FRASES PARA SACERDOTES

"Cuando rezamos el Santo Rosario y nos unimos a María, estamos viviendo lo que es la familia porque cuando los hijos se reúnen con La Madre y juntos le oran a Dios, es la familia orando unida". DE: Marino Restrepo.
Papa Francisco a los sacerdotes que llevan "doble vida"

DOMINGO DE RESURRECCIÓN.


El Domingo de Resurrección o Vigilia Pascual es el día en que incluso la iglesia más pobre se reviste de sus mejores ornamentos, es la cima del año litúrgico. Es el aniversario del triunfo de Cristo. Es la feliz conclusión del drama de la Pasión y la alegría inmensa que sigue al dolor. Y un dolor y gozo que se funden pues se refieren en la historia al acontecimiento más importante de la humanidad: la redención y liberación del pecado de la humanidad por el Hijo de Dios.


Nos dice San Pablo: "Aquel que ha resucitado a Jesucristo devolverá asimismo la vida a nuestros cuerpos mortales". No se puede comprender ni explicar la grandeza de las Pascuas cristianas sin evocar la Pascua Judía, que Israel festejaba, y que los judíos festejan todavía, como lo festejaron los hebreos hace tres mil años, la víspera de su partida de Egipto, por orden de Moisés. El mismo Jesús celebró la Pascua todos los años durante su vida terrena, según el ritual en vigor entre el pueblo de Dios, hasta el último año de su vida, en cuya Pascua tuvo efecto la cena y la institución de la Eucaristía.


Cristo, al celebrar la Pascua en la Cena, dio a la conmemoración tradicional de la liberación del pueblo judío un sentido nuevo y mucho más amplio. No es a un pueblo, una nación aislada a quien Él libera sino al mundo entero, al que prepara para el Reino de los Cielos. Las pascuas cristianas -llenas de profundas simbologías- celebran la protección que Cristo no ha cesado ni cesará de dispensar a la Iglesia hasta que Él abra las puertas de la Jerusalén celestial. La fiesta de Pascua es, ante todo la representación del acontecimiento clave de la humanidad, la Resurrección de Jesús después de su muerte consentida por Él para el rescate y la rehabilitación del hombre caído. Este acontecimiento es un hecho histórico innegable. Además de que todos los evangelistas lo han referido, San Pablo lo confirma como el historiador que se apoya, no solamente en pruebas, sino en testimonios.


Pascua es victoria, es el hombre llamado a su dignidad más grande. ¿Cómo no alegrarse por la victoria de Aquel que tan injustamente fue condenado a la pasión más terrible y a la muerte en la cruz?, ¿por la victoria de Aquel que anteriormente fue flagelado, abofeteado, ensuciado con salivazos, con tanta inhumana crueldad?


Este es el día de la esperanza universal, el día en que en torno al resucitado, se unen y se asocian todos los sufrimientos humanos, las desilusiones, las humillaciones, las cruces, la dignidad humana violada, la vida humana no respetada.


La Resurrección nos descubre nuestra vocación cristiana y nuestra misión: acercarla a todos los hombres. El hombre no puede perder jamás la esperanza en la victoria del bien sobre el mal. ¿Creo en la Resurrección?, ¿la proclamo?; ¿creo en mi vocación y misión cristiana?, ¿la vivo?; ¿creo en la resurrección futura?, ¿me alienta en esta vida?, son preguntas que cabe preguntarse.


El mensaje redentor de la Pascua no es otra cosa que la purificación total del hombre, la liberación de sus egoísmos, de su sensualidad, de sus complejos; purificación que , aunque implica una fase de limpieza y saneamiento interior, sin embargo se realiza de manera positiva con dones de plenitud, como es la iluminación del Espíritu , la vitalización del ser por una vida nueva, que desborda gozo y paz -suma de todos los bienes mesiánicos-, en una palabra, la presencia del Señor resucitado. San Pablo lo expresó con incontenible emoción en este texto : "Si habéis resucitado con Cristo vuestra vida, entonces os manifestaréis gloriosos con Él" (Col. 3 1-4).


