Por: Padre EDUARDO VOLPACCHIO
Los sucesos que han salido a la luz en los últimos meses de filtración de documentos en la Santa Sede, son dolorosos y escandalizan a muchas almas buenas, que resultan confundidas con informaciones que no acaban de entender.
Con este artículo sólo queremos dar una visión general de esos sucesos y reflexionar sobre la relación que pueden tener las miserias humanas con la fe en la Iglesia.
La explicación más sencilla y clara de cómo estos sucesos pueden afectar la fe en la Iglesia, se da con un ejemplo. Si se lo entiende, se entendió todo y no hace falta más que transportar el ejemplo al otro campo.
Jesús está realmente presente en la Eucaristía. Está en las especies de pan y de vino. Si el vino consagrado se avinagra, ¿qué pasa? ¿Esto afectaría mi fe en la Eucaristía (en el sentido de que produjera dudas de fe en mí, plantearme cómo puede ser que si allí está Cristo, el vino se avinagre)? ¿Se pudre acaso Dios? No, sencillamente deja de haber presencia eucarística. Si la especie del pan se echa a perder ¿Qué pasa? ¿Dios se ha enmohecido? No. La corrupción de los accidentes de pan y de vino, no afectan mi fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía.
Lo mismo sucede con los instrumentos libres de Dios: si yo –sacerdote– me pudro (me desvirtúo espiritualmente, me vuelvo polígamo, asesino…) ¿deja de tener valor lo que Dios hizo a través mío en los años de sacerdocio? No, sencillamente el instrumento se corrompió y dejó de ser instrumento (el problema es suyo, no de Dios).
La libertad es un tesoro: Dios nunca querrá títeres: sólo se lo puede amar libremente, sólo se lo puede servir libremente. Lleva consigo, la posibilidad de fallas humanas. Un obispo infiel no justificaría que Dios impidiera que los obispos fueran libres… que estuvieran obligados a obrar bien.
Que los hombres no estemos a la altura de la grandeza a la que Dios nos llama está dentro de los cálculos: Jesús no se equivocó al llamar a Judas, ni lo eligió para que fuera traidor…
Si vamos a los sucesos de robos de cartas al Papa, a faltas de coincidencia o incluso de peleas entre personas, no es algo nuevo. Ya en la Iglesia primitiva, hubo faltas de sintonía humana. Bernabé y Saulo discutieron si llevaban o no a Marcos en el segundo viaje; y lo hicieron hasta tal punto que no se pusieron de acuerdo y cada uno partió por su lado... Los primeros cristianos tuvieron grandes disputas acerca de los bautizados provenientes del paganismo (¿debían vivir la ley mosaica?): tuvo que resolverlo el concilio de Jerusalén…
Cristo pidió por la unidad en la Última Cena. Es importante, pero no es la fuente de la fe. Hemos de rezar por la unidad, trabajar por ella, y tener paciencia cuando vemos que falta, pidiendo a Dios perdón por las faltas de caridad y de justicia que supone.
Para una persona de fe, el hecho de que los hombres podamos fallar no representa ningún problema. Porque Dios no falla, y a nosotros la conciencia de nuestra falibilidad nos ayuda a aceptar lo poco que somos y ser humildes.
Es cierto que para una persona sin fe –con una fe poco madura– , sí le provoca un problema: las miserias humanas le dificultan descubrir a Cristo presente en la Iglesia, le resulta un obstáculo para descubrir la fe.
¿Qué es lo que ha sucedido?
Se han publicado cartas privadas dirigidas al Papa.
¿Es tan terrible? No. Los “documentos secretos” de los que hablan los medios de comunicación, no son documentos secretos, son cartas personales dirigidas al Papa. ¿Qué muestran? ¿Una corrupción terrible? No, sencillamente muestran el clima de confianza que existe en la Iglesia: todos los obispos –y cualquiera- pueden escribirle al Papa transmitiendo sus opiniones, preocupaciones, inquietudes, pidiendo medidas… ¿Es malo? No, es buenísimo.
Cualquier duda, sugiero preguntar a los políticos argentinos el margen de dar opinión que tienen en sus respectivos partidos políticos…
Lo malo violar esa confianza. Evidentemente atenta contra ese clima.
Dato: pocas personas en el mundo tienen el conocimiento de lo que sucede en todo el mundo que tiene el Papa: visitas ad limina: todos los obispos cada 5 años pasan y despachan. Lo mismo en todas las Congregaciones Romanas.
