Testimonio de tres jóvenes sacerdotes mexicanos que caminan dentro del sendero vocacional y han decidido decir un sí al llamado del Señor para ejercer su obra y su caridad evangelizadora entre la tierra.
Dos de ellos hablan de su apego a la Virgen María y como ella ha sido el modelo inspirador para perseverar y continuar el recorrido apostólico que legó Jesucristo a sus Hijos, sus Predilectos. Por ello, se anexa un artículo acerca de María como Madre de todas las vocaciones escrita por el sacerdote César Palomino Castro.
María modelo de vocación apostólica
Por el Padre César Palomino Castro, CMF
La vocación de todo cristiano es una llamada a la santidad, es decir, a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad» (LG 40). Y es también llamada a la misión de anunciar a Cristo para ser sus «testigos hasta los confines de la tierra» (Hch 1,8).
María es modelo de respuesta a la vocación (cf. Le 1,38) y de fidelidad a la misión (cf. Le 1,40-41). Es «la mujer» (Jn 2,4), modelo de fe en la comunidad eclesial (cf. Le 8,19-21). «En intima unión con Cristo, María, la Virgen Madre, ha sido la criatura que más ha vivido la plena verdad de la vocación, porque nadie como Ella ha respondido con un amor tan grande al amor inmenso de Dios» (PDV 36). Por esto, «con su ejemplo y mediante su intercesión, la Virgen santísima sigue vigilando el desarrollo de las vocaciones... en la Iglesia» (PDV 82).
La ejemplaridad y la ayuda materna de María en la vocación del apóstol tiene lugar desde el inicio del seguimiento evangélico, como actitud de fe, de desprendimiento y de asociación a Cristo. En el milagro de Cana, donde María manifestó su fidelidad incondicional al Señor («haced lo que él os diga»: Jn 2,5), «Jesús manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él» (Jn 2,11). Esta fe se convirtió en seguimiento: «después de esto bajó a Cafarnaun con su madre, sus hermanos y sus discípulos» (Jn 2,12).
La presencia activa de María en el camino vocacional se convierte en ayuda de la acción salvífica:
— en el inicio del camino vocacional, como en la santificación del Precursor y en la fe de los primeros discípulos (Lc 1.15.41; Jn 2,11);
— en el seguimiento apostólico, que incluye la intimidad con Cristo y la misión (Jn 2,12; Me 3,14);
— en los momentos de dificultad, cuando es necesario vivir el misterio de la cruz (Jn 19,25-27);
— en los períodos de renovación por las nuevas gracias del Espíritu Santo (Hch 1,14; 2,4).
La fidelidad a la propia vocación apostólica produce el gozo de saberse amado y capacitado para amar. Es el «gozo» que canta María en el Magníficat (Le 1,47), participe de la misma «espada» o suerte de Cristo, como «gozo en el Espíritu» (Le 10,21), que ayuda a superar los momentos de soledad v de fracaso humano para transformarlos en misterio de Pascua un 12,24ss; 16,20-22).
La ejemplaridad e «influjo salvifico» (LG 60) y materno de María llega a cada vocación según su especificidad espiritual y misionera. En la vocación laical, la línea misionera se dirige hacia la inserción en las estructuras humanas, como fermento evangélico, según la propia responsabilidad y en comunión con la Iglesia (cf. LG 31; GS 43; CFL 64). «El modelo de esta espiritualidad apostólica es la Santísima Virgen María», puesto que, «mientras vivió en este mundo una vida igual a los demás, llena de preocupaciones y trabajos familiares, estaba constantemente unida con su Hijo y cooperó de modo singularísimo a la obra del Salvador» (AA 4). Los laicos, pues, imitan a María y «encomiendan su vida apostólica a su solicitud materna».
La vocación a la vida consagrada se concreta en el seguimiento evangélico radical, como «género de vida virginal que Cristo Señor escogió para si y que la Virgen Madre abrazó» (LG 46; cf. RD 17). Esta consagración radica en la consagración bautismal, expresando «su plenitud» (PC 5). Es amor de totalidad a Cristo y a la Iglesia (cf. LG 44). Se concreta en la práctica permanente de los consejos evangélicos, vividos con cierta ayuda fraterna y apuntando hacia la disponibilidad misionera. Es consagración y misión. Asi «consiguen la perfección de la caridad en el servicio del Reino de Dios» (can.573, par.l).