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Jesucristo resucitado nos compromete a ser testigos y artífices de paz en el mundo entero


S.S. Juan Pablo II, Homilía de S.S. Juan Pablo II en el Domingo de la Resurrección del Señor, pronunciada el 3 de abril de 1999



Homilía de S.S. Juan Pablo II en el Domingo de la Resurrección del Señor

1. «A los ocho días (...) llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y dijo: "Paz a vosotros"» (Jn 20, 26).


En esta octava de Pascua, resuena el saludo de paz que Jesús dirigió a los Apóstoles el mismo día de su resurrección: «Paz a vosotros». Con su muerte y resurrección, Cristo nos ha reconciliado con el Padre, y a todos los que lo acogen les ha ofrecido el don valioso de la paz. Su gracia redentora los hace testigos de su paz y los compromete a convertirse en artífices de paz, acogiendo este don sobrenatural de Dios y traduciéndolo en gestos concretos de reconciliación y fraternidad.


¡Cuánta necesidad de auténtica paz tiene el mundo en este último tramo del milenio! Afecta a las personas, a las familias y a la vida misma de las naciones. Por desgracia, ¡cuántas situaciones de tensión y guerra perduran en el mundo, tanto en Europa como en otros continentes! Durante estos días, nuestros ojos están llenos de las imágenes de violencia y muerte que provienen de Kosovo y de los Balcanes, donde se libra una guerra con consecuencias dramáticas. A pesar de todo, no queremos perder la esperanza de la paz. Como santo Tomás y los demás Apóstoles, durante este tiempo pascual estamos llamados a renovar nuestra fe en el Señor vencedor del pecado y la muerte, acogiendo su don de la paz y difundiéndolo con todos los medios de que disponemos.


2. Amadísimos hermanos y hermanas de la parroquia de Santa María de Loreto en Castelverde, me alegra encontrarme finalmente en vuestra comunidad, que no pude visitar al inicio del pasado mes de febrero. Doy gracias al Señor por la oportunidad que me brinda de estar entre vosotros este domingo, llamado tradicionalmente «in albis». Comparto de buen grado con vosotros la alegría del tiempo pascual, expresada repetidamente durante estos días con las palabras del salmista: «Éste es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo» (Sal 118, 24).


Dirijo un saludo cordial al cardenal vicario, al monseñor vicegerente, a vuestro querido párroco, don Patrizio Milano, y a sus colaboradores, así como a las religiosas Franciscanas de los Sagrados Corazones, a los miembros del consejo pastoral parroquial y a todos los componentes de los diversos grupos asociaciones y movimientos presentes en la parroquia. Os saludo con afecto a todos vosotros, queridos feligreses, con un recuerdo particular para los pobres y los enfermos, que constituyen un auténtico «tesoro» de vuestra comunidad.


Sabéis bien que no es la primera vez que vuestra comunidad parroquial recibe la visita del Sucesor de Pedro. En efecto, mi venerado predecesor el siervo de Dios Papa Pablo VI, de quien concluyó hace pocas semanas la fase diocesana del proceso de beatificación, os visitó el 5 de marzo de 1967: es una circunstancia que merece ser recordada. Su paso dejó una huella profunda en el corazón de las personas, pero también en la misma denominación del territorio, hasta entonces llamado Castellaccio. En efecto, el Papa, al ver la exuberante vegetación de esta zona, exclamó: «¡Debería llamarse Castelverde y no Castellaccio!». Y la administración municipal, acogiendo prontamente su propuesta, cambió el nombre del barrio.


3. Hoy, más de treinta años después de esa fecha, el Papa está nuevamente entre vosotros. Deseo que este encuentro sea una ocasión propicia para que todos intensifiquen su camino hacia Dios, gracias a una existencia cristiana más sólida, animada por la escucha constante de la palabra de Dios vivificada por la práctica frecuente de los sacramentos y caracterizada por un genuino testimonio evangélico en todos los ambientes y en todas las situaciones.