Como resumen, cito una entrevista al Arzobispo Becciu, publicada en L´Osservatore Romano, y resumida por Zenit:
El arzobispo Becciu afirma que ha visto al santo padre “dolido, porque, por lo que ha podido verse hasta ahora, alguien cercano a él parece responsable de comportamientos injustificables desde cualquier punto de vista. Cierto, en el papa prevalece la piedad por la persona implicada. Pero queda el hecho de que ha sufrido una acción brutal: Benedicto XVI ha visto publicadas cartas robadas de su casa, cartas que no son simple correspondencia privada, sino informaciones, reflexiones, manifestaciones de conciencia, incluso desahogos que ha recibido únicamente en razón de su ministerio. También por eso el pontífice está particularmente dolido, por la violencia que han sufrido los autores de las cartas o los escritos dirigidos a él”.
Según monseñor Becciu, la publicación de estos documentos es “un acto inmoral de inaudita gravedad. Sobre todo porque no se trata únicamente de una violación, ya en sí misma gravísima, de la reserva a la que cualquiera tiene derecho, sino también de un vil ultraje a la relación de confianza entre Benedicto XVI y quien se dirige a él, también para expresar en conciencia una protesta. No se han robado simplemente algunas cartas al Papa, se ha violentado la conciencia de quien se ha dirigido a él como al Vicario de Cristo, y se ha atentado al ministerio del Sucesor del Apóstol Pedro”.
Afirma que no se puede tratar de justificar la publicación de las cartas con una pretensión de transparencia y reforma de la Iglesia: no es lícito robar ni aceptar lo que otros han robado. “Son principios simples, quizá demasiado simples para algunos, pero lo cierto es que cuando alguien los abandona, se pierde fácilmente y lleva también a los demás a la ruina. No puede haber renovación que pisotee la ley moral, quizá basándose en que el fin justifica los medios, un principio que además no es cristiano”.
Algunos de los artículos publicados por la prensa en estos días insisten en que las cartas robadas revelan un mundo turbio dentro de los muros del Vaticano. Monseñor Angelo Becciu señala al respecto que “por una parte, acusan a la Iglesia de gobernar de modo absolutista; por otra, se escandalizan de que algunos, escribiendo al papa, expresen ideas o quejas sobre la organización del gobierno mismo. Los documentos publicados no revelan luchas o venganzas, sino esa libertad de pensamiento que, en cambio, se dice que la Iglesia no permite. (…) Los diversos puntos de vista, incluso las valoraciones contrastantes, son más bien normales. Si alguien se siente incomprendido, tiene todo el derecho de dirigirse al Pontífice. ¿Dónde está el escándalo? Obediencia no significa renunciar a tener un juicio propio, sino manifestar con sinceridad y hasta el fondo el propio parecer, para luego aceptar la decisión del superior. Y no por cálculo, sino por adhesión a la Iglesia querida por Cristo”.
En cuanto a la imagen del Vaticano que se está transmitiendo estos días, el arzobispo afirma que siente mucho que esté tan deformada, pero que “ello nos debe hacer reflexionar y estimularnos a todos nosotros a esforzarnos a fondo para hacer que se vea una vida más conforme con el Evangelio”.
La parte periodística, la delego en unos videítos de Rome Reports, que recomiendo ver (***)
Estos sucesos, nos brindan la ocasión de recordar aspectos básicos sobre la naturaleza de la Iglesia: después de hablar de los Vatileaks, hablemos de la fe en la Iglesia.
Fe en la Iglesia
Tres principios básicos:
1. Sin Iglesia no hay Jesús
Lo hace presente. Jesús se hace presente en la Iglesia –y sólo en la Iglesia–.
No es raro escuchar la falacia “Jesús sí, Iglesia no”. Es absurdo, por lo imposible (sin la Iglesia no es posible encontrar a Jesús en la tierra); es un contrasentido (contradice al mismo Jesús que fundó la Iglesia).
Por señalar algunos ejemplos básicos:
“Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia…”: es decir, mi Iglesia –hay una Iglesia que Cristo fundó– está aquí, con Pedro.
“Todo lo que ates, será atado en el cielo”: Jesús se comprometió a confirmar la acción de Pedro como cabeza de mi Iglesia, porque velará por él.
“Yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo”: es decir, cuando quieran buscarme, búsquenme en la Iglesia, porque es allí donde estaré.
“El Espíritu Santo los llevará a la verdad plena”: les he enseñado muchas cosas, pero necesitan que envíe el Espíritu Santo para que los conduzca a la verdad completa.
No se puede entender a Jesús y su misión sin la Iglesia
El encuentro con Jesús hoy se da en la Iglesia, que es su Iglesia (de la que Él es parte como cabeza).
2. Sin Jesús no hay Iglesia
La Iglesia no tiene consistencia propia: su misión y sentido es hacer presente a Cristo, ser el lugar de encuentro con Cristo. Su razón de ser es referir a Cristo. Es depositaria de tesoros de doctrina y gracia (sacramentos) que no le pertenecen (en sentido que no puede alterarlos a su antojo, sino sólo puede transmitirlos fielmente), porque son de Cristo.