Maria es «modelo» de la vida consagrada, puesto que «ella es la más plenamente consagrada a Dios; consagrada del modo más perfecto; su amor esponsal alcanza el culmen en la maternidad divina por obra del Espíritu Santo» (RD 17). En María y en la Iglesia, «la maternidad es fruto de la donación total a Dios en la virginidad» (RMa 39). Por esto la consagración se hace maternidad en la misión: «la virginidad por el Reino se traduce en múltiples frutos de maternidad según el Espíritu» (RMi 70). Por esto, la vida consagrada es «un reflejo de la presencia de María en el mundo».
La vocación sacerdotal corresponde a quienes reciben el sacramento del Orden, para «representar sacramentalmente a Jesucristo Cabeza y Buen Pastor» (PDV 15-16) y, por tanto, «obrar en su nombre» o «en persona de Cristo Cabeza» (PO 2). Ello comporta la participación en el ser sacerdotal de Cristo, la prolongación de su obrar sacerdotal y la transparencia de su estilo de vida de Buen Pastor.
La relación de María con el sacerdote ministro se basa en este triple dato: consagración, función, vivencia. María es Madre de Cristo Sacerdote, de cuya consagración, acción salvifica y estilo de vida participa el sacerdote ministro (cf. PO 18). La consagración sacerdotal de Cristo ha tenido lugar en el seno de María (por la unión hipostática); el mismo Señor ha querido asociar a María en su acción salvifica y ha querido que ella compartiera su misma vida y misión (Le 2,35; Jn 19,25). En este sentido, se puede comprender la afirmación frecuente en el magisterio sobre María como Madre especial del sacerdote ministro, puesto que «Cristo, moribundo en la cruz, la entregó como Madre al discípulo» (OT 8).
Acción evangelizadora y María
La acción evangelizadora de todo apóstol (laico, religioso, sacerdote) consiste en prolongar la misma misión de Cristo en el tiempo y en el espacio (cf.Jn 20,21;AG 6). «Los fieles, en cuanto incorporados a Cristo por el bautismo», quedan «integrados al Pueblo de Dios y hechos participes, a su modo, de la función sacerdotal, profética y real de Cristo» (LG 31). Como hemos visto en el apartado anterior, María está relacionada con cada vocación, sea en el camino de la santidad, sea en el camino de la misión .
La presencia activa de María en la acción evangelizadora del apóstol tiene lugar en sus tres dimensiones: profética (de anuncio y testimonio), litúrgica (de celebración de los misterios de Cristo), diaconal (de servicios de caridad y de organización). En la acción apostólica
— se anuncia a Cristo «nacido de María la mujer» (Gal 4,4);
— se celebra el misterio pascual de Cristo que ha querido asociar a María (cf. Jn 19,25ss);
— se comunica la vida en Cristo, de la que María es instrumento materno «en el orden de la gracia» (LG 61).
La acción apostólica de anuncio tiende a presentar a Cristo Dios, hombre, Salvador. María entra espontáneamente en este anuncio porque su virginidad deja entrever la divinidad de Jesús: es «el Hijo de Dios» (Lc 1,35), concebido «por obra del Espíritu Santo» (Mt 1,20). Su maternidad indica la realidad humana de Jesús, «nacido de la mujer» (Gal 4,4), «de la estirpe de David» (Mt 1,1; Rom 1,3). María es «la madre del Señor» (Le 1,43) .
La acción apostólica de celebrar los misterios de Cristo tiene lugar en la liturgia, y de modo especial en la celebración eucarística. La asociación de María a Cristo, que «salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1,21), demuestra que Dios salva al hombre por medio del hombre. Ella «se asoció con entrañas de madre a su sacrificio» (LG 58) y, de este modo, prefigura la cooperación de la Iglesia en la obra apostólica. Esta realidad salvífica tiene lugar especialmente en la celebración eucaristica, donde la «epiclesis» (invocación del Espíritu Santo) recuerda la encarnación en el seno de María.
La acción apostólica de construirla comunidad en la comunión se realiza con los servicios profetices (anuncio y testimonio), litúrgicos y hodegéticos (de dirección, animación, caridad). La comunidad se construye en la unidad, como la primera comunidad eclesial, «con María, la madre de Jesús» (Hech 1,14), escuchando la palabra, orando, celebrando la eucaristía y compartiendo los bienes (cf. Hech 2,42-45). Esta vida de comunión, bajo la acción del Espíritu, lleva a «anunciar la Palabra con audacia» (Hech 4,31). Esta acción apostólica de la comunidad es «una verdadera maternidad para conducir las almas a Cristo» (PO 6). María es el Tipo de esta maternidad apostólica de la Iglesia (cf. LG 65).
FUENTES: youtube.com/user/corcmexico / youtube.com/user/vozdelaIglesia
mariologia.org
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