Dios
abomina todos los pecados; pero, especialmente, el de la blasfemia; porque,
aunque todos ofenden a Dios, y ceden en deshonra del Señor, como dice el
Apóstol: Per prœvaricationem legis Deus inhonoras. (Rom. II, 23). Sin embargo,
si bien los demás pecados le deshonran indirectamente, quebrantando su ley, la
blasfemia le deshonra directamente, maldiciendo su santo nombre. Nihil ita
exacerbat Deum, sicut quando nomen ejus blasphematur. Permitidme, pues, amados
cristianos, que os haga ver en este día:
Punto 1. CUAN GRANDE ES EL
PECADO DE LA BLASFEMIA.
Punto2. CON CUÁNTO RIGOR LE
CASTIGA EL SEÑOR.
Analicemos el punto 1:
.
CUAN GRANDE PECADO ES LA
BLASFEMIA
1. ¿Qué cosa es blasfemia? Es
un dicho injurioso a Dios: Est contumeliosa in Deum locutio; así la definen los
doctores. ¡Pero Dios mío! ¿Con quién se las ha el hombre cuando blasfema? Se la
ha directamente con el mismo Dios: Contra Omnipotentem roboratus est. (Job. XV,
25). Y ¿cómo, -dice San Efrén- no temes, ¡oh blasfemo! que baje el fuego del
Cielo y te devore? ¿Que se abra bajo tus plantas la tierra y se te trague? Los
demonios tiemblan al oír el nombre de Cristo, exclama San Gregorio Nacianceno,
y ¿cómo no temblamos nosotros de injuriarle? El vengativo se las ha con un
igual suyo; mas el que blasfema, quiere vengarse de Dios mismo, que hace o
permite aquella cosa que disgusta al hombre blasfemo. Hay una gran diferencia
ente ofender al retrato del rey y ofender a su misma persona. El que ofende al
hombre, ofende a la imagen de Dios; pero el blasfemo ofende al mismo Dios, dice
San Atanasio: Qui blasphemat, contra ipsam Deidate agit. El que quebranta la
ley del rey, peca; pero el que ofende a la misma persona del rey, comete delito
de lesa majestad, que es castigado con mayores castigos, y no puede ser
indultado. ¿Qué diremos, pues, del blasfemo, que injuria a la majestad divina?
Decía en su cántico Ana la profetisa: Si un hombre peca contra otro, se puede
alcanzar de Dios el perdón, más si peca contra Dios, ¿quién rogará por él? (I.
Reg. II, 25). Con efecto, es tan enorme el pecado de blasfemia, que parece que
ni los mismos santos están dispuestos a interceder a favor de un blasfemo.
2. Además: las bocas sacrílegas
blasfeman contra un Dios que las sostiene. Con razón exclama San Juan
Crisóstomo: Tu Deo benefacienti tibi, et tui curam agenti maledicis? ¿Tú te
atreves a maldecir a Dios, que te llenó de beneficios y te conserva? Señal es
que ya está uno de tus pies en el Infierno, y que si Dios no te conservase la
vida por su divina misericordia, estarías ya condenado para siempre; y en lugar
de darle gracias, le maldices al propio tiempo que Él te está llenando de
beneficios. De esto se queja por David (Psal. LIV, 13), diciendo: En verdad,
que si me hubiese llenado de maldiciones un enemigo mío, hubieralo sufrido con
paciencia; pero tu me maldices al mismo tiempo que yo te estoy bendiciente. ¡Oh
lengua diabólica! exclama San Bernardo de Sena, ¿qué cosa te irrita hasta el
punto de blasfemar de tu Dios, que te creó y redimió con su sangre? Algunos
blasfeman hasta de Jesucristo, que murió por su amor en una cruz; siendo así
que, aunque no estuviésemos condenados a morir, deberíamos desear morir por
amor a Jesucristo, para mostrar, de algún modo, nuestro agradecimiento a un
Dios que dio su vida por nosotros. Digo de algún modo, porque no hay
comparación entre la muerte de una vil criatura y la de un Dios; y, sin
embargo, tú, pecador, tu, blasfemo, en lugar de amarle y bendecirle, le
maldices, como dice San Agustín: Los judíos azotaron a Jesucristo, pero no le
azotan menos los malos cristianos con sus blasfemias. Otros han blasfemado
contra la Santísima Virgen María, Madre de Dios, que tanto nos ama, y que
siempre está rogando por nosotros: sin embargo, alguno de esos hombres malvados
han sido castigados terriblemente por Dios. Refiere Surio (en el día 7 de
agosto) que un impío blasfemó de la Virgen, y en seguida hirió con un puñal su
santísima imagen que estaba en una iglesia; pero, al punto que salió de allí,
cayó un rayo y le redujo a cenizas. El infame Nestorio, que había blasfemado
también y movido a otros a blasfemar de María santísima, diciendo que no era
verdadera Madre de Dios, murió desesperado con la lengua comida de gusanos.