3. Sin Pedro no hay Iglesia
Sin cabeza visible, no hay cuerpo. Pedro es vital: “sobre esta piedra”, aunque sea frágil por sí misma. Jesús sabe que Pedro lo negará, incluso después de Pentecostés necesitará ser corregido por Pablo cuando ante los judaizantes respete escrupulosamente la ley mosaica, confundiendo a los demás sobre la obligatoriedad de hacerlo.
Fe, pero fe madura. Sin fundamentalismos, sin simplificaciones ingenuas.
El Espíritu Santo asiste, pero no para que todo le salga bien humanamente… Tendrá que pasar por la cruz –Pedro, Benedicto XVI y todos los cristianos–.
¿Qué supone la infalibilidad? Es garantía de la perennidad de la Iglesia: que la Iglesia dure para siempre, esencialmente idéntica a sí misma (como la fundó Cristo, sin cambiar; ya que si cambiara no sería la que Cristo fundó, sería otra). Esto implica una asistencia especial en temas doctrinales y morales.
La asistencia del Espíritu Santo no es para toda la vida del Papa y todos sus actos. En lo administrativo, en lo humano, se puede equivocar… y no pasa nada. Dios nos santifica incluso con los errores ajenos. En lo opinable, lo estratégico, el nombramiento de Obispos y hasta de su mayordomo…, en la aprobación del presupuesto de la Santa Sede, y en mil cosas más no goza de la infalibilidad…, no la necesita.
Y creemos en el Papa, lo seguimos y lo queremos, aunque no nos gustara la música clásica que Benedicto XVI tanto ama (ya la fe no nos pide que coincidamos en eso…).
Creemos en la Iglesia ¿Qué es lo que creemos? Vamos a precisar un poco, también para superar posibles fideísmos…
Una, Santa, Católica y Apostólica. De todo lo que supone la fe en la Iglesia, me detendré solo en un aspecto: su carácter de misterio.
¿Qué es la Iglesia?
La Iglesia es un misterio
La Iglesia en sentido propio es un misterio. En el sentido teológico de la palabra misterio, es decir, una realidad donde se da lo humano y lo divino, donde lo que se ve es muy poco respecto a lo que hay (como sucede con la Eucaristía: uno ve sólo pan y vino, y está Cristo completo allí presente).
La Iglesia es un misterio grande, profundo. No puede ser nunca abarcado en esta tierra. Si la razón intentara explicarlo por sí sola, vería únicamente la reunión de gentes que cumplen ciertos preceptos, que piensan de forma parecida. Pero eso no sería la Santa Iglesia (...). A nadie se le oculta la evidencia de esa parte humana. La Iglesia, en este mundo, está compuesta de hombres y para hombres, y decir hombre es hablar de la libertad, de la posibilidad de grandezas y de mezquindades, de heroísmos y de claudicaciones. Si admitiésemos sólo esa parte humana de la Iglesia, no la entenderíamos nunca, porque no habríamos llegado a la puerta del misterio (...): la Iglesia es el Cuerpo de Cristo [San Josemaría, El fin sobrenatural de la Iglesia].
Esto significa que no se puede entender a la Iglesia sin fe.
Si me aproximo a Ella sin fe, veré muchas cosas, pero no entenderé mucho, me perderé lo más valioso, la riqueza verdadera. Es lo mismo que mirar una hostia consagrada sin fe: veo un trocito de pan, pero no reconozco en ella a Cristo escondido.
La Iglesia es una realidad humana y divina al mismo tiempo. En la que Dios actúa. No debe sorprendernos que alguna vez alguna parte de la parte humana, falle…
Lo humano y lo divino, se puede comparar con las dos naturalezas de Cristo: perfecto Dios y perfecto hombre: sin mezcla, sin separación, sin división, sin confusión.
¿En qué consiste este misterio? Me limito a reproducir lo que enseña en Catecismo de la Iglesia al respecto:
770 III. EL MISTERIO DE LA IGLESIA
La Iglesia está en la historia, pero al mismo tiempo la transciende. Solamente "con los ojos de la fe" (Catech. R. 1, 10, 20) se puede ver al mismo tiempo en esta realidad visible una realidad espiritual, portadora de vida divina.
771 La Iglesia, a la vez visible y espiritual
"Cristo, el único Mediador, estableció en este mundo su Iglesia santa, comunidad de fe, esperanza y amor, como un organismo visible. La mantiene aún sin cesar para comunicar por medio de ella a todos la verdad y la gracia". La Iglesia es a la vez:
- "sociedad dotada de órganos jerárquicos y el Cuerpo Místico de Cristo;
- el grupo visible y la comunidad espiritual
- la Iglesia de la tierra y la Iglesia llena de bienes del cielo".
