en los jóvenes que terminan sus Humanidades, después de haber recibido una educación cristiana, pienso que en Chile no son millares, sino quizás algunos centenares los que, teniendo su edad, han recibido las mismas luces que ellos. ¿Habrá 300 jóvenes de tu edad que hayan recibido las luces que tú, los ejemplos, cultura cristiana, etc.? Si tienes una inquietud espiritual en orden a la vocación, ¿no comprendes que deberías pensar en ella?
¿Cuáles son las respuestas?
a. Muchos no quieren pensar, no quieren oír hablar del problema y, ya lo sabemos, no hay peor sordo que el que no quiere oír. Teniendo oídos para oír no oyen, ojos para ver no ven... ¡Ay de ti Jerusalén! porque si en Tiro y Sidón... ¡Qué bien se pueden aplicar esas palabras a quienes son tan sordos a la voz de Dios!
b. Otros, jóvenes rectos, puros, de alma bien intencionada, siguen a aquel joven judío que nos describe... (cf. D. Lord, El llamamiento de Cristo ). Quisieran seguir siendo buenos, aún más, quisieran hacer algo por Cristo, pero cuando llegan a conocer la realidad de la perfección evangélica, los sacrificios que impone. Si quieres ser perfecto... (cf. Mt 19,16-22), vuelven las espaldas y tristes acuden a sumirse en su vulgaridad. ¡Cuántas veces se repite el triste caso! Mandamos una carta, una de tantas: Padre, soy uno de esos. He conocido el camino, he oído la voz, pero me encuentro sin fuerzas...
Estos no pecan, no hacen una ofensa mortal a Cristo, pero, ¡qué poca generosidad! Y ¡qué triste debe ser comenzar la vida habiendo conocido cuán bueno y cuán bello es el Señor, cuánto ha hecho por mí, y negarle conscientemente el primer sacrificio que me pide! Cristo, si acudo a Él, seguirá siendo mi padre; pero quien no ha querido mirarlo de frente, ¿tendrá la confianza para seguir acudiendo a Él?
c. Otros, en cambio, quieren hacer el uso más bello de su vida, comprenden con Toniolo que lo que salvará al mundo, más que grandes estadistas, y grandes guerreros... es una generación de santos, y se deciden a serlo en el camino que refleja más la vida de Cristo, en aquella vida que es una copia la más exacta y la más completa de la vida del Maestro, la que retiene más notas de la acción interior y exterior de Jesús. Abrazan generosamente el sacerdocio. Tales son... (recordar algunas vocaciones): Monseñor Salinas, Goycolea, Cereceda, Gregorio, Renato, Jaime, Gaete, Piñera. Copio aquí sus rasgos sin poner su nombre cuando se trata de jóvenes que están aún batallando en el servicio del Señor. ¡Qué vidas tan bellas, tan plenas!.
FUENTE: vocaciones.org.ar
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