Visitas al Santísimo, a la Virgen y a San José correspondientes a cada día del mes por San Alfonso María Ligorio.
VISITA 18ª
Visita al Santísimo
Oración preparatoria, p. 53.
En el valle de Josafat aparecerá Jesús un día sentado en trono de majestad; mas ahora, en el Santísimo Sacramento, su asiento es trono de amor.
Si el Rey, para mostrar el amor que tiene a un pastorcillo, fuese a vivir a la aldea en que aquél habita, ¿qué ingratitud no sería la del pastor si no fuese a visitarle a menudo, sabiendo que el Rey tanto lo desea, y que allí había ido para tener ocasión de verle con frecuencia? ¡Ah, Jesús mío!, conozco que por mi amor habéis venido a estar con nosotros en el Sacramento del Altar. Quisiera, pues, si me fuese dado, permanecer de día y de noche en presencia vuestra.
Si los Ángeles, ¡oh, Señor mío!, no cesan de estar junto a Vos, pasmados del amor que nos manifestáis, justo es que yo, viéndoos por mi causa en este altar, os complazca, a lo menos, permaneciendo ante Vos y alabando el amor y la bondad que para mí tenéis. Delante de los Ángeles os alabaré; vendré a vuestro templo a adoraros y ensalzaré vuestro Santo nombre por vuestra misericordia y verdad.
¡Oh, Dios Sacramentado!; ¡oh, pan de los ángeles!; ¡oh, sustento divino!, os amo. Mas ni Vos ni yo estamos satisfechos de este amor mío. Os amo, pero os amo muy poco. Haced, Jesús mío, que conozca la belleza y bondad inmensas que amo.
Haced que mi corazón deseche de sí todos los afectos terrenos, y ceda todo el lugar a vuestro amor divino. Vos, para enamorarme enteramente de vuestra bondad, y uniros a mí, descendéis cada día del Cielo a los altares; razón es que yo sólo piense en amaros, en adoraros y complaceros. Os amo con toda mi alma, os amo con todos mis afectos. Si queréis pagarme este amor, dadme más amor, más llamas que me estimulen siempre a amaros y a desear siempre complaceros.
Jaculatoria.— Jesús mío, amor mío, dadme amor.
Comunión espiritual, p. 41.
Visita a María Santísima
Así como aquellos enfermos pobres a quienes por su miseria todos abandonan, hallan su único refugio en los hospitales públicos, así los más miserables pecadores, aunque todos los despidieren, no se ven por esto desamparados de la misericordia de María, a quien Dios puso en el mundo con el fin de que fuese el asilo y hospital público de los pecadores, como dice San Basilio. Y por esto San Efrén la llama también el refugio de los pecadores.
Así, pues, si acudo a Vos, Reina mía, no podéis desecharme por mis pecados. Antes bien, cuanto más miserable soy, tanto más motivo tengo para ser acogido bajo vuestra protección, ya que Dios, para asilo de los más miserables, quiso crearos. A vos recurro, pues, ¡oh María!: bajo vuestro mando me pongo. Vos sois el refugio de los pecadores: sed, por lo tanto, mi refugio y la esperanza de mi salvación. Si Vos me desecháis, ¿adónde acudiré?
Jaculatoria.— María, refugio mío, salvadme.
Oración a María Santísima, p. 58.
Visita al Patriarca San José
Considera cuál debió de ser la pena de San José en la huida a Egipto, viendo cuánto sufrían su santa Esposa, no acostumbrada a caminar mucho, con aquel amable Niño, que llevaban, ora el uno, ora el otro, en sus brazos; yendo fugitivos y temerosos de encontrar a cada paso los soldados de Herodes; y todo esto en lo más crudo del invierno.
¡Oh, Padre adoptivo de Jesús!, por aquellos padecimientos que sufristeis en el viaje a Egipto, alcanzadme fuerzas para sobrellevar con perfecta paciencia y resignación todas las incomodidades e infortunios que me sobrevengan en este valle de lágrimas.
Jaculatoria.— ¡Oh, bendito José!, dadme paciencia perfecta en todas las adversidades.
Oración a San José, p. 61.
VISITA 19ª
Visita al Santísimo
Oración preparatoria, p. 53.
