Juan Pablo II, 7 de Mayo, 2002
El Papa a los obispos de las Antillas:
El Papa a los obispos de las Antillas:
"Venís como pastores que han sido llamados a compartir la plenitud del sacerdocio eterno de Cristo... En primer lugar y por encima de todo sois sacerdotes: no ejecutivos, administradores, representantes de las finanzas o burócratas, sino sacerdotes. Esto significa ante todo que habéis sido elegidos para ofrecer el sacrificio, ya que esta es la esencia del sacerdocio, y el fulcro del sacerdocio cristiano es la oferta del sacrificio de Cristo".
A continuación Juan Pablo II recordó el Concilio Vaticano II al que definió como "una enorme gracia" para la Iglesia y se refirió a como el papel de los laicos en la Iglesia había evolucionado desde la fecha de su celebración (1962-1965). Después subrayó que "junto con el despertar de los fieles laicos en la Iglesia" había habido una disminución del número de vocaciones en los seminarios bajo su cuidado. El Papa reconoció la "justa preocupación" de los obispos por este hecho, ya que "la Iglesia Católica no puede existir sin el ministerio sacerdotal que Cristo mismo desea para ella".
"Algunas personas, como sabemos, afirman que la disminución del número de sacerdotes es obra del Espíritu Santo y que Dios mismo guiará a la Iglesia, de manera que el gobierno de los fieles laicos ocupe el lugar del gobierno de los sacerdotes. Esa afirmación ciertamente no tiene en cuenta lo que los padres conciliares pusieron de manifiesto mientras intentaban promover una mayor participación de los laicos en la Iglesia. En sus enseñanzas, los padres conciliares pusieron simplemente en evidencia la profunda complementariedad entre los sacerdotes y los laicos que comporta la naturaleza armoniosa de la Iglesia. Una concepción errada de esta complementariedad ha llevado a veces a una crisis de identidad y de confianza entre los sacerdotes y también a formas de compromiso laico demasiado clericales o demasiado politizadas".
"El compromiso de los laicos se transforma en una forma de clericalismo cuando los papeles sacramentales o litúrgicos que competen al sacerdote son asumidos por los fieles laicos o cuando éstos cumplen tareas de gobierno pastoral que son propias del sacerdote. (...) El sacerdote, en cuanto ministro ordenado, es quien, en nombre de Cristo, preside la comunidad cristiana, en el plano litúrgico y pastoral. Los laicos le ayudan de muchas maneras en esta tarea. Pero el lugar por excelencia para el ejercicio de la vocación laica es el mundo de las realidades económicas, sociales, políticas y culturales. En este mundo es donde los laicos están invitados a vivir su vocación bautismal".
"En una época de secularización insidiosa -agregó el Papa- puede parecer raro que la Iglesia insista tanto en la vocación secular de los laicos. Es precisamente el testimonio evangélico de los fieles en el mundo lo que constituye el corazón de la respuesta de la Iglesia al mal de la secularización".
"El compromiso de los laicos se politiza -recalcó- cuando el laicado está absorbido por el ejercicio del 'poder' en el interior de la Iglesia. Esto sucede cuando la Iglesia no se concibe en términos de 'misterio' de la gracia que la caracterizan, sino en términos sociológicos o incluso políticos. (...) Cuando no es el servicio sino el poder lo que moldea todas las formas de gobierno en la Iglesia, tanto por parte del clero como del laicado, los intereses opuestos empiezan a hacer oír su voz". Juan Pablo II subrayó que esto dañaba a la Iglesia.
"Lo que la Iglesia necesita -dijo a los obispos- es un sentido de complementariedad más profundo y creativo entre la vocación del sacerdote y la de los laicos".
El Papa habló entonces de la importancia de desarrollar "una nueva apologética para vuestro pueblo -dijo-, de modo que entiendan lo que enseña la Iglesia". Sobre todo, añadió, "en un mundo en el que la gente está continuamente sujeta a la presión cultural e ideológica de los medios de comunicación y a la actitud agresivamente anticatólica de muchas sectas".
"La Iglesia -continuó- está llamada a proclamar una verdad absoluta y universal al mundo en una época en la que en muchas culturas hay una profunda incertidumbre sobre la posibilidad de que exista una tal verdad. Por eso, la Iglesia debe expresarse de la forma adecuada para evidenciar el testimonio genuino. En este sentido, el Papa Pablo VI identificó cuatro cualidades, que llamó 'perspicuitas, lenitas, fiducia, prudentia'-, claridad, humanidad, confianza y prudencia".
Juan Pablo II subrayó que "hablar con claridad significa que es necesario explicar comprensiblemente la verdad de la Revelación y las enseñanzas de la Iglesia que derivan de ella. (...) Esto es lo que pretendo al decir que necesitamos una nueva apologética, que se adapte a las necesidades de hoy, que tenga en cuenta que nuestra tarea no es vencer con los argumentos sino conquistar almas. (...) Una apologética de este tipo necesitará respirar un espíritu de humanidad, aquella humildad y compasión que son necesarias para comprender las ansiedades y los interrogantes de las personas".
"Hablar con confianza -explicó- significa no perder nunca de vista la verdad absoluta y universal revelada en Cristo, y no perder nunca de vista el hecho de que esta es la verdad que todos anhelan, con independencia del desinterés, resistencia u hostilidad que parezcan mostrar. Hablar con aquella sabiduría práctica y el sentido común que Pablo VI llamaba prudencia (...) significa ofrecer una clara respuesta a la gente que pregunta: '¿Qué debo hacer?' Aquí -concluyó-, la grave responsabilidad de nuestro ministerio episcopal se muestra como un desafío exigente".
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