LOS COLABORADORES DE DON BOSCO
SUEÑO 41 .—AÑO DE 1862.
(M. B. Tomo Vil, págs. 336-337)
(M. B. Tomo Vil, págs. 336-337)
[San] Juan Don Bosco aseguraba, con mucha frecuencia, que el Señor realizaría todos sus designios sobre el Oratorio sirviéndose de los jóvenes a él pertenecientes.
Don Pablo Albera recuerda una de las conferencias de aquel tiempo dada al personal, perteneciente a la incipiente Sociedad Salesiana, la cual produjo un efecto extraordinario entre los oyentes.
En ella contó [San] Juan Don Bosco a sus hijos que había tenido un sueño.
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Un sueño en el cual pareció verse rodeado de jóvenes y de sacerdotes. Habiéndoles propuesto que se pusiesen en camino para subir a una alta montaña que se encontraba poco distante, todos se manifestaron conformes. En la cumbre de la misma estaban preparadas las mesas para un espléndido banquete que había de ser realzado con música y otros festejos. Se pusieron, pues, todos en viaje; la subida era empinada y fatigosa, sembrada de dificultades a veces difíciles de superar y otras casi impracticables a causa del cansancio, de forma que al llegar a determinado lugar todos se sentaron.
[San] Juan Don Bosco también se sentó, y después de animar a sus compañeros a continuar la subida, se puso de pie y reemprendió la marcha a un paso apresurado. Pero habiéndose vuelto para ver a los que le seguían, comprobó que todos le habían abandonado, dejándolo solo. Bajó inmediatamente y fue en busca de ellos y después de reunirlos nuevamente, los encaminó otra vez hacia la cumbre áspera; pero pronto le abandonaron.
Entonces pensó que tenía que subir a aquella altura, no solo, sino en compañía de otros muchos. Aquella es mi meta... esta es mi misión... ¿Cómo haré para llevarla a cabo? ¡Ya comprendo!
Los primeros en seguirme fueron personas recogidas, virtuosas, de buena voluntad, pero a las cuales no había probado y que, por tanto, no tenían mi espíritu, no estaban acostumbrados a superar los senderos difíciles, no estaban unidos entre sí ni conmigo mediante la práctica de especiales virtudes... Por eso, me abandonaron... Pero yo pondré remedio a este fracaso... Este desengaño me causó gran amargura... Ya veo lo que tengo que hacer... Sólo puedo contar con los que fueren formados por mí... Por eso, volveré a las faldas del monte... Reuniré a muchos niños; me haré amar de ellos; los adiestraré para que sepan soportar sin desmayo pruebas y sacrificios... Me obedecerán de buena gana... subiremos juntos al monte del Señor.
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Y dirigiéndose de una manera especial a los que estaban allí congregados, les aseguró que había puesto en ellos sus esperanzas y durante un buen espacio de tiempo, les estuvo animando con palabra encendida, a que fuesen fieles a su vocación, en vista de las incontables gracias que la Virgen les concedería y del premio seguro que el Señor les tenía preparado.
Entre aquellos jóvenes que habían respondido prontamente y con devoto entusiasmo a la llamada de [San] Juan Don Bosco, estaba el diácono José Bongiovanni, el promotor de la Compañía de la Inmaculada, fundador y presidente de la Compañía del Santísimo Sacramento y del Clero Infantil, que fue ordenado sacerdote en las témporas del 20 de diciembre de aquel año.
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