Queridos hermanos y hermanas, el Señor resucitado os llama como individuos y como parroquia a anunciar su Evangelio con el mismo estilo de la comunidad apostólica descrito en la primera lectura de hoy (cf. Hch 2, 42-43). Así mostraréis el valor de la fe que os anima y la profundidad de vuestro amor a Cristo (cf. 1 P 1, 7-8). Y entonces seréis dichosos, según la promesa de Jesús (cf. Jn 20, 28) puesto que, aunque no tenéis la posibilidad de tocar, como santo Tomás, las señales de la crucifixión en el cuerpo del Resucitado, creéis en él y queréis ser sus apóstoles intrépidos y generosos.


En esta ardua tarea os sostiene la misión ciudadana, oportunidad providencial para la nueva evangelización. Sé que en vuestra parroquia habéis continuado laudablemente esa importante iniciativa apostólica también durante este año, visitando a las familias, potenciando los centros de escucha y procurando llevar a cada uno de sus habitantes el anuncio del Evangelio. Estoy convencido de que la misión no terminará con la celebración de la fase conclusiva en la solemne Vigilia de Pentecostés. ¿Cómo se podrían dejar sin respuestas adecuadas las numerosas expectativas que la misión ha despertado en el corazón de la gente? Muchas personas desean una vida cristiana mas auténtica, y hay que alentar y sostener este anhelo con iniciativas espirituales y misioneras apropiadas. Os corresponde a vosotros prolongar esta extraordinaria experiencia apostólica, teniendo en cuenta las expectativas y los desafíos relacionados con vuestro barrio, que ha cambiado notablemente durante estos años.


Ya han pasado más de 45 años desde que, en 1953, se puso la primera piedra de la iglesia, bajo la protección de la Virgen de Loreto, tan querida a los habitantes de Las Marcas, región de la que provenía gran parte de los primeros habitantes de Castelverde. Gracias a Dios con el paso de los años se ha alcanzado cierto bienestar, y muchos han tenido la posibilidad de construir una casa para su familia y sus hijos. Pero, junto con el progreso social, a menudo fruto de grandes sacrificios, han aparecido algunos fenómenos típicos de las sociedades de consumo. A veces se filtra cierta superficialidad en la vivencia de la fe. Existe el riesgo de un aislamiento en sí mismos, sin tener debidamente en cuenta los problemas de los menos favorecidos. Se siente la crisis de la familia, al mismo tiempo que los jóvenes esperan propuestas de vida exigentes para no caer en una existencia mediocre y superficial.


4. El Señor resucitado nos llama a todos a un renovado esfuerzo apostólico. Id, nos dice a cada uno. Id, anunciad el Evangelio, y no tengáis miedo. Él está con nosotros todos los días hasta el fin de los tiempos. Fortalecidos por esta certeza, amadísimos hermanos y hermanas, no dudéis en ser apóstoles del Resucitado. Cada uno tiene la tarea de dar, en su nombre, un generoso impulso a los valores espirituales como la fidelidad, la acogida y la defensa de la vida en todas sus fases, el amor al prójimo, y la perseverancia en la fe también en medio de las inevitables dificultades de todos los días. No olvidéis que es necesario redescubrir el gusto de la oración, para que el testimonio cristiano alcance el anhelado y vigoroso despertar. A este propósito, me congratulo con vosotros por la hermosa práctica de la oración nocturna, que tiene lugar en vuestra iglesia los primeros viernes de mes. Con ocasión del ya inminente jubileo, sería bueno que en todas las parroquias se realizaran iniciativas similares, para proponer a los peregrinos que lleguen a Roma una ocasión de auténtica espiritualidad.


Encomendemos a la Virgen de Loreto, protectora de vuestra parroquia, no sólo el éxito de este encuentro, sino también las expectativas y los proyectos de toda vuestra comunidad parroquial.


La Virgen os proteja y os inspire pensamientos de paz y reconciliación, para que siempre sepáis dar razón de vuestra esperanza. Ella asista a las personas que viven en el barrio y a la comunidad de los marquesanos residentes en Roma.


Virgen de Loreto, ¡ruega por nosotros!


FUENTE: aciprensa.com // multimedios.org

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