Concilio Vaticano II
Entrega 2
CELIBATO
Normas sobre el celibato para los diáconos
Lumen Gentium 41: LA SANTIDAD EN LOS DIVERSOS ESTADOS
Una misma es la santidad que cultivan en cualquier clase de vida y de profesión los que son guiados por el Espíritu de Dios y, obedeciendo a la voz del Padre, adorando a Dios Padre en espíritu y verdad, siguen a Cristo pobre, humilde y cargado de la cruz, para merecer la participación de su gloria. Cada uno según los propios dones y las gracias recibidas, debe caminar sin vacilación por el camino de la fe viva, que excita la esperanza y obra por la caridad.
Es menester, en primer lugar, que los Pastores del rebaño de Cristo cumplan con su deber ministerial, santamente y con generosidad, con humildad y fortaleza, según la imagen del Sumo y Eterno sacerdote, Pastor y Obispo de nuestras almas; cumplido así su deber, será para ellos mismos un magnífico medio de santificación. Escogidos para la plenitud del sacerdocio reciben la gracia sacramental, para que orando, ofreciendo el Sacrificio y predicando, con todas las formas de solicitud y servicio episcopal, ejerciten un perfecto oficio de caridad pastoral (125), no tengan miedo a dar su vida por sus ovejas y haciéndose modelo del rebaño (Cfr. 1 Pe., 5, 3) inciten también con su ejemplo a la Iglesia a una santidad cada día mayor.
Los Sacerdotes, a semejanza del orden de los Obispos, cuya corona espiritual forman (126), participando de la gracia del oficio de éstos por Cristo, eterno y único Mediador, crezcan en el amor de Dios y del prójimo por el ejercicio cotidiano de su deber, conserven el vínculo de la comunión sacerdotal, abunden en toda clase de bienes espirituales y den a todos un testimonio vivo de Dios (127), emulando a aquellos sacerdotes que en el transcurso de los siglos nos dejaron muchas veces, con un servicio humilde y escondido, preclaro ejemplo de santidad, y cuya alabanza se difunde por la Iglesia de Dios. Ofrezcan, como es su deber, sus oraciones y sacrificios por su pueblo y por todo el Pueblo de Dios, reconociendo lo que hacen e imitando lo que tratan (128). Así, en vez de encontrar un obstáculo en sus preocupaciones apostólicas, peligros y aflicciones, sírvanse más bien de todo ello para elevarse a más alta santidad, alimentando y fomentando su actividad de la abundancia de la contemplación, para consuelo de toda la Iglesia de Dios. Todos los sacerdotes, y en particular los que por el título peculiar de su ordenación se llaman sacerdotes diocesanos, recuerden cuánto contribuirá a su santificación la fiel unión y la generosa cooperación con su propio Obispo.
Son también participantes de la misión y de la gracia del Supremo Sacerdote, de una manera particular los ministros de orden inferior, en primer lugar los Diáconos, los cuales, al dedicarse a los misterios de Cristo y de la Iglesia (129), deben conservarse inmunes de todo vicio y agradar a Dios y ser ejemplo de todo lo bueno ante los hombres (cf. 1 Tm., 3, 8-10; 12-13). Los clérigos, que llamados por Dios y separados para tener parte con El, se preparan para los deberes de los ministros bajo la vigilancia de los pastores, están obligados a ir adaptando su manera de pensar y sentir a tan preclara elección, asiduos en la oración, fervorosos en la caridad, solícitos para todo lo que es verdadero, justo y de buen nombre, realizando todo para gloria y honor de Dios. A los cuales todavía se añaden aquellos seglares, escogidos por Dios, que, entregados totalmente a las tareas apostólicas, son llamados por el Obispo y trabajan en el campo del Señor con mucho fruto (130).