Cosa gratísima es el hallarse cada uno en compañía de un amigo querido; ¿y no ha de sernos deleitable en este valle de lágrimas estar en compañía del mejor Amigo que tenemos, del que puede darnos todo bien, del que puede darnos todo bien, del que nos ama apasionadamente, y por eso de continuo se halla con nosotros?
Aquí, en el Santísimo Sacramento, podemos hablar con Jesús a nuestra voluntad, abrirle nuestro corazón, exponerle nuestras necesidades y pedirle mercedes; podemos, en suma, tratar con el Rey del Cielo en este misterio, sin encogimiento y con toda confianza.
Muy dichoso fue José cuando Dios, como atestigua la Escritura, descendió con su gracia a la prisión en que estaba para consolarle: Bajó con él a la cárcel, y entre las cadenas no le olvidó. Pero mucho más venturosos somos nosotros teniendo en nuestra compañía, en esta tierra de miseria, a nuestro Dios hecho hombre, que con su presencia real nos asiste tan afectuosa y compasivamente todos los días de nuestra vida.
¿Qué consuelo no es para un pobre encarcelado tener un amigo cariñoso que vaya a hablar con él, le consuele, le dé esperanzas, le socorra, y trate de alentarle en sus desdichas? Pues he aquí a nuestro buen amigo Jesucristo, que en este Sacramento nos anima diciéndonos: Aquí estoy con vosotros todos los días. Aquí estoy todo con vosotros, y he venido de propósito desde el Cielo a esta vuestra prisión para consolarlos, favoreceros y libertaros.
Acogedme, entreteneos siempre conmigo, uníos a Mí, que así no sentiréis vuestras miserias, y después vendréis conmigo a mi reino, donde os haré plenamente bienaventurados.
¡Oh, Dios, océano incomprensible! Ya que sois tan benigno, que para estar junto a nosotros os dignáis descender a nuestros altares, propongo visitaros con frecuencia; quiero gozar lo más que me sea posible de vuestra presencia dulcísima, que hace bienaventurados a los Santos en la Gloria. ¡Oh, si pudiese permanecer siempre ante Vos, para adoraros y amaros continuamente!
Despertad, os lo ruego, alma mía, si por tibieza o por negocios del mundo se descuida en visitaros. Encended en mí grandísimo deseo de estar siempre cerca de Vos en este Sacramento. ¡Ay, Jesús mío amoroso, quién siempre os hubiera amado y complacido! Consuélame el pensar que todavía me queda tiempo de amaros, no sólo en la otra vida, sino también en la presente.
Así quiero practicarlo; quiero amaros de veras, sumo bien mío, mi amor, mi tesoro, mi todo...; quiero amaros con todas mis fuerzas.
Jaculatoria.— ¡Dios mío, ayudadme a amaros!
Comunión espiritual, p. 41
Visita a María Santísima
Dice el devoto Bernardino de Bustos: “Pecador, cualquiera que fueres, no desconfíes; recurre a esta Señora con certidumbre de ser socorrido, y la hallarás con las manos colmadas de misericordia y de gracias. Y sabe –añade- que más desea la piadosísima Reina hacerte bien, que tú el ser socorrido por Ella.”
Siempre doy gracias a Dios, ¡oh, Señora mía!, porque hizo que yo os conociese. ¡Pobre de mí, si no os conociera, o si me olvidase de Vos! Gran riesgo correría mi salvación. Pero yo, Madre mía, os bendigo, os amo y confío en Vos, y en vuestras manos pongo mi alma.
Jaculatoria.— ¡Oh, María!, dichoso quien os conoce y en Vos confía.
Oración a María Santísima, p. 58.
Visita al Patriarca San José
EL Señor ha prometido recompensar a quien en su nombre dé a un pobre un jarro de agua. ¡Cuán grande, pues, habrá sido la recompensa recibida por José, ya que Él puede decir a Jesús: “¡No sólo te he proporcionado con el sudor de mi frente cuanto necesitabas, sino que hasta te salvé la vida, librándote de las manos de Herodes!”
¡Oh, santo Patriarca!, por las fatigas y penas que sobrellevasteis por amor de Jesús, os suplico me alcancéis todas las gracias que necesito, para conformarme enteramente con los designios de la adorable Providencia, y para conseguir la eterna gloria.
Jaculatoria.— ¡Oh, San José misericordioso!, alcanzadme verdadera caridad.
Oración a San José, p. 61.