Estas dimensiones juntas constituyen "una realidad compleja, en la que están unidos el elemento divino y el humano" (LG 8):
Es propio de la Iglesia "ser a la vez humana y divina, visible y dotada de elementos invisibles, entregada a la acción y dada a la contemplación, presente en el mundo y, sin embargo, peregrina. De modo que en ella lo humano esté ordenado y subordinado a lo divino, lo visible a lo invisible, la acción a la contemplación y lo presente a la ciudad futura que buscamos" (SC 2).
"¡Qué humildad y qué sublimidad! Es la tienda de Cadar y el santuario de Dios; una tienda terrena y un palacio celestial; una casa modestísima y una aula regia; un cuerpo mortal y un templo luminoso; la despreciada por los soberbios y la esposa de Cristo. Tiene la tez morena pero es hermosa, hijas de Jerusalén. El trabajo y el dolor del prolongado exilio la han deslucido, pero también la hermosa su forma celestial" (San Bernardo, Cant. 27, 14).
772 La Iglesia, Misterio de la unión de los hombres con Dios
En la Iglesia es donde Cristo realiza y revela su propio misterio como la finalidad de designio de Dios: "recapitular todo en El" (Ef 1, 10). San Pablo llama "gran misterio" (Ef 5, 32) al desposorio de Cristo y de la Iglesia. Porque la Iglesia se une a Cristo como a su esposo (cf. Ef 5, 25 - 27), por eso se convierte a su vez en Misterio (cf. Ef 3, 9 - 11). Contemplando en ella el Misterio, San Pablo escribe: el misterio "es Cristo en vosotros, la esperanza de la gloria" (Col 1, 27)
773 En la Iglesia esta comunión de los hombres con Dios por "la caridad que no pasará jamás"(1Co 13, 8) es la finalidad que ordena todo lo que en ella es medio sacramental ligado a este mundo que pasa (cf. LG 48). "Su estructura está totalmente ordenada a la santidad de los miembros de Cristo. Y la santidad se aprecia en función del 'gran Misterio' en el que la Esposa responde con el don del amor al don del Esposo" (MD 27). María nos precede a todos en la santidad que es el Misterio de la Iglesia como la "Esposa sin tacha ni arruga" (Ef 5, 27). Por eso la dimensión mariana de la Iglesia precede a su dimensión petrina" (ibid. ).
774 La Iglesia, sacramento universal de la salvación
La palabra griega "mysterion" ha sido traducida en latín por dos términos: "mysterium" y "sacramentum". En la interpretación posterior, el término "sacramentum" expresa mejor el signo visible de la realidad oculta de la salvación, indicada por el término "mysterium". En este sentido, Cristo es El mismo el Misterio de la salvación: "Non est enim aliud Dei mysterium, nisi Christus" ("No hay otro misterio de Dios fuera de Cristo") (San Agustín, ep. 187, 34). La obra salvífica de su humanidad santa y santificante es el sacramento de la salvación que se manifiesta y actúa en los sacramentos de la Iglesia (que las Iglesias de Oriente llaman también "los santos Misterios"). Los siete sacramentos son los signos y los instrumentos mediante los cuales el Espíritu Santo distribuye la gracia de Cristo, que es la Cabeza, en la Iglesia que es su Cuerpo. La Iglesia contiene por tanto y comunica la gracia invisible que ella significa. En este sentido analógico ella es llamada "sacramento".
775 "La Iglesia es en Cristo como un sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano "(LG 1): Ser el sacramento de la unión íntima de los hombres con Dios es el primer fin de la Iglesia. Como la comunión de los hombres radica en la unión con Dios, la Iglesia es también el sacramento de la unidad del género humano. Esta unidad ya está comenzada en ella porque reúne hombres "de toda nación, raza, pueblo y lengua" (Ap 7, 9); al mismo tiempo, la Iglesia es "signo e instrumento" de la plena realización de esta unidad que aún está por venir.
776 Como sacramento, la Iglesia es instrumento de Cristo. Ella es asumida por Cristo "como instrumento de redención universal" (LG 9), "sacramento universal de salvación" (LG 48), por medio del cual Cristo "manifiesta y realiza al mismo tiempo el misterio del amor de Dios al hombre" (GS 45, 1). Ella "es el proyecto visible del amor de Dios hacia la humanidad" (Pablo VI, discurso 22 junio 1973) que quiere "que todo el género humano forme un único Pueblo de Dios, se una en un único Cuerpo de Cristo, se coedifique en un único templo del Espíritu Santo" (AG 7; cf. LG 17).
(***) VIDEOS.
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