Conviene que los cónyuges y padres cristianos, siguiendo su propio camino, se ayuden mutuamente con constante amor a mantenerse en la gracia durante toda la vida, y eduquen en la doctrina cristiana y en las virtudes evangélicas a la prole recibida amorosamente del Señor. De esta manera ofrecen al mundo el ejemplo de un incansable y generoso amor, edifican la fraternidad de la caridad y se presentan como testigos y cooperadores de la fecundidad de la Madre Iglesia, como símbolo y participación de aquel amor con que Cristo amó a su Esposa y se entregó a sí mismo por ella (131). Un ejemplo análogo lo dan de otro modo los que, en estado de viudez o de celibato, pueden contribuir no poco a la santidad y actividad de la Iglesia. Y por su lado, los que viven entregados a un trabajo con frecuencia duro, deben perfeccionarse a sí mismos con las obras humanas, ayudar a sus conciudadanos y hacer progresar la sociedad entera y la creación hacia un estado mejor, pero también con caridad operante, gozosos por la esperanza y llevando los unos las cargas de los otros, imitar a Cristo, cuyas manos se ejercitaron en el trabajo, y que continúa trabajando por la salvación de todos en unión con el Padre, y con su mismo trabajo cotidiano subir a una mayor santidad, incluso apostólica.
Sepan también que están unidos de una manera especial con Cristo en sus dolores por la salvación del mundo todos los que se ven oprimidos por la pobreza, la debilidad, la enfermedad y otros muchos sufrimientos, o padecen persecución por la justicia; el Señor en su Evangelio los llamó bienaventurados, «El Señor... de toda gracia, que nos llamó a su eterna gloria en Cristo Jesús, después de sufrir un poco, nos perfeccionará El mismo, nos confirmará y nos consolidará» (1 Pe., 5, 10).
Por consiguiente, todos los fieles cristianos, en cualquier condición de vida, de oficio o de circunstancias, y precisamente por medio de todas esas cosas se podrán santificar más cada día, con tal de recibirlo todo con fe de la mano del Padre Celestial, y con tal de cooperar con la voluntad divina, manifestando a todos, en el mismo servicio temporal, la caridad con que Dios amó al mundo.
NOTA BIBLIOGRÁFICA DEL DOCUMENTO COMPLETO (LAS 2 ENTREGAS).
Una misma es la santidad que cultivan en cualquier clase de vida y de profesión los que son guiados por el Espíritu de Dios y, obedeciendo a la voz del Padre, adorando a Dios Padre en espíritu y verdad, siguen a Cristo pobre, humilde y cargado de la cruz, para merecer la participación de su gloria. Cada uno según los propios dones y las gracias recibidas, debe caminar sin vacilación por el camino de la fe viva, que excita la esperanza y obra por la caridad.
Es menester, en primer lugar, que los Pastores del rebaño de Cristo cumplan con su deber ministerial, santamente y con generosidad, con humildad y fortaleza, según la imagen del Sumo y Eterno sacerdote, Pastor y Obispo de nuestras almas; cumplido así su deber, será para ellos mismos un magnífico medio de santificación. Escogidos para la plenitud del sacerdocio reciben la gracia sacramental, para que orando, ofreciendo el Sacrificio y predicando, con todas las formas de solicitud y servicio episcopal, ejerciten un perfecto oficio de caridad pastoral (125), no tengan miedo a dar su vida por sus ovejas y haciéndose modelo del rebaño (Cfr. 1 Pe., 5, 3) inciten también con su ejemplo a la Iglesia a una santidad cada día mayor.
Los Sacerdotes, a semejanza del orden de los Obispos, cuya corona espiritual forman (126), participando de la gracia del oficio de éstos por Cristo, eterno y único Mediador, crezcan en el amor de Dios y del prójimo por el ejercicio cotidiano de su deber, conserven el vínculo de la comunión sacerdotal, abunden en toda clase de bienes espirituales y den a todos un testimonio vivo de Dios (127), emulando a aquellos sacerdotes que en el transcurso de los siglos nos dejaron muchas veces, con un servicio humilde y escondido, preclaro ejemplo de santidad, y cuya alabanza se difunde por la Iglesia de Dios. Ofrezcan, como es su deber, sus oraciones y sacrificios por su pueblo y por todo el Pueblo de Dios, reconociendo lo que hacen e imitando lo que tratan (128). Así, en vez de encontrar un obstáculo en sus preocupaciones apostólicas, peligros y aflicciones, sírvanse más bien de todo ello para elevarse a más alta santidad, alimentando y fomentando su actividad de la abundancia de la contemplación, para consuelo de toda la Iglesia de Dios. Todos los sacerdotes, y en particular los que por el título peculiar de su ordenación se llaman sacerdotes diocesanos, recuerden cuánto contribuirá a su santificación la fiel unión y la generosa cooperación con su propio Obispo.