3. Quis loquitur blasphemias?
(Luc. V, 21). Y ¿quién es el blasfemo? Un cristiano, uno que ha recibido el
santo Bautismo, por el cual quedó consagrada su lengua. Se pone dice un santo
doctor, sal bendecida en la lengua del que va a ser bautizado, para que la
lengua del cristiano quede consagrada y se acostumbre a bendecir a Dios. Y ¿es
posible, que esta misma lengua se convierta después en una espada que traspase
el corazón de Dios? pregunta San Bernardino: Lingua blasphemantis efficitur
quasi gladius cor Dei penetrans? (Tom. 4 ser. 33). Luego añade el mismo Santo,
que ningún pecado contiene tanta malicia como la blasfemia. Y antes que él lo
dijo San Juan Crisóstomo con distintas palabras: Nullem hoc peccato deterius,
nam in eo accesio est omnium malorum et omne supplicium. Del mismo modo se
explicó San Jerónimo, diciendo que: Cualquier otro pecado es leve, comparado
con la blasfemia. Y aquí debemos advertir, que la blasfemia contra los santos y
los cosas santas, como la misa, los sacramentos, los misterios, etc., son de la
misma especie que las blasfemias contra Dios, que es la fuente de la santidad.
4. Decimos, pues, con San
Jerónimo, que la blasfemia es un pecado más grave que el hurto y que el
adulterio, porque como todos los otros pecados como dice San Bernardino,
dimanan, o de la fragilidad, o de la ignorancia; pero el pecado de la blasfemia
proviene de la propia malicia. Porque, en efecto procede de una mala voluntad y
de cierto odio concebido contra Dios; y así, el blasfemo se hace semejante a
los réprobos, los cuales, como dice Santo Tomás, no blasfeman con la boca,
porque no tienen cuerpo (N. de la R: mientras no llegue la resurrección de
la carne); pero blasfeman con el corazón, maldiciendo la divina justicia que
los castiga. Y añade el santo Doctor: que es creíble, que después de la
resurrección, así como los Santos en el Cielo alabarán a Dios también con la
voz, así los réprobos en el Infierno le blasfemarán igualmente con ella. Con
razón, pues, llama un autor a la blasfemia, lenguaje del Infierno, diciendo
que: el demonio habla por la boca de los blasfemos, así como Dios habla por la
boca de los santos. Cuan San Pedro negaba a Jesucristo en el palacio de Caifás,
jurando que no le conocía, le dijeron los judíos que su acento descubría que
era discípulo suyo, porque pronunciaba lo mismo que su Maestro. (Matth XXVI,
73). Lo mismo podemos decir del blasfemo: Tu eres del Infierno, y verdadero
discípulo de Lucifer, porque hablas el lenguaje de los condenados. Escribe San
Antonio, que los condenados en el Infierno no se ocupan en otra cosa que en
blasfemar y maldecir a Dios. Y en prueba de esto, aduce el texto del
Apocalipsis: Y se despedazaron las lenguas en el exceso de su dolor, y
blasfemaron del Dios del Cielo. (Apoc. XVI, 10 et 11). San Antonio, en fin,
añade que el que tiene el vicio de blasfemar, pertenece, aún en ésta vida, a la
clase de los réprobos, cuyas funciones desempeña.
5. A la malicia de la
blasfemia, debemos añadir el escándalo, que, de ordinario, causa este infame
pecado por cuanto suele siempre cometerse externamente y en presencia de otros.