VISITA 20ª
Visita al Santísimo
Oración preparatoria, p. 53
En aquel día –dice el Profeta- habrá una fuente abierta para la casa de David y para los moradores de Jerusalén, en la cual se lave el pecador.” (Zac. 13, 1.) Jesús en el Santísimo Sacramento es esta fuente, que el profeta predijo, abierta para todos, y en la cual, siempre que lo quisiéremos, podemos lavar nuestras almas de todas las manchas de los pecados que cada día cometemos.
Cuando alguno incurre en una culpa, ¿qué remedio mejor hallará que acudir en seguida al Santísimo Sacramento? Sí, Jesús mío, así propongo hacerlo siempre, mayormente sabiendo que el agua de esta vuestra fuente, no sólo me lava, sino que también me da luz y fuerza para no recaer y para sufrir alegremente las contrariedades, y a la vez me inflama en vuestro amor.
Sé que con este fin me esperáis y que recompensáis con abundantes gracias las visitas de los que os aman. ¡Ah, Jesús mío!, purificadme de cuantas faltas hoy he cometido; arrepiéntome de ellas por haberos disgustado. Dadme fuerzas para no recaer, concediéndome grande anhelo de amaros mucho.
¡Oh, quién pudiera permanecer cerca de Vos, como lo hacía aquella fidelísima sierva vuestra, María Díaz, que vivió en tiempo de Santa Teresa, y obtuvo licencia del Obispo de Ávila para habitar en la tribuna de una iglesia, donde casi de continuo asistía ante el Santísimo Sacramento, a quien llamaba su vecino, sin apartarse de allí sino para ir a confesarse y comulgar.
El Venerable Fray Francisco del Niño Jesús, Carmelita Descalzo, al pasar por las iglesias donde estaba el Sacramento, no podía abstenerse de entrar a visitarle, diciendo no ser decente que un amigo pase por la puerta de su amigo sin entrar siquiera a saludarle y a decirle una palabra. Mas él, no se contentaba con una palabra, sino que permanecía ante su amado Señor todo el tiempo de que podía disponer.
¡Oh, único e infinito bien mío!, veo que instituisteis este Sacramento y que moráis en ese altar con el fin de que os ame; y para esto me habéis dado un corazón capaz de amaros mucho. Mas yo, ingrato, ¿por qué no os amo, o por qué os amo tan poco? No, no es justo que sea amada tibiamente bondad tan amable como sois Vos: a lo menos, el amor que me tenéis, merecería de mí muy otro amor.
Vos sois Dios infinito, y yo un gusanillo miserable. Poco fuera que por Vos muriese y me consumiera por Vos, que habéis muerto por mí, y que cada día por amor mío os sacrificáis enteramente en los altares.
Merecéis ser muy amado, y yo os quiero amar mucho: ayudadme, Jesús mío, ayudadme a amaros y a ejecutar lo que tanto os complace y tanto queréis que yo haga.
Jaculatoria.— Mi amado para mí, y yo para él.
Comunión espiritual, p. 41.
Visita a María Santísima
Reina mía dilcísima, piadosísima y amabilísima, ¡qué confianza tan hermosa me infunde San Bernardo cuando acudo a Vos! Díceme que no os paráis en examinar los méritos de los que recurren a vuestra misericordia, sino que os ofrecéis para auxiliar a todos cuantos se dirigen a Vos. De suerte que si yo os pido gracias, Vos me escucháis benigna.
Oíd, pues, qué cosa os pido: pobre pecador soy, que merece mil infiernos. Quiero mudar de vida; quiero amar a mi Dios, a quien tanto he ofendido. A Vos me ofrezco por esclavo; a Vos me entrego, mísero como soy. Salvad, os digo, a quien es vuestro, y ya no suyo. Señora mía, ¿me habéis oído? Espero que me habréis escuchado y atendido favorablemente.
Jaculatoria.— ¡Oh, María, tuyo soy, sálvame!
Oración a María Santísima, p. 58.
Visita al Patriarca San José
Considera la pena que experimentó José cuando perdió a Jesús en la visita al templo. ¡Cuál sería su amargura al verse privado de su amado Salvador por espacio de tres días, sin saber si volvería a hallarle, y sin conocer la causa de tal pérdida!
¡Oh, glorioso Patriarca!, por la pena que sentisteis al perder a Jesús, alcanzadme lágrimas para llorar las injurias hechas a mi Señor, de las cuales me pesa de todo corazón.