Son también participantes de la misión y de la gracia del Supremo Sacerdote, de una manera particular los ministros de orden inferior, en primer lugar los Diáconos, los cuales, al dedicarse a los misterios de Cristo y de la Iglesia (129), deben conservarse inmunes de todo vicio y agradar a Dios y ser ejemplo de todo lo bueno ante los hombres (cf. 1 Tm., 3, 8-10; 12-13). Los clérigos, que llamados por Dios y separados para tener parte con El, se preparan para los deberes de los ministros bajo la vigilancia de los pastores, están obligados a ir adaptando su manera de pensar y sentir a tan preclara elección, asiduos en la oración, fervorosos en la caridad, solícitos para todo lo que es verdadero, justo y de buen nombre, realizando todo para gloria y honor de Dios. A los cuales todavía se añaden aquellos seglares, escogidos por Dios, que, entregados totalmente a las tareas apostólicas, son llamados por el Obispo y trabajan en el campo del Señor con mucho fruto (130).
Conviene que los cónyuges y padres cristianos, siguiendo su propio camino, se ayuden mutuamente con constante amor a mantenerse en la gracia durante toda la vida, y eduquen en la doctrina cristiana y en las virtudes evangélicas a la prole recibida amorosamente del Señor. De esta manera ofrecen al mundo el ejemplo de un incansable y generoso amor, edifican la fraternidad de la caridad y se presentan como testigos y cooperadores de la fecundidad de la Madre Iglesia, como símbolo y participación de aquel amor con que Cristo amó a su Esposa y se entregó a sí mismo por ella (131). Un ejemplo análogo lo dan de otro modo los que, en estado de viudez o de celibato, pueden contribuir no poco a la santidad y actividad de la Iglesia. Y por su lado, los que viven entregados a un trabajo con frecuencia duro, deben perfeccionarse a sí mismos con las obras humanas, ayudar a sus conciudadanos y hacer progresar la sociedad entera y la creación hacia un estado mejor, pero también con caridad operante, gozosos por la esperanza y llevando los unos las cargas de los otros, imitar a Cristo, cuyas manos se ejercitaron en el trabajo, y que continúa trabajando por la salvación de todos en unión con el Padre, y con su mismo trabajo cotidiano subir a una mayor santidad, incluso apostólica.
Sepan también que están unidos de una manera especial con Cristo en sus dolores por la salvación del mundo todos los que se ven oprimidos por la pobreza, la debilidad, la enfermedad y otros muchos sufrimientos, o padecen persecución por la justicia; el Señor en su Evangelio los llamó bienaventurados, «El Señor... de toda gracia, que nos llamó a su eterna gloria en Cristo Jesús, después de sufrir un poco, nos perfeccionará El mismo, nos confirmará y nos consolidará» (1 Pe., 5, 10).
Por consiguiente, todos los fieles cristianos, en cualquier condición de vida, de oficio o de circunstancias, y precisamente por medio de todas esas cosas se podrán santificar más cada día, con tal de recibirlo todo con fe de la mano del Padre Celestial, y con tal de cooperar con la voluntad divina, manifestando a todos, en el mismo servicio temporal, la caridad con que Dios amó al mundo.
NOTA BIBLIOGRÁFICA DEL DOCUMENTO COMPLETO (LAS 2 ENTREGAS).
Documentos completos del Vaticano II. Bilbao; ed. Mensajero 1974; 8va edición. CASTIDAD: Castidad consagrada: Lumen Gentium 42 y 46; Castidad religiosa: Perfectae Caritatis 1, 12; Castidad sacerdotal: Optatam Totius 10; Presbyterorum ordinis 16. CELIBATO: Normas sobre el celibato para los diáconos: Lumen Gentium 41.
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