San Pablo reprendía a los judíos, cuyos pecados daban motivo a que los gentiles
blasfemasen de Dios y se burlasen de su Ley. ¿Cuánto, pues, más culpables son
los cristianos que inducen a los demás a imitar sus blasfemias? Pero ¿cómo
sucede, pregunto yo, que en ciertas provincias no se oye blasfemar a ninguno, o
se oye raras veces; y en otras, al contrario, reina escandalosamente la
blasfemia, de manera, que se puede decir de ellas lo que decía Dios por Isaías:
Todo el día sin cesar está blasfemándose mi Nombre. Por las plazas, por las
casas, por las ciudades, y por las aldeas, no se oye otras cosas que
blasfemias. ¿En qué consiste esto? Consiste en que los unos aprenden de los
otros; los hijos de los padres, los criados de los amos, los jóvenes de los
ancianos. Especialmente en ciertas familias, parece que el vicio de la
blasfemia pasa por herencia de padres a hijos: el padre es blasfemo y por esto
lo son después los hijos, los nietos y todos sus descendientes. ¡Oh padre
maldito, causa de tanto mal, que en vez de enseñar a tus hijos a bendecir a
Dios, les enseñas a blasfemar de Dios y de sus Santos! Dirá alguno: Yo los
reprendo cuando los oigo blasfemar. ¿Pero de qué sirven esas tus reprensiones,
si tu mismo les das el mal ejemplo con la boca? Por el amor de Dios y por el de
tus hijos mismos, no blasfemes en adelante, ¡oh padre de familia! y guárdate de
blasfemar, especialmente delante de tus hijos, repréndelos con aspereza, como
encarga San Juan Crisóstomo, diciendo: Castiga su boca, y santifica tu mano con
este castigo. Hay algunos padres que castigan bárbaramente a sus hijos, si no hacen
al punto lo que les mandan; empero, si les oyen blasfemar de los Santos, o se
ríen, o no los reprenden. San Gregorio refiere: que un niño de cinco años, hijo
de un noble romano, acostumbraba a poner en ridículo el nombre de Dios, y que
el padre no le reprendía. Un día que se vio el niño asaltado por ciertos
hombres negros, y, espantado, corrió a los brazos de su padre; pero aquellos
hombres negros eran demonios salidos del Infierno, le mataron entre los brazos
del padre, y se lo llevaron al abismo.
Analicemos el punto 2:
CON CUANTO RIGOR CASTIGA DIOS
EL PECADO DE LA BLASFEMIA
6. Dice Isaías: ¡Ay de la
gente pecadora que blasfema del Santo de Israel! ¡Ay de los blasfemos, que
serán eternamente infelices! porque, según Tobías, todos los que blasfeman
serán condenados. (Tob. XIII, 16). Y por boca de Job dice Dios: Si imitas la
habla de los blasfemos, serán tus propias palabras y no yo, las que te
condenarán. (Job. XV, 5 et 6). Dirá pues el Señor al tiempo de condenarle: No
soy yo quien te condena al Infierno, sino tu misma boca, con la que te
atreviste a maldecirme a mí y a mis Santos. Los infelices blasfemos seguirán
blasfemando en el Infierno para mayor tormento suyo; porque las mismas
blasfemias les recordarán sin cesar, que por este pecado se perdieron para
siempre.
7. Mas los blasfemos, no
solamente serán castigados en el Infierno, sino también en éste mundo. En la
ley antigua eran condenados a muerte por estas palabras: El que blasfemare el
nombre del Señor, muera apedreado por todo el pueblo. (Lev. XXIV, 16). También
en la ley nueva eran condenados a muerte, después del emperador Justiniano. San
Luis, rey de Francia, los castigaba, haciéndoles agujerear la lengua, y marcar
la frente con hierro candente; y si alguno, después de este castigo volvía a
blasfemar, mandó que muriera irremisiblemente ajusticiado. Cierto autor
refiere, que la ley civil les privaba del derecho de poder ser testigos en tela
de juicio; y por la constitución de Gregorio XIV, quedaban excluidos del
derecho de sepultura. Y todavía se queja y se lamenta el blasfemo de lo que le
sucede: “Yo no sé en qué consiste, dice, pero me veo siempre en la mayor
miseria. Alguna excomunión ha caído sobre mi casa”. La verdadera excomunión es
la maldita blasfemia que siempre tiene en la boca: ésta es la que te hace estar
siempre pobre y maldecido de Dios.