Jaculatoria.— Ayudadme, San José mío, para que nunca pierda a nuestro buen Jesús.
Oración a San José, p. 61.
VISITA 21ª
Visita al Santísimo
Oración preparatoria, p. 53.
Doquiera que estuviere el cuerpo, allí se congregarán las águilas.” Este cuerpo es el de Jesús, según los sagrados Expositores, en torno del cual las almas generosas y desprendida, que a manera de águilas se remontan sobre las cosas de la tierra y vuelan al Cielo, por el cual con pensamientos y afectos suspiran de continuo como por su perpetua morada, hallan su Paraíso en este mundo de tal modo, que parece no se sacian jamás de permanecer en su presencia.
Que si las águilas, dice San Jerónimo, al olor de su presa desde muy lejos acuden presurosas a buscarla, ¿cuánto más no deberemos nosotros correr y volar hacia Jesús en el Santísimo Sacramento, como el más regalado cebo de nuestras almas? Por eso los Santos, en este valle de lágrimas, corrieron siempre cual ciervos sedientos a esta fuente.
El Padre Baltasar Álvarez, de la Compañía de Jesús, en cualquier ocupación en que se hallase, dirigía los ojos a menudo hacia aquella parte donde sabía que estaba el Sacramento; le visitaba con suma frecuencia, y a veces pasaba junto a Él noches enteras. Lloraba al ver los palacios de los potentados llenos de gentes, que obsequian a un hombre de quien sólo esperan cualquier mísero bien, y tan abandonadas las iglesias, donde habita el Supremo Príncipe del universo, que con nosotros mora en la tierra como en trono de amor, rico de bienes eternos e inmensos; y decía que era grandísima la dicha de los Religiosos, pues en sus casas mismas pueden visitar, cuando quisieren, de noche y de día, a este gran Señor en el Sacramento, cosa que no pueden lograr los seglares.
Ya que Vos, Señor mío amantísimo, a pesar de verme tan miserable e ingrato a vuestro amor, me llamáis con tanta bondad para que me llegue a Vos, no quiero desanimarme por mis miserias: aquí vengo, a Vos me acerco. Convertidme enteramente; arrojad de mí todo amor que no sea para Vos, todo deseo que no os agrade, todo pensamiento que a Vos no se dirija. Jesús mío, amor mío, sólo a Vos quiero dar gusto.
Únicamente Vos merecéis mi amor, y a Vos solo quiero amar con toda mi alma. Apartadme de todo, Señor mío, y unidme con Vos; pero unidme de tal suerte, que no pueda volver a separarme de Vos, ni en esta ni en la otra vida.
Jaculatoria.— Jesús mío dulcísimo, no permitas que me aparte de ti.
Comunión espiritual, p. 41.
Visita a María Santísima
Llama Dionisio Cartujano a la Santísima Virgen: La Abogada de todos los inicuos que a ella recurren, ¡Oh, excelsa Madre Dios!, puesto que es oficio vuestro defender las causas de los reos más delincuentes que a Vos acuden, vedme aquí a vuestros pies. A Vos recurro, diciéndoos con Santo Tomás de Villanueva: Ea, pues, Abogada nuestra, cumple tu oficio. Encargaos de mi causa.
Verdad es que he sido reo de graves delitos a los ojos del Señor, multiplicando mis agravios después de tantos beneficios y gracias como me ha concedido; pero el mal, hecho está, y Vos podéis salvarme. Basta que digáis a Dios que Vos me defendéis, y Él me perdonará y me salvaré.
Jaculatoria.- Madre mía amantísima, Vos me habéis de salvar.
Oración a María Santísima, p. 58.
Visita al Patriarca San José
María y José sabían cuanto los profetas habían predicho de Jesús; y es de creer que hablarían muy a menudo de su dolorosa Pasión y Muerte, meditándola con ternura.
¡Oh, padre compasivo!, por aquellas lágrimas que derramasteis pensando en la Pasión de Jesús, alcanzadme continua y tierna memoria de los dolores de mi Redentor; y por aquella santa llama de amor, que ardía en vuestro corazón, haced que prenda siquiera una centella de él en mi alma, que con sus pecados tanto contribuyó a los padecimientos de Jesús.
Jaculatoria.— San José, protector mío, haced que el recuerdo de la pasión de Jesucristo me conforte y anime
Oración a San José, p. 61.
No hay comentarios:
Publicar un comentario