8. ¡Cuántos ejemplos pudiera
yo citaros de hombres blasfemos que han tenido una muerte desastrada! Cuenta el
P. Segneri (Tom. 1, pág. 8), que dos hombres que habían blasfemado de la sangre
de Jesucristo en la Gascuña, fueron muerto en una riña poco después, y
despedazados por lo perros. Un habitante de Méjico, reprendido por sus
blasfemias, respondió: “En adelante he de blasfemar más”; pero aquella misma
noche su lengua quedó pegada al paladar, y murió el infeliz sin dar señales de
arrepentimiento. Omito otros muchos casos terribles por no molestar, y que
podréis leer en el libro Contra la blasfemia del Padre Sarnelli.
9. Para concluir, decidme,
blasfemos que me escucháis ¿qué utilidad sacáis de esta detestable costumbre?
Ella no os proporciona placer alguno, porque como dice el cardenal Belarmino,
es un pecado sin placer. Ella no os enriquece, porque las riquezas huyen de los
blasfemo. Tampoco os acarrea honor, porque cuando blasfemáis, llenáis de horror
a cuantos oyen, aún a aquellos mismos que tienen la misma costumbre de
vosotros, pues todos os llaman boca de condenado. Decidme, pues, ¿porqué
blasfemáis? -Padre es una costumbre. ¿Y creéis que la costumbre os excusará
delante de Dios? Si un hijo apalease a su padre, y le dijese después: Padre
mío, perdonadme, porque esto es una costumbre, ¿os parece que su padre le
excusaría? Decís que blasfemáis por la cólera que os excitan los hijos, la
mujer o el amo. Más ¿es cosa justa que descarguéis contra Dios y sus Santos, la
cólera que aquellos causaron? Pero el demonio me tienta, añade el blasfemo. Si
el demonio te tienta, haz lo que hacía cierto joven, que viéndose tentado de la
blasfemia, fue a pedir consejo al abad Pemene, quien le dijo: que cuando el
demonio le volviese a tentar le respondiera: ¿Y para que he de blasfemar de
aquel Dios que me crió y me hizo tanto bien? Yo quiero alabarle y bendecirle
sin cesar. Y con esta medicina, el demonio dejó de tentarle. Cuando sientas
algún rapto de cólera, ¿no puedes desahogarte con otras palabras que no sean
blasfemias? Por ejemplo Maldito sea el pecado; Señor, ayudadme; Virgen María
dadme paciencia. Y si hasta ahora has tenido el vicio de blasfemar, desde hoy
en adelante, renueva cada día, al tiempo de levantarte, el propósito de hacerte
violencia para no blasfemar, y además, rezarás a María Santísima tres Aves
Marías, para que te ayude a conseguir la gracia de resistir a las tentaciones
de blasfemia que te asalten. Sí católicos, detestad este vicio, que os conduce
al Infierno, y os hace ingratos contra el mismo Creador, que os dio la vida, y
contra Jesucristo, que os redimió con su preciosa sangre. De este modo
evitaréis la mala muerte que os espera si continuáis blasfemando, y
disfrutaréis de la gloria de Dios por toda la eternidad. Amén.
¡Siempre San Alfonso tan claro! ¡Que interceda por mi!
ResponderEliminarSan Alfonso María de Ligorio es también uno de mis santos favoritos! Por supuesto que intercederá por ti si es para tu salvación eterna y para gloria de Dios.
ResponderEliminarLA MALDICIÓN QUE CARGAN LOS JUDÍOS POR CAUSA DEL CRIMEN DE DEICIDIO
ResponderEliminar"Al ver que no se llegaba a nada, sino que aumentaba el tumulto, Pilato hizo traer agua y se lavó las manos delante de la multitud, diciendo: "Yo soy inocente de esta sangre. Es asunto de vosotros". Y todo el pueblo respondió: "Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos". (San Mateo, XXVII: 24-25)
San Alfonso María de Ligorio escribió sobre este pasaje de la Pasión de Cristo:
"¡Pobres judíos! Vosotros atrajisteis una terrible maldición sobre vuestras cabezas al decir: "Su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos", y esa maldición, raza miserable, la lleváis hasta el día de hoy, y al Final de los Tiempos recibiréis el castigo de esa sangre inocente. ¡Oh, Jesús mío!... Yo no seré obstinado como los judíos. ¡Yo te amaré, por siempre, por siempre, por siempre!"